“Las consecuencias” de Xavier Rodríguez
- La voz de los profetas
La voz de los profetas no se distingue de la de sus semejantes, salvo cuando notan en la garganta el carraspeo de la inspiración. Algo va entonces a decirse. Se disponen a la revelación como un volcán a la erupción. Puede ser el anuncio de una de catástrofe o una promesa de reconciliación.
Isaías, uno de los grandes profetas de la Antigüedad, después de presagios de destrucción y ruina, lee el bando del perdón: “De lo primero no habrá memoria, ni vendrá más al pensamiento”. El olvido es el regalo del perdón de Dios, que no puede olvidar.
¿Qué hacen los poetas, a su vez? También a ellos los empujan corrientes misteriosas. ¿Qué hace Xavier Rodríguez (Barcelona, 1975) en “Las consecuencias”? No es un dios, sino un hombre, un poeta de orilla íntima. No puede olvidar. Él sí vuelve sobre lo primero, sí trae al pensamiento las cosas anteriores. Y extiende sobre ellas el pacto de la conformidad.
“Las consecuencias” es la noticia de una reconciliación.
2. Tres sendas al claro
Xavier Rodríguez ha publicado cuatro poemarios: “Suburbio y lejania” (2012), “La vida enorme” (2017), “El ocio nocturno de los pájaros” (2021) y, a finales del año pasado, “Las consecuencias”. He releído “Las consecuencias”, semanas después de su impresión. He releído sus libros anteriores. Me planteé hacer una lectura global de los cuatro; he abandonado la idea. Aquí solo hablaré de “Las consecuencias”. Sin embargo, tendré que referirme a esos libros en más de una ocasión, sobre todo a “La vida enorme”: leo allí anunciada una vocación que se cumple en su último libro. Esto ya desvela el efecto que la lectura de “Las consecuencias” ha tenido en mí. Si hay elementos que me parecen centros de gravedad del libro es porque mi atención se ha arremolinado en torno a ellos. Otros han podido internarse por otros poemas como por calles hondas mejor de lo que he podido hacer yo.
Para Xavier, cada uno de sus libros ha tenido que ser algo así como un piso que cierra y donde nadie volverá a vivir. El contorno de una época, el testimonio de lo entendido y lo incomprendido (lean “Art poétique”, en “La vida enorme”). Él, que en lo privado menciona a menudo la necesidad de la compasión y de restañar la herida (la expresión es suya), podría estar de acuerdo con la función restauradora de la escritura de la poesía. Y de su lectura.
En pocas palabras, he aquí lo que he leído en “Las consecuencias”: adulto y niño, experiencia y anhelo, se encuentran en un territorio intermedio, y se dan la paz. Dolor y júbilo, suburbio y centro, bajan a buscar su fuente común.
Tres sendas distintas nos llevarán a un común claro en el bosque: el descanso, el fin de la gracia, la necesidad de vivir.
3. El descanso
No todas las piezas de un poemario están sometidas a un impulso común. Pero todas crecen en el subsuelo común de la atención del autor en el período de su composición. Y los suelos cambian lentamente. Por eso, encontramos temáticas que ya han aparecido en los libros anteriores de Xavier Rodríguez: aparece su ciudad, Barcelona, que es no es ni un domicilio ni solo trasfondo; hay estatuas que visten túnicas de moho; hay pájaros que conquistan el espacio y olvidan al momento la necesidad de retenerlo; hay quien los mira; hay una soledad que tiembla de frío; está París, una especie de santuario para cierta genealogía de poetas; y está la salutación del poeta a poetas que le precedieron. Entre otras cosas.
Pero, si bien el suelo no es completamente distinto, tampoco es exactamente igual. Hay un ajuste de la mirada. Lo vivido se ha decantado. En cierto modo, hay una mayor transparencia, aunque los sedimentos están al fondo de la vasija. Allí seguirán, tal vez, al cabo de los años.
Un ajuste de la mirada no es solo una cuestión de precisión en la expresión. Tiene las mismas consecuencias que un hueso ligeramente desplazado y, por fin, recolocado en la articulación del modo que corresponde. O como una receta con la que experimentamos hasta que algo en el sabor nos hace detenernos.
Entonces, ¿qué es lo que ha cambiado? Decirlo no es fácil. Tal vez, el ejemplo más accesible sea el de la ciudad, Barcelona. Antes observada desde los bordes elevados de las afueras, ahora se contempla, sobre todo, desde su centro. Puede compararse “Blues del puente de Vallcarca” en “El ocio nocturno…” con numerosas líneas de “Las consecuencias” en las que se camina por grandes avenidas, se atraviesa la Plaza Urquinaona, o en las que se asoma de noche a la terraza y ve Montjuic frente a sí.
Los suburbios han cedido al centro; no me queda tan claro que la lejanía haya cedido a la proximidad. Antes, un enamorado en la lejanía, como los caballeros medievales: ahora, una especie de vigilante en la clandestinidad. Un forastero intramuros. Borges decía que, en su juventud, buscaba los arrabales, la medianoche y la desdicha, y que en su madurez le atraían el centro, el mediodía y la serenidad. ¿Hay aquí algo de eso? ¿O es como el cumplimiento de un deseo que nos desconcierta por lo poco que se parece a lo que esperábamos de él?
Ese ajuste, ese situarse de forma distinta a los elementos del mundo que lo reclaman, y frente a la reclamación que se les hacía, es lo que intento expresar.
En mi lectura, ese buscar un asiento distinto, se hace sobre todo evidente si comparo “Regreso”, un poema de dos líneas que a muchos nos maravilló en “La vida enorme” que dice
El hombre regresa al niño,
y el pájaro al heraldo.
con “Los bosques de enero”, un poema de “Las consecuencias” que se me presenta como la versión extendida de aquel y que, en uno de los puntos culminantes del poemario, declara con la voz llena de piedad
Hoy quiero decirte
Que puedes descansar.
