Construcción de una reseña sobre “El ausente” de José Ángel Cilleruelo
No puedo decir que «El Ausente: Cien autorretratos» de José Ángel Cilleruelo sea una obra maestra. La expresión “una obra maestra” encuentra su hábitat natural en las fajas que encorsetan los libros con sobrepeso. Así que no, no es una obra maestra. Pero sí es una obra literaria, con todo el peso de la palabra literatura. Un peso, además, perfectamente repartido. Cilleruelo es un obrero maestro, un trabajador de la construcción poética que edifica en «El ausente» un poemario no solo enorme, si no perfectamente cimentado, la conjunción perfecta entre un arquitecto y un técnico de estructuras ejerciendo de aparejadores de versos.
He de decir que para el análisis de este libro he contado con los comentarios de un conjunto de poetas que leyeron el libro al mismo tiempo que yo. Supongo que a un grupo de lectores se les sincroniza la subjetividad, quizás un crítico siempre debería asistir a un club de lectura para retratarse o autorretratarse o verse ausente de su labor de crítico. Pero dejemos esto a parte.
Vamos a ponernos manos a la obra:
El trabajo de Cillerruelo en El ausente esta muy bien cimentado sobre varios pilares y vigas maestras.
1er Cimiento: Autorretratos de Gerard Richter
El punto de partida es el libro del pintor Alemán Gerhard Richter “100 autorretratos” que recoge cien variaciones en forma de autorretrato. La constante experimentación es el principal rasgo de la pintura de Richter, convencido de que abstracción y figuración son lenguajes igualmente necesarios.
En realidad, el libro de Richter no contiene autorretratos sino versiones de una fotografía suya de perfil, es un observarse a si mismo. Siempre él mismo, pero siempre diferente, marcando su propia incomprensión. José Ángel Cilleruelo se sustenta en esta idea escribiendo en su obra cien poemas como cien autorretratos. El mismo poema que cada día sea diferente. Al ritmo que le marcan los dibujos de Richter.
El resultado es El ausente, una interlocución permanente con el libro de Richter, aunque funcione por sí mismo.
«Soy, de perfil, una nariz inacabada. Desde atrás, un círculo de alopecia. El tiempo que erosiona la roca, qué no hará con el rostro. De ojos cerrados es como mejor me veo mirarme, pero no siempre los cierro ante el espejo, que ha aprendido, en la academia de la técnica, a fijar el trazo y la precisión en los colores.»
2º Cimiento: Cien poemas.
El propio Richter le va a dar la medida de la longitud del poemario. Cien poemas, como los cien autorretratos. Sumergirse en la lectura de estos cien poemas en prosa que apenas ocupan media página puede parecer una tarea fácil. Pero sin embargo resulta agitadora gracias a la tensión narrativa que se percibe en todos y cada uno de ellos. Ninguno de los fragmentos destaca sobre los demás, no hay un momento de brillo exagerado en la escritura. La sensación es que han sido creados uno tras otro sin descanso. Una intensidad en la conexión con la escritura que se transmite al lector y que produce un fluir de la prosa poética sin altibajos y alcanza un nivel de expresividad notablemete alto. Y este número, cien, no es azaroso, si no una especie de medida aurea sobre la que va a elevarse también otro de los cimientos de esta construcción.
3er Cimiento: Cien palabras, un soneto derretido.
Cuando uno lleva cinco o seis poemas leídos empieza a percibir que todos tienen una longitud similar. Resulta fácil caer en la tentación de contar las palabras y averiguar que todos los fragmentos se componen por el mismo número de palabras. Cilleruelo ha utilizado una métrica para sus poemas en prosa, cien palabras.
No es la primera vez que experimenta con esta métrica. En el prólogo de su libro de 2011 Vitrina de Charcos, Cilleruelo habla sobre el interés de escribir poemas en prosa de cien palabras, lo que queda de un soneto derretido:
«La mayoría de los poemas que se escribieron en el Siglo de Oro estaban compuestos exactamente por 154 sílabas. […] Desde el Siglo de Oro la escritura ha sufrido la erosión que siempre impone el paso del tiempo. Y cada poeta interpreta esas pérdidas a su manera. Durante años —y tres libros— creí ver en el soneto blanco la manera de mantener en pie el sueño de las 154 sílabas. Una mañana, al abrir la nevera de la tradición, con pasmo descubrí en el fondo un charquito de palabras. Las 154 sílabas se me habían descongelado. […] Al descongelarse las 154 sílabas de un soneto, como el líquido ocupa más espacio que el sólido, comprobé que el charco que quedaba tenía exactamente cien palabras.»
Esta obra no tiene pinta que se vaya a tambalear, pero, por si las dudas, el autor ha dejado justo en la mitad, en el poema 51, unas instrucciones de uso de su métrica:
«Soy cien trazos. La métrica de un instante. Una mirada en el momento de cerrar los ojos y pensarse frente a lo que ha visto. Pero cuando los abro, desconozco las líneas en las que me había reconocido y que solo puedo reproducir a ciegas. Únicamente sin verme hablo de mí en las frases que hilvanan imágenes del cesto que al volcarse esparció los frutos por las losas. Cien rayas. Un cuadrilátero. Donde se revuelven y se zarandean unas a otras, se tachan. Lo escrito raspan, lo certero aturden. Dos púgiles, cada uno frente a su propia violencia. Cien palabras.»
