Jaime Rodríguez Z (Lima, Perú, 1973) es periodista, editor y poeta. Formó parte de la redacción de la mítica revista Lateral y fue director de la no menos mítica Quimera. Es decir, lleva muchos años en el meollo del mundo cultural y editorial, aunque siempre con la aparente voluntad de permanecer en un segundo plano. Pero ahora, tras media vida adulta entre Madrid y Barcelona, se ha decidido a salir a la palestra, a poner la cara, como quien dice, y lo ha hecho con uno de esos libros, Solo quedamos nosotros (Galaxia Gutenberg), pequeños por fuera pero enormes por dentro, plagado de matices estilísticos, marcado por una sincera voluntad de agitar. Por fortuna, Jaime Rodríguez Z parece haber aceptado definitivamente que tiene mucho que contar.
Siempre te has definido como poeta, de hecho, tienes dos volúmenes de poesía: Las ciudades aparentes (2003) y Canción de Vic Morrow (2009). Comentabas desde hacía años que querías escribir una novela y, sin embargo, publicas ahora este libro, de muy difícil clasificación, que es de prosa pero con una consistente carga poética, que mezcla la ficción y lo biográfico… ¿En qué sección de una librería colocarías Solo quedamos nosotros?
Si por mi fuera, yo lo colocaría en la sección de narrativa. He intentado armar, con los materiales que he sido capaz de reunir, un artefacto que yo creo que podría leerse como una novela. Pero, siendo del todo sincero, tampoco juzgaría mal a un librero que lo colocase en el apartado de Cuento o en el de Testimonio. Creo que, en realidad, es como el esqueleto de una novela; es decir, sin toda esa parte confortable que es la carne, la piel, lo que da cohesión y une las piezas de lo que solemos definir como novela. Digamos que el libro no tiene ese revestimiento que daría cohesión a esta historia, pero podría leerse así.
La frontera entre realidad y ficción queda difuminada. En ciertos momentos no sabemos si lo que se narra responde a un recuerdo o a una invención. ¿Hay una intención en ello, más allá de lo estilístico o más bien esa mezcla, esos saltos, han sido para ti un proceso natural?
Son pocas las cosas en el libro que fueron intencionadas, empezando por su gestación, que tuvo que ver con la enfermedad, con la pandemia. El libro recoge experiencias personales, algunas en formato de crónica y otras en formato de relato de ficción puro y duro. Pero si hay algo que fue intencionado en el libro fue el modo en que está estructurado. Yo quería que la frontera entre realidad y ficción quedase diluida. Me perturba mucho la eterna discusión entre ficción y no ficción, en cuánto de real hay en un libro, en si estamos cansados ya de la autoficción… Un debate que me parece absolutamente estéril y aburrido. Yo considero que todos los géneros literarios tienen que ver con su autor, con sus experiencias y vivencias. A veces de un modo más directo y a veces de manera más indirecta. Por eso el libro fue concebido como un juego de espejos, quiero pensar, entre ficción y no ficción, para tratar de hacer ver que, para mí, son lo mismo.
El hecho de que sea inclasificable, que no sea directamente una novela, te ahorra la absurda y típica pregunta: «¿Cuánto de autobiográfico hay en tu novela?».
Si este juego que he llevado a cabo sirve para ahorrarme esa pregunta, misión cumplida.
No sé muy bien por qué, pero esa primera persona que utilizas en tus textos me ha recordado, al menos en ciertos momentos, por la distancia casi metafísica respecto a lo que se cuenta, a los narradores de las primeras novelas de Chuck Palahniuk. También por el uso de los elementos pop como algo estructural, que está en el tuétano de tu manera de narrar.
Hoy, precisamente, he estado hablando con dos amigos de El club de la lucha, en buena medida para reírnos un poco de la cuestión de las nuevas masculinidades, por todo lo de los grupos de autoayuda… No me había parado a pensar en ello, pero probablemente hay algo en la manera en que Palahniuk trata esos temas, en su tono, que sí me ha marcado. En el taller que quise impartir antes de la pandemia, al que me refiero en uno de los textos del libro, pretendía hablar de Tyler Durden (el protagonista fantasmal, por así decirlo, de El club de la lucha) como una proyección de la masculinidad del personaje que, en la película, interpreta Edward Norton. De manera inconsciente, Palahniuk ha estado ahí, presente en mi visión creativa. Tal vez no se aprecie a nivel literario, estilístico, pero sí ha sido una influencia clara.
