«De cualquier modo, ¿qué es -era- un estudio? Un estudio es un lugar gobernado por un presupuesto instaurado por un magnate que cree que puede vender ciertas clases de estrellas que son presentadas por un equipo de expertos que comparten ciertos conceptos sociales, artísticos y políticos.»
Ethan Mordden, Los estudios de Hollywood
Dinero y sexo como vectores de poder
Siempre habíamos sospechado que el dinero era el principal motor de los grandes estudios de Hollywood desde sus inicios, allá por los años ´20 del siglo pasado, hasta su ocaso, hacia mediados de los años ´50.
No hace falta ser un erudito en la historia del cine para suponer que aquellos grandes estudios -Paramount, MGM, RKO, Warner Brothers, Universal, Fox- siempre fueron macrocompañías que buscaban rentabilizar sus enormes inversiones por encima de cualquier otro objetivo, igual que haría cualquier otra empresa que se precie de ser rentable.
Lo menciona Ethan Mordden en su libro Los estudios de Hollywood (Torres de papel, 2014), cuando afirma que «un estudio, pues, no es solamente una oficina de negocios, sino una teoría económica, una creencia de que un capital determinado debe dar un resultado determinado». Dinero que llama al dinero, cálculos entre el debe y el haber, empresas que buscan maximizar beneficios. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol.
Lo que no sabíamos de forma tan explícita -aunque podíamos intuirlo- es que detrás de esas grandes corporaciones empresariales, en las que el dinero era el elemento decisivo de las relaciones sociales, se escondía otro entramado -subrepticio, encubierto, maquillado-, también de relaciones de poder, pero en esta ocasión no basados en el dinero, sino en el sexo.
Podríamos decir que este es el punto de partida de la serie Hollywood (2020), ambientada justo después de la II Guerra Mundial, cuando los estudios eran acreedores de un poder omnímodo que dirigían con mano de hierro y sin guante de seda a un ejército de directores, actores, agentes, guionistas y una interminable lista de técnicos entre sus filas de trabajadores.
Es evidente que Ace Pictures, el nombre del estudio cinematográfico que aparece en la serie, es un recurso ficticio que evita muchas demandas reales, pero que, de igual modo, podría tratarse de cualquiera de los estudios de Hollywood citados anteriormente.
Así pues, para oprobio del Hollywood clásico, en el centro de la trama se sitúa una red de prostitución que surtía de chicos y de chicas -jóvenes aspirantes a directores, guionistas o estrellas de cine-, a las clases más adineradas del mundo del cine, que no tenían ningún escrúpulo moral -y mucho menos, económico- en pagar generosamente por sus «servicios».
Precisamente, ese es uno de los grandes aciertos de la serie: contar cómo estas clases pudientes se prestaban a un juego de doble moral, siempre alimentado por el conservadurismo más puritano de Norteamérica: de cara a la galería, presumían de poseer una vida personal y laboral intachables; pero en discretos ámbitos privados, lejos de la mirada de los demás y de los focos de los periodistas, una riada de desinhibición sexual en la que cada uno trataba de dar rienda suelta como podía -o como su bolsillo se lo permitiese- a sus deseos íntimos.
Y no solo pagaban dichos «servicios» sexuales con dinero en efectivo, sino con jugosas oportunidades dentro del mundillo del séptimo arte, algo sin duda mucho más valorado por aquellos pobres y desarraigados aspirantes a un trabajo, a la tan codiciada fama, o a ambos al mismo tiempo.
Como un síntoma y, al mismo tiempo, como una notable manifestación de la doble moral imperante, no deja de resultar curioso que durante esa misma época estuviese vigente el famoso «Código Hays» (1934-1967), una especie de «manual de buenas prácticas» que controlaba tanto los desarrollos narrativos como las escenografías de las películas, para que no hubiese ningún tipo de «desviación» moral conforme a las costumbres de la época: nada de mostrar explícitamente relaciones sexuales, ni órganos genitales, y mucho menos «amores impuros» o considerados «de mal gusto».
