“El ver del amor es el ver de la revelación “
María Zambrano
1
Es extraño, incluso en este verano de boca cerrada, dejar atrás las casas de contundente hechura vasca y entrar en la exposición de Jesús Maria Cormán y Diego Vasallo en Sanz Enea (Zarauz). Black Twins, su proyecto conjunto, en el que canalizan el espíritu del romanticismo histórico con lenguajes liberados de esa tradición.
Es extraño, pero es así: quedan atrás el titubeo de un verano a media asta, los renglones de la marea, mi reencuentro personal con este mar, y entramos. Cormán, en las tres primeras salas; Vasallo, en las siguientes.
2
Dice Daniel Barenboim que la música es solo expresión en sonido, y que podemos hablar de nuestras reacciones a ella pero no de un significado sustantivo. Lo mismo aquí. Mis conocimientos de arte son los de alguien interesado, no los de un experto. Solo hablo de mis impresiones. Es decir, de mi estar frente a, acercándome a, alejándome de, los cuadros. Conviene no olvidar que los cuadros ocupan espacio y lo deforman con su irradiación. Luego intento explicar por qué digo esto.
3
En el romanticismo pictórico, la naturaleza tuvo una importancia crucial pero muy alejada de la que tuvo en poesía para Wordsworth, por ejemplo. Para este, casi siempre –no siempre- fue sosiego, réplica íntima. Pero es nocturna, mistérica, vertiginosa en Friedrich (al que Cormán nunca ha dejado de evocar); o desmesurada, destructora, imponente en Turner (al que se me antoja vincular arbitrariamente a Vasallo). Si Turner muestra las fuerzas de la destrucción, Friedrich muestra el paraje una vez se han apaciguado. Simplifico deliberadamente.
De ese modo existen cuadros de Friedrich como “El monje frente al mar” (quizá el único cuadro que me produce casi horror) o “Aníbal cruzado los Alpes”, de Turner. Con la nada bien cerca.
4
Existen coincidencias entre las dos partes de “Black Twins. Segundo acto”: una paleta muy reducida -extremadamente austera en las piezas de Vasallo-, y la convicción antigua de que pintar paisajes exige fidelidad al alma y no a las formas, y de que es inseparable de un estar en el mundo específico.
Pero encuentro cierto contraste, no sé si deliberado, entre las dos partes de la exposición.
La primera, la de Cormán, está dominado por una gran serenidad. Tal vez la serenidad que se adueña de ti cuando desistes de la lucha. No tanto en las visiones infernales de los tres “Blak’es lake”, pero en la mayoría, también en los cuadros de títulos menos confiados, “Mañana será tarde” o “Todo lo perdido”. Hace años, Cormán escribió “a mayor quietud, mayor elegancia”, y en su parte de la exposición ciertamente hay gran descanso. Un mundo poblado por la niebla; un mundo en el que la vista ha dejado paso a la visión, la agitación al mecerse, la forma a la incandescendencia, la búsqueda a la contemplación. Y un mundo del que la desilusión se ha retirado también, y queda algo que opta por no hacerse expectativa.
Mientras que en tantas piezas de Vasallo existe la impresión de una gran violencia, de una fuerza que no sabe de control. Incluso en cuadros de formato pequeño, en los que perdura el temblor de un cristal contra el que se ha estrellado un pájaro. Como en Horizonte de hielo I o V, a los que es preferible acercarse sin ojos figurativos: mejor creer que el autor se ha dejado atravesar por una energía de gran intensidad y que ha dominado lo suficiente para retenerla sin someterla a una forma. O “Incertidumbre”, donde trazos como de espátula ancha se alían como una paleta solo un poco menos rigurosa que en el resto de cuadros: lo suficiente para transmitir una luminosidad que, en mi caso, contagia hasta al título: titularlo “Esperanza” iría en contra de la intención de la exposición, pero algo de eso vislumbro. Tal vez esas dos palabras sean menos distantes de lo que creía.
5
Nunca he creído en recorrer ordenadamente una exposición y menos una como esta, que incita al regreso, a las apelaciones recíprocas.
6
Para acabar, necesito decir algo sobre “Fuego blanco” (190×120 cm). Cuando he dicho arriba que los cuadros interfieren con la neutralidad del espacio me refería a esto. “Fuego negro” está en la primera sala, es casi la primera pieza que encontramos. El impacto fue tal que, incluso cuando estaba en otra sola y no lo tenía a la vista, sentía su extraño reclamo. Si creía que en nuestro tiempo un cuadro religioso no era posible, he aquí el desmentido. Si creía que la abstracción no podía dar un cuadro religioso, aquí está la refutación. No espiritual, ni místico, o no solo eso: religioso. Como no puedo explicarlo bien prefiero no intentarlo. A pesar de que la reproducción se queda muy lejos del cuerpo a cuerpo, es así: la intimidad en un cuadro enorme y negro como una sibila, y una llama plateada. Una aparición, un nacimiento. O su proximidad. Por lo que he hablado a lo largo de los años con Cormán, su trabajo tiene mucho de preparación y de búsqueda. Pero este cuadro no es la espera de una aparición, sino una aparición en sí misma. Un cuadro que mira al ser mirado y en el que lo revelado se hace manifiesto en el lienzo y también en uno mismo.
Tal vez suene exagerado. Creo que es una de sus mejores piezas de toda su carrera.
7
Luego, salimos a la calle, de nuevo. A este mundo que creemos conocer.
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