Muchos han sido los investigadores que han analizado por separado y estudiado en profundidad las dos grandes obras literarias de finales del siglo XIX. Guerra y Paz de L.N. Tolstói y Los Episodios Nacionales de B.P. Galdós, ambas obras reflejo social del concepto cambiante de la guerra con la pérdida de su carácter heroico.
Fue Clarín quien dijo que Los Episodios Nacionales eran «la gran epopeya nacional» de nuestro país, comparable con lo que Guerra y Paz significaba para Rusia, y Pardo Bazán, a su vez, fue quien afirmó que la obra del conde Tolstói podía considerarse como los Episodios Nacionales rusos.
Leyendo Guerra y Paz y Los Episodios Nacionales, el lector encontrará multitud de semejanzas, de contenido y de forma, y también de trasfondo. Convergencias que se deben una evolución paralela de la cosmovisión e intereses de cada escritor. Galdós estudió la obra de L.N. Tolstói durante su vida y la influencia de la literatura rusa se plasmó en la obra galdosiana. En un principio, el escritor, siguiendo los cánones de la literatura francesa se aficiona a la estética naturalista, pero las experiencias del gran novelista ruso ayudaron a Galdós a rechazar estas tendencias y profundizar en su arte realista. Las huellas de este influjo las encontramos, sobre todo, a partir de la cuarta serie de los Episodios Nacionales, concretamente desde Aita Tettauen. Y es que laedición francesa de Guerra y Paz de 1884 se hallaba en la biblioteca particular de Benito, con muchos pasajes marcados, especialmente los dos últimos, los de mayor influencia en su obra. Para Galdós la historia se trata con fines claramente pedagógicos, acude a la historia buscando los elementos para comprender su presente, y esto le acerca a L.N. Tolstói mucho más de lo que se ha venido pensando hasta la fecha.
Tolstói incluso ejerció un poder espiritual sobre Galdós. Es posible que la propia crisis del 98 aproxime al escritor canario a un misticismo cercano a la filosofía y religión tolstoiana; en cierto sentido, en su última etapa vital y literaria, Galdós busca la Verdad y el sentido del universo humano como consecuencia del caos y desaliento inherentes a su tiempo, búsqueda que caracteriza a toda la literatura del conde ruso. Es así que Galdós, al leer Mi religión, quedó profundamente influido por el cristianismo primitivo que defiende el escritor ruso hasta el punto de reflejar esa concepción religiosa y mística en sus tres últimas novelas: Nazarín, Halma y Misericordia. Se demuestra aquí cómo Galdós, influido por Tolstói, enaltece la conciencia y abandona la razón. En algunos casos, el escritor español supera las ideas de Tolstói y las lleva más allá. Galdós, como discípulo, no sólo hace propaganda de su maestro, sino que las hace suyas y las expresa según su propia concepción del mundo. La literatura rusa se convierte entonces en el punto de partida para las reflexiones galdosianas.
Concretamente, es en los Episodios Nacionales donde cabe destacar el fuerte carácter tolstoiano del personaje Santiuste en el episodio Aita Tettauen. Éste refleja en algunos de sus aspectos la influencia tolstoiana en el escritor canario. Santiuste manifiesta un cambio en su personalidad y principios vitales parecido a la conversión sufrida por Tolstói a partir de 1869. Además, Santiuste representa al reportero de guerra, aspecto que recuerda al conde Tolstói, testigo ocular de la guerra de Crimea. Galdós, habiéndose impresionado por los Relatos de Sebastopol y habiendo aprendido sobre la religión y filosofía tolstoiana a través de Mi Religión, concibe la idea de introducir al personaje puramente español de Santiuste algunos rasgos del protagonista de Sebastopol y embriagarlo de gran parte de las ideas que Tolstói escribió en Mi religión. Curiosamente, durante la etapa vital en que se redactaron los Relatos de Sebastopol, Tolstói todavía era un patriota, un hombre orgulloso de su país y aún no un antimilitarista. Aquellos sentimientos de orgullo y amor por la patria y admiración del heroísmo los siente también Santiuste en Madrid. Pero, más tarde, éste expresará un pensamiento que es eco de las palabras del escritor ruso y que ya podemos atisbar en las páginas de Guerra y Paz: la guerra como matanza de hombres, como crimen sin igual.
