Desde hace un par de semanas mi hija afirma que es rusa. Aunque sabe que ha nacido en la planta tres de la Mutua de Terrassa no hay quién pueda convencerla de lo contrario. Como muchas de las cosas importantes, ésta, también nació como un juego, con una broma tontaina que le hacíamos cuando de más pequeña pronunciaba todas las “r” con la vibración y fuerza de una soviética sobrevenida. Ahora, años después, ha destilado interiormente la broma hasta pedirse mentalmente la nacionalidad.
Siguiendo la inercia del entusiasmo caprichoso –joda gozosa– hemos aprovechado en casa para leer algunos fragmentos de Guerra y Paz, el novelón de Lev Tolstoi y recordar la manía que tenían los clásicos rusos en ir cambiando el nombre de sus personajes a lo largo de sus exquisitos tochazos y así nos vamos cambiando los nombres a cada rato: Hijovska, Abrila, Roblerushca. También le ha dado por escribir un trabajo sobre Rusia y la Unión Soviética y entregáselo a su pobre y abnegado profe de primaria –jajaja, risa malévola– , y vernos enterita la homónima y excelente serie de Filmin dirigida por Tom Harper (el director de Peaky Blinders). Para acabar la semana temática hemos repasado las deliciosas y humorísticas canciones de la banda No nos llamamos Fiodor, poniendo especial énfasis en cantar el estribillo del hit Me gustan los clásicos rusos o la maravilla folk de Ran Ran Ran llamada Guerra i Pau.

https://vimeo.com/86047771 “Me gustan los clásicos rusos” de No nos llamamos Fiódor (dentro de ¿Sabes lo que te quiero decir? Editado por Grabaciones de Tiza
En fin, se repite mucho estos días que es en los tiempos difíciles cuando aflora nuestro verdadero valor. Tal vez algo parecido pueda aplicarse a la misma cultura. Si no somos capaces ahora de utilizarla en nuestro beneficio –kit de curación emocional, salvatardes de angustia, crecimiento y diversión– habremos fracasado irremediablemente. Música, cómics, libros, videojuegos, series y cómics. No hay excusas que valgan, es el momento de utilizar todo el bagaje previo, de aplicar los utensilios de los que disponemos para cuidar y cuidarnos. ¿Quién nos iba a decir que aquellas sesiones interminables de videojuegos de la adolescencia resultarían ser el mejor entrenamiento posible para la batalla del presente? ¿Que nuestros amigos jugones y ratas de biblioteca, casi hikikomoris, estaban en realidad ejercitándose de la mejor manera para resistir el tiempo que nos ha tocado vivir?
Al inicio del encierro, en mis conversaciones virtuales, constataba la dificultad por emprender lecturas o ver películas de calado. Como si la dureza de la situación exterior, el bombardeo constante de informaciones funestas, impidiera la concentración necesaria para casi cualquier cosa que no fuera el simple sobrevivir, para el scroll infinito de noticias y dolor. He comentado también con asombro compartido la sensación de dificultad de escribir ficción con otros escritores. Tal vez se deba al cambio de referentes o contextos, que volatilizan buena parte de lo que creíamos saber. A eso se le suma la dificultad por conquistar un momento de placidez o concentración, esas ínsulas cada vez más lejanas, que nos dejen espacio mental para leer o ver una película a fondo.
El caso es que con la inmersión rusa me ha por pensar en las imágenes que utilizamos para explicarnos la pandemia y el confinamiento. La mayor parte de artículos y mensajes están imbuidos de términos bélicos. Algunos, con razón, se molestan por la utilización de vocabulario de esa épica para hablar del tema. Otros arguyen, también con razón, que en tanto que hay bajas y lucha contra un enemigo común no está de más utilizar esas metáforas. Entiendo a ambos, sobre todo en estos momentos, en lo que todavía andamos barruntando lo que nos está pasando, lo que nos va a pasar, en este tiempo en el que todavía estamos tratando de construir todavía las nuevas metáforas para este tiempo nuevo.