Todo esto, entre otras normas que incluían prohibiciones -o al menos serias restricciones- sobre el vestuario de los protagonistas, los desnudos, las escenas de sexo, e incluso sobre el consumo de alcohol, la práctica de la religión, la ejecución de crímenes o la manera de representar el baile (!).
Por eso llama tanto la atención, por ese abrupto contraste entre lo que representaban públicamente esos trabajadores de la industria del cine, una conducta social y profesional inmaculadas, y lo que cuenta la serie, esa oleada de desinhibición sexual, de promiscuidad extramatrimonial y de comercio sexual, siempre de puertas para adentro, guardando las apariencias ante la mirada inquisidora de los demás y ante las instituciones públicas.
Inspirado en hechos reales: el caso de Scotty Bowers
Aunque no se mencione explícitamente, por las numerosas similitudes entre ambos, dicha trama parece estar directamente inspirada en un caso real: se trata de Scotty Bowers, que publicó un libro titulado Servicio Completo. La secreta vida sexual de las estrellas de Hollywood (Anagrama, 2012), en el que contaba de primera mano las inclinaciones y los hábitos sexuales de algunas de las estrellas más resplandecientes de aquel Hollywood lleno de glamour.
Hablamos de actrices y de actores tan conocidos por el público como Katharine Hepburg, Spencer Tracy, Cary Grant, Rock Hudson, Errol Flynn, Charles Laughton, Tyrone Power o Lara Turner; hablamos de famosos directores de cine como George Cukor, cuyas multitudinarias fiestas solían terminar en grandes orgías; y hablamos de otras personalidades, quizás no tan resplandecientes al lado de aquellas, pero también muy importantes dentro de la industria del cine.
Cuando llegó a Los Ángeles, Scotty Bowers no era más que un joven exmarine después de su participación en la II Guerra Mundial, con muchas ganas de disfrutar de la vida en aquella emblemática ciudad.
Scotty fue seleccionado para trabajar en una conocida gasolinera de Hollywood, que pronto convirtió en una tapadera para su clandestina red de «contactos», al tiempo que también la utilizaba como lugar de esporádicos «encuentros» sexuales.
Más allá del morbo de los lectores, que rápidamente convirtió el libro en un superventas en los países donde se publicó, lo más relevante es la doble moral que desvela en todos los ámbitos de la sociedad: por un lado, las fiestas glamourosas, los deslumbrantes fogonazos de las cámaras, las manos de las estrellas inmortalizadas en el «Paseo de la Fama»; por otro lado, lejos de miradas indiscretas, cada cual con sus deseos íntimos, sus pasiones eróticas y sus contradicciones existenciales, una subrepticia trama vital tantas veces silenciada a golpe de talonarios, chantajes y amenazas.
Auspiciado por el éxito del libro, en el año 2017 se estrenó un documental dirigido por Matt Tyrnauer, Scotty y los secretos de Hollywood, en el que el propio protagonista, que aparece en el documental a una edad ya provecta, explicaba con profusión de detalles cómo se encargaba de organizar los encuentros sexuales -muchos de ellos protagonizados por él mismo o por amigos cercanos-, en un momento de su vida en el que ya no podía «hacer daño a nadie» por pregonar aquellas confesiones.
Afirma Scotty Bowers en su libro que nunca cobró un céntimo a nadie, ni por sus «servicios», ni por los «encuentros» que organizaba -lo cual lo hubiese convertido en un prostituto y proxeneta-, y que su único objetivo era «hacer feliz a la gente» satisfaciendo sus deseos.
Sin mencionarlo directamente, sino a través de un supuesto personaje de ficción (interpretado magistralmente por Dylan McDermott), ahora la serie Hollywood, producida por Netflix, parece haber recogido el guante que en su momento arrojaron tanto el libro de Scotty Bowers como el documental de Matt Tyrnauer, y ha creado esta ficción televisiva inspirada libremente en la trayectoria personal y profesional de Bowers.
