«Describe lo que vayas descubriendo en conclusiones breves» –decía San Agustín en sus Soliloquios– «y no te inquietes por lo que pida una masa de lectores». Aquí tenemos un libro que le encantaría al de Hipona. Cumple las premisas: descubrimientos, descritos en las conclusiones breves y versos sueltos que conforman este poemario, como otras propuestas de su autora, ya con un largo recorrido poético en el panorama literario de Córdoba. Y aunque este libro tenga tanto que ver con esa ciudad Córdoba y sus poetas, nada en él tiene que ver con las propuestas poéticas al uso, ni con las nuevas corrientes de sappai, senryo o haiku, aunque sí compile la carga reflexiva y visual que a estos se les exige, la concesión, la concreción y la precisión o la correlación del espacio físico y el espiritual en rodea a la autora.
En Horario de vuelta (Cántico, 2021) cada palabra, cada verso, destila rotundidad, formando a la vez un puente que forma el camino entre dos puntos imprescindibles: la fusión entre la libertad de lo externo y la prisión interna (eso que algunos llaman “conciencia”) de la poeta. El resultado final es una concatenación de poemas que van conformando un todo armónico. Como el círculo que deja la piedra al caer sobre el agua, golpean e irradian hacia la unidad que transciende a la página siguiente, conformado un peculiar discurso sólido, a lo largo de los 118 poemas que contiene.
Poemas singulares y minimalistas, con una fuerte carga emocional y sin contención; síntesis iluminadora, flashes de un tiempo largo y concreto, de los “días traslúcidos en que todo es presente”, días y fechas que comienzan adivinándose desde los primeros versos…
Espadañas, grullas, Campo de la Verdad, arcángeles y celosías… nos sumergen en los contrastes y lo cotidiano que produjo, en lo ético y lo estético, la hecatombe; percepciones que Carmela Cuello recoge y recicla, rumia, sintetiza y vuelve de nuevo al origen: la imagen, revestida ya con la fuerza de la palabra desnuda, mínima, cargada de simbolismo: Hoy han desinfectado la calleja. / Huele a matarratas.
Otra veces el objeto llega al mundo de lo onírico y va acortando distancias, desde la evocación de lo lejano, lo soñado y lo imaginado (rayano a veces en lo aparentemente perdido) atrayéndolos hasta la percepción de lo intimista, lo doméstico y lo cotidiano. Todo poema es una búsqueda, como en los nocturnos de Alejandra Pizarnik cuando describía: signos en los muros / narran la bella lejanía... Pero en Carmela Cuello la nostalgia se adivina, se intuye. Sólo eso. Porque no existen idealidades ni adjetivos altisonantes, la mínima intromisión de subterfugios ni hojarasca, y sigue manteniendo ese ritmo hasta el final, por “caminos de girasoles” que buscan el sol.
Un poemario sentidamente crudo que nos sumerge en aquel “silencio de vísperas o pozo”, “incierto sendero” y “guantes de látex”, paseándonos por “salidas clandestinas”, espacios comunes que sugieren o hablan de la intromisión y encierro, las prohibiciones, la angustia de cuando “el azahar estaba lejos”, de la desolación repentina, de nuestras sombras de interior… también del recreo para esas calles que respiraban soledad, para sus pájaros (esclarecedora la cita de Leopoldo Luis Panero)… La imagen está en ella, la atrae, la digiere y la muestra, consiguiendo una sorprendente unidad de efecto en cada verso: un relámpago que, en dos palabras, expresa la soledad, la inquietud, el desamparo, el recuerdo, las sensaciones… Horario de vuelta, transciende a circunstancias y sensaciones comunes y universales, en el sentir y sentirse en el entorno y en lo inaccesible.
Atraerlo, rumiarlo y mostrarlo en verso libre, tamizarlo hasta la mínima expresión y, desde una poética de la contemplación simbolista, ofrecer su visión peculiar, su forma, su concepto de lo esencial en una de las expresiones de la poesía del silencio más inquietantes de los últimos años.
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