Una entrevista a DAVID PASCUAL (AKA MR. PERFUMME)
Polifacético, obsesionado con la precisión del lenguaje y las posibilidades de las diferentes formas narrativas, David Pascual ha creado con Gordo de porcelana (Temas de Hoy), su cuarta novela, un artefacto narrativo que apuesta por el exceso, por el dolor y por el humor en su máxima expresión, sin término medio. Retrato de un lugar y de una época prácticamente inverosímiles, la Valencia de los años noventa, la apuesta por el nihilismo de la novela de Pascual esconde no solo una imprescindible crítica social sino también una suerte de impenitente humanismo que, muy en el fondo, habla de la necesidad de seguir manteniendo la esperanza.
Gordo de porcelana es tu quinto libro, tu cuarta novela. Pero además has hecho performances, has tocado en grupos, has escrito guiones. ¿Entiendes la creatividad como un todo o la parcelas cuando te dedicas a diferentes cosas?
Yo tengo una formación poco ortodoxa. Mi principal ocupación ha sido la música: cantar, tocar, componer. Pero estudié Bellas Artes. Siendo niño, ya dibujaba cómics y, de hecho, pensaba que me dedicaría profesionalmente a eso. Pero cuando entré en la facultad, prácticamente dejé de dibujar y me puse a hacer otras cosas: me apunté a todo lo que me ofrecía perspectivas diferentes a nivel creativo. Ahora ya solo dibujo para los libros.
Pero en un momento dado, saltaste al terreno de lo literario…
Sí, pero es cierto que en todo lo que hacía anteriormente había una parte textual que tenía mucho peso. Si hacía vídeo, había una parte textual importante. Si hacía performance, había una parte textual importante. Componía las letras de las canciones… Pero cuando me enfrenté por primera vez a hacer algo literario, lo cierto es que había cosas que no sabía cómo resolver; aunque siempre he sido muy lector, me viene de familia. Frente a esa carencia de herramientas literarias, lo que hago muchas veces es utilizar herramientas de otras disciplinas.
¿Quieres decir que mezclas referencias de diferentes campos creativos?
Juego con contraposiciones y contrastes, algo que ya había hecho con la música. Al final, las herramientas siempre son similares, por lo menos desde mi experiencia. Aunque cada disciplina tiene sus propias características, hay algo similar a la hora de crear. Por lo tanto, para mí hay una manera de trabajar global que es lo que yo he importado a mi trabajo literario. Cada vez valoro más que mi formación no sea estrictamente literaria en relación a lo que hago.
¿Crees que así estás menos condicionado? ¿Que los que vienen directamente del mundo literario tienen que lidiar con pesos o hipotecas que tú no tienes que afrontar?
Lo que creo es que ante la necesidad de afrontar ciertas cosas que no sabía cómo resolver, tuve que acudir a otras fuentes y que eso tiene mucha importancia en mi manera de escribir. Mis libros, formalmente, no son supercomunes, tampoco es que sean la cosa más rara del mundo, pero para mí tiene sentido, a pesar de que no intento poner muchísimo peso en lo formal, esa manera de trabajar, mezclando referentes. Una de las cosas bonitas que está pasando con Gordo de Porcelana es que las reseñas se centran por primera vez en la historia y los personajes más que en lo compositivo. Porque, para mí, esa variedad formal no tiene tanta importancia. Lo cierto es que no pretendo ser el más moderno del mundo mezclando cosas.
Pero es cierto que esa mezcla de géneros en Gordo de porcelana, aunque no es estrictamente novedosa, a mí me ha hecho pensar en formatos no únicamente literarios. La mezcla de cómic, guión, narración, dibujo… Si no lo formal, lo rítmico sí parece responder a una voluntad muy concreta en tu novela, esa sensación de no bajar la velocidad. ¿Influencia de tu faceta musical?
Sí hay un factor que viene de la música. Este libro se basa en la narración de un personaje principal, Dolo, que huye hacia delante, por eso hay una narración que nunca se detiene. La protagonista, si se detuviese, tendría que plantearse las cosas que le suceden y eso no se lo puede permitir.
