1
Recuerdo que, cuando vi el primer cartel de uno de los bares chinos de mi barrio en el que anunciaban que cerraban por vacaciones, me lo creí. Tardé dos, tres, cuatro carteles más y varios días en entender que aquello tenía que ver con el coronavirus.
En uno de ellos, el primero que ví, ponía: “Cerrado por vacacione”. Unos días después, alguien había dibujado con rotulador negro una S mayúscula para completar la palabra correcta. Al lado, un corazón amistoso. Por alguna razón, aquel gesto me pareció conciliador y lo he recordado desde entonces con cariño, antes, ya digo, de que relacionara el cierre con el coronavirus.
Yo pensaba que los dueños del bar se iban de verdad un mes a China, con sus familias. La realidad se encargó de enseñarme que no.
2
Pocos días antes de que se anunciara el confinamiento, cerró la frutería china de debajo de casa. Primero empezaron a usar guantes, después mascarillas, después Luci, que es el nombre occidental que la dueña escogió para sí misma, desapareció y solo quedó su marido. Después, cerraron.
3
Lo que hace terrible el confinamiento son los grupos familiares de WhatsApp. Con el primo facha. Con la tía que manda toda la mierda que le llega. Con todos los memes y chorradas que una puede imaginar. Los tengo todos silenciados porque mejor guardar algo de decoro y educación y no salir de los grupos. Así es la etiqueta digital. Mejor ignorar que tomar decisiones. Ghosting familiar. Y todas esas versiones de Resistiré. Al final es culpa mía (eso ya lo sabía), por no apagar de una vez el móvil y no volverlo a encender hasta junio. Eso sí que sería un buen challenge.
4
Salgo a aplaudir cada día, pero cuando con más ilusión salí fue con la olla y la cuchara de madera en ristre, para lo de Felipe.
Me gusta los aplausos a los sanitarios, pero hubiera estado bien haberlos aplaudido todos estos años que han pasado: pagando los impuestos que tocan en lugar de evadirlos, construir una sanidad pública más fuerte en lugar de desmontarla paso a paso. Como dice la sabiduría popular: nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. A buenas horas, mangas verdes.
5
Dicen que todo va a cambiar, que el coronavirus es el hecho más importante que afronta el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Gente que se sorprende de la reacción rastrera de Europa. Yo pienso que es la respuesta lógica de esta Europa, la misma que deja que mueran personas en el Mediterráneo, que las hacina, que las ignora, que cierra sus puertas sin inmutarse. Esa es siempre la respuesta de Europa, la de los cobardes.
6
A veces hace sol y hablamos con los vecinos en el balcón. Nunca había hablado tanto con ellos. Gente que toma el sol sin camiseta, gente que no habíamos visto nunca nos saluda desde los pisos superiores.
El silencio de la ciudad también me impresiona. No sé oye nada, o todo cuanto se oye destaca como una intromisión impertinente. Las palomas gorjeando antes de que se haga de día, alguna tos de un hombre que pasa por la acera, un autobús solitario circula por la carretera. Lo demás es un silencio vírico, malsano, un silencio que no consigue sanar nada dentro de esta amante del silencio. Una ciudad enorme y bulliciosa, una calle donde normalmente la vida refulge ruidosa, ahora en un silencio catedralicio, como si la ciudad rezara entre dientes.
Cierro los ojos para recibir el sol y el silencio, pero algo no acaba de funcionar.
7
Como el resto de españoles, estoy cabreada. Pero hay tantos factores que no sé exactamente cuál es la razón principal. La falta de material de protección, la lentitud del Gobierno, los fachas, las críticas constantes al Gobierno, Europa, los que hablan de decisiones evidentes y que había que tomar (pero lo hacen siempre a toro pasado), los bulos, el WhatsApp, los cuñados que todo lo saben, toda esa gente que de pronto ha pasado de ser entrenadora de fútbol de bar a epidemiólogo de balcón, los increpadores de balcón, la incertidumbre del futuro, ¿qué va a suceder? Hasta ahora tampoco sabíamos lo que iba a pasar, nunca hemos sabido nada, pero por lo menos disponíamos de la ilusión de tener el presente bajo control, un presente más o menos domesticado, predecible, donde las cosas funcionan según una lógica conocida, que más o menos comprendemos. El coronavirus ha venido, tal vez, a subvertir esa lógica, a cambiarla, a destruirla, a joderla, a follársela con su coronita que en las fotos es muy mona pero qué puta es en realidad.
Estoy cabreada por toda esa gente que se está muriendo, por todos los sanitarios que están ahí, en la primera línea, sin suficientes medios y desprotegidos. Estoy cabreada porque no le di importancia hasta demasiado tarde.
8
No sé, dicen que todo va a cambiar, pero yo sigo teniendo esa sensación agridulce de que todo va a cambiar para que nada cambie.
9
Estornudo y tengo mocos. ¿Será coronavirus? Salgo a comprar y encima de las máscaras veo miradas oscuras, preocupadas o no, pero la máscara cambia los ojos de la gente. Hay algo humano que la máscara rompe. Aunque, ¿qué hay más humano que la máscara?
10
Tal vez por todo esto vuelvo a menudo al cartel del bar chino. “Cerrado por vacacione”, y la S, del mismo tamaño que la letra impresa, del mismo color negro, pero con el indudable trazo de una mano humana, con sus imperfecciones (la barriga de la ese demasiado grande, demasiado abultada) y el breve corazón dibujado a su lado, amistosamente, como diciendo: “Te lo corrijo de buen rollo, no te enfades”.
La última vez que lo vi, el cartelito seguía en su sitio, nadie lo había quitado o vuelto a pintar, como una especie de testigo de los días despreocupados, el recuerdo de los días de antes, los ligeros días de antes.
Hace más de dos semanas que no paso por allí, claro, el confinamiento. Supongo que el cartel seguirá allí cuando todo pase, cuando la nueva normalidad que nadie sabe cómo será empiece a construirse. Seguirá allí para recordarme no sé exactamente qué. O no, lo más seguro es que los dueños, en cuanto suban la persiana y abran la puerta, antes de encender la cafetera y quitar las sillas de encima de las mesas, se apresuren a retirar el cartel, para que ya nadie se acuerde de cómo era todo antes.
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