Jorge Benítez (Barcelona, 1977) acaba de publicar El casco de Sargón (Navona), un paseo por la vida de dos chavales de Barberà del Vallès y sus respectivas formas de abordar la vida adulta. Lo que empieza como una trama costumbrista del mundo universitario –con sus buenas dosis de ironía y retranca— se convierte de pronto en la crónica fascinante de un soldado español enrolado en la guerra de lrak y sus consecuencias. La obra descolla en muchos aspectos –es envidiable su voz narradora: una mezcla perfecta entre legibilidad, originalidad, reflexión y solidez— pero trasciende especialmente por la mirada antitópica sobre el mundo militar en la actualidad y la denuncia de los desmanes de las grandes potencias sobre el patrimonio de los países en conflicto. Más allá de estas disquisiciones, debemos decir que la novela se lee con gran placer –como quien bebe un vaso de agua en una calurosa tarde de verano– por la extrema naturalidad con la que parece estar construida, las continuas conexiones con la España reciente y sus absolutamente creíbles personajes: en fin, Benítez es un narrador de primer orden.
¿Cuál fue la primera imagen o idea original a la hora de empezar a escribir “El casco de Sargón”?
La novela surge de una fotografía que me encontré hace ya un tiempo por internet en la que aparecían unos marines norteamericanos posando junto a la Puerta de Ishtar, con las armas en la mano, con una cierta actitud marcial. El pie de foto decía “Soldados americanos en la provincia de Babil (Irak)”. La imagen me extrañó porque creía recordar que la puerta de Ishtar está en realidad en el Museo de Pérgamo, en Berlín, se le llevaron ladrillo a ladrillo unos arqueólogos alemanes a principios del siglo XX. Entonces investigué un poco y supe que la puerta con la que se fotografiaban con tanta convicción aquellos marines era en realidad una réplica del original que Saddam Hussein había ordenado construir en el emplazamiento de la original. Y esto me llevó a preguntarme cuál de las dos puertas es más real: si la original, desenterrada por arqueólogos, llevada a otro país a miles de kilómetros y puesta en un museo, en la cuneta de la Historia, o la réplica de Saddam, que sigue en Babilonia viendo pasar los ejércitos, los rebaños, los imperios.
Y cuál es tu respuesta. ¿Cuál es más real?
Ja, ja. Buena pregunta. La verdad es que no lo tengo claro. De hecho, es aún peor. No tengo claro que tenga que tenerlo claro. Creo que fue Henry James quien dijo que el trabajo del escritor no es tanto dar respuestas como aspirar a plantear bien las preguntas. En ese sentido, me interesa mucho más la respuesta que pueda tener quien lea la novela.
¿De dónde viene tu gusto por mezclar la historia antigua con la trama contemporánea?
Es una chuchería intelectual. A poco que conoces la historia antigua te das cuenta de que muchas de las cosas que suceden hoy en día son consecuencias de cosas que pasaron hacen cientos de años. La revolución digital es una consecuencia aplazada de la revolución neolítica. Es muy divertido establecer esas conexiones. Y no sólo me refiero a los grandes acontecimientos históricos, también a los detalles. Hace poco leí una entrevista en la alguien dedicado al mundo de la moda decía que hoy en día los españoles y españolas visten mejor, gracias a grandes franquicias como Zara o Mango, y recordé lo que explica Gibbon en la Historia y Decadencia del Imperio Romano: cuando el senado romano tuvo que decidir si uniformaba o no a los esclavos, decidió en última instancia no hacerlo, porque podrían ver cuán numerosos eran. De la misma manera, Zara o Mango han conseguido que la gente no tenga un aspecto tan obrero cuando va por la calle.
”El casco de Sargón” propone un tipo de literatura muy concreta y original en los últimos tiempos en castellano. De alguna manera apuesta por lo “literario” –si es que en esa etiqueta cabe lo ambicioso intelectualmente—con el mejor sentido de lo comercial –ritmo, claridad, temas actuales–. ¿Es una idea consciente en tu poética? ¿Te sale de manera natural?
No soy muy consciente de esa distinción entre lo literario o lo comercial. Quiero decir, sé que la hay desde el momento en que a una novela como la mía se la cataloga como “ficción literaria”, me hace pensar que debe existir en alguna parte una ficción que no lo es. En cualquier caso, sí creo que los escritores, los escritores literarios, si quieres llamarlo así, tenemos una cierta responsabilidad con la literatura, con lo que se considera canónicamente literatura: tenemos que hacer que llegue a la gente. No entiendo por qué el ritmo, la claridad o los temas actuales no pueden ser “literarios”. Me gustan, por ejemplo, los libros de Sara Mesa, que hablan de tú a tú a cualquiera, manteniendo una calidad literaria indudable.
