Ginés S. Cutillas cuenta con una dilatada carrera literaria en la que ha practicado diversos géneros: microrrelato, cuento, novela, ensayo, no ficción… Entre sus libros, destacan Un koala en el armario (Cuadernos del Vigía, 2010; Pre-Textos, 2021; finalista Premio Setenil) o El diablo tras el jardín (Pre-Textos, 2021).
Charlamos con él sobre su última novela, La vida en falso, cuya sinopsis reza: «Un aspirante a escritor emigra al sur en busca de tiempo para terminar su primera novela en medio de una crisis sentimental. Nada más llegar, se siente rechazado por los nuevos compañeros de trabajo que ven en él una amenaza. Frente a la falta de valor para plantear el fin de la relación a su actual pareja, y con la intención de acabar siendo descubierto, comienza un camino de autodestrucción en el que las continuas infidelidades pasan a formar parte de su día a día.
Nunca contempló la posibilidad de enamorarse de una de sus aventuras, lo que acaba situándolo ante la difícil disyuntiva entre quedarse en un lugar ajeno que se ha vuelto hostil o volver al norte y seguir con su vida.
Esta es la carta dirigida a esa última amante muchos años después».
¿La vida en falso es una novela que parte del pacto ficcional ambiguo?
El pacto ambiguo se creó para aquellas novelas escritas en primera persona cuyo narrador tiene el mismo nombre que el autor. Sin embargo, este libro está escrito en primera persona, pero el personaje no tiene nombre, jamás se dice su nombre. Entonces, ¿es un pacto ambiguo? Estrictamente no. En cierta manera es una vuelta más.
Borges decía que toda historia, sobrepasada cierta extensión, necesariamente tiene que tener partes autobiográficas, pero como en cualquier otra novela. Cuando escribes, te preguntas: ¿cómo siento yo el amor?, ¿cómo siento el sexo?, ¿cómo siento yo? En la ficción siempre vas a poner parte de ti, seguro. Abarcar lo universal desde lo particular. De eso trata la literatura, ¿no?
¿Cómo situarías esta novela dentro del conjunto de tu obra? Porque has escrito microrrelato, relato, novela… ¿Qué lugar le das?
Los lectores que vienen de El diablo tras el jardín, que es una novela de personajes muy blancos, en la que se habla de cómo el ser humano descubre la ficción y cómo la introduce en su vida y cómo empieza a distinguir entre ficción y realidad, de pronto se encuentran con esta novela que es todo lo contrario, una historia oscura que alude a lo peor del ser humano. De un libro a otro me gusta hacer cosas muy diferentes. Pero creo que es algo muy puntual: algo que tenía que hacer.
El protagonista de la novela está fuera de lugar: alguien que, en lugar de afrontar sus problemas, trata de huir. Hay un momento en el que él mismo se desdobla en ese «sátiro».
El protagonista sabe de alguna manera que quiere dejar a su pareja, pero no quiere afrontar la realidad, quiere huir. Y parece que el mecanismo que utiliza es ese sátiro. Provoca una situación insostenible para que alguien tenga que tomar la decisión por él.
¿De dónde surge este querer huir?
De la cobardía, sin duda. El sátiro es un ser autodestructivo. Es un Mr. Hyde que va creciendo dentro de él. Resulta un personaje muy antipático. Hay dos libros que revisité para crear este personaje: Lolita, para inspirarme en ese Humbert Humbert deleznable y que el lector pudiera soportarle tantas páginas sin abandonar el libro, y Carta de una desconocida, de Stefan Zweig, para impregnar la historia de ese mismo tono romántico.
Querida H. sustituye a Julia
Exacto, acaba con Julia y la excusa que tiene para seguir en el sur es que H. vive allí. Y no parece la mejor solución porque de pronto enfoca todo su futuro en una persona que no tiene nada que ver con él.
Cuando H. y el protagonista se conocen, el sátiro comienza a desaparecer, pero en cambio nace la ninfa. El sátiro muere cuando entran en el hotel por primera vez y reconoce a H. sus errores y se sincera. Ahí el protagonista se desarma y se hace más agradable al lector.
