“Todo lo que sé de poesía lo aprendí de ese bosque”
De “El bosque”, Xavi Rodríguez
1
Hay un recuerdo antiguo que “El ocio nocturno de los pájaros” me ha hecho recuperar. Es el de la primera película a la que sentí que me asomaba como adulto, la primera que fui a ver al cine a sabiendas de que hacía algo inaugural: “Azul”, de Kiewslowki. En ella, para indicarnos que un recuerdo embiste repentinamente a Juliette Binoche y desbarata la paz que tras enviudar haya podido recuperar, el director polaco satura a veces la escena con un repentino chorro de luz azul y el silencio lo rompen los acordes tempestuosos de la banda sonora. Juliette levanta la vista de lo que está haciendo y no puede contener la pleamar del pasado.
En “El ocio…” Xavi Rodríguez nos confiesa que: “Se ilumina alguna vez / una calle / con la luz azulada del recuerdo.” Lo leemos en el poema titulado “Tiempo de cantar”, al que necesariamente volveré después.
2
Ya que Xavi Rodríguez se refiere abiertamente a Hölderlin en uno de los poemas que más me gustan de “El ocio nocturno de los pájaros”, me siento autorizado a hacer lo mismo. Creo que con sentido que él aprobará. Porque una de las mejores elegías de Hölderlin, las “Quejas de Menón por Diótima”, son versos provocados por la muerte de Susette Godard, su gran amor, la madre de sus pupilos, una mujer casada con quien nunca hubo nada más, ni menos, que la ancha aspiración total de Hölderlin, una aspiración que nunca se hizo carne entre ellos. Igualmente, “El ocio…” crece alrededor del final de una relación romántica.
Lo que en mi lectura acerca “El ocio…” a “Quejas…” es uno de los versos de la estrofa IX de este segundo. Son palabras sencillas después de las doloridas (e idealizantes) estrofas previas. Hölderlin declara: “¡Yo también quiero vivir! ¡Ya reverdece!”
Hay que exclamarlas: ese es el tono fundamental de Hölderlin.
Y de eso va, al final, “El ocio…” El autor (identificarlo a la voz poética es casi inevitable en este caso) no se resiste al dolor, pero tampoco se resigna a asentarse en el dolor. Esto segundo es, tal vez, lo más heroico que podemos pedirnos frente al duelo: abordarlo, pero no quedarnos a vivir en él.
Quiere vivir. Nosotros también queremos vivir. El poema que he citado arriba acaba aludiendo con un azar feliz al reverdecimiento de Hölderlin: “Y esa lluvia tenaz / que no descansa / vuelve fértil el suelo / y nos indica/ que empieza a ser ya tiempo de cantar”.
Es el libro de un renacido. Estaba perdido y fue hallado.
3
El epílogo de Toni Quero explica “El ocio…” tan bien que casi arrasa cualquier posibilidad de decir algo importante que no haya dicho él ya.
En dos citas cargadas de intención se revela también el Xavi Rodríguez estudioso de la filosofía y de los caminos de liberación. La de Caballero Bonald, empapada de esencias índicas: “No busques la salida: no has entrado”. Y la de Freud, atada a la historia personal: “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?” Visto así, podremos encontrar de qué modo algunos poemas de “El ocio…” quieren situarse cerca del lado del falso problema de la identificación con el personaje dentro del cual vivimos, mientras que otros necesitan ajustar cuentas con él.
Sin abandonar esa perspectiva, “El ocio…” es, además del recorrido desde el dolor al desistimiento paulatino del dolor, la evidencia en carne literaria de la función poética. También, la de su plenitud y su impotencia. El recorrido comienza en “Llamadas perdidas”, el primer poema y el que da el pistoletazo de salida a la orfandad, y va acabando con “Friedrich Hölderlin rememora un episodio de su infancia” y “El bosque”, ambos cerca del final. En estos dos últimos se nos otorga de nuevo la posibilidad del éxtasis, o el umbral del éxtasis. También la cercanía de un conocimiento que no necesita ser clasificado. Pero entre esos dos polos habremos tenido que pasar por terreno árido. Por ejemplo, los poemas atomizados de “Herida en cuatro tiempos”, cuyas palabras no alcanzan a formar moléculas de sentido. Son poemas que testimonian con una paradoja hiriente la incapacidad de la poesía de acercarse al dolor en el mismo momento en que escuece ese dolor.