¿Qué referentes literarios has tenido a la hora de escribir la novela? ¿Cuál es tu filiación?
Muchos, sobre todo la tradición novelística norteamericana del siglo XX y principios del XXI, Phillip Roth, Franzen, escritores así. Pero también otros, como Piglia, Michon, no sé, supongo uno escribe con su biblioteca a cuestas, escogiendo los tonos que le han gustado. Muchas veces nos gusta un escritor concreto por los tonos que combina, es, por ejemplo, mi caso con Pierre Michon: me gusta encontrar, reunidos en su prosa, a Rimbaud, a Proust, a Faulkner.
Otro aspecto fascinante de tu novela es su reflexión sobre el género literario. ¿Podemos decir que tiene algo de novela negra?
No hablaría tanto de una reflexión sobre el género literario como de una inflexión. Ha sido más un instrumento que un punto de partida. Por necesidades de la trama, tomé mecanismos de la novela de campus, al ser uno de los personajes un profesor universitario, y también de la novela negra para estructurar la trama. Normalmente los géneros son unas reglas de juego, si se asumen de inicio descartan otros mecanismos. No lo digo como algo negativo: son unos límites muy legítimos en los que ejercer la libertad y la creatividad, como se explicaba en aquel cuento de Borges. Pero en mi novela, el fondo de la historia necesitaba unas reglas transgénero, por eso creo que acepta varias etiquetas.
¿Conoces otros ejemplos de novela que versen sobre la dificultad de los soldados españoles contemporáneos? ¿Alguna que forme parte del canon?
No muchas, que yo sepa. Precisamente cuando emprendía la escritura de mi novela salió un libro de Álvaro Colomer sobre la guerra de Irak, Aunque caminen por el valle de la muerte. Es una muy buena novela bélica en la que Colomer aborda el tema desde otro punto de vista. Él hace del tema una Ilíada, yo una Odisea. Él novela el escenario, la lucha, las interacciones entre los héroes. Yo hago un nostoi: la vuelta del guerrero a casa, por supuesto con estrés postraumático, como el propio Ulises. También hay un libro titulado Y al final la guerra, escrito por Lorenzo Silva y Luis Miguel Francisco, en el que reúnen testimonios de soldados españoles desplegados en Irak, que empleé para documentar algunas partes de mi novela.
¿Hasta qué punto fue importante la fase de documentación de la novela?
He leído que algunos escritores hablan de la fase de documentación como una fase peligrosa, en la medida en que es tediosa y a menudo invita a abandonar el propósito. En mi caso fue también peligrosa, pero por el motivo contrario: lo pasaba tan bien leyendo cosas sobre Mesopotamia y arqueología, me implicaba tanto leyendo sobre el saqueo del Museo de Irak, testimonios de soldados, batallitas de pasillo universitario, tráfico de arte, estableciendo conexiones entre todo aquello… parecía que nunca iba a sentarme a escribir la novela.
Hay una reflexión muy poderosa sobre la creación del pasado desde el presente. De la importancia de los objetos valiosos, de la utilización de las réplicas. ¿Hasta qué punto la originalidad o no de las obras de arte puede considerarse una superstición romántica o, tal vez, capitalista?
El tráfico de arte y de antigüedades es el tercer mercado negro en volumen de ingresos, después del de armas y drogas, y, además de alimentar a mafias y a grupos terroristas, obstaculiza el conocimiento del pasado y dificulta la creación de un relato histórico. El caso de Irak es paradigmático. En la segunda mitad del siglo XX hizo una inversión fuerte para incorporar el pasado babilónico y asirio al patrimonio nacional, formando a arqueólogos iraquís en Europa, fomentando excavaciones y abriendo museos, bibliotecas y laboratorios de arqueología. Pero primero la Guerra con Irán, después la Guerra del Golfo y el embargo posterior, agotaron la inversión en investigación histórica y sumieron a la población en una situación de pobreza que estimuló las excavaciones ilegales y el tráfico de antigüedades. Lo más irónico es que, tras la invasión de Irak, se forma, en el campo de prisioneros que los americanos abren en Camp Bucca, el ISIS, que, cincuenta años después de la época de esplendor de la arqueología iraquí, se empeña en construir un relato histórico diferente, para el que no sólo no protegerán las antigüedades asirias o babilónicas, sino que traficarán con ellas para financiar objetivos terroristas y finalmente decidirán destruirlas, volando templos con dinamita, destrozando estatuas y efigies milenarias con mazas.
