(España en regional, Alfonso Vila Francés)
Cuentan que cuando algún amigo le explicaba a Marcel Proust cualquier anécdota, el autor de Los placeres y los días, enfermo Literatura y del mal de la demora, le iba interrumpiendo todo el rato y le repetía con su asmática voz: «pero cuéntamelo más despacio, más despacio por favor». Algo de esa lentitud casi tántrica, de esa placentera morosidad capaz de ralentizar la catarata de la existencia, ha conseguido el escritor –poeta, cronista, cuentista, novelista, fotógrafó– Alfonso Vila (Valencia, 1970) con su nueva obra de no ficción, España en regional publicada justo antes del inicio de la era covidiana por Maledictio ediciones.
El libro es la crónica de sus viajes en trenes regionales por media España y parece estar escrita contra la rapidez vana de los AVES, escrita desde la erudita –nada pedante– memoria y voz del viajante, que nos cuenta sus cuitas diarias, sus deseos y temores, como un compañero de vagón afectuoso a la par que enigmático e irónico. Que además hace unas fotos estupendas de apeaderos en desuso y estaciones fantasmas. Un paseo ilustrado por la cara contraria al postureo y las fotos de instagram de pies sobre un paisaje de postal: aquí sufriendo.
Aunque más que contra su rapidez –el autor nos aclara al inicio de que no tiene nada contra el Alvia o el Euromed o el Talgo– el libro está escrito contra el olvido. Contra el desuso de una manera de viajar y de unos paisajes que parecen estar esperando su carta de deshaucio. Se nos ocurre que el texto acaba siendo la guía de viaje por la España vacía.
En su minuciosidad por recorrer la mayor parte de líneas regionales de la red de trenes de Renfe, también nos recuerda a aquel librito simpático de Cortázar y Dunlop, Los autonautas en la cosmopista, donde los autores iban recorriendo las estaciones de servicio de una autopista francesa como si recorrieran el universo, tratando de retrasar el fatal desenlace de la enfermedad de ella.
Tampoco nuestro narrador –por suerte para nosotros– tiene ninguna prisa y no solo le dan igual los habituales retrasos o averías de la red, sino que, en un momento delicioso, recuerda la anécdota del romántico inglés del XIX que se quejaba porque ningún bandolero le había atracado en su viaje por Despeñaperros. El bueno de Vila dice que se siente dececpcionado si su tren no se retrasa.
El libro se lee con deleite, y está lleno de lecciones vitales casi sin querer, es un libro de ayuda, nada de auto, quien nos ayuda es el autor, que cargado de un dulce estoicismo, nos afirma que hasta él se cansa a veces de esperar a los trenes, que se aburre, pero que está bien que así sea. O cuando explica al dueño de un hotel de Huete que ha venido en tren para ver el paisaje y este le responde : «Por aquí no hay mucho que ver». A lo que el narrador responde con el silencio. Pero piensa que se equivoca, «en casi todos los viajes hay mucho que ver.»
En fin, déjense mecer por el traqueteo aparentemente nimio de los trenes regionales. Atrévanse a subirse al libro de Vila, y cuando le pregunten al reloj del apuro que cuánto queda, que a qué hora exacta llega a destino, siempre le pueden responder con las palabras de unos de los revisores de uno de esos trenes: hasta la noche no llegamos.
En realidad, nos recuerda el libro de Vila, cualquier viaje es un viaje espacial.
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