Si nos asomamos al panorama literario griego contemporáneo, no tardaremos en toparnos con el nombre de uno de los más acreditados autores vivos de las letras neogriegas: Dimitris Lyacos. Nacido en Atenas en 1966, Lyacos es artífice de una sorprendente, compleja y personalísima obra literaria más conocida y reconocida en el extranjero que en su país natal. Esa proyección internacional no debería extrañarnos si tenemos en cuenta que, tras estudiar Derecho en su ciudad natal, Lyacos dejó Grecia a una edad temprana. Vivió en Venecia entre 1987 y 1991, y después en Londres para estudiar Filosofía en el University College, especializándose en filosofía analítica, epistemología y metafísica, filosofía presocrática y Wittgenstein. A pesar de utilizar el griego moderno en la redacción de sus obras, estas han sido publicadas por primera vez lejos del suelo helénico y traducidas a otros idiomas. «Fuera de Grecia he conocido más editores con amor y conocimiento de la literatura que en Grecia», afirmaba el propio autor en una entrevista concedida hace unos años a una publicación literaria griega.
A día de hoy, y desde hace ya bastantes años, la figura y la obra de Dimitris Lyacos gozan de un indiscutible prestigio internacional. El escritor ateniense figura en el Historical Dictionary of Postmodernist Literature and Theatre (Rowman & Littlefield) de Fran Mason como uno de los diez autores más importantes de la literatura posmoderna del siglo XXI, y su nombre ha sonado en más de una ocasión como posible candidato al Premio Nobel de Literatura.
Poena Damni, la trilogía
En 1992, Dimitris Lyacos comenzó a escribir una trilogía bajo el nombre colectivo de Poena Damni, título que hace referencia al castigo más duro que tienen que soportar en el infierno los espíritus malignos y las almas de aquellos que mueren rechazando a Dios: la privación de la visión beatífica del Creador. Concebida como un work in progress, el proceso de composición de la trilogía se prolongó por un período de treinta años en que los libros fueron revisados y publicados en diferentes ediciones.
Z213: Exit, el primer libro de la trilogía, es un largo texto en prosa, mientras que el segundo, Con la gente del puente, es una pieza de carácter teatral. La primera muerte, el libro que cierra la trilogía, es un breve volumen que contiene catorce poemas y prosas líricas breves. Cabe señalar que Poena Damni fue concebida de atrás hacia delante. Me explico: La primera muerte, la obra que pone fin a la trilogía, fue escrita y publicada en primer lugar, y las demás partes avanzan igualmente hacia atrás. Otra singularidad de esta obra, apreciable sobre todo para los lectores de la versión original griega, es la transición del griego politónico de La primera muerte a la escritura atónica del resto de las obras. «Ahora escribo en griego átono conscientemente. Para aquellos cuya lengua materna es el griego, no hay necesidad de tonos», afirma Lyacos.
Poena Damni se caracteriza por los cruces genéricos, la combinación de temas de la tradición literaria con elementos del ritual, la religión, la filosofía, la antropología… La obra reexamina las grandes narrativas en el contexto de algunos de los motivos perdurables del Canon occidental, en particular la violencia, las enfermedades mentales, el chivo expiatorio y el regreso de la muerte. Aunque el autor entreteje su obra utilizando recursos como la fragmentación, lo efímero, la discontinuidad, la deconstrucción del lenguaje y los códigos de comunicación, hay a lo largo de los tres libros un discurso cuya singularidad nunca se ve interrumpida. La trilogía de Lyacos nos adentra en una civilización distópica, un mundo postrágico que nos impele a reflexionar sobre el desconsuelo que acarrea nuestra condición humana.
Poena Damni ha sido traducida a más de 20 idiomas y ha dado lugar a varios proyectos musicales, visuales y teatrales.
