(fotografía: Mijalis Anastasíu)
La tradición musical de Grecia es siempre generosa con quien se acerca a ella con el propósito de ampliar el estudio de los acontecimientos históricos del país. En las canciones rebéticas, por ejemplo, escuchamos con frecuencia el lamento del refugiado que —tras la catástrofe de Asia Menor y el posterior intercambio de población entre Grecia y Turquía— llora la pérdida del hogar y de la patria milenaria, y maldice su suerte al comprobar el rechazo que le dispensa la tierra de acogida, que no es otra que la Madre Grecia: “Extranjero aquí, extranjero allí. Dondequiera que voy soy extranjero. También en la casa de mi madre, también allí, ¡ay!, soy extranjero” reza la adaptación rebética del año 1929 de una canción tradicional macedonia: Ξένος εδώ, ξένος εκεί (Extranjero aquí, extranjero allí).
A mediados del siglo XX, malherida por la Segunda Guerra Mundial y el subsiguiente enfrentamiento civil, Grecia ve marchar en busca de una vida mejor a más de un millón y medio de sus ciudadanos. Muchos de ellos son hijos de los refugiados de Asia Menor que habían llegado al país tres décadas antes.
También el fenómeno de la masiva emigración griega del pasado siglo ha quedado registrado en un buen número de canciones del laikó, el género de música popular que, tomando influencias tanto del rebético como de las canciones tradicionales, registró su época dorada entre 1950 y 1980. No son pocos los griegos que refieren que, en aquella época, en casi todos los hogares de la diáspora había dos cosas en común: un icono de la Panayía (La Santísima Virgen) y algún disco o casete del cantante Stelios Kazantzidis. Y es que Kazantzidis, hijo de refugiados (su padre había nacido en el Ponto, en la actual costa turca del Mar Negro, y su madre en una aldea de Anatolia cercana al mar Egeo), reflejó como nadie en sus canciones las duras condiciones de vida y la nostalgia de sus compatriotas emigrados. “Se marchan los emigrantes”, “Maldita seas, tierra extraña”, “En las fábricas de Alemania”, “Dos patrias”, “El lamento del emigrante” o “Una carta te envío, madre” son algunos de los títulos del más de medio centenar de canciones con las que Kazantizidis, con su potente voz orientalizante y de modulación vagamente bizantina, se convirtió en la voz de la emigración griega.
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En 1964, Theodor Kallifatides, un joven griego de 25 años, decide abandonar su país en busca de una vida mejor. Su destino: Suecia. Nacido en 1938 en un pueblo de la región de Laconia, en el Peloponeso, Kallifatides llega al país escandinavo tras haber cursado estudios en el ateniense Teatro del Arte del dramaturgo Károlos Koun. Hoy, más de medio siglo después, aquel muchacho emigrante es un reconocido escritor en lengua sueca cuya trayectoria literaria ha recibido los más importantes galardones y reconocimientos. Incluso su retrato cuelga de los muros de la Pinacoteca Nacional de Estocolmo. Todo ello, claro está, es el fruto de cinco décadas de entrega a la literatura mediante el cultivo de la poesía, el ensayo, la novela, la dramaturgia, el guion y la dirección cinematográfica.
Otra vida por vivir es, creo, la primera obra de Theodor Kallifatides que podemos leer en castellano. Publicado por Galaxia Gutenberg el año pasado, este libro de apenas 153 páginas es el primero que el autor escribe en su lengua materna después de cincuenta años de producción literaria en sueco. Se trata de un relato íntimo a través del cual el autor, ya entrado en la senectud y expuesto a un importante bloqueo creativo que amenaza con ser definitivo, dirige hacia atrás la mirada y reflexiona sobre elementos tan importantes en su vida como el peso de la escritura, la vejez, la emigración, la familia, la lengua o las transformaciones que las crisis económicas y de valores han provocado tanto en su país natal como en el de adopción.
Kallifatides considera que la emigración, al menos la suya, es como un suicidio parcial: “No mueres —asegura—, pero muchas cosas mueren dentro de ti. Entre otras tu lengua”. Y un poco más adelante manifiesta sentirse más orgulloso de no haber perdido su griego, después de haber vivido más de cinco décadas en Suecia, que de haber aprendido tan bien el sueco. “Tengo algo dentro de mí que sé que no se perderá: la lengua griega. Llevo la patria dentro de mí. Porque Grecia no es ni los keftedes [albóndigas típicas de la cocina griega], ni el café, ni mi editor, ni mis amigos. Grecia es la lengua”, afirma el autor en una entrevista concedida a un medio de comunicación heleno. Allí hay gran interés por saber si se siente más griego que sueco o viceversa. He aquí la respuesta: “Me siento griego, no sueco. Soy un hombre que habla griego. Mi identidad es griega. El sueco es mi segunda lengua, funciono con ella y en ella escribo libros, pero no es la lengua que hace latir mi corazón”. A pesar de tan contundente respuesta, el escritor ha manifestado en más de una ocasión sentirse extranjero en ambos países.
Pero volvamos a Otra vida por vivir. El bloqueo creativo que experimenta el autor coincide en el tiempo —tal vez no por casualidad— con la llamada crisis griega, pero también con una crisis mundial de valores de la que Suecia no ha sido capaz de escapar. El país modelo de la justicia social y la solidaridad descubre la vida despreocupada, se entrega a los tentáculos del comercio y la especulación. Los ciudadanos son ahora individuos. La privatización de la educación y la sanidad termina por convertir “a maestros y médicos en empresarios, y a los alumnos y los enfermos en clientes”.
Pese a haber encontrado su Grecia particular en la isla de Gotland, Kallifatides comienza a pensar cada vez más en su país de origen y se pregunta si no estará ahí la raíz del problema… o de la solución. No desvelaremos nada más. Es la hora de leer.
Para los lectores de habla hispana, Theodor Kallifatides es, gracias a Otra vida por vivir y al impecable trabajo de la traductora mexicana Selma Ancira, el último gran descubrimiento de la literatura neogriega. Con una prosa sencilla, delicada y atrayente, el autor peloponesio demuestra ser un experimentado equilibrista entre dos mundos, dos países y dos lenguas. Otra vida por vivir es un ejercicio de honestidad: el relato sincero de una vida, el retrato de un hombre solo ante sus incertidumbres. Un pequeño gran libro que ofrece al lector no pocas frases (pequeñas lecciones de vida) a retener y meditar, especialmente en estos días de incertidumbre. No renuncie, pues, el lector al privilegio de contemplar la vida a través de los ojos de quien le lleva ventaja en la senda común a recorrer; es posible que hasta consiga evitar algún tropiezo.
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