El 6 de mayo de 2023 tuvo lugar la presentación de la novela de Pablo Matilla, Barrancos, celebrada en la librería La Tribu, de Barcelona. A continuación se transcribe la conversación que el autor e Irene Yúfera mantuvieron en torno al libro.
Irene Yúfera es lingüista, consultora en comunicación y profesora asociada al Departamento de Educación Lingüística y Literaria de la Universidad de Barcelona. También da clases de escritura en el Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de Catalunya. Su último libro es Qui parla i qui calla. Comunicació i (des)igualtat entre homes i dones en colaboración con Estrella Montolio y Elisa Rosado.
Pablo Matilla (Mieres, 1986) es profesor en la Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès. Con su primer libro La sabiduría de quebrar huesos (Témenos Edicions, 2017) resultó finalista tanto del Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España, como del Premio Tigre Juan, dedicado a dar visibilidad a obras de indudable potencia literaria. Acaba de publicar la novela Barrancos (Témenos edicions, 2023).
Irene Yúfera: Estamos hoy aquí para celebrar que Pablo sigue quebrando huesos con sabiduría, para llegar al meollo, o a las médulas de diferentes aspectos de lo que es vivir, de lo que es ser, pertenecer a esta especie rara, ser persona, ser humano.
Pablo, ¿por qué no nos cuentas tu paso desde tu anterior libro, La sabiduría de quebrar huesos, que era un libro de cuentos, a una novela?¿Qué cambios ha supuesto esto para ti como escritor? ¿Qué implica para ti pasar de esos formatos más breves a un texto de esta extensión, de esta envergadura?
Pablo Matilla: Me propuse escribir una novela por varias razones, pero la principal es que quería demostrarme que podía hacerlo, que podía escribirla.
Hace seis años que empecé a escribir esta novela: todavía no era padre, tenía una vida mucho más relajada, no trabajaba en la escuela de escritura… Mi abuelo se muere en 2017 y en el entierro se me ocurre la idea para la novela. De ahí la imagen constante de las cenizas y la urna, eso surge de mi abuelo y del entierro de mi abuelo.
Yo siempre digo que los libros de relatos son como amantes. Porque escribes un relato en un mes o dos o tres o una semana o un día y te vas a otra cosa. Una novela es como casarte. Hay que estar ahí, es una prueba de escritura, pero también de persistencia. Por ejemplo, esta novela no ha funcionado hasta hace poco. He estado cinco años sin que la novela funcionara y yo, lleno de impaciencia, necesitaba que ya estuviera lista, pero no lo estaba.
Hice el primer borrador y se lo di a mi pareja, hace ya varios años, y le dije: «Ya está, mira, ya tengo novela». Y me contestó, después de leerla: «Sí, está bien, pero hay que trabajar más». Escribo un segundo borrador y se lo envío a un buen amigo, y la respuesta fue similar: está bien, pero hay que seguir trabajando.
Yo no estaba acostumbrado a procesos tan largos. Con un relato las versiones van mucho más rápido, funciona con una velocidad, al menos yo, mucho más placentera. Escribir una novela ha sido una prueba de paciencia y de resistencia. De hecho, justo antes de que la novela empezara a funcionar, hará algo más de un año, hice una última prueba y se la mandé a un lector de confianza. Y el resultado tampoco fue bueno, al menos no tan bueno como yo quería. Así que, frustrado, decidí guardarla en el cajón y olvidarme de ella. Pero al poco tiempo, me dijo: «Hagamos un último intento, un último borrador». Y fue entonces cuando la novela empezó a funcionar.
I. Y: Las primeras veces que creo recordar que me hablaste de lo que luego sería Barrancos, tenías un título muy bonito y un apicultor. Eso es lo primero que yo recuerdo de Barrancos.
¿Qué más tenías antes de ponerte a escribir? Antes, ahí en el entierro de tu abuelo, ¿qué es lo que empiezas a manejar antes de ponerte a escribir?
