Cuando llego, con retraso, al bar gallego donde he citado a Sasha Asensio, él ya ha dado cuenta de la mitad de su pincho de tortilla.
—No mentías. Está cojonuda —dice, a modo de saludo, mientras reproduce el gesto de golpear su antebrazo con la mano.
Un movimiento que solo puede significar “Por la vena”, pienso, mientras pido a Rocío mi pincho de tortilla y té verde; otro café con leche en vaso para él.
En las mesas colindantes, ajenos a nuestra conversación, operarios de todo tipo de servicios se mezclan con los pensionistas del barrio, en animada conversación sobre el partido del domingo o la última disputa de la competición política.
—Al entrar, he visto la sala llena de obreros y he sabido que comeríamos bien —dice Sasha, entre dentelladas de huevo, patata y cebolla.
Santa Cebolla que estás en los cielos.
Cuando pregunto a Sasha cómo es que nació en Rio de Janeiro, de padres asturianos, me explica una historia que se resume en que “alguien se metió en un lío y mi padre fue a visitarle. Se enamoró de Rio, y ahí se quedó”. Es, precisamente, esa tendencia de Sasha Asensio de no rechazar meterse en líos y de dignificar a aquellos que no han conseguido salir de sus líos varios, la que le ha convertido en un cronista del Raval. Del Barrio Chino. Del Distrito Quinto. Del código postal 08001. Del Xino, como le encanta decir a él, que degusta esas dos sílabas, de la misma forma que, probablemente, su padre degustaba cantar que “O Rio de Janeiro continua lindo”.
“Eu
não sou eu nem sou o outro,
Sou qualquer coisa de
intermédio:
Pilar da ponte de
tédio
Que vai de mim para o
Outro”
Mário de Sá-Carneiro
Pronto en nuestra conversación aparece el término el “auténtico yo”. Referido inicialmente a su padre, Eduardo Asensio, comunista y filoruso, responsable de que Sasha recibiera ese nombre ajeno a la tradición brasileña o asturiana. Eduardo, abogado de formación, pintor de vocación, se permite desarrollar esa afición, su propia versión del Hombre Nuevo, en el Nuevo Mundo, antes de volver al redil profesional, primero en el ámbito de la publicidad, para acabar como director televisivo de la famosa Rede Globo de los 80s. Más tarde, un aneurisma le obliga a tomar el barco de regreso al verdor asturiano, desmontando la acomodada vida de la familia en São Paulo.
En el Chino, Sasha Asensio ha encontrado su particular Nuevo Mundo, hecho de estampas que nos hablan del pasado, presente y futuro de los centros de las urbes globalizadas. De sus residentes, nativos o recién llegados, que se resisten a ser expulsados y, al mismo tiempo, a convertirse en una imagen franquiciada más. Para bien y para mal.
Un hermano sociólogo le contagia el interés social, que ya desde pequeño le obliga a enfrentarse a la segregación social brasileña, y a saciar su curiosidad por la vida que se desarrolla en las quebradas, las favelas paulistas, en forma de itinerarios infantiles.
—A los diez años ya salía a pasear solo por Vila Elena. Allí recuerdo un circo, tremendo, con su lona agujereada. Ríete de lo que retrataba Diane Arbus.
En este punto, iniciamos una conversación sobre el amor que ambos profesamos por varios cineastas italianos. Entre otros, el Federico Fellini de “La Strada”, “I Clown” y el Vittorio de Sica de “Miracolo a Milano”, “Umberto D”, “Il tetto” o “Ladri di biciclette”.
Muestro a Sasha un perfil de facebook, donde los antiguos residentes de Las Casas Baratas de la Zona Franca cuelgan estampas de sus décadas de resistencia a la invisibilidad. Las imágenes, mayoritariamente en blanco y negro, muestran huellas de la cotidianidad de ese barrio. Bodas, Navidades, celebraciones religiosas y populares, nevadas. Mi padre dedicó su vida a alfabetizar a los vecinos de esa zona abandonada por la Barcelona bien pensante.