Y justo ahí nace la ninfa, que realiza el mismo proceso que el sátiro un año después. Cuando el sátiro ya se ha redimido y está preparado para una nueva relación, ella comienza su camino de autodestrucción. Se revela entonces la incompatibilidad entre los momentos vitales de cada uno.
Cuando él escribe la carta, muchos años después de lo sucedido, parece que sigue profundamente enamorado de ella. Aunque el final es ambiguo.
Me gustan los finales ambiguos. Pero ¿realmente dedicas doscientas páginas a alguien que has olvidado? No lo creo. A lo mejor a partir de haber escrito esa carta puede ser que comience a olvidarla, no antes. En la novela también se aprecia cómo el narrador se enamora de la idea que tiene de esa persona, quien una y otra vez falla, por decirlo de alguna manera, ante lo que espera que haga. En el momento en el que ella ya se ha convertido en ninfa y él ha muerto como sátiro, esta no puede darle lo que él quiere. Es como un espejo: él sabe por lo que va a pasar ella, todo el proceso de autodestrucción, porque ya lo ha pasado. Su relación no puede acabar bien nunca, pero, a pesar de todo, insiste.
¿Y qué papel juega en todo esto Olga? Parece el único personaje «bueno».
Olga capta perfectamente al protagonista. Sabe cómo es y lo acepta tal cual. Representa una oportunidad perdida para él. El amor verdadero quizá sea Olga. Todos los personajes son víctimas, incluso el narrador.
Esto que mencionas sobre que todos los personajes son víctimas, ¿tiene algo que ver con el hecho de que la palabra que articula toda la novela sea inat?
Inat es una palabra serbocroata cuyo significado aproximado es «algo que no puedes dejar de hacer aún sabiendo que repercute en mal a ti mismo». No hay una palabra en castellano que la traduzca directamente. Me parecía muy interesante este término. Todos los personajes actúan bajo el influjo de esta palabra. De hecho, iba a ser el título del libro pero, por razones obvias, se desechó.
Parece una novela sobre las equivocaciones inevitables.
El propio libro en sí es una mala idea. Esto se lo digo a mis alumnos: antes de empezar a escribir hay que negociar el pudor con uno mismo, hasta dónde voy a contar, hasta dónde me voy a exponer. Y llegas a la conclusión de que si empiezas a censurar cualquier historia pierde sentido y autenticidad.
Y después de La vida en falso, ¿qué estás escribiendo?
Acabé una obra en noviembre, una suerte de experimento de novela en marcha. Me interesa la idea de hibridar géneros. Aquí aúno diario, ensayo literario y ficción. Me parece que los géneros puros están destinados a morir. Creo que la hibridación es lo que salvará a la literatura, porque la ficción pura ahora se consume en formato audiovisual.
Por otro lado, a nivel estructural, hay dos pequeños microrrelatos en la novela.
Sí, quería homenajear al género. Hay dos micros embebidos en dos momentos cruciales de la novela, también para que el libro respire de tanto drama. Coinciden con el punto más álgido y más profundo de la relación entre los dos protagonistas.
Hablando de microrrelato, ¿vas a publicar algún libro nuevo de microrrelatos?
Estoy preparando un libro de micros. En su día me propuse sacar un libro de micros cada seis años. Ya no lo he cumplido [risas], porque saqué en 2010, 2016 y tenía que haberlo sacado en 2022. Las fórmulas son limitadas. Sacar una y otra vez lo mismo no tiene sentido. Todo microrrelatista tiene un texto que es una cuenta atrás, uno que se escribe solamente con la letra E… Así que comencé a experimentar e hibridar el micro con otros géneros, como el teatro, el ensayo, el cuento… Me interesa esa media distancia entre el relato clásico y el micro. Con componentes del micro puedes hacer un relato, pero no es un relato. El diablo tras el jardín, por ejemplo, es una novela escrita con técnicas de microrrelato. Son capítulos muy cortos, escenas muy densas que conforman un puzle.
«Un hombre endemoniado no puede ser escritor. Está demasiado ocupado luchando contra sus obsesiones y, sin embargo, una derrota reposada, como la que representa esta carta, estimula la escritura». ¿Estás de acuerdo con el narrador?
Un hombre feliz no escribe, tampoco uno endemoniado: están demasiado ocupados viviendo.
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