¿Cuáles dirías tú que son tus referentes culturales más directos? ¿A qué autor o autores has tenido más presentes al afrontar la escritura de Gordo de porcelana?
Soy un superconsumidor cultural, leo muchas cosas, veo muchas cosas… Hay muchas influencias en el libro. Es decir, no tengo un altar definido de referentes. Soy poco mitómano. A mí me gusta mucho Tod Solontz, por ejemplo, pero no creo que esté tan presente en este libro como lo estaba en mis libros anteriores. Me interesa la literatura que incomoda. Me interesan las obras que me sorprenden. Pero, en esencia, me interesan los personajes. En ese sentido, un referente que me ha interesado mucho es Madre, de Sorogoyan. Madre me interesa porque hay dos personajes que parece que todo lo hagan mal pero, emocionalmente, consigue engancharte para que quieras que esa mujer y ese niño se vayan juntos, aunque no esté bien. Yo, cuando leo o cuando veo algo, me enamoro de los personajes más que de las tramas. Por ejemplo, prefiero la serie Californication, porque me interesan los personajes aunque todo el rato hagan lo mismo, a la serie Westworld, que puede tener un buen punto de partida pero los personajes no me interesan nada.
¿Sientes afinidad con algo de lo que se está escribiendo en español en la actualidad?
Hay un autor, Óscar Gual, que para mí fue muy importante cuando empecé a escribir. Al leer Los últimos días de Roger Lobus me dije: ostras, un libro puede ser algo más que lo que yo pensaba que podía ser un libro. A mí me voló la cabeza. A nivel de contenido, formal, de los códigos que utiliza… Pero también hay autores que, a primera vista, no tienen nada que ver con lo que yo hago, como Kike Parra Veinat, que me resultan muy interesantes. Yo siempre estoy entre lo formal y, digamos, lo emocional.
A mí me vinieron a la cabeza Cut & Roll, de Óscar Gual, y El Dorado, de Robert Juan-Cantavella, al leer tu novela. Ambos autores son valencianos… ¿Crees que existe una manera levantina o valenciana de entender la literatura e incluso la realidad?
Te comentaré dos cosas muy distintas. En Valencia hemos pasado veinticinco años, con el PP, de nulo apoyo a la cultura. Lo que ha provocó que se creara una tendencia en la que todo lo que era cultural venía del underground, porque no había apoyos públicos de ningún tipo. Eso, para mí, dio una riqueza de propuestas que tal vez con un circuito más estandarizado no se habría dado. Siempre he pensado que esa situación es la responsable directa de que en Valencia haya gente haciendo cosas muy diversas, algunas muy arriesgadas. Por otro lado, cuando yo empiezo a escribir en serio, al volver a Valencia, porque viví un tiempo en Argentina, me encontré con tres libros que son Los últimos días de Roger Lobus, de Gual, Challenger de Guillem López y Con el frío de Alberto Torres Blandina. Tres libros de tres autores valencianos que juegan con la estructura, que se plantean desde un planteamiento de género, tres propuestas muy locas. Y eso sí fue una influencia muy directa. Es cierto que el género no me interesa particularmente, pero sí entendí que en Valencia estaban pasando cosas que me venían a decir que un libro podía ser algo más que un libro.

Te he hecho esa pregunta porque me sorprende que varios creadores de esas tierras hayan apostado, como tú en Gordo de porcelana, por contar el mundo desde lo excesivo. Sin temor a manejar el exceso a nivel narrativo, por decirlo de otro modo.
Valencia es un lugar muy excesivo. Veinticinco años del PP han significado los grandes edificios, la corrupción, las drogas… Ahora es un poco diferente, pero durante un tiempo lo que la gente sabía de Valencia era: los mascachapas, la ruta del bacalao, el crimen de Alcasser… Y todo eso tiene un peso real. Ha sido un sitio donde a nivel político parecía que no pasaba nada, lo que permitía hacer los mayores excesos, porque era como un cortijo para los políticos. Y, al mismo tiempo, el consumo de drogas fue verdaderamente salvaje, en la ruta del bacalao y en las raves, que fueron muy importantes en Valencia.