—Muy auténtico. Daría un dedo de mi mano por estar en medio de esa gente, retratándoles —me dice Sasha, con esa sencillez y proximidad que consigue desarmarte. La misma que consigue generar la mezcla de incomodidad y ternura que componen sus fotografías.
El clan se traslada a España, donde gozan de mejor estructura familiar para acompañar la enfermedad del padre. El adolescente Sasha abandona São Paolo. Vivirá quince años en Asturias, donde estudia Diseño Gráfico, e inicia una carrera profesional en el campo del diseño web que, aún hoy, paga las aventuras de sus viajes, auténtica formación de este fotógrafo autodidacta.
Uno de los destinos de esos periplos, Sidi Ifni, nos muestra otra de las muchas coincidencias existenciales que van a surgir en nuestras tres horas de conversación. Nos reímos evocando las cucarachas de un hotelucho de la ciudad marroquí, rémora de la pretérita presencia española en la ciudad, donde ambos hemos dormido, en diferentes épocas de nuestra vida, y donde su padre y mi abuelo paterno sufrieron sus respectivas experiencias militares.
Después de vivir en Rio de Janeiro, en São Paulo, en Oviedo y Gijón, visitas Barcelona y abandonas tu comodidad asturiana por el Chino.
El Raval es único. Es un depósito donde la sociedad catalana colocó a quién no querían aceptar.
Veo en tus fotos una capacidad de mostrar la individualidad, dentro de un contexto en que todo lo cubre el tópico o el adjetivo calificativo negativo.
La clave de mi fotografía es tratar la temática y a sus personajes con normalidad. Incluso en un entorno tan anormal como una casa de consumo, un narcopiso, a cincuenta grados, en verano, lleno de yonquis pichándose. Intento tratar a esas personas con naturalidad. Luego llegas a casa hecho polvo, claro. Suceden cosas, imprevistos, que hay que gestionar. El otro día tuve un susto grave, porque no lo hice bien. Tú estás ahí con tu cámara, pero muchos creen que no debieras estar ahí, porque una cámara se convierte en testimonio de un posible delito; prueba para un juicio. Y no les puedes hablar del arte, porque a nadie le importa eso.
Ante mi silencio expectante, Sasha vuelve a la carga:
Te preguntarás, metido en ese ambiente todo el día, ¿no te tentaba tomarte una dosis? Pues, no. Todo lo contrario.
No. Me pregunto si no te estás poniendo a prueba, demostrándote que resistes la evidente tentación.
Hay de todo. Hay eso que comentas, probablemente, y también hay una perversidad, a tres bandas. Fotógrafo, fotografiado, y los que miran las fotos. Pero predomina la necesidad de registrar aquello que está sucediendo. Estar ahí donde nadie puede estar. Airearlo. Mostrar esa cara oculta.
¿Es una voluntad estética, social o política?
Lo que más pesa es lo social. Existe una voluntad estética, claro. Un expresionismo, el encuadre, la luz, pero es lo social lo que más me interesa.
No veo en tu fotografía un halo manipulador. Una exaltación de lo grotesco o impostado.
No podría haberlo. Es muy diáfano. Si los retratados actuasen, si no fuesen lo que ellos son, me cabrearía.
¿Alguna vez te ha pasado que algún retratado no mire a la cámara?
Me ha pasado de todo.
Reformulo: ¿la fotografía es válida si los que aceptan el reto de ser fotografiados no miran a la cámara?
Sí, pero a mí me gusta la mirada. Mirada relajada. Si hay tensión, ceños fruncidos, no me sirve. La labor de relajación es muy importante.
¿Cómo lo consigues?
Según mi pareja, tengo un don. Tengo facilidad para aproximarme y dar un trato de normalidad a los personajes que después aparecen en mis fotografías. Es el mismo trato que daría a cualquier otra persona. No sé porqué lo hago pero es así. Me gusta empoderar a esas personas. “Tienes un retrato formidable”, les digo. “Pareces el malo de la película”. Y lo creo de verdad.
