Iniciamos la publicación de la serie de entrevistas que realizamos a propósito de este artículo publicado en Letra Global acerca de la elecciones de lengua literaria.
Empezamos por Rubén Martín Giráldez (1982) autor de Magistral, Menos Joven y junto a Adrià Pujol Cruells de El fill del corrector/Arre arre corrector, algunas de las obras más inclasificables de lo que va de siglo.
¿Cuáles son los intereses de tu obra literaria?
Poniéndonos ampulosos y estupendos, y frívoliesenciando un poco, diría que me interesan un puñado de categorías y asuntillos tales como la hospitalidad, la infancia, el infantilismo, la madurez y su relación con lo cursi y lo siniestro (lo uno no va sin lo otro), la volubilidad del discurso propio, el aprendizaje en público, la vanidad, la idolatría, la aristocracia de las formas, la mediocridad triunfal, las creencias y su combustible, los depósitos de fe de la vocación y la inspiración… por resumir: el polvillo dorado del Telesketch
¿Los escritores bilingües cómo eligen su lengua literaria?
La verdad es que mi entorno era tan castellanohablante que no creo que se pueda decir que fuese yo bilingüe hasta la adolescencia. Por contar las cosas como son, veo que jamás caí en que un compañero apellidado Arànega o Ciurana no se estaban expresando en su lengua materna para hablar con los Revillas o Benjumeas (desde la guardería hasta el final de la EGB). Mi catalán tenía su origen en el doblaje de Els Herculoids, Capità Harlock y demás dibujos animados de los primeros años de emisión de TV3, igual que todo el lexicón de mi inglés salió en un principio íntegramente de mezclar los Beatles con Metallica. Empecé escribiendo en catalán por artificialidad —me doy cuenta ahora—, porque identifiqué la literatura con impostar una voz. Con 15 o 16, la naturalidad no era atractiva, supongo. Lo que escribía, tampoco.
¿Encuentras especialmente estimulante para la literatura el ecosistema bilingüe (o más) que se vive en Cataluña?
Bueno, favorece correspondencias menos probables en una región de lengua única, además de la ocasión de posicionarse entre la impermeabilidad y la porosidad, o entre el purismo y el bastardeo.
¿Sientes que tu obra forma parte de alguna tradición?
De una bien común y muy de nuestra época: la del energúmeno (en sentido recto) de lecturas desordenadas y lagunas inmensas, típicamente de familia sin estudios, sin biblioteca particular pero criado leyendo, por ejemplo, a Gide o a Proust en el bar de un supermercado Al Campo. Como dice Remedios Zafra en El entusiasmo: «Pero los pobres que han leído no siempre pueden fingir que no acumulan rencor». Creo que siempre estoy haciendo mi versión de Los alimentos terrenales.
¿Crees que podría existir algo así como una forma de escribir en lengua castellana desde Cataluña con características propias?
Imagino que algo se detectará ya sin que haya intención expresa por parte del autor. Me parece muy enriquecedor injertar deliberadamente estructura o fraseolos de idiomas tan cercanos. Cuando se trata de calcos del inglés, en cambio, me rechina; pero con dialectos y lenguas parejas lo veo necesario. Nos falta chicha léxica, creo, en el campo del tintineo metálico, por ejemplo. Pues ampliémoslo, digamos «calancaneo» si nos hace falta, aunque el diccionario advierta que es un uso propio de Honduras.
Me encantó El fill del corrector/Arre, arre corrector. ¿Por qué no hay más libros bilingües? ¿Por qué las novelas que se pretenden realistas sitas en Cat no incluyen diálogos bilingües?
¡Gracias por la parte que me toca, Carlos! Pero debe de haberlas, ¿no?, no creo que hayamos inventado nada. Me suena que en The Mayor’s Tongue, de Nathaniel Rich; en Lord Malquist de Tom Stoppard y en Portrait of a Tongue, de Yoko Tawada; hay cosas parecidas. Lo de los diálogos bilingües sería lo suyo, El fill del corrector se ha leído y reseñado bastante fuera de Catalunya, incluso tenemos noticia de lectores portugueses y norteamericanos.
Comentarios sin respuestas