Y luego está Marina d’Or…
Y Terra Mítica. El exceso, la caricatura, lo mostrenco…
Pero también es una cosa que viene de un poco más atrás. Las fallas, por ejemplo. Hacer algo muy recargado, feo, de mal gusto incluso, para luego quemarlo.
Es cierto. El libro empieza con Marina d’Or. Y al final eliminé un pasaje largo en el que un detective iba a Benidorm. En Valencia ese estilo de vida ha marcado mucho. Cuando la gente joven se droga en Valencia se droga a lo bestia.
Quería preguntarte por eso, por la obsesión que muestras en el libro por llevar un registro preciso de las drogas que toma la protagonista, al menos en una época de su vida.
La época de la que hablas es la adolescencia, que es la época más feliz de la vida de Dolo. Para ella son una evasión, como lo es la tele; entre otras cosas. Pero es cierto que yo he vivido en varios sitios e insisto, y parece una locura, que nadie se droga como se droga la gente en Valencia. Pero es cierto que tanto con la medicación como con las drogas, soy detallista en la novela. Por otra parte, este es el primer libro en el que soy específico a nivel narrativo. Los anteriores libros no estaban ubicados ni en un lugar ni en una época concretas. Para mí era importante que en este la parte realista fuese muy realista. Para que cuando apareciesen cosas estrambóticas el lector no perdiese de vista que estaba en Picasent, en una moto, metiéndose una raya… Y todo ese mundillo tuviese una textura y el lector pudiese identificarlo. Toda la parte delirante habla de la voluntad de escapismo. Por eso es importante que la parte realista fuese muy realista, dentro de los códigos del libro, para no olvidar que la historia es así de dura.
¿Tú crees que, con todo lo vivido, en esa zona específica del mundo, esa Valencia excesiva, existe una posibilidad de vuelta atrás? ¿Será posible recuperar la inocencia? ¿O es un terreno conceptual y éticamente arrasado?
Creo que tenemos poca memoria. Es decir, sí que volvemos atrás. La época que yo cuento principalmente en Gordo de porcelana mezcla el crimen de Alcasser, Curro y Coby, el nacimiento de la telebasura más salvaje… Como es lógico, esas cosas calan hondo. Es probable que algunas cosas de las que se decían entonces en programas matinales no se dijesen ahora. Pero sí podemos comprobar que todos los artificios de la ficción están integrados ya en la explicación de las noticias, por ejemplo. Los tenemos muy asumidos. Antes había una diferencia entre información y entretenimiento. Ahora ves una noticia y piensas que podría ser perfectamente un True Crime de Netflix. Eso es terrorífico. En esa época se rompió la barrera que separaba una cosa de la otra.
Por todas estas cosas que estás contando, ¿dirías que Gordo de porcelana tiene una voluntad política o de crítica social?
Nunca escribo con una intención ideológica, pero obviamente soy una persona ideologizada y tengo un punto de vista. Y creo que en este caso es muy fácil de ver. La novela nace cuando yo vuelvo a ver las imágenes de la hermana de Antonio Anglés llegando al juzgado y siendo abucheada. Porque lo que plantea la novela, resumiéndolo mucho, es cómo es posible que llegase esa chica a un juzgado, una víctima sin lugar a dudas, la abuchearan y nosotros no supiéramos ver lo que realmente estaba pasando. La época era muy diferente, es cierto. Cuando lo ves ahora, con la mirada del presente, dices: es muy loco que viésemos cómo abucheaban a una adolescente, que vivía con un tío que nosotros dijimos que era el monstruo contemporáneo en España y nadie se preguntase qué le había pasado a ella. Fue muy bestia. Y es un buen punto de partida para ver cómo ha cambiado el enfoque social. Eso ahora no pasaría, la apartarían, la protegerían.
