“mortal», de Jorge García Torrego, no es exactamente un poemario sobre el momento de la muerte sino sobre nuestra condición pasajera. La cuenta atrás que late en los recovecos del cuerpo. En la línea de lo que diría Epicuro, el mundo es cuerpo. Nosotros también lo somos, y habrá un momento que vendrá y ahuyentará a la bandada de moléculas que nos forman.
Escribir puede ser, con todo derecho, un ejercicio espiritual; como puede serlo leer. El fruto de ambos es desbrozar la propia maleza. Escribir este libro, probablemente, haya sido una ascesis, y la aceptación de la mortalidad supura palabras. Leerlo es otra cosa, y cada cual tendrá su calzado para ello.
Esta reseña estuvo a punto de titularse “Saco de huesos”: los huesos son el viajero no tan secreto de las tres partes en que se divide “mortal”, de Jorge García Torrego. La segunda parte del libro lleva su nombre: “Hueso”, en singular. Pero tanto en la primera, “Piel”, como en la tercera, “∅” (el conjunto vacío de las matemáticas), los huesos comparecen continuamente. Y es muy posible que entre la primera mención a los huesos (“Soy la muerte y mi paciencia llena de sombre el mundo / y lo sostiene”) y la última, al mismo borde del final (“los huesos mordidos por la angustia”) haya algo parecido a un trayecto hacia la aceptación de la desaparición: un temblor final del que ni los huesos se libran.
Al leerlo, no he podido evitar acordarme de un poema de Aleixandre, “Mano entregada”, en el que el poeta malagueño dice algo que se me antoja muy injusto: “sé que solo el hueso rehúsa mi amor”. Que el hueso sea rígido y seco no me parece contrario al amor, como tampoco me parece opuesta al sueño la vigilia del centinela.
Pero estoy yendo demasiado deprisa. “mortal” son sesenta y un poemas, distribuidos en las tres partes referidas antes, y numerados del 60 al 0. Una cuenta atrás; un descenso paulatinas desde las gradas superiores hasta el escenario donde se celebra su misterio.
Bien distintos a los poemas de Aleixandre, los de García Torrego me los ha recordado, sin embargo. Como en él, sobresale la importancia de la materialidad del cuerpo, ese espejo sobre el que se cierne la neblina de un aliento. Hay también algo de la actitud de Françoise Ponge y su “De parte de la materia”: el mundo levanta oleadas de materia, que se embisten, se desgastan y se desploman.
No afirmo que esta sea la clave verdadera de “mortal”. Son solo algunas de las evocaciones que me han despertado. Para refrendarlas, sugiero leer, por ejemplo, en el poema 14: “el desgaste en los objetos, el calor de unas manos / el calor en los objetos, el desgaste de unas manos”, en cuya entropía naufragan los cuerpos que creemos no animados, y también los humanos. La caricia es erosión, pero lo humano es ser gastado lentamente por el contacto de manos humanas.
Líneas atrás me refería a la celebración final de un misterio. ¿Misterio, en un libro materialista? Sí. A pesar de la importancia capital que se da aquí al cuerpo, a la materialidad de nuestra existencia, el autor no puede escaparse al aguijón de buscar donde no hay ya formas. Leemos, en el poema 47:
“Un territorio virgen en el centro de la selva que me mantiene en pie
Me dice que no soy este derrumbe que pretende ahogarlo todo”
Y aún más elocuentemente, en el poema 35:
“Me busco detrás de los espejos
Donde su agua se mancha de sal y barro
Y nada crece”
En otras manos, esa indagación sería el testimonio de lo trascendente. No aquí: tras el final, no hay nada. El pie fundido de una vela cuya mecha se ha acabado, o un gesto que no hizo mella en el mundo. Todo acaba, quedan ecos cuando la garganta ya calla, y de la lluvia de ayer persisten unos cuantos charcos. Luego todo recomenzará: así, el poema 28, “Zoo”, plantea la curiosidad por “tirar de nuevo los dados del ser”.
Pero no hay cinismo ni desesperación. Para mi sorpresa, son contados los poemas en los que aparece una interlocución clara a un otro (quizá mi sorpresa no tenga razón: morir debe de ser personal, incomunicable). Son pocos, pero relevantes al aclarar que la llama del “tú” amortigua el dolor del “yo”: “en el amor pretendo un ancla y un habitar la pulpa” (41) o “dejo de ser yerba para ser yesca” (29). Hasta que en “∅”, el cierre del libro y seguramente la parte más lograda del poemario, se libera la energía retenida en las dos primeras: hay una serena afirmación del estar aquí, en poemas cuya brevedad explota con más claridad la veta parcialmente surrealista del lenguaje, las imágenes que -modificadas- van y vienen. Entonces, la desembocadura (a la sombra del verso más célebre de Quevedo al que durante todo el libro parecía resistirse) en el puñado de pólvora caliente del haber vivido.
Oficios para un mundo nuevo
Iremos a robar piedras al desconsuelo,
A desarmarlo,
Entraremos de noche en la piscina municipal de la pena,
Rescataremos ilusiones antiguas, ahogadas por el óxido.
Cultivaremos la lluvia para hacer crecer ríos y estanques de saliva,
Descubriremos ventanas, las liberaremos de su esclavitud de muro,
Dejaremos que vuelen,
Que sean las gafas de una nube o un nuevo tipo de ave migratoria.
En noches de vigilia, de vela y tienda de campaña,
Saldremos a buscar relámpagos,
Dejaremos un campo de silencio para que aterrice
Y cuando llegue guardaremos su lanza en un bolsillo del pecho,
No querremos ensillarlo ni aprender su idioma
Tan solo compartir su látigo de milagro,
Poner en nuestras vidas una exclamación posible.
Título: “mortal”
Autor: Jorge García Torrego
Publicación: diciembre 2023
Editorial: Lastura
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