Comencé a tomar la hormona del sueño semanas antes de que el coronavirus sobrevolase la ciudad y me sometiera al encierro y la distancia. Empecé con los comprimidos de melatonina a causa del insomnio sin saber muy bien el tiempo que tardarían en hacer efecto. Pasados más de dos meses, y sin lograr aún que el desvelo disminuya, empiezo a creer que la falta de melatonina en mi cuerpo activa los recuerdos de una forma extraña, ¿o será un efecto secundario de la cuarentena?
Desde que estoy confinada, el pasado parece tener una nueva dimensión.
Aunque trabajo desde casa y cuido de Hannah, en los momentos más distendidos mi mente enlaza la experiencia de no salir con una etapa de mi infancia en la que solía pasar un mes entero en casa de mis abuelos y mis tías. Eran fechas navideñas, y las horas se dilataban observando el trajín en la cocina, jugando en el jardín…
El recuerdo de estas y otras escenas familiares se ha vuelto permanente, al igual que de pronto me encuentro cantando la música de esos años de infancia y juventud. De forma repentina entono melodías que solía interpretar en el colegio o que escuchaba con frecuencia en las fiestas decembrinas. Pero ¿qué hago cantando tonadas religiosas y gaitas zulianas? ¿Qué extraño fenómeno vincula la dilatación del tiempo del confinamiento con un período de mi vida en el que desconocía lo que eran largas jornadas de trabajo, la suma infinita de las tareas domésticas y el desgaste fruto del insomnio y el cansancio?
El déficit de melatonina o el aislamiento —quizá ambos a la vez— han hecho emerger una época de mi existencia en la que el espacio llenaba el tiempo y nada aceleraba el pulso en el hacer de las cosas. Pero los extraños efectos sobre la mente no terminan aquí. Cuando logro dormir, sueño que recorro las calles de Caracas. Distingo los sitios con total nitidez y descubro que están completamente vacíos. Nadie transita esos espacios, como si la soledad evocara la ausencia de mi familia en esa ciudad, de la que casi todos se han ido. Pero es también la desolación presente hoy en innumerables lugares afectados por la pandemia. ¿Ha unido el cerebro dos realidades en una sola imagen onírica, la del vacío?
Tal vez los bajos niveles de melatonina y la cuarentena provocan conjuntamente el carácter siniestro de mis sueños y recuerdos. Unida al cerebro a través del nervio óptico, la glándula pineal que produce la melatonina —un pequeño órgano que detecta la luz y regula nuestro sueño— recibe también el nombre de tercer ojo. Si mi tercer ojo no logra distinguir el día y la noche, si ha dejado de ser una brújula que orienta el ritmo interno de sueño y vigilia, y si entonces ya no hay variaciones o alternancias en mi ritmo biológico, todos los tiempos convergen en uno solo.
Entre los efectos psicológicos producidos por el aislamiento figuran la confusión y los trastornos del sueño, pero si los desajustes en mis ciclos circadianos son anteriores al confinamiento, su agudización durante el encierro se convierte en una gran metáfora del tiempo suspendido. Todo gira sobre sí mismo y se superponen: el sol y la luna, los episodios del pasado y el presente, la memoria de los afectos y la memoria musical, la
cuarentena y la melatonina.
Fotografías: Aymara Arreaza R.
Me encanto el artículo
Hermoso texto
Si del confinamiento y del insomnio nace este bello y poético texto me reconcilio con ellos, gracias Lorena Bou