Z213: Exit
Z213: Exit, la primera obra de la trilogía de Lyacos, es un libro en forma de diario escrito por alguien —tal vez un Odiseo contemporáneo— que, huyendo de una muerte colectiva e inmerso en un cosmos sin dioses, atraviesa un mundo devastado por una catástrofe bélica. Al llegar a una estación de tren, compra la vieja chaqueta de un soldado, en cuyo bolsillo encuentra una Biblia llena de enigmáticas anotaciones. Es entonces cuando decide escribir un diario para relatar el viaje que le ha llevado hasta allí. Según Dimitris Lyacos, «en Z213: Exit hay un espacio impreciso que se va definiendo por el viaje del protagonista. No se sabe bien por qué emprende el viaje ni de dónde huye. Lo que sí se sabe es que existe una sensación de paranoia y que el protagonista se siente perseguido».
He aquí algunos fragmentos de Z213: Exit en traducción de Luis Miguel Isava:
…y fue así que me encontraron. Y tan pronto me trajeron me quedé un rato luego me llevaron era una construcción de cuatro pabellones amplios patios y habitaciones los demás estaban allí cuatro pabellones separados no muy cerca del mar. Y a veces comíamos juntos y en el medio un tronco con ramas cortadas arriba sobre él una apertura para el humo, y ceniza en el suelo manchas negras y ceniza. Y de los poros en las paredes salía un poco de agua y a veces se podía pedir permiso para subir y visitar a otro y cuando a veces en la noche había un corte de luz y nos sentábamos en silencio en lo oscuro pero los pabellones que no estaban comunicados tres cuatro cinco entre nosotros que nos teníamos afecto sin embargo allí moriría la mayoría de nosotros en algún momento todos nosotros yo también y entonces los que creían gritaban otros no teníamos ese derecho y éramos en todos esos pabellones unos mil y cada día un hombre del personal venía con una lista y se paraba en la puerta justo allí por donde se entraba la puerta de entrada de pie y les gritaba que salieran y los llamaban luego se los llevaban de allí y quedaban diez en otra parte quince dependiendo del pabellón y los llevaban a un lugar especial desde la noche de la víspera y a la mañana siguiente venían y se los llevaban de allí y se podía oír en ese momento que entraban y llamaban sus nombres oír a los que ahora nos dicen adiós éramos como unos dos mil. Y ahora nos decían adiós yo con todos los otros y diciéndonos adiós y el lugar resonando con sus adioses. Y entonces salían entraban en un transporte y por la parte de atrás estaba el mar y ellos se iban. Y tan pronto como salían se podía oír ahora gente gritando y desde allí en un transporte por detrás hasta el mar no era muy lejos era atrás donde cavaban fosas y a veces el agua llegaba hasta ahí y la ciudad se despertaba con ese ruido. Y los bajaban a las fosas. Esto es lo que me viene a la mente casi todo el tiempo. Y se los oía gritar hasta en las últimas casas de la ciudad donde estaba el muro y todos entendían. Y algunos solían acercarse a los pozos y devolverse y no era un secreto estaba bajo nuestros pies, pero nadie. Una ciudad entera o casi. Y ese momento indescriptible momento en el que bajé después de medianoche y vi que los traían en ese camión hasta el mar.
Me levanté, deambulé por un buen rato, luego caminé hasta la primera plataforma del otro lado. Un soldado junto a un nicho en la pared yacía de costado, ojos cerrados, una cobija sobre sus piernas, una pila de ropa a un lado –uniformes– un morral detrás de su espalda. Fui, saqué unos pantalones y una chaqueta, ojos cerrados, un poco de sangre en la nariz, alzó ligeramente la cabeza, la limpió con su manga. Regresé al baño para cambiarme, volví dejé mi ropa en la pila. Ojos cerrados, una gota de sangre en la nariz. Busqué un par de botas en el morral y allí me las puse, me senté a su lado. Doblado, su costado sobre la manga medio vacía. Un rayo rojo nos envolvió por un rato y se fue de nuevo. Debían ser más de las seis. Frío, manteniendo mis manos bajo mis axilas, algo duro, la pequeña Biblia en el bolsillo, abro las páginas en blanco aquí y allá unas pocas notas, en otras partes pasajes escritos apretados, no lograba descifrarlos. Ya casi estaba oscuro. Me senté quieto un rato esperando qué – me levanté, caminé de nuevo, hacia el reloj, el horario, tren vespertino 21.13. En una hora y media.