A esta vocación me refería antes: el hombre y su conocimiento, que es a veces desilusión, se vuelven al niño cuya inocencia presagiaba un futuro que no ha llegado. Si Wordsworth (uno de los padres fundadores de la modernidad poética) decía que el niño es padre del hombre, aquí el hombre acoge, sin lucha ni amargura, al niño y su mañana eternamente radiante. La inocencia desiste, por fin, de ser premonitoria.
Carlos Robles dijo, en el epílogo a “La vida enorme”, que este era un libro femenino y orientado al futuro, mientras que “Suburbio y lejanía” era masculino y vuelto al pasado. “Las consecuencias”, tal vez, se sitúa más allá de esos polos: un hombre infundido de compasión se hace cargo de la posteridad. Posteridad, que no es lo mismo que el futuro: la posteridad es el futuro arrasado por la decepción o desfigurado por el triunfo.
4. El fin de la gracia
Esta posible brújula de lectura no es la única, ni pretendo que sea la mejor orientada. Solo puedo decir que ha guiado mi paso, como paneles que se deslizan y nos llevar a otras estancias a través de pasadizos secretos. Con su acierto y su error, seguimos. El descanso que hemos visto ofrecido es correlativo a la admisión de una desilusión. Sobre este reconocimiento, hay tres momentos que centellean entre libros, como almenaras. Uno es una cita de Valente[i]: ““Haber llevado el fuego un solo instante/razón nos da de la esperanza”. Otro es “Friedrich Hölderlin rememora un episodio de su infancia”[ii]: “Debería haber muerto entonces, allí, en aquel parque…” El último es “Los ríos amarillos”[iii]: “Un hombre debería morir / tras perder la gracia”.
Xavier Rodríguez se plantea aquí el momento culminante de la gracia, del éxtasis estético, de la plenitud del amor. Un momento que parece condensar el resplandor de la dicha, la exaltación, el aire de la cumbre. Lo que parecía ser la realización de la inocencia. ¿Ya se va, ya se atenúa esta luz? Si tuviéramos la certeza de que no volveremos a ser deslumbrados así, nos dejaríamos deshacer por el viento. Nos iríamos como un remolino de polvo antes de que pasara el momento prodigioso. Pero nunca lo sabemos. Ni sabemos si la gracia volverá de un modo secreto. La carne está armada de la voluntad de proseguir [iv], y el espíritu se ilusiona con un nuevo asalto de la alegría.
El “puedes ya descansar” de antes corre en paralelo a esta especie de vaivén entre el desencanto y la memoria cálida del fuego. Es la resolución del pulso; o no hay resolución sino solo descanso en la lucha. Por un lado, tenemos el otorgamiento del descanso, que es también la liberación de la búsqueda de la plenitud; por otro, está el sinsabor de tener una cima a la espalda, y a los pies, una pendiente que desciende. O eso parece.
Pero ya que el cuerpo está prendido del afán por continuar, tratemos de vivir (lo dice Valéry en “El cementerio marino”, tan admirado por Xavier).
5. Tratemos de vivir
Concluimos esta aproximación a “Las consecuencias”. Hay dispersas, a lo largo de sus poemas, astillas de ars vivendi. Como sin ser consciente, o con la discreción con que se sale de una habitación cuando el enfermo se ha dormido, se dice a sí mismo: “No estar abierto siempre. / Una ventana / mal ajustada deja pasar / demasiada realidad” (“Luces de Navidad”), un recordatorio de regresar a menudo a una interioridad protectora. Aún más poderosamente, y casi contradictoriamente, en la pieza final de la segunda parte, este relámpago: “Hazte a un lado / para poderlo contemplar”. Estas dos líneas, que evocan -a mis ojos- a Simone Weil y a la meditación budista, resumen con destreza encomiable la idea de que solo desinflamando el yo se aclarará la visión. Desinflamando la ilusión y el engaño, el resentimiento y la amargura.
Las dos citas podrían ser poemas completos, casi aforismos. Pero el hecho de que formen parte de un poema -orgánicamente, no una incrustación- nos deja ver cierto recelo de ser demasiado lapidario.
Si no me equivoco, esas tres sendas se apoyan la una en la otra: la paz con el niño que fue heraldo, la admisión de que la gracia parece haberse apagado, y las estrategias para remontar el tiempo que sigue. Se apoyan hasta el punto de confundirse: tal vez la estrategia sea la paz, y la paz sea nueva gracia.
Esta serenidad intermitente en la actitud, que alcanza también al estilo. Poemas verticales, menos dados a la longitud de la oda. El tono, a menudo conversacional, con el frescor del agua frente a la sed, con la nobleza del pespunte y la hospitalidad de la penumbra. La falta de énfasis que permite abrirse la insinuación. Falta de énfasis que hace que las metáforas casi no lo parezcan, que las incursiones en cierto surrealismo se aborden con naturalidad.
En todo caso, aquí está, listo para ser desbrozado por la lectura de cada cual, este poemario de Xavier Rodríguez. Se me antoja el mejor de los suyos. Releerlo ha sido confirmarlo.
Dicho todo ya, quizá pueda encomendar la despedida a Valente:
Cuando ya no nos queda nada,
el vacío de no quedar
podría ser al cabo inútil y perfecto.
[i] Encabeza “La vida enorme”
[ii] En “El ocio nocturno de los pájaros”
[iii] En “Las consecuencias”
[iv] Sugiero leer “El bosque de la carne”: no se puede salir sin desgarro de la maleza del cuerpo.
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