Conocí a Xavi Rodríguez en el 95 o el 96 en una reunión literaria –adolescente, bucólico pastoril, medio alcohólica– en Castellar del Vallès. Aquel primer día no hablé mucho con él. No habíamos cumplido los veinte años y ya saben que la juventud es tímida. Entonces me pareció que cultivaba –no sé si a su pesar—el mismo spleen generacional, el mismo gusto por los cigarrillos de liar y los libros de bolsillo que nuestros contemporáneos. Sin embargo, a diferencia del resto, era de los pocos que hablaban de la vida y de la literatura lejos de la impostura –lo sé porque yo era el primero de los impostores– o del adorno.
No volví a saber de él hasta principios de octubre, Dolors Folch nos daba la bienvenida al primer curso de Humanidades en la Universitat Pompeu Fabra. La facultad estrenaba edificio, las aulas ocupaban unas antiguas casernas cerca del Parc de la Ciutadella y ni la cafetería ni la biblioteca –alfa y omega de nuestros desvelos de aquella época– se encontraban todavía en funcionamiento. Reconocí a Xavi por sus rizos y gafas de montura metálica. Me dijo que me llevaba a dar una vuelta por el barrio Gótico. En mitad de la nao central de Santa Maria del Mar se quedó unos diez minutos contemplando cómo entraba la luz. Diez minutos. En completo silencio. Yo fingí –la pose obliga– que no sentía impaciencia. Con los años he llegado a concluir que aquella era su primera lección –no voluntaria– de escritura. Después de algunos meses, nuestros destinos se separaron. En medio hubieron trabajos, viajes, estudios, desvelos. Muchos años después, me encontré algunos poemas suyos en una revista digital. Eran excepcionales. Hacía poco había publicado su primer libro de poemas. Yo recién me estrenaba con un librito de cuentos. Así que contactamos de nuevo, intercambiamos rehenes y retomamos la amistad. Ahora presenta su tercer libro El ocio nocturno de los pájaros (Témenos Edicions), una honda reflexión poética sobre los temblores y tartamudeos anímicos que produce la pérdida del amor y el camino de vuelta marcada con palabras como migas de pan. Otra lección que nos invita a quedarnos a mirar.
¿Te acuerdas del primer poema –no obligatorio– que escribiste?
Supongo que fueron los que escribí para mi novia en el Bachillerato. Becquerianos, esproncedianos y todo eso. Hace unos años, durante una temporada en que nos reencontramos, me mostró, para mi estupor, la caja en que aún los guardaba… (risas).
¿Cuándo y por qué decidiste ser poeta? (y no futbolista o roquero)
Curiosamente, jugué federado a fútbol hasta los dieciséis o diecisiete años, incluso pasé una prueba en la Damm, el club de mi barrio de entonces, y al que acudía a ver los partidos muchos domingos con mi padre. No se me daba del todo mal, parece. Respecto al cuándo lo de ser poeta o quererlo ser, conservo claramente en la memoria una especie de momento epifánico: una vez en clase, sería segundo de bachillerato, aburrido, hojeando el manual de Historia de la Literatura, fui a dar con el capítulo dedicado al Parnasianismo, Simbolismo, etc. Ya sabes, Baudelaire, Rimbaud, Gautier y toda la pesca. Las fotografías que ilustraban los textos, rollo Decadentismo total, cisnes sobre aguas quietas, etc. Me quedé colgado de eso. Creo que ahí empezó todo.
¿Cuánto se tarda en escribir un poema? ¿Y un libro?
Como te he comentado muchas veces, en mi caso, un poema lo escribo en diez minutos. Y salvo alguna corrección y mejora para encajar mejor los versos, suele salir de una pieza. Lo difícil e invisible es el largo trabajo hasta llegar a ese momento, que pueden ser semanas, meses…años. Trabajo de lecturas, de reflexión, de conexión con esa cosa que quiere ser dicha y de ese modo o evocada y de ese modo, trabajo para hablar desde el después de las cosas y no durante o en medio de ellas, trabajo de escritura lenta y paciente en prosa hasta escuchar esa señal que hacen las palabras cuando piden ser colocadas en un verso, parecido, supongo, a lo que hace el carpintero al golpear la madera. En cuanto al libro, al menos en mi caso, se cierra el libro cuando se cierra la época de la que habla. Cuando de esa circunstancia ya no puede brotar verso alguno. Se han recolectado todos los frutos que podía dar. Así ha sido en los tres libros publicados hasta ahora.