En el libro, por otra parte, destaca un tono marcadamente confesional. Una especie de Je m’acuse, parafraseando a Zola. ¿De dónde nace esa necesidad de confesar que se aprecia en Solo quedamos nosotros? O, por decirlo de otro modo, ¿ante quién o para qué has querido confesarte?
El ser poeta, como dijiste antes, es una parte de mi identidad. Creo que los poetas, y en cierta medida todas las personas que escribimos, sentimos una poderosa necesidad de confesar. Yo lo había hecho de manera muy críptica, hermética, en mis libros de poemas, que están llenos de chistes privados y de detalles muy indirectos que me regocijaban probablemente solo a mí. Creo que esa necesidad de confesar está siempre. Pero en Solo quedamos nosotros, más que una necesidad de confesar, lo que hay era una necesidad de cambiar de género, de demostrarme a mí mismo que podía escribir un artefacto lo más parecido posible a una novela. Esa frustración, precisamente, por el proyecto no escrito, aparece de manera explícita en el libro.
Supongo que, por tus circunstancias personales, por la particular relación familiar, digamos heterodisidente, de la que formas parte, está llamando mucho la atención todo lo que dices en el libro sobre masculinidad, feminismo, relaciones triangulares, cuestiones de género…
Es cierto que es un libro que ha generado algo de atención por todo lo relacionado con el tema de las nuevas masculinidades. Pero me gustaría dejar claro que para mí Solo quedamos nosotros es un trabajo literario. No es un libro en el que yo haya pretendido hacer activismo ni un alegato a favor de la deconstrucción masculina. No es un libro que pretenda ser «aliado» o tener alguna relación ensayística con el feminismo. No es una declaración ideológica ni nada por el estilo. Para mí, insisto, se trata de un esfuerzo literario.
Hay dos figuras clave que, debido a lo que acabas de comentar, tal vez destaquen menos a primera vista pero que son fundamentales: la madre y, sobre todo, el padre. ¿Son ellos, de algún modo, los receptores de parte de esa confesión sobre la que te he preguntado? ¿O son simplemente el trasfondo sobre el que intentar dibujar tu experiencia como padre?
Creo que esos dos textos, la conversación con mi madre y el texto sobre mi padre, son los más potentes del libro. No puedo negar que, por el lado del padre, hay algo parecido a un ajuste de cuentas, un intento de establecer un diálogo aunque sea de ese modo, a través de un texto que, en última instancia, es un monólogo. Si aparece mi padre es, precisamente, para destacar nuestra dificultad para comunicarnos. Y el texto sobre mi madre tiene que ver, sobre todo, con la culpa. Llevo veinte años fuera de mi país, viviendo lejos de mi madre y el tiempo pasa y la culpa crece, por muchos motivos. A través de esa conversación con ella trato la culpa en varios sentidos: la que siente ella, por ciertas cosas que ocurrieron en el pasado, y la que siento yo. Un poco para consolarnos mutuamente.
Te he preguntado sobre eso porque existe un eje muy marcado en tu libro en relación al hecho de ser padre. Como si fuese el verdadero indicador del cambio personal y social, del cambio de los tiempos, porque hablas de un hijo que tenía que esforzarse por entender a un padre complicado y después de un joven padre que tiene que esforzarse por entender la situación, aparentemente complicada, de sus hijos…
De momento, los hombres tenemos esa posibilidad: la de ser padres. Posibilidad que para muchos es irrenunciable… Pero es cierto que la paternidad es un motivo central en el libro. Es un tópico, pero a veces uno se construye intentando no mirarse en el espejo del padre. Es el reflejo que no queremos ver. En el libro hay algo que tiene que ver con eso y también con el miedo. Yo creo que Solo quedamos nosotros es también el relato de un hombre que se teme a sí mismo, algo que tiene que ver con temer ver en uno mismo aspectos del padre. Un temor que puede convertirse en una profecía autocumplida y acabar convirtiéndote en una mala persona, en alguien capaz de hacer el mal. Ese temor está muy arraigado en mí y me genera bastante ansiedad
Este es un libro fragmentario. En uno de los textos hablas del proceso de deconstrucción de todo aquel que pretende alejarse de patrones masculinos heredados. ¿Responde la estructura del libro también a esa voluntad? ¿Crees, por decirlo de otra manera, que el discurso sobre la masculinidad ya no puede ser lineal, ya no puede ser trazado mediante un «gran relato»?