Santiuste dice: «Estoy desilusionado de la guerra. […] La guerra vista en realidad, se me ha hecho tan odiosa como bella se me representaba cuando de ella me enamoré por las lecturas. […] ¡Matar hombre a hombre! ¡Y yo adoré esto, y yo rendí culto a tales brutalidades y las llamé Glorias! […] yo sostengo que la guerra es un juego estúpido contrario a la ley de Dios».
Tanto Tolstói como Galdós coinciden en que la guerra no es hermosa, ni gloriosa, ni es un acto heroico como la literatura anterior nos la había mostrado, sino que es sucia, terrible y que, lo que llamamos heroísmo, es simple constancia imperturbable de matarse unos a otros. En las páginas de mayor patriotismo, de exaltación más gloriosa es donde el lector hayará una significativa abundancia de estas referencias despectivas hacia la guerra. «No se decía vamos a la guerra sino a matar franceses» (Bailén, cap. I). La crítica de dicha interpretación de los acontecimientos históricos según las circunstancias, anticipa la metamorfosis espiritual que lleva a Ángel Guerra en la obra galdosiana a intentar redimir la sociedad mediante la práctica de la doctrina tolstoiana de la no resistencia al mal.
El género y estilo ayudan bastante, en este sentido, a dilucidar el cambio de concepto que adquiere socialmente la guerra, la cual transmitieron los escritores de Guerra y Paz y los Episodios Nacionales. A pesar de que muchos investigadores han querido ver en ellas poemas épicos, Guerra y Paz es precursora de lo que se conoce como román-epopeya: obra de medidas gigantescas que trata una problemática común a un pueblo, y que se caracteriza por plasmar acontecimientos monumentales como preámbulo de reflexiones filosóficas. Afirman los estudiosos de la guerra europea que el período transcurrido entre 1793 y 1815 marca el paso de la guerra de familias contra familias a la guerra de pueblos contra pueblos; de la contienda limitada a la contienda vehemente y exagerada. De la guerra heroica y épica al crimen de masas. La impersonalidad creciente de los combates, el tecnicismo de las armas empleadas, la movilización general de los combatientes y de las ideas, demuestran el fracaso de los hombres del siglo que intentó convertir la guerra en un deporte con un tiempo y un espacio limitado, con el objeto de vencer sin combatir y sin aniquilar al enemigo. Y esto se plasma tanto en Guerra y Paz como en los Episodios Nacionales.
En este sentido, la guerra sólo conduce a la deshumanización de las personas. «Había llegado la ocasión de que muriese estoicamente uno para resguardar con su cuerpo al que daba un paso atrás; de este modo se salvaba la mitad de la carne» (La batalla de los Arapiles, cap. XXXIII). «Entre los avantrenes había unos cuantos terribles objetos: los cuerpos de los muertos. El caballo del príncipe Andréi pasó junto a uno de ellos y él involuntariamente vio que no tenía cabeza, pero que la mano con los dedos medio doblados parecía viva» (Guerra y Paz, Parte II, cap. XXII, Mondadori). Los seres humanos se convierten en carne o en objetos, pero también en animales. «[Nikolái] corrió con todas sus fuerzas hacia los arbustos […] con la sensación de la liebre que huye de los perros» (Guerra y Paz, Parte II, cap. XX, Mondadori). Son muchas las referencias al bestiario las que se hacen en la primera serie y, en concreto, en el episodio El 19 de marzo y el 2 de mayo, y en todos ellos se hace hincapié en que el fin de cualquier guerra es el exterminio y el asesinato: «La guerra paró en lo que paran todas: en que se acabó cuando se cansaron de matarse» (Inés, La batalla de los Arapiles, cap. XXXIX).