Debo recordar escribir todo lo que pueda. Todo lo que yo recuerde. Para que pueda recordar. Mientras sigo escribiendo entro en ello de nuevo. Luego es como si no fuera yo. Cómo sé que yo escribí esto. Desleídas, las palabras de otro. Mi propia caligrafía sin embargo. Desde un vacío despierto dentro, una y otra vez. Noches que se siguen una a otra tras de mí. Mujeres de negro que gritan y empujan en la plataforma tratan de abordar casi a ciegas casi de forma que no puedes bajarte. Olas golpeando escupitajo negro en tu cara olas que van a romper una empujando a la otra huyendo de una catástrofe. Un niño sostuvo mi mano al subir. Palma roja en la que la sangre se acababa de secar. Para aferrarse a algo. Sobre la piel roja de ira cortada abierta la sangre se esconde adentro por un momento luego fluye de nuevo. Luego, a solas, la tira que me trajo hasta aquí desde la estación, cuando me di vuelta para ver si el mar estaba tras de mi un trecho gris allí afuera luego uno un tanto más gris-amarilloso y siempre un poco más amarillo hasta este punto. Hasta este punto en el que las paredes entran en las laderas de la montaña que se derrumba, en la tarde la tierra oscurece cuando entras. Tierra negra y rocas amarillas que brillan y se deshacen en tus manos. Un rellano, subes un poco más, miras dentro de la cisterna vacía, terrones que quitas de las paredes se desmoronan en tus manos, qué esperabas. Luego, cautelosamente sobre los tablones podridos, sigues cintas transportadoras, de una a otra, una pequeña puerta más adentro, quizá esto es lo que has estado buscando. Huellas de gente. Sentados en torno a un taburete pensativos mineros de oro juegan cartas, las sombras de sus manos se intercambian y luego se desvanecen, ocultas de nuevo en lo oscuro. Y luego de ello piedras, amarillo destello, piedras que se encienden, fósforos fulguran de nuevo en el cuarto. Entonces alguien saca y les lee, algo, un poema. Silencio. Silencio. Como si cantara un psalmo. Y otra cosa. Del bolsillo del poeta otro papel, les lee. Los otros que escuchan bostezo se recuestan unos sobre otros. Qué temprano duermen. Respiración pesada que se hace más ruidosa en el sueño oías una tras otra ante ti en filas. De sueños. Más tarde nadie en ninguna parte, sólo barro amarillo. El armario camisas rasgadas polvo un taburete cuatro o cinco sillas repisa una maceta vacía. La luz que regresa a la pared grabada una y otra vez como un poema e u ciego cada vez más hondo, hasta el final. Una raza de topos. Más profundo, cada día cavan más profundo. ¡Derecho! Hacia atrás, hacia adelante, tan lejos como lo permita el alcance de un solo aliento, tan profundo como puedan, un aliento más adentro, el hueco haciéndose más profundo, teje más la red, tanto como lo permita su fuerza, ahora entra el aire, caes en la boca de otra galería, un poco más aún y estarás afuera.
Con la gente del puente
En Con la gente del puente, segundo libro de la trilogía, el protagonista de Z213: Exit prosigue su viaje y se convierte en un narrador en primera persona que asiste como espectador a la representación de una obra teatral que tiene lugar bajo un puente. La representación está protagonizada por un hombre que intenta resucitar a su amada. Explica Lyacos que «se trata de un ritual, una referencia obvia al regreso de los muertos: una reconexión, presente en todas las religiones, incluso en la antigua Grecia. Santorini era una isla de resurrecciones y Míconos también: gran parte del simbolismo del libro procede de esta tradición popular, que he estudiado. El significado, pues, es la resurrección».
La primera muerte
La primera muerte es el título de un pequeño libro que el protagonista de Z213: Exit encuentra casualmente durante su viaje. A través de catorce poemas y prosas poéticas breves, asistimos a los intentos por sobrevivir de un hombre perdido en una isla desierta, testigo de un mundo de destrucción y muerte. El deterioro parece llegar a su clímax, pero algo, un destello ante la oscuridad, arrebata al hombre de su destino, proyectándolo en el espacio como una partícula a la deriva, hacia un lugar donde un día podrá volver a vivir. «En el libro —afirma Lyacos— predomina la lucha por la vida en circunstancias adversas. Se hace hincapié en la lucha hasta el final, aunque de hecho no hay final en el libro».