Tus retratados no se conforman con ser naturalezas muertas, quieren ser protagonistas.
Ésa es la idea. Después, si puedo, imprimo la fotografía y se la entrego. Les encanta. Les empodera.
Tus fotos buscan la complicidad del retratado. ¿Estás a favor o en contra de las fotos sin autorización?
En el pasado hice muchas fotos sin pedir permiso, con el móvil, para aproximarme a treinta centímetros de la persona. ¿Brassaï, Capa y otros pedían permiso?
¿El impacto estético, trae consigo un subtexto social?
Depende del observador. No todo el mundo entiende mis fotografías de la misma manera. Al principio, la gente se me echó encima. Algunas de las cuidadoras de los toxicómanos en los centros de metadona, en particular, estaban escandalizadas. “¡Qué pensarán las familias de estas personas!”, me decían.
Sasha se ríe cuando le digo que su trabajo es la antítesis de “Humans of New York”, el fotoblog de Brandon Stanton en facebook.
A pesar de publicar en las redes, la tuya es una fotografía sin relato adjunto. ¿Cómo ves este maridaje entre storytelling y fotografía?
Hay fotógrafos que necesitan un DIN A4 para explicarte una de sus fotos. Si necesitas texto para explicar una imagen, mal vamos. O la sientes o no la sientes. La foto debiera aportar todo el contexto emocional e informativo necesario.
Has introducido el video en tu trabajo. ¿Lo ves como un formato diferente que sirve para un mismo propósito?
Prefiero llamarlo fotofilm, una especie de prolongación de la fotografía.
«Tenho várias caras. Uma é quase bonita, outra é quase feia. Sou um o quê? Um quase tudo». Clarice Lispector
Cuando me iniciaba en la escritura, me encontré repetidamente con la pregunta de a qué lector me dirigía. Que unos relatos tan incómodos como los que escribía, necesitaban de un público muy específico. Siempre contestaba que yo escribía unas historias que lanzaba al mundo, y que ya encontrarían sus lectores. O no. ¿Tú a quién te diriges con tus fotos?
Pienso como tú. Una propietaria de restaurante me suele acusar de que muestro lo peor del Raval. “¿Acaso no son personas?”, le pregunto yo. Y ahí se acaba toda discusión. Lo peor, lo mejor…Siempre tengo la sensación de gustar a menos gente de la que al final gusto. Mi trabajo no es para todo el mundo. No pretendo que lo sea. Es una necesidad vital, y ni siquiera pretendo agradar. Las entradas en mi perfil de facebook son para mí como un diario. Una crónica de mi día a día, en positivo y en negativo. En mi despacho, trabajo con dos pantallas. En una, la profesión que me da de comer. En la otra, la fotografía.
¿Internet es el sitio para difundir la fotografía en este momento? ¿Las galerías han perdido su peso tradicional?
Con internet se ha producido una democratización, para bien y para mal, predominando lo primero. En Instagram, por ejemplo, afloran nuevos talentos desde el anonimato. Alguien dijo que el arte es hacer algo que no esté hecho. Y eso es realmente difícil ahora.
Dime algo de una serie de fotógrafos que entiendo que maridan con tu trabajo.
Brassai
Me gustan “els pinxos”, en especial. (Se refiere a “Deux voyous” y otras obras sobre marginales). Me hubiera gustado conocerlo y, más aún, haber estado por Paris, en esa época. Fascinante todo lo que hizo. Parece un montaje de lo bien que está hecho. Un genio.
Robert Doisneau
Un clásico con encuadres increíbles.
Diane Arbus
Se sentía hipnotizada por las personas, en los márgenes de la sociedad, a las que fotografiaba. Me identifico con eso.
Observar las fotos de August Sander en la exposición actual en la Fundación Foto Colectania, ‘Estructuras de Identidad. The Walther Collection’, me obligó a plantearte esta entrevista.
Me encanta. Le descubrí en São Paulo, en el MASP. Los posados, las diferencias de clases, los nazis y sus víctimas. Todo me encanta.