Entre las obras de Benito Pérez Galdós y el conde Tolstói además caben ciertas semejanzas estructurales, pero hay que destacar la escena del príncipe Andréi recogiendo la bandera en Austerlitz y la lucha de Gabriel Araceli por hacerse con el águila imperial. La analogía está en la búsqueda por un objetivo dentro de un confuso caos de cadáveres y heridos, Andréi debe recoger esa bandera en Austerlitz para demostrar su valentía y Gabriel Araceli se aferra al estandarte francés para darle sentido a sus actos en una batalla rodeada de muerte. Estos acontecimientos marcan un cambio importante dentro de la trama de las dos obras, para el príncipe Bolkónskij le significa la mayor crisis espiritual de su vida, y para Gabriel de Araceli simboliza el final de todas las guerras que ha luchado, la amorosa y la bélica: «La batalla de los Arapiles concluyó, al menos para mí».
Otro aspecto, no tan estudiado por los investigadores, que unen las dos obras es el del amor como ideal. La representación del amor incondicional lo encontramos en dos de los personajes, en María Bolkónskaia e Inés. Si se tiene en cuenta las palabras de Pierre Bezúhov cuando compara la vida con una batalla campal, se puede considerar que aparecen personajes dentro de la narración que pueden ser considerados como enemigos y relaciones que conllevan una lucha en el trasiego cotidiano. Un ejemplo de esto son las relaciones paterno-filiales de las dos jóvenes con sus padres enfermos, el viejo Conde Bolkónskij y Santorcaz. Les hacen sufrir y enfrentarse a situaciones límite a los que ellas no combaten con el mal, sino con amor. La comprensión y la aceptación las elevan sobre todos los demás personajes que se matan unos a otros si piedad. El amor lleva a la felicidad suprema y ésta conduce a la mayor heroicidad, es por esto que Andréi ama de nuevo a su mujer Liza tras Austerlitz y Gabriel no deja de pensar en Inés durante el 2 de mayo y las batallas de Bailén y Arapiles. La vida es una guerra, no hay paz si no se busca la verdad y la no resistencia al mal, son las doctrinas tolstoyanas más abundantes en estas dos obras.
A lo largo de la trama, el mundo de la ficción y de la realidad histórica va evolucionando paralelamente, poniendo la Historia, en este caso, al servicio de la ficción. La preocupación de Tolstoi por la historia nace de algo más personal, del amargo conflicto íntimo entre su experiencia real y sus convicciones, entre su visión de la vida y su teoría de lo que ésta debía ser. Buscaba con ansiedad un principio de explicación universal; una finalidad única, de unidad en la aparente variedad de trozos y fragmentos que pueblan el mundo. Del mismo modo, el autor de los Episodios Nacionales ve la guerra con ojos modernos, es decir, que no advierte en ella nada heroico, sino un crimen sangriento y desgarrador, pero su intención es pedagógica. Biógrafos y críticos, lo mismo que historiadores y portavoces de distintos movimientos pacifistas, han sometido a estudio meticuloso el pensamiento de Tolstoi en torno a la guerra. En toda su vida de escritor, Tolstoi se preocupó más por la verdad y la falsedad que por el heroísmo y el horror, la justificación o el pecado de la guerra. Por lo que, al igual que Galdós, Tolstói no puede ser considerado un historiador, ambos autores utilizan la historia como telón de fondo para exponer sus propias ideas. Tanto Galdós como el conde ruso se remontan a los comienzos del siglo XIX para desentrañar las raíces de los problemas que padecían en su momento, para responder al porqué el presente es el que es, siendo entonces el fin último la búsqueda de la verdad.
Se puede concluir que, históricamente, ambas obras son producto de su época y su objetivo como narrativa viene marcado por la misma; las obras reflejan el espíritu y el alma de un pueblo –ya sea el ruso o el español–, y, de sus páginas, podemos extraer unas enseñanzas concretas dirigidas por el humanismo, pacifismo y análisis de sus autores que condenan la guerra como el mayor crimen jamás perpetrado por los hombres.
Quizá vaya siendo hora de que volvamos a leer estos dos autores para reflexionar sobre el presente.
Fabuloso e instructivo artículo. ¡Enhorabuena!