Hay un concepto que define un poco el tiempo que nos ha tocado vivir: «diversidad». Siempre ha habido diversidad, pero ahora se reivindica desde diferentes frentes: racial, social, de género… Ser hombre no significa lo mismo en España, en Europa, que en la India, en Latinoamérica o en Afganistán.. Y dentro de las sociedades en las que vivimos, son muchas las cuestiones de clase que se interponen: ser hombre no significa lo mismo si vives en la Cañada Real de Madrid que si vives en el Eixample de Barcelona. Es completamente distinto. En estos tiempos, hay una especie de visión poliédrica de los movimientos sociales y políticos marcados por la transversalidad: temas políticos, de clase social… En ese sentido, seguramente lo fragmentario también responda a esa necesidad. Es posible que el tema y la forma literaria mantengan algún tipo de relación. Pero no estoy seguro.
¿Qué espacio le deja eso a la épica? Teniendo en cuenta que la épica ha sido, tradicionalmente uno de los motores del relato de la masculinidad. ¿O ya no es posible ningún tipo de épica para los hombres?
Yo creo que sí. A mí me encanta la épica, sobre todo la épica de las pequeñas cosas. En parte, por mi propia construcción de una visión del mundo, a veces basada en términos del bien y del mal, de la justicia. Algo que los consumidores de Star Wars tenemos muy interiorizado. Me gusta la épica y también cierta idea de lo romántico, aunque en el sentido más puro de la palabra.
¿En algún momento de la realización del libro pensaste que tu experiencia como hombre-padre-pareja era extrapolable, que podías hablar, en términos generales, de la experiencia de ser hombre-padre-pareja de tu generación o de tu contexto social?
No. No es algo que se me pasase por la cabeza. Pero sí te voy a decir una cosa, el libro parte de una situación de vulnerabilidad, de la que he hablado antes, la pandemia, y creo que eso sí fue una cosa tan global, tan común, tan compartida que, en ese sentido, sí creo que es algo que los lectores del libro, o de esta entrevista, y yo mismo compartimos. Creo que la pandemia nos ha convertido a todos los que seguimos aquí, hasta cierto punto, en supervivientes; un poco como los personajes de la serie The Leftovers. Nos ha unificado a todos los que vivimos en el mundo en la condición de supervivientes. Esa sensación de comunión me parece importante. No lo pensé en el origen del libro, pero sí lo he pensado después. Digamos que en eso sí ha habido una intención de hermanarme con el resto de la humanidad. No en el sentido de creer que mis experiencias personales puedan ser representativas de las de otras personas.
¿Crees que, para entender bien ese enfoque tuyo —la multiplicidad, la diversidad—, el texto esencial del libro es el monólogo «Stand up (for your rights)» que, además y como ningún otro texto dentro del libro, pone la ironía y el humor en primer plano? Por decirlo de otro modo, ¿es el monólogo el velado manual de instrucciones para leer correctamente este libro?
No tengo claro si debo decir esto, pero voy a mojarme: sí. Bien visto. El libro está construido desde una perspectiva autocrítica, cuestionadora, hay una puesta en crisis. Cuando pones en crisis tu identidad, tu conducta, la relación con tus padres, tiendes a escribir desde la seriedad, lo sombrío, lo grave. Además, estaba el tema de mi relación con las dos mujeres con las que vivo, Gabriela y Rocío, flotando en el libro junto al tema de la masculinidad y la idea del hombre en proceso de deconstrucción. Yo respeto mucho ese tema y vengo pensando y trabajando en ello desde hace mucho tiempo con, digamos, mediano éxito; hasta donde puedo llegar, no nos vamos a engañar. Pero mi intención era tratar ese tema no de una manera seria, no pretendía que el libro se leyese como el libro del aliado, el alegato del nuevo hombre… Entonces, mi forma de darle unas instrucciones al lector, de advertirle de que no debía tomárselo todo tan en serio, fue escribir este capítulo en clave humorística, porque es un monólogo de humor, aunque acaba de un modo un tanto singular.
