Nietzsche se jubiló muy pronto de su carrera de profesor, con tan solo 35 años, y debido a su mala salud. A esa mala salud, y a su existencia itinerante y de medios muy modestos se atribuye a veces que su obra sea poco estructurada y carente de la arquitectura de las obras de otros. Si fue por esos motivos, no lo es menos por su deseo de rehuir sistemas como los de Kant y Hegeli, que debieron de parecerle equivalentes a poner herraduras de hormigón a un purasangre: él, que dijo que no concebía a un dios que no bailara, tendía a darle a todo la profundidad de lo leve. Todo esto sin olvidar que, hacia el final de su vida pensante, su obra se estaba agrupando ya en torno a la voluntad de poder, que parecía el punto de fuga que daba perspectiva a sus trabajos anteriores.
Por los motivos que sea, Nietzsche escribió con frecuencia aforismos y reflexiones breves. Siempre de gran sentido literario: para él, la lengua alemana había caído en una blandura expresiva después de Goethe, el último alemán al que respetaba más o menos completamente, ya que a Schopenhauer, como a casi todo, lo miraba con admiración a media asta. Como poco, Nietzsche fue un excelente escritor, y su afán de claridad conseguida pueden hacer que nos traguemos lo que dice sin cuestionarlo, o bien que lo demos por banal precisamente porque el pensamiento está tan pulido y no se nos resisteii.
Aforismos, entonces, semejantes a un golpe de florete cuya lengua fría se nos mete en la carne en un zigzag: no sabemos si nos ha herido o no. Igual que decía Wittgenstein que prefería que pusieran en cuestión radicalmente sus ideas a tener que perder el tiempo haciendo matizaciones secundarias, a veces, estos estallidos filosóficos de Nietzsche tienen efecto demoledor retardado: sin elaboración, incluso sin creer más que a medias en sí mismos, se confían a la memoria y a la honestidad de quien los lee. Más parecidos a un vecino pesado que a la crecida de un río.
La sección cuarta de “Más allá del bien y del mal”, “Sentencias e interludios”, es un muestrario del mejor Nietzsche aforista. Comento a menudo con un amigo lo que expone Alois Haas: que el posmodernismo es tanto un callejón sin salida como una apertura a lo absoluto. Estoy seguro de que Nietzsche rechazaría de plano que alguien, yo mismo, usara la facultad crítica de sus aforismos en una dirección que él no aprobaría. Pero eso es una cuestión suya, no mía. No soy su seguidor ni heredero suyo. Le reconozco, eso sí y no es poco, que es un buzo que nos conduce a las profundidades, pero me reservo el derecho a no experimentar en la profundidad la conversión que él dicteiii.
Pienso, por ejemplo, en el aforismo 67 (todos los párrafos o fragmentos de las secciones anteriores están numerados; el primero de “Sentencias e interludios” es el 63): “El amor a uno solo es una barbarie, pues se practica a costa de todos los demás. También el amor a Dios”. La honestidad que impone es brutal; algunos podrían entender que se intenta aniquilar la posibilidad real del amor –si es que sabemos qué es eso-, o bien que lo que se dice es que o se ama todo o no se ama nada, el santo decir sí de Zaratustra. Decía José María Valverde que hay textos en los que resulta difícil distinguir a Nietzsche de Kierkegaard; este podría ser uno de ellos.
Otro me viene a la cabeza -a menudo, tarde- cuando, durante o después de una clase, compruebo que me he dejado llevar por la tentación de lo abstracto. Nietzsche, que también fue profesor, tiene una idea clara sobre la enseñanza: “Cuanto más abstracta sea la verdad que quieres enseñar, tanto más tienes que atraer hacia ella incluso a los sentidos” (128)iv
Otro mira a Heráclito, con un ojo, y anticipa a Freud, con el otro, y redescubre que uno es profeta de sí mismo: “Si uno tiene carácter, también tiene una vivencia típica y propia, que retorna siempre” (70).
O cuando coloca el endurecimiento de las entrañas como hecho más grave que una falla moral: “No el que tú me hayas mentido, sino el que yo ya no te crea a ti, eso es lo que me ha hecho estremecer.” (183)
Aquí, se quiere desdramatizar la vida y darle la ligereza de un globo que flota y tarda en volver a las manos: “Madurez del hombre adulto: significa haber reencontrado la seriedad que de niño tenía al jugar” (94) Aunque parece haber tenido algún contacto con el Vedanta, no sé si Nietzsche conoció el concepto védico de lila: el juego, el juego de la vida, de las reencarnaciones, de Brahmán que quiere conocerse a sí mismo y por ello se oculta. Sin ir tan lejos, ese aforismo contiene toda una propuesta de conocimiento y vida.
Nietzsche era un gran caminante y solo daba valor a “los pensamientos caminados”. Así que acabo ya, pues solo quería invitar a ponerse estas ideas en la cabeza, ese sabor en la boca, y esos zapatos en los pies, para después de leer salir a pensar, sentir, caminar. Tal vez, a desechar el pensamiento, o a dejarse afectar por él de una manera imprevisible. Acabo con este, que busca dinamitar el paisaje conceptual de lo moral, y tal vez alguno más, y me deja siempre sumido en un profundo desconcierto: “Lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal” (153).
i “Yo me aparto de todos los sistemáticos”, dice en “El crepúsculo de los ídolos”
ii Que no se nos resiste en lo intelectual: si algo busca, constantemente, es la resistencia, es encontrar aquello de lo que no queremos dudar ni tampoco desprendernos.
iii En “Hacia un saber sobre el alma”, María Zambrano le reprocha (en mi opinión, con motivo) que no apurara hasta el fondo las consecuencias de su crítica.
ivEn “El crepúsculo de los ídolos”, “Lo que los alemanes están perdiendo”, los fragmentos 5 y 6 dan unas ideas muy sencillas y útiles sobre pedagogía
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