Virxilio Viéitez
Me vuelve loco. El recurso a la sábana blanca, en especial, que también usaba mi padre, durante su época de fotógrafo, ayuda a centrarse en la mirada. Lo descubrí en una expo de La Fundación Telefónica de Madrid. Sacó un extracto de la Galicia profunda en los 50s y 60s. Me parecen muy interesantes las fotos de familia, en un contexto rural. Los encargos para las fotos de carnet, me encantan.
Al igual que muchos de tus retratos, me hace pensar en los wallpapers de Bruce Gilden.
Conozco todas las pareces del Raval, y cómo les da la luz durante los diferentes meses del año.
Yo veo una influencia de los talking heads de Bruce Gilden en tu trabajo. La intención parece idéntica, aunque él parece subrayar un lado más grotesco de los personajes, a través de colores más intensos y forzados.
Todo el mundo le odia, pero a mí me encanta, Bruce Gilden.
Larry Clark
Le abordé en Gijón, y pasó de mí. Me gusta más como cineasta que como fotógrafo. Lo descubrí con KIDS, en 1995. Me pareció genial. Luego ya no pude dejar de ver todo lo que hizo. Me gusta cómo trata ciertos temas con mucha agresividad, sin miramientos.
La primera exposición de fotografía que soy consciente de haber visitado, en 1996, fue de William Klein.
También me gusta mucho.
Te leo un párrafo y me dices de quién es.
“Yo hago la calle; fotografiando aspiro a ser el notario de mi época”. “Nunca he hecho ninguna fotografía más arriba de la plaza de Cataluña. Y si hice alguna, la rompí”.
Joan Colom. Le descubrí en Gijón y me enamoré de él. Hizo como nadie el Chino. Todo un referente. En cada foto que hago en el mismo Chino hay un homenaje a su obra. Lo tengo dentro de mí para siempre, desde que lo descubrí.
Eugene Richards
Desborda compromiso y sensibilidad. El mes pasado vi su expo en ICP (International Center of Photography) Museum, en NYC, y me pareció increíble cómo y dónde se metió para hacer las fotos. Un nivel muy alto.
Robert Frank, Danny Lyon, Dorothea Lange, Català-Roca, …
Todos me gustan.
No consigo arrancar de Sasha una crítica a sus contemporáneos. Sobre algunos nombres que voy a omitir, prefiere no opinar.
No tienes hijos. ¿Crees que la paternidad afectaría a los temas que tratas? ¿Los mantendrías? ¿Los enfocarías de manera diferente?
Joder,…,¡claro que me afectaría! No sé si mejor o peor, pero mantendría las mismas temáticas. Con menos intensidad, creo.
Te lo pregunto por la serie de fotos de los niños africanos.
Quería conocer el África negra. Sin luz, ni agua corriente. Acabamos en Gambia, territorio de turismo barato y turismo sexual femenino. Un espanto, pero creo que en África voy a encontrar nuevas líneas para mis futuros trabajos.
Tu proyecto “Super Brands” impactará a cualquiera que se aproxime a él. ¿No has tenido problemas legales por usar la marca o logo de empresas tan importantes?
No, para empezar porque no ha tenido tanta trascendencia. ¿Dónde está el agravio, al fin y al cabo? La tesis está clara, pero que cada cual la interprete como quiera. Es insultante la contaminación visual que nos imponen los medios, con cuerpos y caras que no se ajustan a nuestro día a día.
Mientras te escucho, no puedo evitar recordar el título de una novela de Boris Vian, “Que se mueran los feos”.
Las empresas no se atreven a contratarme porque yo siempre querría imponer mis modelos, y no los modelos descafeinados que ellos me propondrían.
Los lectores de esta entrevista, millones de personas, sin duda, probablemente han contemplado tus fotografías del atentado de Las Ramblas, sin conocer a su autor.
