A veces escribir no es más que consignar lo que nos dan los sentidos.
Después de meses, ha vuelto a llover en Barcelona. Es domingo y no hay nadie en la calle. Aprovecho para pasear y observar. El cielo es azul allá donde no lo ocupan las nubes migrantes. Aquí abajo, la crisálida de la ciudad está húmeda y sucia como los perros que se acaban de bañar. Las aceras están cubiertas de flores de jazmín que el viento y la lluvia han arrancado durante los últimos días. Parecen diminutas arañas blancas de cinco patas aplastadas por el agua: amontonadas en las rendijas de las baldosas del suelo, entorno a los desagües, arremolinadas en los bancos. Después del aguacero, los carteles electorales han trocado sus sonrisas en muecas, como si el agua hiciera manar la verdad.
Más allá, seis o siete palomas se bañan en el hueco inundado de un árbol. El agua es marrón y en sus pequeñas burbujas parece intranquila, como si aún recordara que hace apenas unas horas ha sido atronadora lluvia. Las palomas, dignas, nubosas, se mojan las patas, que parecen nuevas con su rojo resplandor acuoso, y se acicalan las plumas ante el espejo de su instinto. Ese plumaje gris me recuerda siempre a los cielos de mi infancia, en Mieres. Mi abuelo viendo la previsión del tiempo en La 1. El mando en la mano derecha, tal vez un palillo asomando en la boca. Y ese ruido salivoso, como un chapoteo, que hacía cerrando la boca cada pocos segundos. El brillo cóncavo de la televisión en sus gafas. Mañana llueve, pasado también, al otro también (antes, en los recuerdos, Asturias era la lluvia), nor-noroeste, anticiclones, península, borrascas y disfruten de la semana. Un comunista, electricista de la mina, cuya religión era la previsión del tiempo. Quería, tal vez, esa pequeña seguridad de saber qué tiempo iba a hacer al día siguiente, poder determinar cuándo el hombre del tiempo se equivocaba y cuándo no. Cada cuál elige sus dioses.
Miro las flores en el suelo, ahogadas a lo largo de toda la acera; observo las palomas, que chapotean bellamente en el agua parda que las limpia, y pienso en todo lo que no volverá.
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