Reeditar un libro es proporcionarle una nueva vida. Siempre, claro está, que el libro soporte bien el paso del tiempo. Ese es el caso de Un koala en el armario, con el que Ginés S. Cutillas se dio a conocer en el mundo del microrrelato. Un universo literario, el del relato hiperbreve, del que Ginés se ha convertido en un referente. Lo avalan los libros posteriores y su labor como difusor del género. No obstante, conviene no olvidar que el punto de partida estaba en estos cuentos que se publicaron originalmente en Cuadernos del Vigía (cuánta joya esconde esa editorial granadina) y que la editorial Pre-Textos acaba de reeditar. De aquella primera edición y de esta nueva, así como de otros temas que fueron saliendo al paso, charlé con Ginés una tarde de invierno en Barcelona.
Diez años después de la primera publicación de Un koala en el armario, ¿cómo juzgas hoy esos microrrelatos? ¿Has variado algo en esta nueva versión o has respetado la manera en que fueron escritos?
Si algo funciona no lo toques, es una regla universal. Insistí para que volviera a salir con el mismo espíritu de entonces. Aparte de unas pocas erratas que se han corregido y la nota a la edición que se ha añadido, se ha respetado el libro tal y como fue concebido: mismos textos, mismo orden, no ha entrado ni salido ningún texto. Sólo una dedicatoria ha cambiado porque ya no era vigente y me resultó divertido como juego metaliterario.
A veces creo que los temas y obsesiones de un escritor se comienzan a pactar en su primer libro. Luego no hacemos más que escribir anexos o epílogos a esas preocupaciones iniciales. ¿Qué hay en estos micros que, de alguna manera, hayas prolongado en otros libros posteriores?
Mis obsesiones ya están en el koala, incluso me atrevería a decir que en el libro anterior, que fue el primero. El tiempo, las relaciones personales, la familia, el trabajo, la muerte… Son temas recurrentes que me obsesionan y que vuelven una y otra vez a los textos que escribo. Todos los autores escriben una y otra vez el mismo libro, se trata de hacerlo mejor que la última vez.
¿Qué otras formas o temas están en este libro y, sin embargo, han dejado de interesarte?
Ningún tema que traté en el koala ha dejado de interesarme. Sigo indagando en ellos, a veces con más o menos fortuna y con más o menos acierto, quizá dando preferencia a unos sobre otros dependiendo de la circunstancia vital en la que me encuentre, pero los temas siempre son los mismos.
¿Qué te ha proporcionado la estructura del microrrelato a la hora de emprender otros géneros? Pienso, por ejemplo, en el uso de la elipsis, la metáfora, la dilogía o la necesidad de contención…
El microrrelato es un género obsesivo en el que se corrige durante años un texto hasta que se publica y te deja seguir con tu vida. Por tanto, es inevitable que esa forma de entender la literatura no contagie al resto de géneros que practico. En mi última novela, El diablo tras el jardín, publicada en marzo en Pre-Textos, esa forma de escribir se ve reflejada en los capítulos cortos e intensos, en los constantes cambios de foco, y sobre todo en esa gestión de la elipsis que mencionas: dejar al lector que supla los huecos que dejo intencionadamente con experiencias propias. En una novela que habla de la infancia este resorte ha funcionado muy bien, pues cada lector ha regresado a la suya propia de la mano de los recuerdos comunes. Ahí es cuando te das cuenta de que la infancia es un territorio común que no entiende de fronteras: «la verdadera patria».
Para mí, una de las claves de este libro es la perspectiva que adoptas a la hora de narrar, el ángulo (inverosímil y creíble al mismo tiempo) que eliges para describir lo que sucede. ¿La literatura es cuestión de tono, de perspectiva?
Más que ángulo es una forma de mirar: es la aceptación del extrañamiento como algo natural. Se introduce en un escenario un elemento que no debería estar allí y se pone a funcionar el texto a ver qué pasa, siempre desde la lógica de lo que haría uno mismo en esas circunstancias. Las situaciones absurdas se tratan con naturalidad y de ellas acabamos extrayendo el subtexto que impregna al microrrelato, lo que realmente importa. La literatura es un cuestión de perspectiva, la forma particular que cada autor tiene de mirar el mundo. El tono se puede aprender, no deja de estar muy relacionado con el estilo.