El atentado me pilla haciendo mi patrullaje, mi paseo diario por las calles del Raval. Veo que la policía se dirige frenéticamente hacia Las Ramblas, lo cual llama mi atención. Conforme me acerco por la calle Hospital, la gente corre en dirección contraria, despavorida, como de una hecatombe, y eso me hace sentir más atraído. Correr hacia donde los otros escapan.
Al final, todo parece seguir un mismo patrón de comprobar hasta dónde llegan tus miedos y tu control de la ansiedad.
Hay algo de eso, sí. De hecho, fotografiando en un piso de consumo, un narcopiso, tuve un aprieto, que me produjo una subida de adrenalina. Lo disfruté, aunque luego me sentí muy mal.
¿Mantienes la percepción del peligro?
Por supuesto. Más respeto que miedo.
“Periferia é periferia, Em qualquer lugar”, Racionais Mcs
¿Cuál es la diferencia entre los desposeídos de São Paulo, NYC, L.A, Madrid y los de Barcelona?
Ninguna.
En esta época de exaltación de la identidad, que son a su vez tiempos de vida estandarizada, donde incluso el viaje parece una experiencia desleída en intensidad, con los mismos neones de las mismas franquicias allí donde vas, ¿la personalidad del Chino se diluye o mantiene una identidad propia?
El Chino aguanta. Es único, por su densidad demográfica y por una población que se resiste a ser desplazada. Los paquistaníes, sin ir más lejos, están comprando pisos. No será tan fácil que los acaben de echar.
Todo el mundo te retrata como fotógrafo brasileño, hijo de asturianos, radicado en el Raval hace una década. ¿Tú cómo te ves a ti mismo?
No tengo ni patria, ni bandera. No quiero ser encasillado, ni siquiera como “el fotógrafo del Raval”. Me interesan varios sitios. Me gusta mucho ir a Madrid, por ejemplo. Voy cada tres meses. He retratado La Cañada Real, con su paisaje apocalíptico, El Gallinero, cuarenta familias rumanas en chabolas al lado de la M40, o Las Vegas, en Las tres mil viviendas de Sevilla.
“Prefiro que saia um bom retrato meu no jornal do que os elogios.». Clarice Lispector
Un día acabamos una conversación con mi amigo, el escritor Javier Argüello, con una máxima suya: “el ego es casi lo único que existe”. Algunos de tus retratados parecen haber perdido todo menos el ego y un bien entendido sentido del orgullo.
Exactamente. El amor propio es lo último que se pierde. Todos tenemos la necesidad de ser guapos o guapas, o parecerlo. Cuando encuentro un retratado, intento hacer aflorar su belleza. Unos ojos bellos, una sonrisa. El pelo y la altura que yo no tengo. Y la persona, independientemente de su condición, se viene arriba.
El humor está presente en tu trabajo. ¿Como una coraza respecto al dolor, una vez éste se ha instalado de manera cotidiana?
Sí, hay humor y hay perversidad, también.
Has hablado varias veces de perversidad. ¿Cómo la entiendes?
Cuando se supone que lo pierdes todo y eres invisible, vives en la más absoluta opacidad, estás en los márgenes de la sociedad, que venga un tipo y te quiera sacar en una foto, te gusta. Por ejemplo, Benjamín, un tipo del barrio. Amputado, en silla de ruedas. Un día me lo encontré desnudo, que le habían golpeado, robado, vomitado, cagado, en pleno Raval. “Benjamín”, le dije, “tal cómo estás, tengo que hacerte una foto”.
En esa foto me chocó la luz. No es una imagen de callejón oscuro, como podríamos anticipar escuchando la historia del momento.
Para nada. “¡Muéstralo!”, me dijo él, plenamente consciente de su propia situación. “¡Regístralo! Qué se vea qué ha pasado”. Y hay una perversidad en todo ello. Compartida, de fotógrafo, retratado y los que miran la foto. Observar una realidad que existe y no se quiere ver. Vamos a mostrarlo. Existe.
¿Por qué la insistencia en los desnudos?
Les pido que se quiten la camiseta porque aporta más información. No hay componente erótico, ni mucho menos.
