Explica más un cuento que cualquier sistema de conceptos que despache de una vez los ángulos muertos del mundo. Esta es la tesis de este breve escrito. Aquí no se expulsa de la ciudad a los poetas como pretendiera, en su momento, el viejo maestro de las ideas. El poder explicativo (y estético) de un mito se fundamenta en que es tiempo aquilatado en palabras. En la narración todo anda vuelto y en relación, la trama al relatarse va tejiendo una urdimbre de sentido. La historia disparada hacia lo que todavía no ha sido no cede ante el intento conceptual de detenerla. El fin de algo (que no su finalidad) es devenir en idea, forma intelectual que tiene el concepto de asfixiar al tiempo. Y la vida significativa, como la narración, es temporalidad (cuento quizás); nunca quietud y sí inquietud, proyecto jamás colmado.
En lo que sigue se contará un cuento, una narración mítica. Se relatará, de forma libre y breve, el mito de los Gnósticos valentinianos (genial sincretismo de corrientes que tuvo lugar en torno al s. II d. C.). Lo que viene a continuación es un relato extraordinario, la aventura de Sabiduría, su pasión, sus desvelos. Esta pretenderá remontarse al origen, ascender a la cima, escrutar la sima, averiguar el fundamento último del mundo. Vayamos ya con su historia.
En el espacio sin espacio que antecede a todo tiempo habitaba el mundo sin estar pero siendo un ser trascendente. Denominado Pre-principio era absolutamente inaccesible. Es por ello que los Gnósticos lo llamaron —no sin motivo— Abismo: Eón insondable pero de alguna manera intuido. Abismo que contenía y era todo el universo, adquiriría nupcias con Silencio. Bajo su manto silente la pareja encontró allí refugio. Estos amantes trascendentes anteriores al mundo, fueron el atanor para que emanara su fruto. De su unión nacerían Verdad e Intelecto. Así se constituyó la cuádruple raíz del ser: por un lado Abismo arropado por Silencio; por otro Intelecto (único que podía comprender al Pre-principio) y la Verdad que a todos atraviesa. Cuatro fueron, entonces, los pilares que iniciaron el juego de la existencia.
Asentados los primeros elementos Verdad e Intelecto dieron luz a Logos y Vida. Múltiples fueron las emanaciones que vendrían. De todos los eones el último fue Sabiduría, maldición anhelante de un impulso jamás satisfecho. Ella quería remontarse y averiguar los misterios del ser y de la vida. Su deseo filosófico le llevo a querer ser como Intelecto que observaba y comprendía directamente al Abismo. Henchida de coraje se lanzó obstinada a comprender el último enigma. Su osadía se encontraría con una nada. De su pasión desbocada emergió la grosera materia. El Abismo se escondió todavía más en el Silencio, y el deseo inmortal quedo inserto en un cuerpo finito y perecedero.
A grandes rasgos (y con elementos propios introducidos y omitidos) se manifiesta este mito de gran carga poética. A mi juicio pone de manifiesto la naturaleza del desterrado, es el deseo permanentemente desbocado con su marcha hacia adelante e insurrecta. La verdad se resguarda en el silencio inescrutable. Sin embargo su ininteligibilidad no se opone a su sentido, el cual consiste en construirle múltiples caminos: narraciones de como acceder a lo insondable. De la empresa fracasada de Sabiduría queda, al menos (y es bastante), el relato del intento de acceder al fondo último del mundo. La verdad se manifiesta así como tiempo apalabrado, estético y significativo; sin punto y final, sólo punto y aparte. Esta aventura de Sabiduría continúa viva en el impulso de los insatisfechos. Se trata de una búsqueda perenne, un impulso que desborda todo freno, la manifestación de Eros que ni sabe ni quiere detenerse.
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