La labor que aquí me concierne viene a comparar dos cuentos, de los cuales emergen claras semejanzas nada más leer el título: «Dónde está mi cabeza» de Benito Pérez Galdós y “La nariz” de N.V. Gógol. Los parecidos entre ambas obras son mucho más profundos de lo que nosotros previamente podemos pensar, pues se parecen en el tema pero sobre todo en la estructura del relato, y las diferencias, si se me permite, unen más a estos dos genios de la literatura universal de lo que los separan.
Nicolái Vasílievich Gógol nació en Soróchintsi, en la gobernación de Poltava, actualmente en Ucrania, en el seno de una familia de la baja nobleza rutena. Su padre murió cuando él tenía 15 años de edad. Las profundas creencias religiosas de la madre sin duda debieron influir en la visión del mundo de Gógol, muy condicionada también por su entorno familiar de baja nobleza en un medio rural. Se trasladó a San Petersburgo en 1828 para trabajar en un modesto empleo de burócrata de la administración zarista. En 1831, conoció a Aleksandr Pushkin, que le ayudó en su carrera como escritor y se hizo amigo suyo, algo insólito debido a la extrema introversión y evasión características de Gógol. Escribió diversos relatos breves cuya acción transcurre en San Petersburgo, como “La Avenida Nievsky”, “El Diario de un Loco”, “El Capote” y “La nariz”, obra que nos atañe y que sería adaptada como ópera por el compositor soviético Dimitri Shostakóvich. Sin embargo, sería su comedia El Inspector, publicada en 1836, la que lo convertiría en un escritor conocido. El tono satírico de la obra, que comparte con otros de sus escritos, generó una cierta controversia, y Gógol emigró a Roma. El escritor pasó casi cinco años viviendo en Italia y Alemania, viajando también algo por Suiza y Francia. Fue durante este periodo cuando escribió “Almas Muertas”, cuya primera parte se publicó en 1842, y la novela histórica “Tarás Bulba”. En 1848, Gógol hizo una peregrinación a Jerusalén, impulsado por sus profundas creencias cristianas ortodoxas. Diez días antes de su muerte, quemó lo que había escrito de la segunda parte de “Almas Muertas”, aunque algunos fragmentos de esa segunda parte sobrevivieron y han sido publicados. Gógol falleció en Moscú el 21 de febrero de 1852 –4 de marzo, según el calendario gregoriano– al borde de la locura y con un gran deterioro físico.
Habiéndonos acercado a este maestro de la literatura a través de su vida, vamos a conocerlo junto a Benito Pérez Galdós a través de las dos obras que les unen. De nuestro escritor patrio y en el número extraordinario del diario El Imparcial, publicado el 25 de diciembre de 1892–y no el 30 como muchos autores creen–, apareció por primera vez el relato “Dónde está mi cabeza”.
En esta obra el narrador nos cuenta que un día, próximo a abrir los ojos, tiene una espantosa sospecha, confirmada luego al pasarse las manos de un hombro a otro sin hallar obstáculo. Descubre que no tiene cabeza, aunque sigue con vida y puede pensar. Llama a su criado Pepe, a quien le comunica la singular novedad y le ordena que busque dónde puede estar parte tan importante de su cuerpo. Éste, al volver después de su infructuosa búsqueda, le indica que la cabeza no aparece por ningún sitio. El protagonista cree recordar que la noche anterior, al escribir y corregir el texto de su discurso sobre la Aritmética filosófico-social y no pudiendo soportar intensos ardores de cabeza, se la sacó sintiendo inmediatamente un gran alivio. Así, va a buscarla él mismo, mirando primero debajo de la cama y en su despacho, después entre los papeles, pero no la encuentra. Entonces, acude a Augusto Miquis, médico amigo, quien, al oír la explicación del protagonista, le prohíbe continuar los trabajos que le absorben en ese momento y le recomienda que busque su cabeza en la casa de una dama, una marquesa y viuda, cuya relación con el protagonista está siendo bastante comentada entre los conocidos. Dirigiéndose a casa de ésta, contempla en el escaparate de una peluquería su propia cabeza. Entra en el establecimiento y una mujer hermosa sale de la trastienda invitando al protagonista a sentarse señalando la silla más cercana con la mano en la que sostiene un peine. El texto acaba justamente ahí; entre paréntesis y después de la firma del autor, se añade la nota siguiente: “La continuación en el número de Navidad del año que viene”, continuación que nunca se escribirá.
