Las golondrinas surcaban el cielo en aquellos días. O eso creía yo. Años después, no tantos aunque me parecerán muchos, vendrán también las bolitas de arena mojada y las preguntas. Pero eso sucederá después. En aquellos días era el atardecer, eran muchos atardeceres y me sentaba en el balcón a mirar el cielo de la primavera que se llenaba de pájaros. De golondrinas, creía yo. Y pensaba qué bonito el cielo de Barcelona lleno de golondrinas y pensaba en Bécquer y en los nidos que no colgaban en mi balcón y en que tampoco eran tan oscuras, pequeñas sí, pero oscuras no tanto. Eran los días del confinamiento, horas días semanas meses metidos en casa y yo me escapaba mirando golondrinas. Luego descubrí que no eran golondrinas. Qué ingenuo, en el cielo caluroso y naranja de Barcelona no hay golondrinas: hay aviones, hay vencejos, no hay golondrinas. Me lo explicó google y el aburrimiento y la frustración y el encierro. Así pasé a mirar el aleteo sonoro de aviones y vencejos: ya no tenía sentido pensar en Bécquer, en poesía. Las cosas no son lo que parecen. Igual que unos años después, aunque me parecerán muchos y google no sabrá explicármelo, mi hija hace una bolita de arena mojada, una croqueta, y la pone cuidadosamente en un caldero de plástico y para ella es muy importante, es capital, conservar esa bolita con su forma exacta, esperar a que se seque y que esa bolita, como una golondrina pequeña y redonda, como un nido de una golondrina o de un avión o de un vencejo colgado del sentido mismo de su existencia, perdure. Permanezca. Una bolita eterna que no cambie nunca, que siempre esté ahí para ella, para nosotros. Pero la bolita falla metafísicamente, falla inmediatamente y se desmorona, se descompone. Y ella me mira con tristeza y yo digo mientras salimos del parque casi a trompicones, no passa res, tranquil·la, no passa res, y ella entonces me dice papa quan ja siguis vellet i estiguis mort i siguis un esquelet encara et recordaràs d’aquesta boleta?
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