Hablamos con Ana Moya sobre su última novela: Immorality Act (Ediciones de Salinas, 2022), ambientada en la Sudáfrica de los años 80.
Para empezar, hablemos un poco del título. ¿Por qué Immorality Act?
Immorality Act es el nombre propio de una ley que nació en Sudáfrica en 1927. Esa ley prohibía cualquier relación sexual fuera del matrimonio entre “europeos” (personas blancas) e “indígenas” (personas negras). La pena podía alcanzar los cinco años de prisión para los hombres y cuatro para las mujeres. Ya en 1950, en la época del apartheid, una enmienda amplió la prohibición a cualquier relación sexual entre «europeos» y todos los «no europeos». La Ley de inmoralidad da título a la novela porque, a pesar de no ser la protagonista de la historia, condiciona todo lo que ocurre en ella.
¿Cómo “descubres” que necesitas escribir esta novela?
La novela nace precisamente en Sudáfrica, en la ciudad donde suceden los acontecimientos de la historia. Mi pareja y yo estábamos de viaje y queríamos visitar las montañas del Drakensberg que no están muy lejos. Así que nos alojamos en un hostel de Pietermaritzburg. Resultó que el alojamiento estaba a punto de cerrar y que los dos éramos los últimos clientes. Eso fue lo que nos contó el propietario, que fue muy amable con nosotros y nos invitó a cenar en su casa aquella noche. Durante la cena nos confesó el establecimiento estaba a punto de cerrar para siempre y que él dejaba la ciudad porque no le interesaba: ya no era su ciudad, había desaparecido el ambiente de bohemia cultural —los teatros, las óperas— que la caracterizaban. Su conversación era muy melancólica, y en ella nos dibujaba un paraíso (blanco) perdido. Pero nosotros, aquella misma mañana, habíamos descubierto una ciudad africana dinámica, intercultural, llena de energía; una ciudad negra que, además, había conservado muchas de las huellas blancas de su pasado como museos que te invitaban a visitar. Me quedé muy impresionada por ese choque de miradas, dos visiones tan distintas del mismo lugar. Y esa fue la idea que me llevó a la historia, necesitaba escribir sobre ello para poder entenderlo.
¿Y cómo empezaste a entrar en la historia que querías contar: a través de un personaje, de un escenario, de una imagen?
Empecé a entrar en la historia a través de la creación de tres personajes con cosmovisiones y personalidades muy distintas, pero que, al mismo tiempo, confluían en un mismo espacio físico. Eso era algo que me obsesionaba: ¿cómo una misma ciudad podía ser valorada de una forma tan diferente por las personas que convivían en ella? Por otro lado, el escenario también tuvo un peso muy importante en un inicio, ya que también me impactó el descubrir el centro histórico victoriano de la ciudad. Pero aunque en la novela se incluye la descripción física de Pietermaritzburg, la descripción que más me interesaba reflejar desde un principio era la que me proporcionaban las sensaciones, la mirada y el estado de ánimo de esos personajes que la compartían.
¿De qué manera te aproximas al tema? ¿Tuviste que documentarte mucho?
Sí, ¡tuve que documentarme muchísimo! No solo sobre Sudáfrica, también sobre una época concreta. Escogí situar la historia en los años 80 porque me interesaba escribir precisamente sobre el final del régimen del apartheid. Ese periodo, crucial en la historia de Sudáfrica, me permitía plantear un contraste entre la realización del sueño de libertad africano, que culminaba con la salida de Mandela de prisión, y lo que al mismo tiempo sucedía en la vida de los tres protagonistas de la novela.
Disfruté durante todo el proceso aprendiendo sobre el país y la época, pero en muchas ocasiones también sentía que me perdía entre leyes y prohibiciones… Por suerte, conté con la ayuda de un especialista sobre Sudáfrica. Aunque después de acabar la novela, me juré a mí misma que nunca volvería a escribir nada más que no sucediera en un país atemporal inventado totalmente por mí, jajaja.
¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Eres metódica y ordenada o prefieres…, el caos? ¿Has tenido que reescribir mucho?
El proyecto nació en Pietermaritzburg, pero creció en el itinerario de narradores de la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonès donde aprendí a utilizar la herramienta de la escaleta para construirla. En otras ocasiones, me he dejado seducir únicamente por un lugar (demasiado a menudo y eso ha llegado a perjudicar algunos textos) o unos personajes concretos. Pero incluso en esas ocasiones siempre me ha gustado tener claro un mínimo esquema de lo que estoy escribiendo, para no acabar por matar a todos los personajes cuando no sé qué hacer con ellos, cosa que también me ha pasado. ¡Y sí! Dediqué muchísimo tiempo al trabajo de revisión y de reescritura. La última maqueta para la editorial todavía incluía 200 comentarios, no sé cómo Irene García Carbonell, la editora de ediciones de Salinas, todavía me habla.
¿Algún ritual de escritura?
Un ritual que implique no madrugar demasiado y muchas cafeteras. ¿Búho o alondra? Búho, sin duda, jajaja. Ahora en serio: suelo escribir por la tarde-noche. Empiezo leyendo el último capítulo escrito, en principio para inspirarme, pero entonces no puedo evitar el ponerme a corregir una vez más esas mismas páginas antes de avanzar. También hay días en los que no me sale nada bueno y los aprovecho para trabajar otros temas, como por ejemplo ampliar la documentación.
Los personajes se conocen en la Casa Macrorie, en Pietermaritzburg (Sudáfrica), atraídos por un fantasma. ¿Qué papel juega este fantasma en la novela?
El fantasma de la Casa Macrorie puede parecer una excusa para que los tres amigos se conozcan, un mcguffin. Pero hay más. De hecho, uno de los primeros títulos de la novela era precisamente Fantasmas. No le gustaba a nadie, pero a mí me convencía por el simbolismo: porque, al final, los tres protagonistas de la novela no dejan de ser fantasmas o seres que viven en la frontera entre dos mundos.
Julia es una expatriada que acaba por no sentirse ni inglesa ni sudafricana. Lungile es un joven zulú educado en una misión en la que se le valora por “parecer blanco”. Andrew es un hijo de colonos blancos que cuenta con todos los privilegios, pero que en realidad solo desea estar junto a sus amigos, lo único que esos mismos privilegios no le permiten.
El racismo atraviesa a todos los personajes de la novela, ¿crees que alguno de ellos podría decir “No soy racista” sin mentirse a sí mismo?
No. Si cualquier personaje de la novela afirmara que no es racista mentiría. De hecho, me gustaría que Andrew, Julia y Lungile, sus aciertos o equivocaciones, sus decisiones y renuncias nos invitaran a reflexionar sobre las consecuencias del racismo en nuestras vidas. ¿Cómo hubiéramos actuado nosotros en su situación? ¿Lo hubiésemos hecho mejor que ellos? No lo creo. Demasiado a menudo el miedo se interpone en nuestras relaciones con los demás y cuesta mucho tiempo y esfuerzo superarlo si es que alguna vez se consigue. Los tres protagonistas de la novela lo intentan.
La novela se ambienta en los años ochenta, ¿han cambiado mucho las cosas desde entonces en Sudáfrica?
Las primeras elecciones democráticas, las que convirtieron en presidente a Nelson Mandela y acabaron con el apartheid, fueron en 1994. Pero los sueños de aquella época todavía no se han alcanzado. Es cierto que la calidad de vida puede haber mejorado para muchos sudafricanos desde entonces, pero la criminalidad, la corrupción y las grandes desigualdades permanecen. En Sudáfrica la brecha entre «los que tienen» y «los que no tienen» es enorme y, además, aunque el racismo institucionalizado ha desaparecido, su herencia todavía está presente en el día a día del país. Pero siguen luchando por conseguirlo.
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