Pueden leer a continuación algunos de los poemas de La primera muerte. La traducción es de Juan Miguel Isava:
I
Mar de acero. Luna silente como un dolor en lo hondo de la mente. Un cuerpo arrastrado aquí y allá sobre la roca como algas o un tentáculo sin vida, fruto de un vientre náufrago por los vientos, ciénaga ensangrentada y llena de carne. El brazo izquierdo amputado de raíz, el derecho hasta el final del antebrazo, bastón podrido delirando en los pulmones del agua. De la boca arrasada solo quedaba una herida que se cerraba lenta. De los ojos surge una luz turbia. Los ojos sin párpados. Piernas hasta los tobillos — sin pies. Espasmos.
II
Juicio del mar, cadenas de suspiros rotos
bajo los fisurados párpados del cuenco seco κρατήρα
una presa invisible –
expolio de tumbas de pasiones, letanías para los sentidos
a punto de colapsar, melodías inarticuladas, lava
de decapitados ríos
filos de olas cortan hondo en el velo;
evolución de clepsidra, epidemia
visiones no mezcladas de héroes que se inclinan
en de las venas ebrias de la luz
la tempestad que inverna en las ciénagas –
el retorno mudando sus hojas
de un cuerpo desmembrado en primavera.
V
Sereno sol poniente. Desesperación.
Los demonios se apaciguaron. La luna grita. Los senderos, memoriales de la flagelación. Perros masacrados nadan en fosos marchitos. Se hacen hielo, huesos y escamas excitadas. Consecuencia de un rostro sin boca. Sed de resurrección. Me bautizan en las trincheras del luto; besos secos, esponja amarga, la hoja podrida que vuelve al suelo. Vuélvete hacia adentro. Me hincho de lujuria, impío me marchito, en las grietas de tu cuerpo derramo mi sangre. Inmaculado se vierte el rocío en el alba de tu abrazo.
Sereno sol levante. Desesperación.
IX
Altar de la costa que convexo suplica olas vengadoras y destrozado aparejo de barco en lugar de hojas de viña. El lamento del agua absorbida dentro de los nidos de serpiente, aullido de la gaviota que se equilibra – grito sacrificial, peces amortajados, oscuridad absoluta de una garganta obstruida con sedimento y mucosa. La isla totalmente despojada, el inquieto lecho nocturno, la cama de hospital deshecha y su envejecida piel seca, la ceniza que cicatriza las ardientes cuencas oculares y los restos del sacrificio. Las noches pescando ropas raídas en los torrentes tiritantes de la enfermedad, pesadillas errantes y memorias remotas de naufragios fluyendo de nuevo, fantasmas del mar oscuro, cadáveres de amigos íntimos, la foto agrietada de la amada, su pecho envuelto por el mar – antes de regresar a las praderas amargas del abismo. Ofrenda de todas las frutas.
XI
Velo nocturno – tienda de una ciudad conquistada. Cuartos oscuros en hoteles linfáticos, en el arder total del sueño restos abandonados. En la hemorragia indetenible de los objetos agoniza el último resplandor de la visión. Arterias silentes, besos abruptos, enlodados – recuerdos de cráneos volcados en las aceras de los bulevares. Triste la salmodia de los ratones en las iglesias. La agonía infecciosa de máquinas dilaceradas. Alas hechas girones, indomables – trampas infalibles. La irrevocable bóveda celeste leprosa hasta el final.
Hasta que la víctima se haga nuestra
Con la próxima publicación de Hasta que la víctima se haga nuestra, Poena Damni se convertirá en una tetralogía. La obra, según el traductor Andrew Barrett, explora el derramamiento de sangre como pieza fundamental en la formación de la sociedad y el lugar que ocupa finalmente el individuo en un mundo «impregnado por la violencia institucionalizada».
Comentarios sin respuestas