Algo que me interesa mucho de estos micros es la forma en que constatas o consignas un instante decisivo, es decir, el momento en que sucede algo que, por banal que parezca, le cambia la vida a los personajes. ¿La idea era identificar esos hechos y ver cómo avanzaban a partir de ellos?
El conflicto es un mecanismo básico en los géneros prosísticos, más en los breves. De la misma manera que en la novela puede estar diluido en quinientas páginas, aquí se prima que aparezca cuanto antes, porque en torno a él crece todo el texto. Un microrrelato no deja de ser un conflicto temprano al que el protagonista se ha de enfrentar y que lo cambiará de forma irremediable, ya sea física o mentalmente.
Otro acierto del libro es una de las lecciones que extraemos al leerlo, como si nos dijera a los lectores que nuestra vida ocurre de una manera pero podría suceder de otro modo. Como si, en definitiva, nuestra existencia no fuera más que una de las vidas posibles que tenemos. ¿Somos fábulas biográficas?
Nuestra vida sucede del modo que elegimos. Cada pequeña decisión que tomamos nos abre un multiverso y cierra otros que nunca transitaremos. Somos el cúmulo de las decisiones que hemos tomado a lo largo de nuestra vida, y esas decisiones han venido forzadas por conflictos más o menos importantes que se nos han ido presentando. No dejamos de ser los protagonistas de una broma infinita.
Si hay un referente claro en este libro es, me parece, Kafka, sobre todo en lo que a desconcierto y perplejidad del personaje se refiere. Voces narrativas que, como sucede en “Fusilamiento preventivo”, no saben qué crimen han cometido para que alguien les condene. En cierta forma, no dejan de enfrentarse a un enemigo invisible. ¿De qué o de quién huyen? ¿Qué delito crees que han cometido para encontrarse como los describes?
Kafka podría ser uno de los maestros pilares del género. Siempre antepuso el plano irreal al real, y en el fondo nos hablaba de la vida mucho mejor que otros autores etiquetados como realistas. El ochenta por ciento de los microrrelatos son fantásticos porque funciona muy bien lo fantástico en textos tan cortos, y sin embargo hablamos de lo emblemático, de lo humano. Intentamos destilar la vida a través de la literatura, fijarla. Y sí, todos huimos de algo: el problema se presenta cuando aquello de lo que huimos y aquello que perseguimos coincide.
Como autor y como crítico del microrrelato, ¿cuál dirías que es su situación actual? ¿Vivió un auge hace unos años y, con el tiempo, se ha desinflado o ha consolidado su posición en el panorama literario?
Hemos pasado por un bache existencial. Las redes que en su día, al principio de siglo, lo encumbraron dándolo a conocer al lector común son las mismas que lo han vilipendiado al acoger cualquier tipo de texto corto y hacerlo pasar por microrrelato. Por fin hemos enderezado el camino y muchos han entendido que no todo texto corto en prosa es un microrrelato y que al contrario de lo que piensa el escritor que empieza, no es el género más fácil por el que entrar en la literatura, sino al contrario, el último que se debería trabajar después de haber practicado otros más largos. Como ya hemos dicho, se trata de destilar la vida en el menor número de palabras posible.
Buena parte de estos cuentos son homenajes o relecturas de otros libros. Un planteamiento o una inclinación metaliteraria que has mantenido en otras novelas, como La sociedad del duelo o El diablo tras el jardín…
El microrrelato es un género de escritores para escritores. Es un laboratorio de pruebas de la palabra y sólo otro escritor —que no deja de ser un lector avanzado— puede ver las costuras de cómo está hecho un buen texto. Por tanto la metaliteratura es una de las características inherentes al género, los homenajes son constantes, pero también la reutilización de mecanismos ficcionales instaurados por otros. En mi caso particular, además, uso la metaliteratura como parte fundamental en mi obra, me interesa mucho el texto que se construye delante de los ojos del lector, explicar el proceso creativo de lo que está leyendo. Me parece apasionante.
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