El relato de Gógol, “La Nariz”, publicado en 1835 narra una historia similar que se inicia con la chocante escena en la que un pobre barbero, Iván Yákovlevich, y su esposa Praskovia Osípovna encuentran una nariz humana en el panecillo de su desayuno. Iván Yákovlevich, horrorizado por tal descubrimiento, puesto que puede suponer un terrible descrédito de su negocio, trata de librarse de ella arrojándola al río Nieva, acción que es impedida por un agente de policía. Paralelamente, asistimos a la desesperación del asesor colegiado, el mayor Kovalióv, verdadero protagonista del relato, quien despierta esa misma mañana sin su nariz. Después de denunciar su desaparición a la policía, vaga por la ciudad, ocultando su rostro, puesto que es una personalidad conocida en San Petersburgo y teme las burlas de la gente. En cierto momento, descubre a su propia nariz, quien ahora es un consejero de Estado, y ésta se niega a reconocerle y a recuperar su lugar original en la cara del asesor colegiado. Como vemos, la nariz del cuento de Gógol no desaparece, sino que se independiza del cuerpo al que pertenece. Poco después, Kovalióv recibe la visita del policía que detuvo al barbero, le trae su nariz –ya en su tamaño original y envuelta en un papelito–. Pero surge un nuevo problema, ésta no quiere pegarse en su sitio, lo que sume en la desesperación al protagonista. Sentimiento que se intensifica todavía más al descubrir éste que han empezado a circular por la ciudad diversos rumores acerca del extraño fenómeno que padece. Todo acaba felizmente dos semanas después, una mañana en la que Kovalióv despierta y comprueba contento que la nariz ha regresado a su lugar. El narrador termina su relato con las irónicas palabras de que “sucesos por el estilo pocas veces ocurren en el mundo… pero ocurren”.
Como vemos, tanto el cuento de Gógol como el de Galdós plantean dos historias grotescas, dos situaciones límite creadas para provocar la extrañeza y la hilaridad del lector. Ambos textos pueden ser considerados también como interesantes precedentes de la literatura surrealista y han sido objeto, cada una por separado, de diferentes métodos de análisis literario, entre ellos el psicoanálisis, como veremos más adelante, pero pocas veces se ha atrevido el investigador a relacionar estas dos obras de arte en un mismo estudio.
Como algunos estudios apuntan, las conexiones argumentales de estos dos relatos invitandonos a pensar que Galdós pudo haber conocido el trabajo de Gógol y que, concretamente en este cuento grotesco, la influencia del autor ruso podía ser un hecho. Es tal el parecido entre los personajes de “La nariz” y “Dónde está mi cabeza”, que es fácil llegar a pensar que han sido sacados de un mismo relato.
Hablemos de los personajes
Para otorgarle mayor relevancia, dejaremos la comparación de los protagonistas para el final y empezaremos nuestro estudio por uno de los personajes que, a mi parecer, puede descubrirnos mayores semejanzas: el criado Pepe, amigo y servicial, y el lacayo Iván, que es vago e indolente. Llama la atención que estos personajes intervengan en ambas historias casi con el mismo papel, su espacio de actuación es el dormitorio del señor, el cual siempre teme su reacción a causa de su infortunio. Es curioso también la simplicidad de sus nombres, los cuales pueden considerarse de los más comunes en los países de origen de cada autor: Pepe e Iván. Teniendo en cuenta la predilección, sobre todo por parte de Gógol, por las nomenclaturas originales y coloridas, el nombre del lacayo no puede más que tener una intención consciente en el autor: los criados resultan sencillos e incoloros pero, a la vez, son representantes de lo común, del pueblo –he aquí donde radica su importancia.
Otra figura transcendental es la del médico: el doctor Augusto Miquis, amigo y médico del protagonista de “Dónde está mi cabeza”; el doctor de La nariz, al cual el autor no da nombre, vive en el entresuelo del edificio de Kovalióv y se le describe como hombre de principios, de buena presencia y salud bucal. El personaje del médico, en ambos casos, es uno de los últimos recursos al que acuden los protagonistas para cerciorarse de que realmente les falta la cabeza, en la obra de Galdós, y la nariz, en el relato de Gógol. Los doctores coinciden en la aparente poca sorpresa que les provoca la pérdida de tales miembros del cuerpo de sus pacientes, ambos quitan importancia al suceso y no llegan a una resolución efectiva del problema. En el caso de “La nariz”, Kovalióv avisa al médico cuando ya tiene de nuevo en su poder el miembro perdido, pero no sabe cómo reponerlo a su correspondiente lugar.