Un entramado de desigualdad y discriminación
No cabe ninguna duda de que el asunto del trapicheo sexual -por llamarlo de alguna manera- actúa como el principal reclamo de la serie, pero su despliegue narrativo va mucho más allá de alimentar el morbo de los espectadores y proclamar a los cuatro vientos los escarceos eróticos del Hollywood «dorado».
En realidad, el tema del sexo como vector de poder en la relaciones de Hollywood representa aquí un arma de doble filo, pues si bien es el gancho oficial de la serie, también la hace depender en exceso de esta coyuntura.
Mucho más importante, y también más original, es la mirada crítica que vierte no solo sobre los prejuicios sexuales de Hollywood -básicamente, su obstinada homofobia-, sino también sobre sus prejuicios raciales -hacia los afroamericanos y los asiáticos, sobre todo; en menor medida sobre lo latinos- y de género -machismo a raudales en un mundo gobernado por hombres-, una combinación que la hace mucho más atractiva que si se hubiese conformado simplemente con airear intimidades sexuales de las estrellas de Hollywood.
El otro gran acierto de la serie es ese desenmascaramiento del entramado discriminatorio -elitista, clasista, racista y machista, además de homofóbico- que subyace en la mayoría de las relaciones personales, bajo una apariencia de seda y brillantina: paraíso de oportunidades para unos pocos privilegiados, pero infierno de frustraciones y de humillaciones para la mayoría de candidatos que se quedan en eso, en simples aspirantes, que acaban dejando en el camino la autoestima y la fe en el sueño americano.
En este sentido, la cabecera de la serie constituye toda una declaración de intenciones, al mostrar a esos jóvenes aspirantes a actores, a guionistas o a directores de cine mientras tratan de escalar el famoso letrero de Hollywood -un símbolo inequívoco de su intento de ascender en el escalafón social-, pero por la parte de atrás de las enormes letras -otro símbolo, en este caso del ostracismo que sufren debido a su condición sexual, a su escasez de recursos o a su raza-, con gran dificultad -nuevo símbolo, esta vez de los obstáculos que encuentran a su paso-, subiendo peldaños por un andamio, ayudándose unos a otros en su lucha contra la adversidad.
Eso por no mencionar el argumento de la película que ruedan dentro de la serie, en la que una joven afroamericana pretende suicidarse ante el fracaso de no conseguir un papel protagonista y así poder triunfar en la vida, un suceso que desgraciadamente no deja de estar de actualidad por mucho que pasen los años.
Paraíso de unos pocos
Si hay algo reprochable a la serie es haber puesto poco énfasis en este último punto: el no querer profundizar en ese lado tenebroso del Hollywood clásico -racismo, machismo, clasismo, elitismo-, y haber optado por una realidad edulcorada, sin duda con la intención de hacerla más amena al público.
Hubiésemos agradecido la sustitución del consabido happy end en el último capítulo de la temporada, que la serie hubiese apostado por denunciar crudamente las consecuencias de la realidad, en lugar de mostrar un lavado de cara que muy poco o nada tiene que ver con los hechos históricos.
Otra forma alternativa de interpretar este happy end es elucubrar lo que hubiese podido ser Hollywood de haber dejado atrás sus prejuicios heteropatriarcales, racistas y clasistas, y haber fomentado una actitud más tolerante hacia la diferencia.
De aceptar esta interpretación, se trataría entonces de imaginar las películas que podrían haber ganado más Oscars, los actores que hubiesen merecido ser galardonados por su interpretación, los directores que debían haber sido premiados o las historias que deberían haber sido reivindicadas.
Visto de esta forma, el último capítulo sería también una forma dolorosa de constatar aquello que nunca llegó a ocurrir, a pesar de contar con las condiciones idóneas para ello. La oportunidad perdida de Hollywood de proclamar un modelo de sociedad menos injusta y más igualitaria.
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