4º cimiento: El campo semántico
Parece haber una capa de veladura por todo el texto que uniforma los poemas que hace que ningún brillo no deseado haga que la vista se vaya detrás de alguno de los fragmentos en concreto. ¿Es quizás, todo el libro un solo poema en el que cada fragmento de 100 palabras en uno de sus versos? ¿Un poema de 100 versos de 100 palabras? La causa es el campo semántico elegido. Sombra, luz. Mucha presencia de los pictórico. El autor parece no querer esconder que ha partido de la obra de Richter y no quiere perder el punto de vista que le proporciona el autorretrato y la serie. Porque un autorretrato es sobre todo eso, un punto de vista. Al léxico propio de las artes plástica le acompaña un desbordamiento de imágenes asentadas en objetos y lugares pequeños o sencillos.Los autorretratos de Richter también tiran hacia lo sencillo. Hacia el carboncillo, el blanco y negro, el bosquejo. Los poemas de El ausente diluyen el yo en el buey, en el cuerpo, en la brizna, en el andén. Unas imágenes que son una manera de significar más que discursiva.
Una viga maestra: El poema número cien.
Los cuatro cimientos de esta obra están cruzados y asegurados por una viga maestra. El último poema. El cien. En la lectura es fácil percibir que, aunque los fragmentos van numerados en vez de titulados la primera frase de cada uno de ellos actúa a modo de título. (Ayuda también la tipografía en cursiva). Esa primera frase está compuesta por una sola palabra. Esto lleva al lector (probablemente con anticipación a leer el último poema, el número cien y comprobar que, efectivamente está compuesto por las 99 palabras en orden de los fragmentos que le precedente más (de forma lógica) la primera palabra de nuevo.
100
«Soy yo. Tachadura solo, hemorragia, desplome. Desconcertada sombra. Soy. Io solo. Argucia, reloj, tránsito. Embriagado lugar. Soy yo. Solo. Nadie, espejo, diermo. Desdibujada luz cualquiera. Soy yo. Solo deseo, borbotón, Iluvia. Inocuo cauce. Soy. Yo solo. Canción, carta, estridencia. Umbría desarbolada. Soy yo. Solo. Espejismo, pálpito, desinencia. Áptera sombra. Nadie. Soy yo. Dictado solo, techumbre, intemperie. Taciturna espera. Soy. Yo solo. Veladura, espasmo, grieta. Temblor sombrio. Soy yo solo. Cuaderno, maraña, niebla. Destemplado cuerpo. Cautivo. Soy yo. Soledad, solo penumbra, duelo. Extenuada luz. Soy. Yo ensimismado. Lluvia, ocaso, vértebra. Somnolienta espera. Soy. Brizna. Yo. Arenisca solo. Árboles azules. Yo soy.»
Según cuenta el autor, el proceso comenzó escribiendo tres autorretratos, pensando que la idea que se la habçia ocurrido no va a ser posible llevarla a cabo. A los porcos poemas se da cueta de que, sin premeditarlo, ha empezado todos los poemas con una frase que es solo una palabra y es entonces cuando decide hacer el último poema, que desde ese momento le va a servir de línea de vida, de viga maestra para conducir el resto de la creación del poemario.
El contenido presente en el ausente
Quizás tanto ahblar de la forma nos haga desviarnos del contenido ¿De que ha llenado José Ángel Cilluero esta edificación? La ha llenado de ausencia. De la ausencia de sí mismo. Una ausencia que es reflejo del yo dentro del mundo, de la sociedad en la que se encuentra. En la que se ve, pero no se refleja. De esta forma, como señala la poeta Elia Quiñones, los pasajes están lleno de lugares vacíos, estaciones de tren con los rótulos de información apagados, playas sin bañistas, “a esa suma de interpretes se le denomina silencio.”
El ausente indaga sobre el espacio y el lenguaje que deja el yo. Se trata de una composición imaginativa entre escenas cotidianas y la disolución en las cosas. Al principio del libro se cita al escultor Juan Muñoz: “La única manera de llegar a las cosas es la ausencia”. O que las cosas hablen a través de ti. Y este es quizás el gran valor del libro. Una indagación profunda en el ser, el yo y la relación física y política con lo que le rodea asentado en unos cimientos literarios firmes y convincentes.
Muy acertadamente, la poeta Lola Irún recuerda el epílogo de El Hacedor de Borges.
«Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.» Epilogo de El Hacedor de Borges.
José Ángel Cilleruelo hace justo lo contrario: llena el libro de continentes, montañas, campos, estaciones, insectos, etc. para ausentarse, para deshacerse. Llena el papel de universos para desdibujarse.
Es posible que el objetivo fundamental de un crítico o reseñista honesto en estos tiempos digitalmente ruidosos sea el de localizar el talento literario y mostrárselo a los lectores. Antes de redactar este texto, he buscado sin éxito, reseñas de la novela en las páginas literarias de internet. No he encontrado ninguna. Las menciones en perfiles de redes sociales de liberias y otros escritores de El Ausente son mínimas. (Apenas un video hablando sobre esta obra del librero y poeta vasco Juan Manuel Uría y poco más). Así que el objetivo de esta reseña es el de enmendar la ausencia de este mayúsculo poemario en la prensa cultural.
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