La figura de la mujer entra en juego dentro de los dos cuentos sirviendo de base a las interpretaciones psicoanalíticas realizadas de las obras. Los dos protagonistas alzan al personaje femenino como posible culpable de la decapitación y pérdida de la nariz. La Marquesa viuda de X aparece de manera indirecta dentro del relato de Galdós, ya que la conocemos a través del diálogo entre el doctor Miquis y el protagonista, y por los pensamientos que éste último tiene hacia a ella. Algo parecido ocurre con la oficiala del Estado Mayor, Alexandra Podtóchina, mujer a la que Kovalióv hace culpable en un primer momento de amanecer sin nariz puesto que ésta quería casar a su hija con él y, aunque a Kovalióv gustase de cortejarla, eludía el compromiso. Conocemos a la señora Podtóchina a través de la correspondencia con el protagonista del cuento, sin embargo, sí sabemos que finalmente ella no es culpable de la nariz extraviada, sino el barbero Iván Yákovlevich.
Ahora ahondaremos en las características del protagonista de cada relato. Del personaje principal de la obra “Dónde está mi cabeza” sabemos solamente que es un científico, hombre de buena familia y calvo. El mayor Platón Kovalióv, en cambio, es asesor colegiado del Cáucaso que ha llegado a San Petersburgo para alcanzar el puesto de vicegobernador o si no, el de administrador en algún reputado despacho. Es un hombre mujeriego que gusta de pasear por la Avenida Nievsky –un rasgo bastante significativo en la literatura gogoliana ya que, según el propio autor, nada es lo que parece en la gran avenida de San Petersburgo–. La pérdida de distintas partes del cuerpo es el punto de unión de estos dos personajes, este suceso trunca los éxitos futuros que han planeado cada uno de ellos, ya que ni el protagonista del cuento de Galdós podría concluir su Discurso-memoria sobre la Aritmética filosófica-social y leerlo así en la Academia, ni tampoco el asesor colegiado podría mantener su ajetreada vida social y conseguir su puesto en la administración. No es tanto el horror por la pérdida de una parte importante del cuerpo como el lamento por la repentina transformación de sus metas.
La cabeza en sí no es un personaje independiente, pero he considerado que merece ser analizado como tal porque durante el transcurso del relato se produce una evolución interesante en la vida de esta parte del cuerpo. Según sabemos de lo que nos cuenta su dueño, la cabeza era calva pero, al final del cuento, lleva una bien peinada cabellera y está expuesta como maniquí en una peluquería, lo que podíamos considerar que tras su independencia ha sido capaz de ocupar un puesto de trabajo, tal y como hace la nariz del mayor Kovalióv. En el cuento de Gógol, esta independización, en cambio, es total y completa, ya que tiene su propio cuerpo, va de uniforme y ha conseguido el puesto de Consejero civil, aunque, en realidad, la nariz es sólo un impostor con la intención de marcharse en tren a Riga con un pasaporte expedido, ya desde hacía tiempo, a nombre de un funcionario.
Como introdujimos al principio, los dos relatos, el de Galdós y el de Gógol, son intrigantemente similares en la estructura del cuento. En ambas historias, los protagonistas se dan cuenta de su mutilación justo al despertar y piensan que todo ha ocurrido en la noche anterior. Se procede a la búsqueda inmediata, ambos pasean por las calles exhibiendo así su desgracia, tanto Kovalióv como el científico prestan atención a los escaparates de las tiendas, ambos recurren a un doctor y hacen culpable a una mujer.
Se produce una metamorfosis que es, junto a la búsqueda, el proceso central de la obra, el cambio súbito que domina la ficción: la cabeza hace las veces de maniquí y la nariz se convierte en persona, como explica ella misma en un diálogo con Kovalióv. Muchos investigadores han visto aquí algún tipo de atomización social: “soy una persona pero la sociedad me aliena y me ve como un objeto funcional”, es decir, la nariz se comporta como una persona pero al final debe volver a ser una nariz porque así se lo ha impuesto la sociedad. Lo que falta es algo más que una parte del cuerpo, no es sólo una cabeza o una nariz, es la ausencia de algo más, y el camino, la búsqueda, es el único remedio.