P. M: Empiezo a escribir a partir de los comentarios que había recibido del libro anterior, que en general era buenos. Yo estaba muy contento porque a nivel crítico había tenido una buena acogida. Quedé finalista de un par de premios. Estaba muy contento. Pero un comentario que se repetía bastante era: el libro es muy críptico. «No entiendo de qué estás hablando». Lo cual es lógico, porque yo escribí La sabiduría de quebrar huesos para sentir, no para entender. Cuando se lee desde «solo quiero entender lo que está pasando aquí», se puede generar una cierta frustración, porque el libro no está escrito para eso. Yo quería transmitir emociones. Por otro lado, lo escribí siguiendo mi intuición, escribí lo que quise. Para mí tenía un punto experimental, de descubrimiento.
Así que cuando empecé con la novela tenía claras dos cosas: me propuse escribir algo más accesible y muy clásico. Una novela clásica, que no tenga cosas raras. Luego no lo conseguí del todo, claro (risas). Pero yo empecé así: quiero una novela clásica, es decir, voy a trabajar la estructura, los puntos de giro, el clímax…
I. Y: La novela es un viaje, no sé si es un viaje solo en lo geográfico, no sé si es un viaje solo en el espacio. Creo que el trabajo relacionado con el espacio es muy bueno. Es un viaje, sí, en el espacio, pero creo que también es un viaje en otros sentidos.
Es una novela que se abre con una pregunta y creo que la novela en sí es tu indagación acerca de esa pregunta y de la pregunta complementaria, que es la que se acaba respondiendo con esa novela. Hay una cosa que a mí me gusta mucho y es que, sí, en este viaje acompañamos al protagonista a través del espacio, pero a mí me da la impresión de que es de esas novelas en que el espacio y el tiempo casi coinciden. Creo que literariamente es algo difícil de conseguir y creo que en la tuya pasa eso. Él se va moviendo en el espacio, pero en realidad también hay otro eje que está funcionando y es el del tiempo. Le decía antes a Pablo que yo, leyendo Barrancos, tengo la sensación de tener una experiencia que para mí es importante, significativa, como si de pronto el muro entre los vivos y los muertos se hiciera más fino, más poroso, y Barrancos va avanzando en su viaje y va conociendo lugares nuevos, pero sobre todo creo que lo que le ocurre es que se abre al tiempo.
A mí me gusta mucho todo este trabajo del viaje como indagación y también me gusta cómo está trabajado desde el punto de vista visual, porque la oscuridad es muy profunda, hay una presencia de la oscuridad, además muy bien trabajada, muy bella, y luego vamos avanzando hacia la luz. Antes me decías más que era un cambio desde la muerte hacia la vida, pero en el texto creo que está trabajado desde ahí, desde la oscuridad.
Voy a leeros un trocito con esto de la oscuridad. Creo que se parece bastante o que desde luego sigue siendo el mismo escritor que en el libro de cuentos, y me parece que lo que queda muy claro es tu capacidad de generar imágenes que son muy poderosas:
“Se concentró en el vino, era muy oscuro, nunca había visto un vino tan negro, como si el camarero hubiera salido al lago del cielo y hubiera puesto un poco en el vaso, estaba frío, agrio, polvoriento como la viña que lo había dado al luz”.
Luego hay una conversación con el camarero y después retoma esta imagen:
“Miró hacia afuera a través del cristal, entre los surtidores de color blanco se colaba la oscuridad, el camarero podría llenar garrafas enteras con el vino de aquella noche, se lo imaginó subido a una alta escalera metálica reluciente mientras con toda tranquilidad iba llenando el recipiente de plástico blanco con el jugo espeso y oscuro que rezumaba la noche. Esa era la única forma de obtener un vino como aquel. Echó un trago para acabar la copa”.
Tenemos toda esta cuestión de las imágenes, de lo visual. Le decía a Pablo que tengo la sensación de que es una novela que me habla al cuerpo, que no me habla a la mente. La riqueza sensorial es magnífica. Es una novela que, es cierto, trabaja aspectos que podríamos considerar duros. El personaje, de entrada, es un personaje muy violento que está en relaciones de bastante violencia, de silencio, de mucho alcohol, de mucha bebida.
