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En alguna entrevista concedida a raíz de la publicación de “El silencio y los crujidos”, tres relatos sobre personajes que se retiran del mundo, Jon Bilbao le quita todo lustre a la soledad del poeta o el escritor: también el carpintero está solo entre sus herramientas, y nadie habla de su soledad gremial. La soledad es una cuestión de todos, y he aquí la paradoja.
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A continuación, un enlace a un fragmento de la entrevista que hizo Soler Serrano a Cortázar, en una TVE que parece aún más remota que el año en que se emitió la entrevista, 1977. No lo vean todavía, hay una instrucción que quiero sugerir: Prueben a verlo sin sonido. Para mí, ya es tarde, sé lo que se le pregunta y lo que responde, pero sigue conmoviéndome la candidez de los movimientos de Cortázar a medida que escucha la verbosa pregunta de Soler Serrano.
Cuando el plano cambia del entrevistador a él, Cortázar está mirando al suelo; asiente, no en señal de atención, sino de conformidad; enseguida, una sonrisa raja la uniformidad del gesto, una sonrisa melancólica y dulce; inmediatamente, levanta la mirada y la frunce hacia su derecha. Lo que sea que ha traído la sonrisa a la cara está siendo evaluado; Cortázar está comprobando que lo que pretendía ha fracasado, seguramente, o como mucho lo ha conseguido sólo parcialmente. Pero no cabía proponerse ningún otro destino.
Esta es la frase que Soler Serrano dirige a Cortázar, para definirlo: “Un solitario deseoso de tener amigos y de que todos los hombres se entiendan entre sí, pero muy avezado a tu soledad”. Conozco bien esaa frase. He visto ese tramo de la entrevista muchas veces, y ya la primera vez sentí que parte de mi biografía estaba contenida en ella.
- La intimidad aún no se había convertido en la desinhibición desbocada que ha llegado a ser después. El pudor es que Cortázar muestre el dolor y la vergüenza, como alguien que presenta un regalo de humildad insoportable; y el pudor es que lo veamos sabiendo que, si levantáramos nuestra camisa, revelaríamos moratones parecidos.
La soledad es culposa, para Cortázar, pero también irresistible.
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Es culposa, o no tanto. Como en torno a todas las experiencias fundamentales de la vida humana, hay enormes ambivalencias en torno a la soledad. No encontraremos palabras que agoten el asunto: lo malo de los aforismos es que frente a ellos rebajamos el sentido crítico sólo porque son guapos; y dependemos de cuáles nos presenta la fortuna, y de nuestra fortaleza para resistirnos a ellos.
No poder permanecer solos en nuestra habitación es el origen de todos nuestros males, según la muy citada opinión de Pascal. Unos catorce siglos antes, en la vigesimoquinta carta que escribió al fantasmal Lucilio, Séneca manda a la tabla a todos los aficionados a estar solos: “Yo me daría por satisfecho con que realizases todos tus actos como si alguien, cualquiera, estuviera contemplándote, porque es la soledad la que nos sugiere todos los males”
Pascal es más un místico que rebusca en las esquinas de la intimidad los flecos de la presencia de Dios. La comunidad estoica (la tercera stoa, constituida por Epicteto, Marco Aurelio y el propio Séneca) es un proyecto social y una comunidad terapéutica, también. La soledad no es sólo una vía de dirección contraria, sino también motivo de sospecha. Del solitario no nos podemos fiar. Va a lo suyo, y para los estoicos, a pesar de la búsqueda de la autarquía -la independencia personal-, solo existe lo de todos.
Todos, o muchos, queremos ser aceptados. Todos, o muchos, accedemos a ser homogéneamente distintos.
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Las cosas no son tan claras. La soledad es una purificación necesaria como el sueño. También una protección, un refugio. Un lugar de revelación, pero la tozudez de la ceguera. Humildad pero también soberbia. En ella caben el vaciamiento, y el síndrome de Diógenes.
Es verdad: estar solo no significada estar devastado, del mismo modo que estar rodeado no implicada estar acompañado. Algunos no se resisten al amor a los otros, pero le imponen una condición: que nunca se avengan a la cercanía, que del enjambre de los hombres y las mujeres nunca emerja un tú. El cuerpo a cuerpo es un combate del que no puede salir nada bueno. Para sobrevivir, mejor tener a los demás lejos y en bloque. Un refugio de montaña, como decíamos. No sé si hubo otra alternativa para el pobre Cernuda.
Por quienes vivo, aun cuando no los vea;
Y así, lejos de ellos,
Ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres
(“Soliloquio del farero”, L. Cernuda)
Lejos; al menos, cardinalmente lejos. La honestidad también es un artefacto explosivo de efecto imprevisible. O nos dejará solos, o alentará a otros a descubrir el rostro por debajo de la máscara, aunque ese rostro sea todavía una máscara. O una mezcla de esas dos cosas.
Cercano en unas cuantas cosas a Cernuda, Aleixandre, también tránsfuga de la soledad, quiere salir a la calle:
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
(“En la plaza”, V.Aleixandre)
Son otros tiempos, y es otra persona. Pero no parece del todo real esa fusión, un poco mística, un poco psicológica. En medio de la gente, mecido por la muchedumbre, Aleixandre parece seguir solo; como mucho, descansa durante un rato del hábito agotador de ser uno mismo. Se conforma con querer al otro (mejor: “los otros”) desde el balcón, no tan distinto del farero cernudiano. Pero no es poco haber intuido que si bien la soledad puede ser supervivencia, convalecencia, el otro no siempre es tumulto; a veces es testigo y auxilio, y a veces nos llena de claridad.
No hay sentencia definitiva. Hemos pasado etapas en que la soledad era inaguantable, y otras en la que era un éxtasis de amor. Nunca completamente solos, nunca completamente acompañados. Ya nos recuerda Zambrano que, para Ortega, la vida es una dialéctica entre soledad y compañía.
Mejor dejarlo en esto punto, ahora que la concordia parece posible. Pero yo también quiero ofrecer un aforismo que aspire absurdamente a una sabiduría terminal: La soledad radical implica amistad radical con el mundo
Encontrarnos en el silencio y perdernos en la muchedumbre, recurrente en mi amado Lapido y tan bien descrito por mi querido Igor con palabras e imágenes ( me refiero a los gestos de Cortázar). Gracias por tu claridad y compañía.
Muy aleccionador para mi la soledad es como un auto pequeño entre inmesos volquetes. Se puede avanzar mientras haya espcios minimos.para liberarse y dejar atras. Inconsecuencias