El libro transmite, en su conjunto, un cierto aire sino desesperanzado, sí crepuscular. No hay queja doliente por una situación de pérdida (de privilegios como hombre, de la juventud, de las ilusiones, de la tranquilidad) sino aceptación, sabiendo que no hay más remedio que seguir adelante. Eso me ha hecho pensar, después de leerlo, en las historias de Sam Shepard y en Cormack McCarthy, esos cowboys modernos, solos, personajes de un mundo que ya no existe…
Me encanta que utilices esas referencias porque son referencias muy masculinas. El cowboy, el hombre frente a su destino…
Sí, pero fuera de tiempo y de lugar. Sin grandeza. «No vas a volver a cabalgar por la pradera… Eso se acabó.»
Lo entiendo como un piropo. He leído mucho a Shepard y a McCarthy, son autores que me interesan muchísimo. Creo que exploraban la masculinidad de un modo muy potente…
Te lo decía porque, tomando esta referencia como una metáfora, ¿dirías que Solo quedamos nosotros es un libro de frontera o fronterizo? Por decirlo de otro modo, ¿es este libro el final de algo y el principio de otra cosa?
Creo que si es un libro fronterizo, de momento de cambio o de punto de inflexión, lo es a nivel personal más que como libro en sí mismo. Excepto el hecho de que ocurre durante la pandemia, y eso puede significar un antes y un después en la historia que vamos a vivir los que estamos aquí, en realidad es el reflejo de un proceso personal que, como muchos otros, se remonta en el pasado e intenta buscar orígenes. Para mí, como autor, sí que ha supuesto un punto de inflexión, porque ha significado la ruptura de un dique, lo cual me ha generado la sensación de querer seguir haciendo esto. Creo que podría acostumbrarme a esto…
No puedo acabar sin preguntarte sobre dos asuntos. El primero, el título. La frase aparece en un par de momentos concretos del libro, en situaciones que parecen casi intrascendentes, pero la has elegido como título. ¿De quién habla, en última instancia, ese «nosotros»?
La frase aparece por primera vez al inicio del libro, cuando hablo del hospital y de aquella señora que me dijo: «Solo quedamos nosotros». En ese primer momento, la frase habla de la incertidumbre, de la inseguridad. Pero es una frase que resiginifico a lo largo del libro, sobre todo en el texto sobre mi padre, cuando le digo a él: «¿Y qué pasa si al final solo quedamos nosotros?». O sea, vengo a preguntarle, con miedo: ¿qué pasa si después de esta vida, de todo lo que hemos hecho tú y yo, de lo mucho que he querido alejarme de ti, qué pasa si al final de todo solo quedamos tú y yo, solo quedamos nosotros? Ese «nosotros», en gran medida, somos mi padre y yo, porque supone llegar al origen de muchas cosas. Pero también tiene que ver con lo que te decía antes, lo de que la pandemia nos ha convertido a todos en supervivientes, en ese sentido «nosotros» somos los que seguimos vivos.
El segundo asunto tiene que ver con esa novela que afirmas en el libro llevar diez años intentando escribir sin lograrlo: ¿de qué trata o trataría? ¿Difiere mucho de lo que acaba diciendo Solo quedamos nosotros?
Esto lo voy a decir por primera vez aquí: la novela existe y está avanzada. Se titula Injertos y tiene que ver con algo que se comenta en Solo quedamos nosotros, un accidente que sufrí siendo niño. Eso está en la novela, es su origen, pero es algo muy diferente a este libro. Lo que ya he escrito puede reconocerse totalmente como novela. En ella vuelvo a un territorio conocido, el de mi infancia, en Lima, en una zona muy acotada que son los pisos de protección oficial donde crecí, la Unidad Vecinal del Rimac, específicamente el Bloque 41, que aparece también en Canción de Vic Morrow. Vuelvo a esa región, casi con voluntad benetiana. Suelo decir que todo lo que me ha ocurrido en la vida me ha ocurrido ahí. En esa novela, Injertos, en la que estoy trabajando ahora, envalentonado por la publicación de Solo quedamos nosotros, vuelvo a ese espacio. Porque todo ocurre ahí.
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