Pero, de todos modos, para mí el libro es una fiesta para los sentidos, es una celebración de lo material.
Os cito solo algunos de los elementos que podemos encontrar en la novela: el cuerpo, la miel, el vino, los huevos con chorizo, la grasa frita, los golpes, las cicatrices, los embarazos, las barrigas, los objetos domésticos, las piedras, las uñas y los dientes, las moscas y las abejas.
La piel del mundo. A mí me ha parecido que en algún punto tu apuesta era que quizá el cuerpo puede comprender, ¿es así?
P.M: Yo creo que sí, que ese tema estaba presente mientras escribía. Lo visual, lo sensorial, siempre me ha obsesionado. Quiero que el lector entre y esté ahí con el personaje y vea la casa y vea a qué huele y sienta el frío. Eso me lleva a menudo a una escritura del cuerpo.
Hay una cosa que no he dicho antes. El tipo de trama que quería trabajar era la clásica trama de madurez. Ese es el cambio que hace Andrés Barrancos, el protagonista de la novela. Eso lo tenía muy claro, pero a la hora de rellenar todo eso, ¿cómo seguir? La estructura es una buena manera de empezar a construir la historia, pero no se acaba ahí. Durante el proceso de escritura manejaba todos los conceptos estructurales, trabajaba conscientemente a través de ellos. Ese es uno de los cambios principales respecto a mi libro anterior. Me gustaría que Barrancos fuera un libro más hecho, más con más cuerpo. En el libro de cuentos trabajé más por intuiciones, algo puramente visceral, pero en este debería ser algo más completo, más unido.
Es indudable que el trabajo con las imágenes ha complementado la reflexión estructural sobre la historia. Las imágenes sensoriales han sido muy importantes. A la hora de rellenar todo ese esqueleto estructural con músculos y tendones y sangre hay una parte de dejarse llevar. Sé más o menos hacia dónde quiero ir, pero lo del vaso de noche salió mientras estaba escribiendo. Hay un momento en el que me permito una completa libertad para generar ciertas imágenes.
I. Y: Es un libro con muchas capas. Eso, necesariamente, si es un buen libro, tiene que ser así. Yo antes ponía el acento en todo este aspecto muy matérico de la grasa frita, estás oliendo realmente y estás oyendo y tienes frío. Hay muchas sensaciones que están muy bien trabajadas. Sin embargo, desde ese lugar, desde eso que con el cuerpo se puede comprender, la verdad es que el libro nos lleva a la trascendencia. Es un viaje con guías: con ángeles, con un brujo, con Santa… Me parece un fantástico recorrido desde todo ese aspecto muy sensorial a esa otra capa, ese otro lugar de la trascendencia: Virgilio, Beatriz… Aquí tenemos a un filósofo, tenemos a una mujer, tenemos más adelante a ese brujo, Meseguer.
De hecho, estaba escuchándote antes cuando hablabas de esa tenacidad de volver a escribir esta novela y, para mí, Meseguer, que es un personaje precioso, es sobre todo un brujo del tiempo, es un brujo de la paciencia, es un brujo de la dosificación de la información, de estar ahí pendiente de que el otro también pueda comprender aquello que él le tiene que decir en el momento en que él se lo puede decir. Es un personaje que va marcando el ritmo de lo que ocurre de una manera muy bonita. Yo antes le decía a Pablo que quiero ir a casa de Meseguer y él me ha dicho si es que yo quiero abrazar a Meseger, pero en realidad lo que quiero es ver esa cueva de Alí Babá y los 40 ladrones que contiene un tesoro maravilloso, que contiene prácticamente toda la vida de las personas que han vivido en ese pueblo en las últimas generaciones. Ese es un lugar extraordinariamente denso, es un lugar donde realmente ese muro entre los vivos y los muertos se hace muy poroso, que arropa suficientemente a Barrancos como para que pueda acabar de conocer su historia.
