El año pasado en Marienbad. Recuerdos del Futuro de Hilario J. Rodríguez
Ediciones Providence, 209 páginas, 2024.
“Más de mil veces él repite su imagen”
(J. W. Goethe, Elegía de Marienbad)
Al comienzo de El año pasado en Marienbad (Alain Resnais, 1961), la cámara, en su interminable recorrido por los pasillos del balneario barroco, nos muestra un cartel de una obra de teatro. Este detalle puede pasar desapercibido para un espectador poco atento, pero no para Hilario J. Rodríguez, que se detiene en él, lo descompone y analiza en sus referencias, significados y alusiones; y nos revela cómo este cartel es una mise en abyme de todo el film, el misterio dentro del misterio: la esfinge a la puerta del templo. El cartel anuncia una obra titulada Rosmer, escrita por un tal Niala Sianser, lo que resulta ser un anagrama de Alain Resnais. Rosmer es una obra inventada, pero, como advierte Hilario J. Rodríguez, remite a Romersholm de Ibsen, en la que un personaje llamado Rosmer tal vez matara a su mujer después de volverla loca; un crimen cometido en una comunidad humana apartada, que parece suspendida en el tiempo. Se da la circunstancia, además, de que Delphine Seyrig, protagonista de El año pasado en Marienbad, estaba interpretando esta obra cuando conoció a Resnais (p. 34). La mise en abyme es un fragmento aislable que, según dice Lucien Dällenbach (Le récit spéculaire, 1977), funciona como un reflejo que condensa el sentido global de la obra en la que se inserta, o de parte de ella. Pero también es un comentario del autor al lector o espectador: un guiño que desdobla la realidad ficcional y que denuncia su carácter de ficción o trampantojo; de ahí su recurrencia en periodos culturales artificiosos y escépticos como el Barroco o la Posmodernidad. ¿A qué espectador, cabe pensar, iba dirigido el demasiado fugaz comentario-cartel-mise en abyme de El año pasado en Marienbad?
Pero junto al análisis minucioso, el libro incorpora también la analogía como método crítico expansivo, que salta del caso de estudio a otros análogos, determinando así un campo nuevo de trabajo. A modo de sueño visionario, el autor nos presenta en el segundo capítulo una red tupida de películas que, de algún modo, se relacionan con el film de Resnais. La inacabable filmoteca mental de Hilario J. Rodríguez cartografía una sección “Marienbad” que acoge un conjunto de títulos diversos que van desde El ángel exterminador de Luis Buñuel hasta El duque de Burgundia de Peter Strickland, pasando por El resplandor de Stanley Kubrick o Inland Empire de David Lynch, entre otros (pp. 27-28). El lector percibe la lógica de esta colección de títulos que lo invita a aumentarla con aquellas “películas Marienbad” que atesora en su propia experiencia cinéfila. En mi caso, la “colección Marienbad” se incrementaría con títulos como El carnaval de las almas de Herk Harvey, Alicia o la última fuga de Claude Chabrol o La noche de Michelangelo Antonioni. No solo eso. Más adelante (p. 44), se expone la relación de Marienbad con Stalker de Andrei Tarkovski. ¿No es el balneario de Resnais otra “zona”? se pregunta el autor. La intuición así expuesta se despliega en un análisis razonado cuando se comprende el balneario a través del concepto foucaultiano de heterotopía, esto es, un espacio en el que convergen todos los tiempos (p. 133), que encarna una deriva particular de la utopía o su imposibilidad. La heterotopía nos lleva de nuevo a la zona de Tarkovski como materialización del espacio alegórico posmoderno construido y deconstruido en el texto/película por medio de prácticas agresivas de yuxtaposición, interpolación que mezcla lo extraño y lo familiar, superimposición o confusión que rompe con la expectativa de la asociación automática, de donde resulta un territorio discontinuo y ajeno al mundo real, tal como explica Brian McHale en Postmodernist Fiction (Routledge, 2004, pp. 46-48). Las ruinas sin historia y, por tanto, sin tiempo que estudia Hilario J. Rodríguez en la nota 17 (pp. 153-156), como contrapunto al edificio de Marienbad cuya historia se rompe en la Segunda Guerra Mundial, extienden la “zona” de forma distinta hacia el futuro: ¿Acaso no son los resorts abandonados tras la catástrofe y su fascinación de los relatos de James G. Ballard una versión camp futurista del balneario de Marienbad?
El año pasado en Marienbad. Recuerdos del Futuro está dividido en siete capítulos, y una sección de notas que ocupa casi la mitad del volumen. Yo sugiero leer los capítulos sin atender a las notas, y leer estas de forma seguida sin atender a aquellos. En los capítulos, el autor desgrana aspectos fundamentales de la película: su relación con “La invención de Morel” de Bioy Casares; la expresión de la ausencia del tiempo; los autores y sus trabajos (Robbe-Grillet y Resnais); algunas claves de lectura sutiles y esclarecedoras; la historia de la producción y el modo en que la película vampirizó la trayectoria de todo el equipo. El capítulo VI explora las relaciones de la película con la obra literaria de W. G. Sebald y, en particular, su reflexión en torno a las imágenes en Vértigo y Austerlitz, acaso su novela más influida por Marienbad, en la que, en tan solo unas líneas, no solo se alude al balneario, sino que se esboza toda la trama del film en un futuro conjetural abierto, pero no recorrido, para el personaje de la novela. Las imágenes, concluye Sebald en Vértigo, desplazan los recuerdos o los aniquilan, como sucedía en La invención de Morel, hipotexto de Marienbad, en la que la eternidad de la imagen solo es posible tras la desaparición de los objetos en ella representados.
Las notas, por otra parte, conforman un conjunto de fragmentos en los que, a mi juicio, está lo mejor de este trabajo: digresiones, comentarios, experiencias personales, ampliaciones sobre el nouveau roman y la traslación de sus técnicas narrativas al lenguaje del cine, la relación de Robbe-Grillet con la Elegía de Marienbad de Goethe (otro momento deslumbrante del libro), el funcionamiento y sentido de la voz en off, notas sobre el rodaje y las discrepancias entre Robbe-Grillet y Resnais, etc. Estos fragmentos yuxtapuestos, leídos (como recomiendo) de forma seguida, forman otra zona: un mosaico cubista, un laberinto que el lector recorre sin desear nunca encontrar la salida.
Hay libros a los que uno se asoma a ver qué dicen; a otros nos entregamos para ver adónde nos llevan. A estos segundos pertenece el Marienbad de Hilario J. Rodríguez.
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