El pasado 10 de diciembre Magnus Carlsen se proclamó, por quinta vez consecutiva, Campeón del Mundo de ajedrez. El match por el título mundial se disputó en Dubai, con el ruso Ian Nepomniachtchi como retador.
Desde 2013, Carlsen domina el mundo del ajedrez de forma abrumadora. Ningún jugador de su generación le puede toser. Su técnica y resistencia física y psicológica son tales que muchos ya le consideran el mejor jugador de la historia.
Por eso, cuando Ian Nepomniachtchi (a partir de ahora ya le llamaremos Nepo) ganó el Torneo de Candidatos y obtuvo el derecho a retar a Carlsen, se generó una gran expectación. Nepo es conocido por su estilo creativo y agresivo; aunque también por su manifiesta inestabilidad psicológica: no sabe gestionar correctamente las emociones, juega demasiado rápido e incluso de manera impulsiva, y una derrota puede hacerlo descarrilar. Pero la esperanza de los aficionados al ajedrez era que pudieramos ver una buena versión de Nepo, un jugador centrado y agresivo, sobre todo agresivo, que puediera poner contra las cuerdas a Carlsen, y al menos ver unas cuantas partidas interesantes.
Lamentablemente, las cosas no iban a tomar ese camino.
Las primeras cinco partidas acabaron en tablas. Cinco partidas luchadas, casi perfectas, donde, como dos lobos viejos, ambos contendientes se enseñaban los dientes… pero desde lejos.
Todo indicaba que Nepo había traído su versión buena: un tipo centrado, sin prisas, dispuesto a dar la batalla. Pero ya entonces se podían ver signos de la tragedia. El azufre ya se olía en la sala.
¿Pero cuál era el problema? Lo cierto es que Nepo empleó en esas cinco primeras partidas opciones extremadamente sólidas. Nada de agresividad o creatividad. Todo lo contrario. Ese Nepo no era el que conocíamos, ¿tal vez más maduro, mejorado, más equilibrado? Parecía que sí. Con blancas eligió una Ruy López Anti-Marshall y, con negras, la Petrov, famosa por su solidez, pero también por sus pocas posibilidades para jugar a ganar. Nepo, en fin, no estaba siendo Nepo.
Claro que es muy fácil analizar todo esto a la luz de lo ocurrido después. A toro pasado todo son evidencias. Por eso mi intención no es criticar a Nepo ni a su equipo. Solo pretendo plantear algunas preguntas. Llegado un momento importante, un momento que tal vez hemos esperado toda la vida, ¿qué debemos hacer? ¿Debemos ser fieles a nosotros mismos o debemos tratar de cambiar, de adaptarnos, para maximizar nuestras posibilidades? La respuesta es compleja, al menos para mí. Me resulta interesante porque esta pregunta excede con mucho el mundo del ajedrez, y todos de alguna manera debemos responderla en nuestras vidas. Pero el ambiente de la competición condensa como una novela la esencia de la pregunta. Es muy fácil, desde el sofá de casa, clamar: «Nepo debería haber sido fiel a sí mismo y buscar opciones agresivas, arriesgar. Si acaba perdiendo, al menos lo habrá intentado a su estilo». Sí, claro, muy bonito, pero el que se está jugando el Campeonato Mundial contra la bestia parda de Carlsen es él.
Tal vez Karjakin, ayudante de Nepo para este match y antiguo retador de Carlsen, haya tenido alguna influencia en este cambio. No en vano es conocido como el Ministro de la Defensa. En cualquier caso, lo importante aquí es que Nepo eligió una estrategia conservadora.