¿Cómo descubres que los has acabado?
No sé quién dijo, lo leí hace mucho tiempo, que uno descubre que ese poema que ha escrito es bueno si al leerlo le parece escrito por otra persona.
¿Crees que la vocación poética es un atributo –o una condena– de por vida? ¿Existe una edad propicia a la poesía o es variable?
Atributo o condena. Qué decir. Estuve en análisis largos años y puedes suponer que fue uno de los aspectos de los que traté con mi analista. Y te aseguro que es una de las cuestiones insolubles, radicales, que dicen los filósofos, a las que no puedes ofrecer una respuesta unívoca válida. Si no recuerdo mal, la vieja alquimia medieval situaba el veneno cerca de lo que salva. Creo que la poesía es el modo, no el único, de no enfermar irremediablemente.
El ocio nocturno de los pájaros es tu tercer libro de poemas publicado. ¿Pero qué posición ocupa entre los escritos?
El primero, Suburbio y Lejanía, fue importante porque significó objetivar algo, manufacturar algo y de ese modo ahuyentar los fantasmas y las letanías del soy un poeta incomprendido. Un modo de decir, así escribo yo poemas ahora, en este momento, con errores, tosquedades, y algún acierto. En cuanto a El ocio nocturno de los pájaros, el tercero, el último, está clarísimamente emparentado con el anterior, La vida enorme. Ambos dialogan. Creo que con El ocio nocturno de los pájaros cierro una etapa.
¿Guardas libros en los cajones?
No suelo, no. Lo que sí guardo son los cuarenta, más o menos, cuadernos que he ido escribiendo desde el 2009, que no son diarios stricto sensu, sino una especie de taller, espacio personal del que han nacido no sólo todos mis poemas publicados, sino también las colaboraciones que he ido haciendo,
¿Cómo dialoga con Suburbio y Lejanía y La vida enorme?
Con Suburbio y Lejanía, con esa época de tanteos que te comentaba antes, creo que más bien poco, más allá de que claro, la persona que los han escrito es la misma, sin entrar en honduras ontológicas (risas). La vida enorme es diferente. Habían pasado seis, siete años desde Suburbio y Lejanía. Había leído muchísimo en esos años. El trabajo paciente y continuado de análisis había dado sus frutos, y me había alejado de malos rollos, también había dejado de tomar drogas. Era plenamente consciente de mi voz poética y sentía que quería leer y escribir. Brotaron poemas, con naturalidad, alguno de los cuales quizá no está del todo mal. Dicen que hay un tono luminoso en él. En cuanto a El ocio nocturno de los pájaros, nace de una ruptura sentimental. De un duelo. De lo que ocurre cuando dos personas que lo compartían todo se separan y acaban prácticamente odiándose. De cómo afecta eso a la palabra poética, hasta ese momento más bien diurna, elegíaca pero también esperanzada. El duelo que se efectúa en esas situaciones es quizá comparable al que se efectúa tras la muerte de un ser querido. El libro empieza con Llamadas perdidas, que escribí pensando en mi padre fallecido, y continúa, grosso modo, con el otro duelo, que es también el duelo por la palabra poética, por la voz poética perdida, hasta que poco a poco, pacientemente, se va restaurando. Toni Quero, en su breve y certero epílogo, ofrece valiosas pistas al respecto.
En el libro hay unos cuantos poemas que reflexionan sobre el mismo hecho de escribir poesía. ¿Cómo definirías tu poética?