La poesía y la vida no son lo mismo, como los huesos y los músculos no son lo mismo, pero están demasiado bien cosidos como para mirar con indiferencia su vínculo.
A veces hemos caminado así, más muertos que vivos, simulando con la inercia del cuerpo la esperanza del espíritu.
4
María Zambrano nos dice en “Notas de un método”: “La experiencia nos dice que no se ve cuando se va (…) Si el volver es realmente un volver y no la repetición del ir, es cuando el ver se presenta.”
Quien ve lo vivido es más que quien solo lo vivió. Más, en un sentido cualitativo. Ver consiste en saber qué se ha vivido y abrirse a intuir qué hacer para seguir viviendo. Si vienen bien dadas, no para repetir lo vivido, sino para extender los límites de la vida posible. Para drenar el limo del lecho de la vida y permitir zambullirse más en lo profundo.
Ver, en el caso de un poeta, significará a menudo dar poemas. Poemas que rara vez serán contemporáneos de la vida externa del poeta: por eso escribió Wordsworth que la poesía se origina en la emoción recordada con tranquilidad (“emotion recollected in tranquility”). Y esos poemas del volver querrán retener la experiencia, o hacer su autopsia, u olvidarla. O bien enunciar algo que la vista no captó pero que en las catacumbas del ánimo irrumpía como la marea. Vivir, escribir, leer. Las tres son experiencias que forman un anillo. Leer, por eso, es animar y configurar la propia vida con la onda expansiva de la vida de otro, que nos llega a través de sus palabras.
En “El ocio…” encontramos ese deseo de contacto estrecho.
Con otros hombres, como poeta que horada la noche para escribir y que no descarta que sus bandadas de palabras se posen en la conciencia de otros compañeros, que excavan su sueño para leerlas: “Un verso / debería ser como un espejo / y el lector, / con sus ojos nocturnos / quien hallara / al fondo / el rumor encantado de sus propias / entrañas” (en el poema epónimo).
Con la limpieza de la percepción, como caminante que sabe que entre la realidad y él se interponen recuerdos que dan forma al mundo pero que también lo desfiguran, y que sabe que cuando por fin el recuerdo se desvanezca, tras la ceniza del lamento volverá la vida enorme. “Poder despertar de nuevo, /sin que al despertar /pesen sobre los párpados, / como un ángel de piedra, los recuerdos” (en “La herida”).
Con el corazón del mundo, cuando la exactitud del momento se nos impone. “Todo me llamaba hacia ese centro / donde las alas sostienen / la cúpula remotísima del cielo” (en “Friedrich Hölderlin…”). Intentemos recordar de qué modo las cúpulas nos infunden la sensación de ser nosotros centro, de tal modo que percibir el centro del mundo es percibirnos a nosotros disueltos en él.
5
Acabo con otra confesión: de adolescente, me parecía herética la afirmación de José María Valverde, a propósito de la militancia política de Cortázar, de que solo un gran escritor sabe que la literatura no es lo más importante de la vida. Con todo lo que admiraba su trabajo divulgativo y sus límpidas traducciones, me parecía que Valverde era infiel a la Orden de Literatura. Hace años que sé que Valverde tenía razón y yo me equivocaba. Como lector, me alegro de que un libro como “El ocio nocturno de los pájaros” caiga en mis manos: es el trabajo de alguien que cree que la vida no son los tumbos que dan nuestros cuerpos por el mundo, sino que escribe porque cree en la posibilidad de las palabras y en el respeto de ser escuchado. Palabras a las que me he acercado con mi pasado y que entran a formar parte de mi forma de seguir viviendo.
La tristeza parece exigirnos la lealtad más turbia y el sacrificio más innoble, a saber, el de la libertad futura. Precisamente por eso, como hombre, lo que me más conmueve es que otro hombre haya recuperado la libertad y la alegría.
Autor: Xavier Rodríguez Ruera
Título: El ocio nocturno de los pájaros
Editorial: Témenos edicions, 2021
Número de páginas: 82 páginas
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