2018 será el año de la confirmación de dos cambios que han llegado para quedarse en el mundo de la música occidental: el de la pujanza de la música electrónica y afro entre la juventud y el del descubrimiento (extremadamente tardío) por parte de la industria musical del potencial comercial de multitud de mujeres que ya tenían o empezaban a tener una carrera y que ahora empiezan a tener visibilidad. Las guitarras ceden ante el flow y el ordenador y son las mujeres el presente y futuro (de guitarras, flow y ordenador).
Terminamos el año sin grandes cambios a nivel corporativo: Spotify (a pesar de su muy mejorable gestión y ya no digamos su distribución de ingresos) y Apple siguen reinando en el streaming legal pero YouTube quiere monetizar y normalizar sus contenidos creando sus propias plataformas. Sin fusiones ni absorciones de relumbrón en lo empresarial, el vinilo sigue siendo la esperanza de la vieja industria, como certificó el nuevamente exitoso y con una desbordante oferta Record Store Day allá por abril.
Más allá de eso, la dinámica de los últimos tiempos prosigue: concentración empresarial en el mundo de la música en directo, falta generalizada de renovación en la normativa de conciertos, licencias y derechos de autor (la SGAE termina el año al borde la intervención estatal, lo que sería una muy buena noticia para una institución que necesita aire y transparencia con urgencia) y profusión de nuevas plataformas gratuitas y/o piratas, con excepciones como los Archives de Neil Young, de pago desde hace pocas semanas y que pueden ser el ejemplo a seguir: una oferta cercana al infinito para el fan, con calidad de sonido excelente y actualizada casi a diario.
Vamos al turrón. ¿En qué pensaremos cuando recordemos 2018 en unos años? Pues, sin una máquina del tiempo disponible por el momento, a uno le da que el huracán de Rosalía y el “This is America” de Childish Gambino. El #metoo y el #blacklivesmatter del pasado han dado paso al empoderamiento de mujeres y afroamericanos (este es el año también de la polémica del “nigga”, esa palabra que puede pronunciarse o no dependiendo de la raza del que la dice en voz alta), con el matiz que ya pueden cantar y rapear abiertamente sobre ese empoderamiento: “El mal querer” describe ese proceso de rechazo al control y agresividad masculinos y el descubrimiento del yo femenino, Gambino señala en su canción tanto a blancos retrógrados como a negros que quieren ser blancos en lo que a capitalismo se refiere. Por ponerlo de esta manera, la negritud y la feminidad ya hace décadas que pueblan nuestras estanterías pero es a partir de ahora que empiezan a mirar de tú a tú al modelo dominante (blanco y masculino) gracias al impulso que la industria recién les ha concedido por ver su explotación económica masiva viable y no por mero altruismo o cuestión de justicia social. Desde luego, ambos artistas no dejan de ser nuevos ejemplos de lo que un abultadísimo y multinacional presupuesto para la promoción de un artista puede producir pero negarles el pan y la sal del reconocimiento no sería justo, pues han alcanzado un éxito abrumador de público y crítica. También personifican el declive comercial del formato largo: lo de Gambino es un single suelto que ha lanzado sin pensar en ningún álbum para 2018 y en el caso de Rosalía, a pesar de la intención conceptual de “El Mal Querer”, la promoción de sus dos omnipresentes avances ha buscado más el click en plataforma virtual que no la venta del formato físico (el disco dura apenas media hora, además), pensando en el jovencísimo público que la ha aupado al olimpo.
Así pues, ¿qué ha sonado en el mundo? Cinco mujeres que hacen música negra copan las cinco primeras posiciones en la lista de mejores álbumes de The Guardian (pemítanme forzar un poco la cosa: lo de Mitski era pop de guitarras hasta ahora pero lo de este año apunta maneras un poquito más electrónicas, venga cómprenme la moto) y Rosalía reina en la mayoría de selecciones hechas por medios de alcance nacional. Hablando de aquí, la web jenesaispop ha tenido a bien hacer que las mujeres monopolicen las quince primeras posiciones de su lista, con las excepciones del pop mainstream de Troye Sivan en la séptima posición y el ruidismo electrónico de Low (recordémoslo: un matrimonio) en la decimotercera. Precisamente los de Duluth y su “Double Negative” han presidido multitud de listas con su disco más industrial y menos guitarrero en un año de consenso generalizado: junto a ellos y Rosalía (sí, estamos hablando a nivel internacional, no nos equivocamos de lista con la señorita Vila) se repiten nombres como Janelle Monáe (“Dirty Computer”), Kamasi Washington (“Heaven and Earth”), Rolling Blackouts Coastal Fever (“Hope Downs”), Spiritualized (“…And Nothing Hurt”), Cardi B (“Invasion of Privacy”), Idles (“Joy as an Act of Resistance”), Parquet Courts (“Wide Awake!”), Robyn (“Honey”), Mitski (“Be the Cowboy”), Kacey Musgraves (“Golden Hour”), Snail Mail (“Lush”), U.S. Girls (“In a Poem Untitled”), Neko Case (“Hell-On”), Courtney Barnett (“Tell Me How You Really Feel”), Kurt Vile (“Bottle It In”), Jeff Tweedy (“WARM”), Arctic Monkeys (“Tranquility Base Hotel & Casino”), Christine and the Queens (“Chris”), Anna Calvi (“Hunter”), Lucy Dacus (“Historian”), Pusha T (“Daytona”) y Let’s Eat Grandma (“I’m All Ears”). Este es, sin orden alguno, el consenso generalizado entre la crítica anglosajona de lo que ha dado de sí 2018.