Curioso es que siendo, como sabes, buen aficionado desde siempre a la música rock, al indie, etc, sin embargo, al escribir poemas, mi querencia se orienta más bien hacia la tradición cultural, más o menos canónica. En cuanto a mi poética, creo que anteriormente te comentaba de lo sencillo que me resulta escribir un poema y de lo complicado del trabajo previo, de preparación, de propiciar que el poema comparezca. Te lo resumiría diciendo que hay un paciente trabajo de semanas o meses de escritura, de lectura, de paseo, de conexión con eso, parecido al desbrozar de un bosque tupido de prosa más o menos diarística, hasta dar en el claro, un poco en sentido heideggeriano. Mis poemas nacen muy a menudo de la confluencia entre una imagen, lo visual, situado a veces en un lugar alejado del espacio y el tiempo, y el timbre de una palabra que me conecta, o conecta a una parte de mí, la que escribe, la que evoca, con ese espacio y tiempo. Digamos que es un atravesar capas muy profundas de uno mismo, descartando las circunstancias accesorias de mi vida, hasta llegar a un lugar donde la palabra poética tiene espacio suficiente para brotar. Nunca olvidaré la definición de poesía que nos regaló el gran Antonio Machado y que leí en la adolescencia: Poesía es palabra en el tiempo.
¿Puedes hablarnos de la importancia de la memoria en tu obra?
La memoria es para mí fundamental. Para la persona que soy y el poeta que intento ser. Me apasiona la Historia desde pequeño, y desde que tengo uso de conciencia y vivo instalado en el mundo adulto, sobre todo la intrahistoria personal de las ciudades, de las gentes, de todo aquello que irremediablemente fluye corriente abajo y se va. En la universidad cursé con mucho interés varias optativas de Historia, Antigua, Moderna, y también con muchísimo interés las asignaturas de Filosofía de la Historia impartidas por Manuel Cruz y Román Cuartango. No comulgo ni he comulgado nunca con la poesía social y todo eso, aunque es cierto que quizá el poeta, el escritor en general es un poco responsable de dar voz a todos aquellas personas, conocidas o no, que no han tenido oportunidad, por formación o vocación, de tenerla y han hecho posible lo que él es.
¿Cómo es ser poeta en una ciudad como la Barcelona contemporánea?
Bufff. La verdad es que vivo un poco o un mucho bastante apartado de todo eso. Naturalmente conozco espacios y personas que se dedican a ello y por los que siento estima personal, pero en general mi día a día transcurre alejado de ello. La Barcelona contemporánea, como la mayoría de las ciudades, está pasando por una crisis profundísima, un cambio de paradigma clarísimo. Hasta cierto punto, uno se plantea, si es honesto, por el sentido que puedan tener sus poemas para las personas que se cruza por las calles del Gótico, por ejemplo, por el Raval, personas con vidas apretadas por problemas en verdad acuciantes. Y aunque ninguna vida es fácil, es natural pensar en el lujo que supone escribir sobre según qué cosas. A esto, súmale que el interés de la gente ha oscilado clarísimamente hacia lo inmediato, lo visual. Seguir perseverando y hallando un sentido a este oficio en una ciudad, un mundo que muta tan vertiginosamente. He ahí una de las cuestiones importantes.
¿Cómo afecta tu bilingüismo a tu obra?
Como sabes, mi lengua materna, la que hablábamos en casa, es el catalán. El catalán de Barcelona, a menudo impuro para los normativos de morro fino, mezclado con giros y palabras del catalán de la Franja, que era el que hablaba mi abuela, aunque naciera en Barcelona. Siempre he pensado que cierta querencia de mi poesía hacia lo teatral, lo atmosférico, cierto venecianismo, proviene quizá del hecho de haber hablado catalán en casa y sin embargo haber nacido y crecido en un barrio mayoritariamente castellanohablante, Nou Barris, y haber estudiado en un colegio castellano. El catalán me conecta con estratos emocionales de mi persona, de hecho necesito escribirlo de vez en cuando, conectar con esa parte, pero no siempre. Creo que buena parte del deslumbrante uso del castellano del primer Gimferrer, por ejemplo, puede provenir un poco de lo mismo.
¿Y la periferia?
