El yo-yo es un juguete simple pero de gran carga simbólica. El disco que lo compone, una vez aplicada moderada fuerza, sale y se extiende hasta donde la cuerda se lo permite. Cuando ésta se encuentra extendida, el yo que maneja el juguete no tiene sino que efectuar un breve y firme tirón para que el disco retorne. El momento dramático del juego es aquel donde se juega la vuelta o no del disco. Esto requiere dos acciones: o se tira firmemente para facilitar su retorno o se da un tirón ineficaz resultando que el disco se enreda con la propia cuerda que lo sostiene. En conclusión, y sea como se ejecute: o el yo retorna al yo o simplemente no vuelve. Si esto último ocurre nos hallamos inmersos en una crisis. A mi juicio nos encontramos como sociedad en este momento dramático del juego —formal a veces, informal en otras— en el que consiste la vida humana.
Una rápida mirada y escucha atenta a lo que nos rodea nos comunica cierta crispación, hartazgo, empecinamiento, cerrazón. Bajo el contexto que ahora habitamos, estructurado bajo las difíciles condiciones traídas por la pandemia, todas estas conductas, palabras, acciones, etc. son, en cierta manera, comprensibles. Nos ha tocado vivir circunstancias indecibles, duras; las cuales han sacado lo que había (o no) de humano en cada uno. Pero más allá de toda esta triste situación, el asunto que aquí principalmente rondaremos versará sobre una cuestión determinada. El contexto de pandemia puede ayudar a la comprensión de como lo humano re-acciona cuando todo se desmorona. La cuestión principal de este texto es, en efecto, la respuesta que el sujeto da a una realidad que le desborda. Veamos, a continuación, más de cerca lo que aquí brevemente se señala.
Las crisis actúan como el desgarro del tejido de lo previsto por cuya fisura entra lo otro. ¿A qué nos referimos con esto? Valga el siguiente perogrullo para empezar a ilustrarlo: el mundo es aquello que no soy yo; en su otredad es lo ahí distinto a mí. Esta es la faz de la realidad que se alza como lo otro que yo, y se hace patente en los momentos de vulnerabilidad. Cuando sucesos similares a los vividos ocurren, el mundo escapa a toda reducción y control. Sin embargo, de este no del mundo ha de surgir un sí. Por esto se quiere decir que se ha de experimentar la novedad cuando se alza en su distinción. Dicho de otra forma y en palabras de Levinas: «el Otro no puede estar contenido por mí […] es impensable; es infinito y está reconocido como tal» (Levinas, Totalidad e infinito).
Volviendo a los acontecimientos por todos experimentados, éstos punzaron por despertar —a mi juicio— una leve conciencia de fragilidad de un yo hasta ahora rígido en exceso. Tras el impacto del suceso, las posibilidades abiertas en el trato de la crisis, fueron, a mi entender, dos. Por una parte, el sujeto pudo verse impelido a salir de sí y ocuparse de las circunstancias nuevas que ahora aparecían. La otra posibilidad sería la omisión voluntaria de cualquier acercamiento a lo otro nuevo, cuyo resultado sería el confinamiento en el yo narcisista. Dicho lo mismo pero de otra manera: o vuelta al yo con suministros, o acceso a lo nuevo que emergía; una realidad soberana que, por no ser mera regulación del sujeto, requería de ocupación y cuidado. Mayoritariamente ocurrió lo primero. La crisis no realizó su labor de cortar la cuerda, al contrario produjo la hipertrofia de Narciso. Éste soluciona lo otro reduciéndolo a idea como concepción previa y definitiva de lo que sea el mundo. Si algo tiene lo distinto es ser inasible —«soy un asidero en la corriente: ¡que me agarre quien pueda!» (Nietzsche, Zaratustra)—. El yo petrifica el río real con la idea de río para detenerlo, poseerlo y finalmente reducirlo —¿a quien?— al mismo sujeto.
De lo hasta aquí dicho se extrae cierto diagnóstico. La sociedad actual parece estar constituida por una multitud de sujetos narcisistas que han desterrado a lo otro como tal. Los vaivenes del yo-yo, cuyo principio de juego es volver siempre a sí mismo, arrastran así al mundo consigo con una fuerza de retorno. Se excluye —más precisamente: se incluye o se acomoda al yo— lo otro, lo extraño. Y una forma de esta extrañeza fue lo que nos irrumpió, sin aviso, al comienzo de la pandemia. El mundo nos recordó que está ahí y no pregunta por nadie; ni pide carnet político, ni escucha ideas sobre él mismo; ni tiene en cuenta raza, nacionalidad, sexo, género para ver si atempera o incrementa su fuerza. Cuando aparece como lo distinto requiere de atención y cuidado. Su efecto, si ha hecho bien su trabajo, despierta al mundo; y si no lo causa devuelve al sueño narcisista del sujeto, que es simplemente igualar u homogeneizar la realidad a sí mismo. Lo que nos ha pasado —a mi juicio— es esto segundo. Por lo tanto hay que recuperar el mundo como algo más que la proyección de un yo hipertrofiado.
En definitiva, de lo que se trata con este texto no es otra cosa que esbozar un leve corte a la cuerda de lo que se puede denominar el juego del narcisismo. El signo del guión como cuerda de enlace (-): a un lado el yo-al otro lado el mundo. Se pasa en los momentos de crisis del yo–yo al yo–no, y de ahí finalmente al yo–otro. Las crisis tienen la capacidad de realizar este corte y posterior nuevo enlace. El yo no vuelve a sí mismo sino que se encuentra con la vastedad de un mundo extraño al que debe quizás de nuevo nombrar y prestarle escucha, dado que es terreno aún no habitado. Incontrolable, imprevisible, pero sin duda —y sobre todo— valioso, el mundo —lo otro— genera un asombro lo cual requiere de una nueva consideración y acercamiento. Se trata finalmente de ir hacia lo inexplorado y desconocido sin retroceso, una vez esto irrumpe. Y para guiarse, cartografiar —o inducir— estos momentos, valga la filosofía, la poesía, la literatura o el arte. Que dichas disciplinas se liberen de no ser otra cosa que rectificadoras de lo otro. Dicho de forma más precisa —y ya para terminar— «el arte y la filosofía tienen la obligación de revocar la traición a lo extraño […] de liberar lo distinto» (Byung-Chul Han, La expulsión de lo distinto). Y de esta forma —y a mi juicio— el yo no reduce el mundo a sí mismo y puede con él, en tanto otro, entablar diálogo.
Muy interesante este artículo del yo-yo. Aunque y el miedo a lo distinto?
Maravillosa reflexión José Pérez. Gracias por aportar luz en tiempos de oscuridad.