Para aquellos que no comparten el método freudiano, opinan que el relato no es más que un divertimento que se agota en sí mismo. La obra de Gógol es cómica, siempre en proceso de ser superada por un profundo sentimiento de melancolía y depresión. No hay ni una palabra donde observemos que la intención del autor sea hacer reír. Las obras de Gógol no son fieles a la realidad, sino a un sentido general de la realidad, en contradicción con el ideal. El universo gogoliano contiene un simulacro de vida: psicología, experiencia y temas primitivos, planteado todo en su autosuficiencia poética e inconclusión semántica en la cuestión del significado de la vida y del arte por igual. “Dónde está mi cabeza”, a pesar de ser un cuento fantástico se observa el fuerte legado realista de Galdós en las descripciones, sobre todo de los minuciosos detalles anatómicos que prodiga el narrador cuando se da cuenta de que no tiene cabeza: …“a la vértebra cortada como un troncho de col”. La ironía, pues, de la situación es que el personaje no se percata de que no puede ver y que, sin embargo, sí que ve. Esa ceguera puede limitarse a lo personal pero en un personaje galdosiano, cabe relacionarlo con las circunstancias históricas en las que se encontraba la sociedad española de la Restauración, instalada en una ceguera tanto en lo económico, como en lo institucional, en lo cultural o en las relaciones exteriores, con las consecuencias que vendrían a manifestarse con toda su crudeza poco años más tarde, en 1898.
El cuento de “La nariz” retrata una época, el siglo XIX, y un lugar, San Petersburgo, con la precisión y el acierto propios de un narrador como Gógol. La Rusia del XIX, contaminada por las jerarquías y un sistema burocrático gigantesco, capaz de engullir a cualquier empleado y a todos los ciudadanos, es recreada en el relato de “La nariz”. Todos los personajes que surgen se ven, de un modo u otro, afectados por las imposiciones de un ritmo exasperante, donde las imposiciones, las solicitudes y las protestas siguen un curso inalterable que convierte cada acto humano en una batalla perdida contra el sistema.
El Psicoanálisis del cuento
La ambigüedad del relato de Galdós comienza justo en las primeras palabras del cuento: “Antes de despertar”. Ésta es una característica que se repite en la obra del autor ruso, aunque al ser “La nariz” un trabajo mucho más completo, la referencia de que el protagonista acaba de despertar no la conocemos hasta el segundo capítulo. Así, desde un primer momento, se sugiere el socorrido truco del sueño como desenlace explicatorio, es más, la primera redacción del cuento de Gógol terminaba explicando que todo lo escrito había sido sueño del comandante Kovalióv, final que luego suprimió convirtiendo su obra en un experimento con lo absurdo, un acertijo sin clave y una provocación a sus lectores. También se baraja la posibilidad de que los acontecimientos sean producto de la locura, ya que, en la obra española, el narrador hace referencia a su perfecto estado de salud física, dejando la mental en plena libertad para su desarrollo.
Para quienes defienden esta teoría, el aspecto más ilustrativo se encuentra en la reacción de los demás ante la decapitación y pérdida de la nariz. La ambigüedad aumenta por medio de la respuesta de los personajes circundantes: el criado y el lacayo, los transeúntes, Miquis y el doctor de Kovalióv, la peluquera y el policía. La falta de terror podría servir como caracterización general de los dos relatos, pues es notabilísimo que ninguno de los personajes secundarios experimente miedo, aunque sí curiosidad, sorpresa y reflexión. Nadie reacciona como cabe esperar ante la mutilación de la nariz, en una historia, y la falta de cabeza, en la otra. Por una parte, esta ambigüedad nos sitúa en el filo de la indecisión, característica fundamental del cuento propiamente fantástico. Aceptando que la literatura fantástica se gesta en un registro de la psique muy próximo al de los sueños, observamos ciertos elementos oníricos dentro de las dos obras que nos atañen. Freud observa que los sueños que nos muestran en una situación espantosa, peligrosa o repulsiva no nos hacen experimentar el menor miedo ni la más pequeña repugnancia, de ahí que la falta de reacción afectiva, de sentimiento, en el soñador, se pueda proyectar sobre los personajes circundantes. Igual que en los sueños de exhibición, se trata de la dramatización de un sentimiento de culpabilidad que busca expiarse a través de la confesión de los otros. Por tanto, los doctores y demás personajes secundarios son espejos de la propia ansiedad del protagonista, reflejada en el silencio de éstos y que el narrador trata de colmar con el ruido de su consciencia. El sueño, al igual que el cuento fantástico, representa al pie de la letra las figuras metafóricas de la lengua y, al hacerlo, pone en evidencia una fisura en la psique individual y colectiva, de ahí que la expresión perder la cabeza se manifieste literalmente en el relato. En la obra de Galdós, el elemento de culpabilidad se vislumbra sólo en la suave reprobación de Miquis al revelarle que la causa directa de su mutilación son las relaciones sexuales ilícitas con la Marquesa viuda. El protagonista, incapaz de tolerar su culpabilidad por esta relación, soluciona el problema castrándose, en lo que puede ser, efectivamente, su propio sueño, como en cierto sentido se castra el cuento. Así se encauza la comprensión del relato hacia significados de orden social: la hipocresía y el miedo a la crítica de la comunidad.