Antes has dicho que te gusta la literatura que incomoda. Te voy a decir que tu novela incomoda, de eso puedes estar seguro. Precisamente, si Gordo de porcelana solo fuera la historia de las perrerías que ha tenido que vivir la protagonista, Dolo, las terribles cosas que han marcado su vida… sería para estar enfadado con el autor. La haces sufrir tanto. Por eso te preguntaba antes si había esperanza para ese mundo, la Valencia de esa época, que Dolo parece encarnar. ¿No tuviste en ningún momento la tentación de salvarla?
La evolución del libro, en ese sentido, es curiosa. Para empezar, el personaje de la psiquiatra al principio no existía. Yo tenía un personaje tan jodido, Dolo, que había vivido cosas tan terribles, que era muy difícil empatizar con ella. Era muy distante, muy fría. Hasta tal punto era así que tuve que crear a la psiquiatra porque necesitaba darle algún respiro a ese personaje. Necesitaba que el lector pudiese verla a través de otros ojos. Y el final del libro lo cambié en el último momento. En una primera versión, tenía un epílogo que servía para que el lector pudiese quedarse un poco más tranquilo, para acordarse de que habían pasado cosas buenas a pesar de que casi todo había sido terrible. Pero me pareció que no era justo, que ese epílogo era bonito pero era un poco tramposo en relación a la historia de la protagonista. Hay cosas buenas, pero habría sido muy extraño que esa historia acabase bien. Por eso dejé el final como está ahora.
¿Y por qué traer el mundo del anime japonés y mezclarlo con esa Valencia de la que estamos hablando? ¿Por qué trazar un puente tan difícil de sostener dentro de una realidad estándar?
Igual que era muy importante que la parte «realista» fuese muy dura y muy concreta, era muy importante también que el otro mundo, el mundo delirante, fuese también muy loco. Necesitaba que el choque entre ambos mundos fuese muy bestia. En lugar del anime podría haber sido otra cosa, es cierto. Pero yo suelo jugar con el choque entre lo dramático y lo humorístico. Esa tensión entre una cosa y la otra me interesa, porque así es en buena medida como yo vivo la vida. En este libro, era muy importante subir las dos apuestas: la historia de la protagonista es muy terrible, pues el humor tenía que estar igual de arriba, para que el lector pudiese alucinar y, al minuto siguiente, se le revolviese el estómago.
Me ha llamado mucho la atención el cuidado y el interés que se aprecia en la novela por el uso del lenguaje. Dentro de todo lo loca que es la historia, se nota que la expresión escrita está bajo control, muy medida.
A la hora de escribir, eso me interesa especialmente. El equilibrio entre una voz que, en esta novela, es un flujo de consciencia constante, que sea creíble pero que, al mismo tiempo, tenga una carga literaria. Me gusta encontrarlo en otros escritores y escritoras, por eso me esfuerzo en mostrarlo yo también.
Para acabar, eres también profesor de escritura creativa en Lapiscifactoría Laboratorio de Creación. ¿Qué crees que se puede enseñar y qué no a la hora de escribir?
Creo que hay gente con más sensibilidad para hacer unas cosas que otras. Hay gente que tiene más mano, talento o sensibilidad… Más allá de eso, si vas a un taller, normalmente es para ahorrarte etapas. Para que te den soluciones en lugar de tener que hacer algo siete veces por tu cuenta para encontrar la solución. Pero es cierto que los talleres que yo imparto no son exactamente así, pues por lo general se basan en una serie de ejercicios que hacemos cuyo objetivo es que el que lo recibe sea consciente de que dispone de más material del que cree disponer y que pueda utilizarlo. Lo bueno de estos talleres es que se apunta mucha gente que no solo viene del mundo literario sino de la animación, de la poesía… Son talleres muy prácticos que sirven para probar cosas que pueden valer para escribir. Se trata de currar. Yo creo mucho en el curro.
Comentarios sin respuestas