Como siempre, uno está tentado de añadir más nombres que reflejen lo que ha ocupado sus orejas y corazoncito estos últimos meses: ahí van Field Music (con “Open Here” la influencia de Peter Gabriel se hace más patente), Amy Rigby (“The Old Guys” no ha aparecido en ninguna lista de lo mejor del año que haya podido leer: injusto), Rosali Middleman (elegantísimo su “Trouble Anyway”), Tash Sultana (libérrimo su “Flow State”), Jacob Collier (el niño prodigio del pop-jazz actual se muestra ambicioso pero también disperso: es innegable su pericia instrumental y su domino de la armonía, pero la megalomanía acecha en el muy aplaudible “Djesse Vol.1”), Marianne Faithfull (todavía relevante y acompañada por grandes compositores en “Negative Capability”), Elvis Costello (su recopilación de temas para musicales cancelados “Look Now” es sorprendentemente homogénea gracias al buen hacer de sus Imposters), Jess Williamson (neo-hippy sin pasarse en “Cosmic Wink”), Paul McCartney (“Egypt Station” es un disco con cuatro grandes canciones, lo que es mucho decir para lo que “grande” significa en este caso), Stephen Malkmus (retorno a su mejor forma, lo que significa que pocos pueden toserle a las seis cuerdas, como atestigua “Sparkle Hard”), The Lemon Twigs (ya un poco menos jóvenes pero todavía bendecidos por su talento instrumental de aires 60 y 70 en su conceptual “Go To School”), Jonathan Wilson (tres cuartos de lo mismo para su “Rare Birds” pero con el añadido de haber girado con Roger Waters), Neil y Liam Finn (“Lightsleeper” es un negocio padre-hijo exitoso cuanto más experimentales se ponen) y mucha clase media que ha editado discos correctos para continuar una carrera relevante: John Grant, The Good, the Bad and the Queen, The Decemberists, Okkervil River, Jake Shears, Death Cab For Cutie, Jack White, Kristin Hersh, Villagers, Franz Ferdinand, Father John Misty, Gruff Rhys, Laura Gibson y David Byrne han editado, para el que esto escribe, discos que confirman su buen hacer sin pisar nuevo terreno ni alcanzar alturas vertiginosas. ¿Directos? Uno por lado del charco: me quedo con “Home Invasion” de Steven Wilson y “Springsteen on Broadway” del Boss.
Cosecha nacional: Zahara (“Astronauta”), El Petit de Cal Eril (“▲”), Toni Saigi Tronik (“La Prinsire de la Sal”), Rocío Márquez (“Firmamento”), El Canijo de Jérez (“Manual de Jaleo”), ToteKing (“Lebron”), Christina Rosenvinge (“Un Hombre Rubio”), Els Pets (“Som”), Carles Dénia (“Cant Espiritual”), Nacho Vegas (“Violética”), Arizona Baby (“Sonora”), Coetus (“De Banda a Banda”), Maruja Limón (“Más de Ti”), Clara Peya (“Estómac”), Invisible Harvey (“No es Justo que Llegues Ahora”), La Estrella de David (“Consagración”), Soleá Morente (“Ole Lorelei”), Mayte Martin (“Tempo Rubato”), Disco Las Palmeras! (“Cálida”), Los Hermanos Cubero (“Quique Dibuja la Tristeza”), Hinds (“I Don’t Run”), Ferran Palau (“Blanc”) y Rufus T. Firefly (“Loto”) se han ganado el aplauso generalizado, el lector escoge el orden jerárquico de esos nombres. La escena psicodélica y neofolk están en crecimiento exponencial y probablemente darán todavía mejores productos ya crean conveniente o no polinizarse recíprocamente.
¿Trap? Tangana y Yung Beef parecen haber sucumbido al efecto Rosalía; habrá que cuidar esas producciones de una vez (y todo lo demás también).
Y no está de más reseñar las mejores reediciones o discos inéditos: la industria apura los últimos años del formato físico musical con auténticas golosinas para el melómano más o menos feticihista, en una nueva muestra de que lo de comprar discos es cosa de mayores de 30. “Both Directions At Once: The Lost Album” (el disco que John Coltrane grabó 18 meses antes que “A Love Supreme” y que decidió no editar), “Piano & A Microphone 1983” (Prince solo con un ingeniero de sonido y un piano en Paisley Park revisando ideas e improvisando), “Roxy: Tonight’s the Night Live 1973” y “Songs for Judy” (dos de las decenas de directos que Neil Young guarda todavía bajo llave, ambos fechados a finales de sus pletóricos años 70), “Reissues” (nueva integral canónica de Felt), “The White Album” (la marca Beatles sigue moviendo masas), “An American Treasure” (auténtico tesoro de inéditos para los fans de Tom Petty), “More Blood More Tracks” (política habitual de las reediciones dylanitas: todas, absolutamente todas, las sesiones de grabación de “Blood on the Tracks”, unos de los tótems de la carrera de Bob Dylan y su particular disco de divorcio y redefinición de su estética) o “Loving the Alien” (el exitosísimo pero presa de su época Bowie de los 80 compilado al completo en vinilo e incluso regrabado con nuevos músicos) son de lo mejorcito que ha dado este nicho (y tan nicho) de mercado.
Termino agradeciendo a Ferran Baucells y Dani Álvarez su colaboración en este artículo. Ambos tienen proyectos musicales con un presente radiante. El primero ha editado el mejor disco de sus Ran Ran Ran hasta el momento: “Ran de Mar” apuesta por los ambientes, el minimalismo y las emociones susurradas. El segundo editará este año “Libre Albedrío” con sus Venancio y los Jóvenes de Antaño y seguramente acabará 2019 entre nuestros favoritos gracias a su caleidoscópica, promiscua y disfrutable vena popular. Y a ustedes que me han leído, feliz 2019 lo escuchen como lo escuchen.
genial recopilatorio de musica https://muchotrap.com/artists/rosalia/