Y así llegamos a la sexta partida. Lo que los narradores llamamos un punto de giro. El conflicto cambia de dirección y ya no hay marcha atrás para el personaje. Porque si hablamos de narrativa, Nepo, con sus debilidades tan humanas, es infinitamente más interesante que la perfección genial, también humana, de Carlsen. Nepo somos todos. Ese tipo que se equivoca, que es débil y elige ser precavido, el que pierde, el que se derrumba, el que resopla, el que no puede quedarse quieto ante el tablero durante mucho tiempo, el que se quita la americana a la primera de cambio, se remanga la camisa…
La sexta partida fue, como suelen rezar los tópicos deportivos, una batalla épica. Duró 8 horas, los jugadores comenzaron a las 4 de la tarde y acabaron más allá de las 12 de la noche. No puedo imaginarme el cansancio extermo que tal esfuerzo debe suponer. Muchos dirán: «Bueno, no es para tanto, están sentaditos cómodamente en una silla, eso no desgasta». La tensión nerviosa que hay que aguantar en cualquier partida de ajedrez de competición, no ya del Campeonato del Mundo, es tremenda. Hay que tener una gran fortaleza física y psicológica para aguantar, para no derrumbarse. Y está claro que Carlsen la tiene. Es conocido por obtener ínfimas ventajas y torturar a sus rivales durante horas, hasta que el oponente acaba por equivocarse y el noruego, como una boa, lo devora sobre el tablero.
Y así sucedió en la sexta partida. Después de 8 horas de juego, Nepo, nuestro Nepo, cometió el último error y perdió la partida. A partir de aquí comienza una trama de degeneración para Ian. O, como diríamos llanamente: cuesta abajo y sin frenos.
La séptima fue tranquila y sin historia: tablas rápidas y a descansar, que lo del día anterior había sido mucho.
Nadie esperaba lo que sucedió al día siguiente. Sinceramente, yo esperaba otras tablas técnicas, sin errores, largas y luchadas. Nepo eligió de nuevo la Petrov: sólida, de confianza… aburrida. Y la posición donde sobrevino la tragedia definitiva era de hecho de tablas. Para un Gran Maestro de la talla y talento de Nepo era realmente sencillo navegar las posibles dificultades que pudieran surgir. Así habría sido en un torneo normal, incluso contra Carlsen. Pero llevamos varios días de juego, la sexta partida aún resquema, todo el mundo del ajedrez lo está mirando. Y el tipo va y falla. Estrepitosamente falla. Se deja un peón, un simple peoncito, nada grave, diréis. Suficiente para que entre jugadores así la partida esté decididamente perdida.
Así que Nepo pierde de nuevo: 5-3 a favor de Carlsen. Nadie lo dice, pero todos sabemos que el match se terminó en ese momento. Victoria para Carlsen, el ciclo comienza de nuevo, nos vemos dentro de dos años, esta vez puede que contra Firouzja, el genio de la nueva generación. Pero hay que seguir jugando, la victoria todavía no es matemática y el suplicio de Nepo debe continuar. ¿Qué estaría pensando? ¿Qué pasaría por su cabeza en esos momentos, cuando sabes, sabes, que no tienes ni la más mínima posibilidad de ganar pero que todavía tienes que aparecer en la sala de juego muchos días más? (el match era al mejor de 14 partidas) ¿Te inmolas? ¿Sigues como si nada, juegas como si la cosa no fuera contigo? Pero ya hemos dicho que Nepo es maravillosamente, románticamente humano, demasiado humano.
Elige inmolarse.
Aparece en la novena partida con nuevo peinado, se ha cortado la coletita que había llevado durante los últimos años. Suena a intento desesperado por espantar sus demonios. Pero no hay cambio de look que pare la caída al vacío: esta vez comete un error aún más grande y permite que Carlsen encierre su alfil. Partida perdida de nuevo de forma impropia de un jugador de élite.
Décima partida: tablas sin mucha historia. Queda claro que el ruso quiere irse a casa, quiere dejar de sufrir, que lo dejen ya en paz. No está dispuesto a luchar más.
Undécima: otro error de bulto de Nepo que, aún jugando con blancas, renuncia a tratar de crear cualquier problema a Carlsen. Fin de la historia. La trama de degeneración concluye.
Ian, tu martirio terminó: 7-3. Ya puedes volver a casa.
Es evidente que manejar la tensión de un enfrentamiento así es muy complejo. La conocida debilidad psicológica de Nepo tardó poco en salir a la luz y, tal vez, la renuncia a jugar su estilo natural y optar por otro mucho más conservador que le era ajeno hasta entonces fue el inicio de una derrota anunciada. Pero, como dije antes, es sencillo analizar las cosas cuando todo ya ha sucedido.
Ahora solo queda preguntarse: ¿se recuperará Nepo de semejante golpe o, como otros antes que él, se esfumará de la élite y no volverá a ser él mismo nunca más?
Ánimo, Nepo, nosotros, los meros mortales, te comprendemos.
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