“No sé si alguna vez hemos hablado de esto: en el célebre cuadro de las hermanas Brontë, el que las muestra igual que a parcas atónitas y pelirrojas, virginales y reacias como plantas carnívoras, hay un espacio entre Charlotte y Emily, un hueco en el que, durante mucho tiempo, siempre que me encontraba esa imagen, no reparé, supongo que más concentrado en la mirada fuerte y suplicante de las tres hermanas que en cualquier otra cosa, aunque puede que fuera también porque ese hueco y lo que en él hubo se percibe mejor si la reproducción lo es del cuadro completo, y muchas veces se reproduce una zona más pequeña que solo abarca los tres rostros. En ese hueco, originalmente, estaba pintado el cuarto hijo Brontë, Branwell, el hermano que también fue escritor pero que se quedó enmarañado en la indiferencia del tiempo; y cuando el cuadro de transformó, no sé si rápidamente o no, en la representación más icónica de las tres escritoras inglés, se borró a Branwell. Apenas sin esfuerzo -basta un instante, si uno consigue liberarse de la red de miradas de Emily, Charlotte, Anne- puede percibirse la silueta de una figura que no terminó de instalarse en el cuadro, aunque la verdad sea la contraria, es decir, que es el rastro de alguien que estuvo y se marchó pero cuyo gesto permanece en la calma de la habitación. La superficie del cuadro es su tumba, y es perceptible en la medida en que es invisible. Hay más tumbas en ese cuadro, porque los hermanos Brontë fueron, en realidad, seis: antes que Emily, Charlotte, Anne y Branwell habían nacido otras dos mujeres que murieron de tuberculosis, con apenas diez años, de manera que en el retrato familiar hay dos fantasmas que pueden encontrarse en el gesto contrariado de Charlotte –a la derecha-, en la mirada exigente pero difusa de Emily –en el centro-, o en la actitud reprendida e introvertida de Anne –a la izquierda-. Por último: lo que acabo de resumir no fue exactamente así, aunque en alguna parte he debido de leerlo; fue el propio Branwell quien pintó el cuadro, porque no solo fue o quiso ser poeta, y fue él mismo quien arrancó su imagen del cuadro. La razón fue de estructura: con él en la imagen, había un exceso de figuras y el cuadro resultaba pesado y lento. Al hacerlo, al borrarse a sí mismo, estableció el icono de la fama de sus hermanas. Fama de la que, tal vez, de una forma ligera como el aroma de los brezos que venía con el viento de los páramos, sabía ya que no participaría.”
Comentarios sin respuestas