Me gustaría leeros cómo llegan y cómo entran en la casa de Meseguer:
“Dieron unos pasos y poco después torcieron por un pasillo a mano derecha, luego a mano izquierda, atravesaron un portón, cuyo pesado sonido al abrirse y cerrarse le recordó a la voz solemne de un monstruo, de un atávico guardián que vigilase aquella entrada, porque, en efecto, parecía que hubieran atravesado algo más que una puerta, un denso cambio se percibía en ese otro lado, el calor que venía a abrazar el cuerpo, la luz que revoloteaba al fondo de la habitación y que era lo bastante fuerte como para elevar una bóveda que alumbraba dos sillas con asiento de mimbre. Por último, y esto tardó más tiempo en percibirlo, una rítmica crepitación iba y venía entre la penumbra, como el vuelo de suaves insectos cuyo origen fue incapaz de situar.
Caminaron hacia la luz caliente del fondo.
—Siéntate —dijo el viejo señalando una de las sillas con la escopeta.
Obedeció. Lo hizo sin mirar dónde, sin soltar la maleta, sin quitarse el abrigo, con la mirada y la atención cautivadas por la luz y la mano libre extendida hacia el calor.
—Es fuego —murmuró.
Como si sus facultades mentales estuvieran mermadas, su cerebro había sido incapaz de sumar el calor, la luz y el sonido para informarlo de que se encontraba ante una chimenea donde ardía un fuego. Pero aquella lenta ineficiencia le trajo, en cambio, una alegría sincera.
—Fuego —dijo mientras miraba al viejo con una sonrisa lerda que le brillaba en los ojos, donde se apreciaba el reflejo naranja de las llamas.
—Sí, así es —dijo el viejo, que acto seguido apagó el candil de un soplido y, con el cañón del arma, removió las ascuas de la hoguera. Como un animal que responde al dolor, el fuego pareció avivarse al contacto con la escopeta. Sonrió satisfecho y dejó el arma al lado de la chimenea. Se sentó en la silla libre y, tal y como estaba haciendo Barrancos, miró el fuego, que consumía con cariño la madera, veteada de un intenso color naranja que resplandecía desde sus entrañas.
—Hacía muchos años que no veía el fuego —dijo Barrancos sin apartar la mirada. Aquel fuego convocó viejos recuerdos a su mente: las cerillas que había utilizado para quemar las fotografías; la hez negra que resultó de la lenta combustión, el pánico, la pelea, el miedo. Igual que hojas volanderas, estas imágenes se mantuvieron en vilo por unos instantes y volvieron a desaparecer, ocultas en el sedimento de la memoria.
Con la mente ya vacía, soltó la maleta, que golpeó el suelo como quien cumple con negligencia el mandato inevitable de la ley del cansancio. Después, pensando solo en el peso del abrigo, sacó los brazos de las mangas y lo dejó caer sobre el respaldo de la silla. El viejo se levantó y anduvo un tiempo hurgando en la oscuridad de la habitación, donde fueron creciendo ruidos de recipientes que se arrastraban, platos que chocaban, alguna puerta que se abría y volvía a cerrarse poco después. Barrancos, mecida la mirada con las puntas del fuego, fue dejando caer la cabeza hacia adelante hasta que, sin darse cuenta, unió la barba con el pecho, encorvó los hombros y se durmió”.
El libro es muy hermoso, es muy bello. La escritura para mí tiene momentos de muchísima belleza. No sé si he podido transmitirla con la lectura estos personajes, estos ángeles, guías, brujos. En realidad, no sabemos muy bien si están vivos o están muertos, si son espectros. La soledad de Barrancos está llena de imágenes espectrales, ¿cómo ha sido tu pasaje por todos estos elementos cercanos a la muerte?
P.M: Creo que la muerte va saliendo en mis textos o en mis personajes de manera natural. La novela es un camino de la muerte a la vida, de la oscuridad a la luz. Yo quería que el libro removiese. La literatura que yo quiero hacer o que me interesa pasa por ahí. El problema que tenía la novela en sus versiones intermedias, cuando no funcionaba, era que no emocionaba y, hasta que no he conseguido que lo hiciera, el texto no ha funcionado.
Tal vez no tenga necesariamente que ver con la muerte, pero esta novela ha empezado a funcionar cuando yo he empezado a cambiar con el personaje. No es una novela autobiográfica, pero yo tengo mucho de Barrancos.
