Con los muertos célebres nos pasa como con los premios literarios. Nos parece una ridiculez exhibirlos hasta que nos tocan a nosotros. Así, si el muerto nos importa —o sea: le hemos leído con deleite y pasión—, de repente nos vemos sometidos al síndrome Loquillo —lamentó la muerte de Pau Donés recordando que este último le pidió un autógrafo— y sacamos a relucir nuestras lejas llenitas de la obra del finado o rebañamos una foto del fondo de la memoria flash de una presentación de los primeros dos mil o exhibimos una dedicatoria más bien siesa: to Carlos. Martin.
Si no la tenemos —yo no tengo la de Amis— tampoco pasa nada. Podemos hacer como Eugenia Rico, que aprovechó una foto de las obras completas de Amis que había tomado Juan Tallón por la mañana en su casa para decir que eran las suyas por la tarde. El colega respondió jocoso que no sabía que Eugenia se había mudado a su casa. En fin, nos gustan las ficciones, nos gusta Martin Amis.
El tipo encima no jugaba solo, venía en comandita con los otros ingleses de Anagrama para alegrarnos la adolescencia literata y decirnos que era posible ser bueno y golfo y divertido e intelectual sin menoscabo artístico. Rijoso y elegante. Pijo y enrollado. En aquel Dream Team no sé si Amis era Jordan y Julian Barnes Scottie Pippen o era al revés. Qué más dará. Sé cómo nos gustó Dinero y Campos de Londres y Tren Nocturno y La flecha del tiempo y El libro de Rachel y La información y hasta compramos Experience en inglés, porque no podíamos esperar a la traducción o porque nuestro english level —o de esnobismo— había subido hasta el advanced. Sé que nos deslumbraba su prosa despeinada y eficaz. Sus personajes echándose birras en los peores tugurios del Londres más suburbial. En fin, seguíamos sus divorcios y cotilleos dentales con fruición amarillista. Conocimos y leímos a su nueva esposa, la maravillosa Isabel Fonseca. Después llegaron los libros políticos, nos parecían más flojos, o tal vez fue que el siglo XXI se cansó de él, lo explica bien Olmos en su artículo de hoy. Como final de fiesta, eso sí, nos regaló el Desde dentro, una coda de su obra y vida de lo más disfrutable.
Pues eso, que se muere Martin Amis. Se nos muere Amis y no nos queda otra que escribir otras inútiles cuatro rayas a modo de agradecimiento y cercanía. Aunque no sea más que ceniza lo que nos quede entre las manos. Un pequeño responso desde nuestra memoria lectora por tantas horas de gozo y deslumbre. Contaba Amis que a la muerte de su padre Kingsley —también gran escritor y gran dipsómano— que sintió una suerte de energía nueva, de herencia filial de agradecimiento que le permitió escribir todavía con más seguridad y vigor. A ver si el fantasma de Martin también reparte algo de su brillante y venenoso talento.
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