Pues mira, a esta pregunta te responderé con lo que comentó Zlatan Ibrahimovic en una ocasión: Nunca dejas el barrio, lo llevas siempre dentro de ti. En mi caso, como te comentaba antes, nací y crecí en Nou Barris, me eduqué en Horta, mis abuelos maternos vivían en La Verneda. La periferia, al menos en mi caso, es el lugar del que uno sueña irse y que uno añora cuando se aleja. Ahora, que desde hace un tiempo estoy viviendo en pleno centro, me siento un poco desubicado, la verdad, después de algunos años residiendo en el Guinardó.
Muchas veces me parece que tus poemas tienen algo de costra tras la herida, tienen algo de cauterizador, quieren servir –no solo al yo lírico—para sanar. ¿Cómo lo ves?
Totalmente. Doy fe, porque lo he comprobado por mí mismo después de muchos años, más de diez, en análisis, del valor terapéutico de la palabra, del relato. No confundir con el charlatanismo de la autoayuda y similares. La palabra necesita de un espacio para brotar. Cuando estás mal, ese espacio se angosta. La palabra, poética en mi caso, sufre, se rompe. Algo de eso hay en El ocio nocturno de los pájaros.
¿Qué debe tener la poesía –ajena– para que te interese? ¿Nos recomiendas algunos nombres?
Belleza, musicalidad, uso consciente del lenguaje, atmósfera, reflexión moral y un largo etcétera. Hay tantos…Los últimos poetas que me ha volado la cabeza últimamente han sido Robert Lowell y Elizabeth Bishop.
¿Crees que formas parte de alguna escuela o grupo poético?
No lo creo.
¿Cómo ves el ecosistema editorial poético de España?
Buffff. Complicado. Desconozco lo que sucede a los demás, pero en mi caso, es un llamar a puertas cerradas. Acabas constatando que las puertas de las editoriales de poesía en nuestro país se abren desde dentro, y que sin ser invitado es difícil que se abran. Aunque es probable que haya pasado siempre lo mismo. De ahí también el valor de las pequeñas editoriales que cuidan el diseño, dialogan con el autor y no fabrican meros productos, como Témenos, por ejemplo. Y aunque el futuro está por escribir, como suele decirse, uno siente orgullo, como autor, al fidelizarse en una pequeña editorial que le abrió las puertas cuando el resto estaban ocupadas en otras cosas.
¿Crees que –como dicen muchos editores—todo lo que es de calidad se acaba publicando?
No estoy del todo de acuerdo. Hay centenares de hombres y mujeres que escriben de puta madre y que carecen de la cuota de narcisismo necesaria para buscar cauce editorial a lo que hacen. Desconozco cómo sería hace unas décadas, pero el mundo literario, en su aspecto editorial y promocional, es más bien inhóspito, frío, y hay que estar dispuesto a asumirlo. Lo que sí creo es que la buena poesía, una vez publicada, acaba llegando a buenos lectores que la justifican.
¿Qué has aprendido –literariamente– desde la publicación de tu primer libro hasta este?
Perseverancia. Convertir, con paciencia y trabajo, una torpe vocación adolescente en un oficio con el que no me gano la vida pero ayuda a darle sentido. En esto de escribir no deja de haber restos de pulsión adolescente, de rebeldía contra el mundo heredado, contra el hecho de nacer y tener inevitablemente que morir y ver morir a tus seres queridos. Matizada, civilizada, eso sí, por el paso del tiempo y la cultura.
EL OCIO NOCTURNO DE LOS PÁJAROS
Hereux celui qui peut d’une aile vigoureuse […]
Ch. B.
Tratamos de empapar
sobre el papel unas palabras
que no digan únicamente
aquello que sentimos,
sino que los demás, como los pájaros,
puedan ver reflejado
su rostro fugazmente
si de noche,
perdidos, descienden
a beber
sobre sus aguas y aguardan,
como nosotros,
a la mañana limpia que los haga volar,
en la distancia,
con un peso menor sobre las alas.
Un verso
debería ser como un espejo
y el lector,
con sus ojos nocturnos,
quien hallara
al fondo
el rumor encantado de sus propias
entrañas.
Y que el nuevo día
lo sorprenda
dejando atrás los viejos bosques,
el viejo dolor y su lejana
orilla.
De El ocio nocturno de los pájaros, Xavier Rodríguez Ruera (Témenos edicions, 2022)
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