¿Cómo suele ser tu proceso de escritura? ¿Cómo sabes cuándo acabar la obra? ¿Brújula o mapa? ¿Nos podrías recomendar algo de bibliografía al respecto?
Normalmente se adapta a lo que escribo, pero en general me gusta tener claro el esquema básico de lo que estoy escribiendo, por un motivo bastante pedestre: me da la impresión de que voy a perder menos tiempo si tengo un mapa, aunque sea para disentir con él. En El Casco de Sargón fue bastante fácil, porque en su inicio fue un relato y ya tenía claro el territorio en el que iba a desarrollarse la novela. Al margen de la propia experiencia narrativa (este es un oficio bastante artesanal) hay muchos libros que ayudan a tener claros conceptos sobre la trama, especialmente los que se han escrito en Estados Unidos por y para guionistas de cine, que también son útiles para novelistas. Es famoso El guión de Robert Mckee, yo prefiero los libros de Syd Field, me parece que son más técnicos, que van más al grano. Pero insisto: todo esto solo vale para tener un plan con el que orientarse o contra el que disentir, tomarse muy en serio estos manuales puede llegar incluso a comprometer el proceso creativo de cada uno. Para escribir hay que ser valiente en no pocas ocasiones, y confiar en el propio instinto.
¿Por qué crees que escribes?
Me gusta tener cosas que contar. Y, sobre todo, me gusta darle vueltas al modo en que las cuento. He repensado las páginas de esta novela mientras caminaba, preparaba la cena, esperaba en el super. Alguien dijo que el escritor es escritor cuando escribe y cuando no, sobre todo cuando no. Es como una versión sana del esprit d’escalier. En realidad, no es una cosa tan rara. Mucha gente tiene historias que le encanta contar y que van mejorando a medida que las repiten, sea porque las explican a auditorios nuevos o porque alguien pide oírlas de nuevo. A veces son chistes, otras veces cosas insólitas o divertidas que nos han pasado. Siempre he pensado que para mí sería terrible ver un ovni: si tuviera que escoger entre explicarlo o el pudor de no parecer un lunático, escogería lo primero seguramente.
¿Hasta qué punto tu biografía produce tu bibliografía?
Al menos hasta ahora, en un punto no demasiado vinculante. No siento una atracción especial por relatar cosas de mi vida y en cualquier narración que emprendo en primera persona prefiero que se trate de una voz impostada, la de otro, la de un personaje que llamaremos narrador. En cualquier caso, la experiencia propia por supuesto que tiene alguna incidencia en lo que se escribe, y en ese sentido algunas cosas que aparecen en El Casco de Sargón tienen que ver conmigo. Sin ir más lejos, el personaje de Javi tiene por modelos tres personas con las que he coincidido: un chico homónimo que iba a mi escuela de primaria, un excompañero de trabajo que me explicó su mili en la Marina y un albañil que conocí hace algún tiempo. Bueno, y también le hice adoptar algunas actitudes del poeta francés Arthur Rimbaud, del que he leído algunas biografías.
¿Por qué esa fascinación por el extrarradio?
Bueno, en realidad en esta novela simplemente me es útil como escenario contrapuesto para intensificar la distancia entre los dos personajes centrales, Javi y Ventura. De hecho, es una distancia que vivimos sobre todo desde la óptica de Ventura, que quiere romper con su pasado y que vive su paso de Barberà a uno de los barrios céntricos de Barcelona como algo acorde con su cambio de estatus social. Cuando yo era adolescente, recuerdo que los estudiantes de letras sentíamos una especie de fascinación por la ciudad, que era probablemente exagerada como el desinterés que mis compañeros de aula universitaria residentes en Barcelona sentían hacia el suburbio. Se daba por sentado, cuando quedábamos, que la cita sería en la ciudad, y no en sitios tan aburridos y potencialmente peligrosos como Barberà o Badia del Vallès. Esa visión que se tenía del extrarradio desde Barcelona, como de un sitio donde matan el aburrimiento o las navajas, era algo que me divertía, me recordaba la superstición que sentían los residentes de los burgos medievales hacia el bosque donde acaba la ciudad.
EL CASCO DE SARGÓN
BENÍTEZ, JORGE
Editorial: NAVONA
Año de edición: 2022
Páginas: 264
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