Es cierto que está no es la primera – ni me temo que la última – pandemia de la humanidad. El otro día, en un artículo de Letra Global, Rivero Taravillo nos recordaba que la misma tradición occidental –La Ilíada– comienza con una. También los protagonistas del Decameron se escaparon a su segunda residencia como esos tres señores que hace poco pillaron escondidos en un coche para celebrar una barbacoa al aire libre. Y, sin embargo, hay algo nuevo, de tiempo suspendido, de indecisión vital ante la catástrofe en esta situación. Uno se encuentra sin saber si debe estallar a llorar cada rato o hacerse fuerte en casa y tratar de llevar un feliz arresto domiciliario. Si lanzar mensajes de ánimo y recetas de cocina o así no se hace más que romantizar una situación que no es justa para una buena parte de los habitantes del planeta. Tal vez la respuesta, como en muchas otras cosas de la vida, la tengan también los pequeños. Hay tiempo para angustiarse –esas noches llenas de zozobra e incertidumbre– y tiempo para la alegría. Tiempo para el aplauso y tiempo el recogimiento. Tiempo para el dolor ante el millar de muertes y tiempo para celebrar que seguimos vivos junto a una copa de vino y una pantalla iluminada.
Me molesta cuando Pérez Reverte –tal vez para animar a los más mayores– rebaja las quejas de algunos jóvenes ante los rigores del confinamiento, comparándolos con la dureza feroz del sitio de Bosnia en la guerra de los Balcanes. Tengo la sensación de que es como si durante la Primera Guerra Mundial le afearan a los soldados de que se quejaran en las trincheras, aludiendo a que había sido mucho pero en la Guerra Púnica. En fin, ya estoy otra vez cayendo en las viejas metáforas y en los agravios.
Hoy, mientras hacia algo de deporte –por ponerle un nombre a ese mover de goznes cartilaginosos que chirrían, de rótulas chasqueantes, además utilizo como pesas las obras completas de Cortázar, para que luego digan que la cultura no sirve para nada – con una camiseta de la perrita Laika me he imaginado que realizaba mis ejercicios a bordo de una lanzadera espacial. Se me ha ocurrido que tal vez la metáfora que funcione mejor para nuestra situación es la de los primeros cosmonautas. Además, tenemos el recibidor de casa lleno de guantes, de pantallas protectoras improvisadas, de mascarillas caseras y productos desinfectantes. Toda salida de casa tiene la promesa de un viaje espacial. De alguna manera lo es.
Sí, todos los confinados somos cosmonautas soviéticos de camino a un remoto destino. Con la misión de no descuidar el presente de la estación espacial ni de los compañeros de travesía. Atentos a ese nuevo credo que debe tener en primer término la solidaridad, el humor, el amor, el estoicismo empático, viejas herramientas para nuevos tiempos. Animando y apoyando a todos los que siguen permitiendo que el viaje siga en marcha: investigadoras, transportistas, enfermeros, sanitarios, limpiadores, conserjes y doctoras, pompas fúnebres y dependientes.
.

https://www.youtube.com/watch?v=iJqLgGvlC-o “Guerra i Pau” de Ran Ran Ran, (dentro del álbum Ran de Mar) Bankrobber
En fin, raciona los chistes –me digo– , las buenas canciones, el teletrabajo, los cursos online, el cardio en el salón, los platos de cocina sana y original, los esbozos sobre la gran novela de la cuarentena, el vino bueno, la solidaridad –que buena falta nos va hacer de aquí en adelante–. Pero sobre todo (me repito cada día) raciona las expectativas de la cuarentena. Sí, Shakespeare escribió Macbeth y el Rey Lear durante una cuarentena, pero ni nosostros somos él, ni el bueno de William disponía de wifi ilimitado.
Materiales
¿Sabes lo que quiero decir?
https://lagranjadetiza.bandcamp.com/album/sabes-lo-que-te-quiero-decir
Ran de Mar
https://ranranran.bandcamp.com/
Guerra y Paz
https://www.filmin.es/serie/guerra-y-paz
Guerra y Paz
Comentarios sin respuestas