La novela, me decían, está seca, está sin libertad. Hasta que yo no me libere y no empecé a entender el cambio que tenía que hacer el personaje no pude cerrar satisfactoriamente la historia. Tenía la sensación de que la novela se la jugaba al completo en el último capítulo, y ese capítulo no funcionaba. No sabía cuál era el final, no sabía clarificar el cambio de Barrancos. Creo que he cambiado para poder escribir esta novela y eso tiene que ver con una liberación emocional, bajar del cerebro a las tripas y al cuerpo. Yo ya estaba tratando de hablar desde el cuerpo, pero no lo estaba logrando del todo hasta muy al final del proceso.
I. Y: yo creo que no es una novela en la que se pasa mal. La historia es dura, el protagonista, que es muy frágil y apenas tiene nada donde asirse, al principio está en una situación tremenda, pero se pasa muy bien leyéndola porque es bonita, en el sentido de que hay un compromiso con el lenguaje, hay una voluntad de generar un espacio en el que el lector pueda estar, en que el lector pueda percibir. Es un personaje con el que cuesta empatizar al principio, es un personaje duro en ese sentido, pero sí que es verdad que el mundo que tú creas en esta novela es tremendamente acogedor. No es una experiencia de sufrimiento, sí es una experiencia emocionante, por lo menos a mí sí me emociona mucho esta última versión de Barrancos. Se está muy bien leyéndolo y, aunque la historia sea triste, es una apuesta muy vital, es una apuesta por la vida, por la luz, lo que pasa que parte de unas condiciones de muchísima dificultad. Hay muchos cortes, hay que hacer todo un trabajo de sutura, que es lo que Barrancos, con sus acompañantes, va haciendo, pero yo diría que no es un libro en el que se pasa mal, diría que se pasa muy bien porque el lenguaje acompaña, porque el mundo en el que estás tiene una densidad y tiene una potencia muy atractiva. Yo creo que se está muy bien en esta novela.
”El mundo que tú creas en esta novela es tremendamente acogedor. No es una experiencia de sufrimiento, sí es una experiencia emocionante, por lo menos a mí sí me emociona mucho esta última versión de Barrancos. Se está muy bien leyéndolo y, aunque la historia sea triste, es una apuesta muy vital, es una apuesta por la vida, por la luz”.
I. Y: Hablemos un poco del título de la novela. ¿Sabéis cuál era el título de Barrancos? Se llamaba El linaje de las hojas. Bonito, ¿no? Muy bonito.
P. M: El linaje de las hojas es un verso de la Ilíada de Homero que cita Marco Aurelio. Me pareció que, como hay una saga familiar: el abuelo, el padre y el hijo, hay tres Barrancos cuya saga resumida vamos a ver en la novela, pues me pareció que el linaje de las hojas encapsulaba bien el sentido simbólico que quería darle a la novela. Aquello que perece luego se renueva, el ciclo que se cierra, etcétera. Es muy poético, es un título que vuela, que me lleva a las ramas de los árboles y hacia el cielo. Pero esta es una novela donde el color es el ocre, el gris de las piedras. La tierra, todo está en el suelo y yo sabía que El linaje de las hojas no era el título. Finalmente me decidí por Barrancos, no solo porque es el apellido del protagonista, sino porque te lleva a la tierra, a la poética de la novela: de la tierra, de los árboles, de las raíces…
Una poética que el diseño del libro también refleja muy bien. La cubierta, la maquetación en general reflejan exactamente la esencia del libro. Y eso es muy difícil de hacer, realmente traducir la esencia literaria de un libro en imágenes es complejo. Por ejemplo, la tipografía es una tipografía que Dani Rubio ha hecho específicamente a partir de las letras de los bares de carretera de la España vaciada, de los bares, las gasolineros, los negocios…
I. Y: En la nota de prensa aparecía la cuestión de la masculinidad. Estaba pensando que quizá estoy poniendo el acento muy poco en la trama del libro, porque es verdad que es una trama muy masculina que los personajes son hombres y, sin embargo, para mí lo interesante tiene que ver con que esa indagación que tú haces, eso que tú dices de ir a la herida, es una indagación sobre preguntas que me parecen realmente universales, comunes de los seres humanos. Esa cuestión de la masculinidad también es muy pertinente, muy actual.
