Cualquiera puede tener una experiencia de silencio, clara, cristalina, diferenciada esta del mismo ruido —¿o no?—. A poco que indaguemos sobre el silencio nos encontramos con algo esquivo, que no se deja experimentar del todo. Toda búsqueda que pretenda su experiencia se llena rápidamente de sonidos y palabras. Es por esto que quizás sea tan absurdo escribir sobre el silencio como teorizar acerca de un chiste (haciendo con esto que ambos pierdan su gracia). Pero aun así rompamos el sonido con silencio para ver si tiene algo que decirnos.
A continuación no hablaremos solamente de un silencio, sino de seis. El silencio es un sonido, en efecto, pero un sonido aún no efectuado, una latencia; una música por-venir, una palabra aún no escrita. Hay que distinguir, dicho rápidamente: por una parte el sonido patente (sonido efectivo), por otra el sonido latente (el silencio). También el silencio puede emerger en momentos imprevistos, y de la misma forma el mismo puede servirnos como higiene o constituir un ambiente. Seis silencios, en definitiva, que aspiran a encontrar su sonido en las palabras. Vayamos ya con estos silencios.
Silencio como irrupción.
Este silencio es aquel que acontece de repente y sin esperarse. Su consecuencia es que turba al individuo y lo deja suspendido, sin asidero. Es similar a esa experiencia que sigue después de recibir el impacto de un chiste lamentable. Ni la risa puede venir en auxilio de este instante, solo queda un incómodo silencio. En definitiva, consiste en ser un acontecimiento inesperado que silencia de manera brusca, inesperada y violenta.
Silencio como sonido latente.
Con contenido latente que puede volverse actual. Aquí el sonido es posible de manera potencial. Es, por decirlo de otro modo, un todavía no, un anuncio de algo que no ha llegado aún, pero llegará. Es el silencio como velo transparente que no muestra del todo pero que a través de su fina capa deja traslucir lo que contiene. Este sonido latente es estrictamente silencio, sólo su actualización en sonido patente produciría el paso del silencio al sonido.
Silencio como sonido permanentemente latente.
Pura potencialidad sin poder volverse nunca actual, insinuación perenne que obliga a la creación para poder asir lo silencioso, aunque sea de manera indirecta. Al igual que el anterior también es un silencio que esconde un sonido. Pero este no se puede emitir asemejándose al noumeno kantiano en el sentido de que es inaccesible. Silencio que permanece siempre en latencia, pura insinuación que nunca se puede desvelar. Pertenece principalmente al ámbito de lo trascendente.
Silencio como intervalo significativo entre sonidos patentes.
Silencio mantenido que vertebra y dota de significado a dos o más sonidos patentes. El intervalo entre dos sonidos patentes es un silencio que pasa desapercibido debido a que se halla arropado entre dos sonidos. Sin embargo este silencio es fundamental para dotar de inteligibilidad el conjunto de unos sonidos que sin aquel no sería más que ruido amorfo. Difícil sería una canción sin silencios en la partitura. De la misma manera las palabras escritas en apelotonamiento, sin espacio entre ellas, seríaunasumaconfusademanchasenelpapel. Al igual, hablar sin pausas, es similar a emitir ruidos. Hasta ver requiere del leve silencio del pestañeo.
Silencio como higiene.
Descanso necesario del sonido que se ha vuelto rígido y de un solo significado. Silenciar es aquí detener el ruido, desgajándose el sujeto de sus garras. Se crea a través de este silencio una distancia, para así escuchar con la mayor amplitud posible lo que ha devenido en lenguaje anquilosado. Expresiones paradigmáticas de este lenguaje son los «tópicos». Estos lugares comunes se repiten como si fueran evidencia matemática. Dichas expresiones resuelven el mundo y evitan todo silencio reflexivo (higiénico) que lo cuestione. El tópico no deja espacio al deseo de ir más allá de lo dado. El silencio entendido aquí como higiene deshace todo intento de reducir el mundo a la estrechez de los lugares comunes.
Silencio como ambiental.
Sonidos mínimos del lugar. Están integrados en el mismo de manera perfecta. Si desaparecen estos sonidos mínimos ambientales desaparece el lugar entero. Este silencio sería algo así como la piel natural del sitio. Son la mínima expresión, los sonidos inevitables de un lugar al que podríamos denominar silencioso; aquella excepción de sonidos mínimos que permite el silencio para no convertirse en nada, en vacío puro. El sonido del viento en la cima de una montaña solitaria, aquel ruido lejano y casi imperceptible que apenas se escucha en un rincón solitario y tranquilo de una bulliciosa ciudad; estos podrían ser ejemplos de silencios ambientales, mínima expresión que permite la existencia del lugar y que por su naturaleza pueden suceder como si no ocurrieran. Este sonido en servicios mínimos como ambiental es y permite un silencio que libera —aunque sea por un instante— de la agitación actual de ir cada vez más deprisa hacia ninguna parte. Actúa como freno ante la aceleración contemporánea. Los elementos significativos del mundo nos pasan desapercibidos, y esto valioso busca patentizarse y hacerse oír. Y de esta forma salir del silencio y objetivarse en obra.
Estas seis formas de silencio —irrupción, latencias, intervalo, higiene, ambiente— nos han permitido romper el sonido con silencio de forma momentánea. Todos tienen la característica de actuar como obstáculos ante la apisonadora del ruido (en cierto sentidos es también un revés dado a la lógica). Este sonido implacable iguala todo bajo su manto. El silencio presenta un mundo abierto, atópico, distinto, no definitivo. Hasta aquí se ha intentado dotar de ropaje de palabras a un invisible, forzar la paradoja del sonido del silencio (o el silencio del sonido). Quizás todo lo hasta aquí escrito, tal como se insinuó al principio, no tenga más valía que un chiste sin gracia. Si esto es así (que no es poco) se habrá conseguido, al menos, hacer que de este aparente disparate emerja lo más parecido a una experiencia con el silencio.
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