Lo veo como una reivindicación de una corporeidad no uniforme.
Aciertas. Aparte de la mirada, al mostrar el cuerpo, aportas más información. Delgadez, obesidad, cicatrices.
En la exposición del Caixaforum, Velázquez y el Siglo de Oro, podemos encontrarnos con un Demócrito, de Ribera y un Ésopo de Velázquez, que podrían ser protagonistas de uno de tus retratos. ¿Te han influenciado otras artes?
Todas. Literatura, cine, pintura. Velázquez, Goya, Picasso. Michael Haneke, Ulrich Seidl. Todo.
Películas como “Trainspotting”, “Drugstore Cowboy”, “El hombre del brazo de oro”, ¿han conseguido reflejar el mundo de las adicciones?
No he visto, hasta la fecha, ninguna película que hiciera demasiada justicia al tema de las adicciones, más allá de “Réquiem por un sueño”.
¿Cuál es tu siguiente proyecto?
Me gustaría retratar el interior de las casas de los inmigrantes del Raval, pero no será fácil que me lo permitan.
¿Volver a NYC?
Para mí, en NYC ya no hay chicha. Estuve una docena de veces ya. Para mi trabajo, L.A es el sitio. Quiero volver al Skid Row, en el Downtown de Los Ángeles. Me tiene fascinado. Tengo que volver.
Quien no te conozca, podría pensar que con la insistencia por fotografiar estos ambientes y personajes, glamurizas la drogadicción.
Odio la banalización de la droga, su glamurización. Frivolizar el infierno de las drogas. He conocido en primera persona las consecuencias que produce en su entorno más próximo. El SIDA, la cárcel, la muerte. Es una inconsciencia e irresponsabilidad glamurizar una enfermedad. Me gusta retratar a los yonquis porque les he conocido bien. Son personas con una incapacidad emocional y una inadaptabilidad social muy grande. Necesitan recurrir a esa anestesia. Detrás de un yonqui hay siempre una persona extremadamente sensible que no logra una adaptación emocional. Es todo emocional. A la vez, son superhéroes, que logran vivir en un cajero, en un medio caótico. Son existencias insólitas.
Sigo tu trabajo hace años, pero para preparar esta entrevista, me metí entre pecho y espada un visionado completo de tu web y redes sociales. Me generó una incomodidad que no conseguí sacarme de encima el resto de la jornada. Viviendo, como vives tú, en el entorno donde viven tus modelos, es imposible aislarse. ¿Cómo desconectas de todo esto?
Un amigo me dice que ya pasé el límite. Que mi viaje ya es solo de ida, sin billete de vuelta. De noche, en la cama, después de retratar La Cañada Real o el Skid Row de Los Ángeles, estoy destrozado.
Una última curiosidad, ¿sabes que la pastelería de referencia de las clases acomodadas de Barcelona se llama Sacha?
Ni idea. La zona alta me queda muy lejos de mi radio de acción.
Cuando salimos a la calle, un indigente negro, tumbado en su colchón, que ocupa media acera, se dirige a Sasha.
—Amigo, ¿tienes tabaco? —pregunta.
—No fumo —contesta Sasha, porque es obvio que él es el amigo al que se dirige la demanda.
—¿Le conoces? —pregunto.
—No. Tengo un imán —dice Sasha.
Pienso en una comadrona a la que contemplé asistir a un parto de alto riesgo. Que fuera el de mi hijo, imagino que carece de importancia. Ya no recuerdo su nombre, pero sí su mirada, su sonrisa, y despedirme de ella con un “no pierdas tu don”. Y su respuesta: “no pienso hacerlo”.
Sasha y yo nos decimos adiós en el chaflán. Cada uno se retira a su respectiva cueva. A nuestra “Saudosa Maloca”, de privilegiados, eso sí, que cantaba su adorado Adoniran Barbosa, narrador de algunas de las infinitas cotidianidades de São Paulo.
Volvemos a la vida A, con la que pagar la vida B. Él con su don, yo con lo que sea que cargo dentro.
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