P. M: Yo me preguntaba: ¿por qué has estado 6 años con una novela? Entonces me acordé de que te mandé un email a ti, Irene, en el que te decía «Tengo miedo de que piensen que soy un machista, porque en la novela no hay mujeres y las mujeres que hay están muertas o son víctimas. ¿Tendré que empezar otra cosa?». Recuerdo la respuesta que me diste: «Deja de pensar y escribe» (risas). Esta pequeña anécdota tiene importancia: para mí quiere decir que yo, de algún modo, estaba escribiendo con el tema de la masculinidad en la cabeza.
Tenemos a esos dos hombres que no saben gestionar sus emociones. Y, ¿cómo lo hacen, cómo las gestionan? A través de la violencia (psíquica, verbal y física), el alcohol y el silencio. Esta conjunción de elementos me parece característica de muchos hombres que yo he conocido. Me interesaba analizarlo, ver cómo estos hombres son personas completamente esclavas de sus emociones. En la novela está en juego qué va a pasar con el protagonista: si va a poder romper esos patrones de violencia, silencio y alcohol.
También está relacionado con esa necesidad mía de expresarme desde las tripas, desde lo visceral y lo emocional. Precisamente en tu libro, Irene, Qui parla i qui calla, que he estado leyendo estos días, decías que hay una dicotomía en la que se sitúa siempre a los hombres en la racionalidad, en la objetividad. Y una parte del cambio que yo hago aquí, como escritor, como persona, es permitirme estar en el lado que tradicionalmente es el lado femenino: el lado de la subjetividad, de la emocionalidad, de lo que no se controla, del corazón y la efusividad. Cuando me coloqué ahí, en ese lado supuestamente solo femenino, entonces la novela fluyó.
I. Y: También hay una progresión porque, al principio, es verdad, son dos hombres que tienen muchísimas dificultades para comunicarse y que cuando acceden al lenguaje o cuando utilizan el lenguaje es para tapar, no siempre para comunicar. Creo que hay un cambio en el lenguaje: el de pasar de una palabra que puede ser muy convencional y no aportar nada, no decir nada sobre uno, a una palabra plena, con sentido, con sentido subjetivo.
A mí hay una cosa que me gusta mucho del libro. Hacia el final, cuando Barrancos hijo está revelando unas fotografías, Barrancos padre habla como nunca, es decir, el hijo crea, recrea un diálogo con su padre que no está, que está muerto y es un diálogo, ahí sí, con una palabra plena, que no es una palabra muy distinta y, sin embargo, el vínculo es totalmente otro. Y la relación de Barrancos con esas palabras ha cambiado: ahora tiene la posibilidad de escuchar al padre, responderle, cosa que antes no existía. Y ahí se genera algo nuevo, Barrancos finalmente puede entrar en ese tipo de diálogo.
Es muy emocionante. La verdad es que yo creo que es una novela bien compensada, en el sentido de que racionalmente es un libro muy bien construido y, por otro lado, emociona mucho porque toca elementos muy humanos.
También quería comentaros otra cosa que me parece valiosa del libro. Me parece una reflexión muy interesante sobre los procesos de civilización y también determinadas formas de, tú no lo llamas así en el libro, de descivilización, como de alguna manera los procesos de aparente civilización son esa capa de alquitrán que están poniendo en la carretera cuando el personaje sale de Aljarán, frente a los procesos de la naturaleza que son mucho más profundos, mucho más nucleares y creo que también hay un tránsito en este sentido. Me parece muy bonito. Más allá de la trama que, sí, puede ser muy clásica, más allá de ese viaje del héroe como un desplazamiento en el que se descubren cosas, claro está, es una trama eterna, esta no será la última vez que se elabore esta trama, por supuesto, la verdad es que hay un mundo muy rico, muy personal y yo creo que es una novela de un muy buen escritor.
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