El tema principal es el conflicto de los sueños y la realidad: lo grotesco señala un cruzamiento de series, un dualismo no resuelto de la actitud narrativa hacia lo que se está presentando, una escala de magnitud –física y semántica– en arbitrario cambio, y por tanto una provocación al lector. Notemos que el narrador de los cuentos nos habla de lo que sucede con sus palabras en estilo indirecto libre. Este recurso, sobre todo en la obra de Galdós –que mezcla la voz y la conciencia del personaje con la voz de aquel que narra–, sugiere que el proceso de análisis de su malestar se ha desarrollado por medio de la doble participación, la colaboración de dos conciencias. Este pasaje evidencia cómo el sujeto es informado de lo que ocurre por los objetos que le rodean y a su vez se vierte en ellos en un vaivén típico de los sueños, como ocurre, por ejemplo, cuando, al verse en el espejo, los dos personajes principales sienten un fuerte rechazo ante lo que están viendo: «¡Qué horripilante figura!», «¡Qué porquería!». Sólo al ver su reflejo es cuando los protagonistas se dan cuenta de su situación y sienten verdadero rechazo ante su desfiguración.
El papel de la mujer en “La nariz” no es tan firme como en el relato de Galdós ya que, como expone una de las mayores críticas que ha recibido el escritor ruso con el paso del tiempo, Gógol peca de la falta de personajes femeninos en sus obras y la poca relevancia que les da dentro de sus relatos y novelas. De todas maneras, es interesante la función que Praskovia Osípovna y la oficiala del Estado Mayor ocupan en el cuento. Al principio del relato, se nos presenta una escena matrimonial entre el barbero y su esposa. Praskovia Osípovna grita e insulta a su marido cuando encuentra la nariz: «¡Sólo sabe pasar la navaja por la correa, y pronto no estará en condiciones de cumplir con su oficio el muy tonto!». En esta frase, los investigadores, que siguen el método del psicoanálisis, han concluido que se hace referencia a la impotencia del barbero. Por lo tanto, la mujer aparece también como un sujeto que denigra al hombre.
Con la entrada en escena de la Marquesa en “Dónde está mi cabeza” empieza a vislumbrarse el sentido del cuento. La frase hecha «¿dónde está mi cabeza?», en su sentido cotidiano, se ha tomado en el relato al pie de la letra, produciendo esta extraña decapitación, y aquí se revierte a su significado habitual, en la insinuación de Miquis de que el protagonista había perdido la chaveta por una mujer, concretamente por la Marquesa viuda de X. La conclusión del doctor cambia el rumbo del cuento desde un relato de obsesión personal, psicológica, hacia otro de dimensiones sociales, pues al mencionarse la notoriedad de ese amor censurable, entra en juego una escala de valores socio-sexuales. Teniendo en cuenta este sentido nacional, o comunitario, que forma parte de la frecuente simbolización de una sociedad nacional por una mujer en la literatura decimonónica, y notablemente en Galdós, podemos ver que se entraña en la cómica fantasía del cuento galdosiano no sólo la decapitación castradora del protagonista, sino un enjuiciamiento de la sociedad burguesa española: a fin de cuentas es ella la que castra a la persona debido a sus censuras, nacidas de unas contradicciones internas cada vez menos sostenibles y que imposibilitan la felicidad del hombre en el amor, metáfora para la integración en un mundo, es decir, en un colectivo realizador.
El final del relato de Galdós, ofrece una fascinante pista para considerar a la peluquera como repetición de la figura castrante de la marquesa, ya que el peine que enarbola en las últimas líneas del relato, según la concepción freudiana, se convierte en el típico objeto castrante. De modo que la interrupción del cuento se justifica también desde un punto de vista psicoanalítico: el hombre acaba en el momento en que es castrado por la sociedad. El relato de “Dónde está mi cabeza” acaba entonces cuando el narrador despierta, mientras que, en el cuento de Gógol, la nariz reaparece en su sitio de repente tras unas semanas, periodo comparable con el tiempo en que soñamos por la noche, el mal sueño acaba cuando despierta de nuevo Kovalióv.
Hemos visto cómo dos personas, lejanas en el tiempo y en la distancia, pueden brindarnos con relatos inesperadamente semejantes y poseedores de una doble lectura par. Nos han acercado la sociedad rusa de principios del s. XIX y la sociedad española de finales del mismo, se han unido en sus similitudes y se han fortalecido en sus características que los hacen únicos, en la sutilidad de cuento fantástico-maravilloso. Somos testigos del poder de la palabra, la voz capaz de hacer hermanos a los pueblos más dispares de la mano de la literatura, la cual constituye la esencia múltiple pero armónica de la capacidad humana
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