Hablar de Pier Paolo Pasolini (1922-1975) es siempre sinónimo de redescubrimiento en lo que a novedad literaria se refiere: reediciones de obras suyas en castellano, tanto poemarios como novelas; tanto ensayos como guiones de cine coescritos o de filmes propios, denotan la singularidad del carácter pasoliniano, que sigue latiendo en la multifacética obra literaria y cinematográfica de este polifacético autor boloñés, subrayando así su vigente actualidad. Pasolini inició su contacto con la literatura a través de la degustación de ciertas obras clave que leyó en su incipiente juventud. Posteriormente, realizó su tesis doctoral sobre poesía dialectal (friulano), la cual le inspiró para la creación de su primer libro de poemas, aparecido en plena Segunda Guerra Mundial: Poesie a Casarsa. O su primera novela, publicada a mediados de los años cincuenta: Ragazzi di vita (Chavales del arroyo). Luego, vinieron obras ensayísticas que departían sobre su progresivo acercamiento al marxismo y su heterogeneidad a la hora de entender y asimilar el mismo. Es justo en esta época, a lo largo y ancho de la década de los años sesenta, cuando tiene lugar una intensa y prolífica correspondencia entre los lectores de la revista de ideología comunista Vie nuove y Pier Paolo Pasolini, cuyo primer tomo, correspondiente a las cartas publicadas entre 1960 y 1961, recoge el volumen que reseño ahora.
Las bellas banderas. Diálogos con los lectores. (Vol. I), es el título completo de este libro. En él Pasolini se muestra abierto a responder todo tipo de cartas, independientemente de quién sea el destinatario. A él se dirigen simpatizantes progresistas -comunistas, ya sean miembros oficiales del PCI (Partito Comunista Italiano) o comunistas heterodoxos varios (marxistas, ante todo)-; admiradores de su obra literaria, defensores de su teoría y praxis políticas -o bien, una mezcolanza de ambas cosas-; e incluso profundos detractores o fascistas (“clericofascistas” procedentes muchos de la DC (Democrazia Cristiana) o directamente “militantes” reaccionarios -pertenecientes al MSI (Movimento Sociale Italiano), que no dudan en recalcarle su aversión al intelectual activismo de Pasolini, contrario a la efervescencia censora que Italia padece desde la posguerra, y que persiste incólume dentro del neoliberalismo voraz emergido como consecuencia de un desarrollismo económico deliberado. A todos ellos responderá Pasolini sin remilgo alguno, con educación y franqueza; o sea, desde dentro; les escribirá desde su postura beligerante sobre los acontecimientos acaecidos en el campo y en las urbes italianas, partiendo de la abismal diferencia económica que hay entre el norte y el sur, atendiendo con sumo interés a sus preguntas y apuntando -o apuntalando, incluso- los matices que sean necesarios para no dar lugar a posteriores equívocos. Pasolini se muestra, pues, desnudo, pese a ser muy consciente de que no pocas críticas seguirán pergeñándose contra él. Las menciones positivas hacia su obra literaria (o cinematográfica, a través de su ópera prima Accattone (1961), o bien son escasas, o bien son escamoteadas por el excesivo amarillismo de la voraz prensa dominante.
Pero nada de ello detendrá a este polifacético escritor boloñés, que encontrará en el discurso fílmico un nuevo medio de comunicación literaria, ideal para expresar sus inquietudes culturales, cuya matriz preeminente no es otra que la denuncia cruda y nítida de la realidad sociopolítica, especialmente italiana, de la época. Así pues, nada de ello escapa a su profundo objetivo de escalpelo. Buena prueba de su observación es esta sentida correspondencia que mantiene con sus lectores y lectoras, los cuales se dirigen a él ansiando una clarificadora respuesta, aunque a veces esté entreverada de sucio morbo. Los autores y autoras de estas cartas le invitan a dar su opinión sobre asuntos candentes de la actualidad, tales como la construcción de un hotel en el Monte Mario, por ejemplo… Se dirigen a Pasolini esperando su ansiada respuesta, que a buen seguro nada tendrá que ver con la postura “hipócrita y conformista” de sus adversarios. “Usted qué piensa”, le escribe alguien con sinceridad; o cuando otro lector le comunica que, tras crear una asociación cultural en Suiza, cuando procedió a dar la charla inaugural dijo que “el fascismo” es “una especie de gangrena…”; acto seguido le invitaron a no hablar de política… De esta manera, el lector aguarda atentamente una contestación de Pasolini, de antemano: “Le agradezco su respuesta por anticipado”. Son, pues, constantes las apelaciones a su persona para que él les responda en forma de pauta a seguir, consejo, vital directriz futura o, también, implicación directa para compartir sus experiencias in situ, tal y como reza en la misiva en la que es invitado a Calabria por un obrero, el cual, más allá de su reivindicación por y para la verdad (escrita con la intención de que las palabras no se las lleve el viento…: “[…] con el hierro y el cemento se levanta una casa, y con lo hechos se crea una novela…”), le hace partícipe del triunfo de los comunistas en Crotone, hasta entonces feudo democristiano: “Tú también has contribuido a esta victoria”.
Hay, por tanto, innumerables ejemplos que plasman esa ansia por comunicarse, que hace de esta correspondencia una buena crónica para entender las vicisitudes que tenían lugar en aquella Italia y en el mundo. Porque se perciben en la lectura de este libro elementos muy similares a los de hoy, si bien nada tienen las ansias de saber que había entonces, pese a ser un obrero, un minero… o una mujer que convive con una familia de ideología fascista en donde la cerrazón visceral es sinónimo de obcecación involutiva. O, como muestra de este caos, sirva, además, la constante desazón declarada por parte de su concurrencia y confirmada por el propio escritor, como consecuencia de la persistente y contumaz censura que ejercen la Iglesia y gran parte de la clase dirigente sobre los medios de comunicación, veto que pretenden extender al cine. Por eso, Pasolini es atacado y vilipendiado -de nuevo- por ello.
En este volumen, de entre todas sus cartas, alguna hay en la que su literatura es objeto de crítica. Chavales del arroyo y Una vida violenta son las obras literarias elegidas para ensalzar o criticar por lectores -y lectoras-, conscientes -ya entonces- de que el persistente aparato censor irrumpe constantemente de una forma inmisericorde con el objetivo de injuriar la labor intelectual del escritor; en cuanto a la crítica, hasta ciertos opinantes “de izquierdas” le tachan de blando y de “cristiano”. En suma, a Pasolini se le achaca un morbo desenfrenado y crudo, “salvaje” y “primitivo” en sus novelas, carente de un poso real…, “cuando la angustia está ahí, plomiza, fatal”. O sea, cuando defiende todo lo contrario. Dentro de esa vorágine social tan abisal, el burdo juicio contenutista es el que predomina, denostándose así todo aspecto “artístico y formal” de una obra literaria y mancillándose a la vez el contenido expuesto en la misma. Por otra parte, como buen amante de la crítica pormenorizada y lógica que era, Pasolini no oculta su gozo sincero a la hora de recibir cartas en las que poder departir con sus admiradores sobre Fiódor Dostoievski y Victor Hugo, amén de su pseudoensayo forzoso sobre D’Annunzio, en el que late cierto maridaje literario y político, más allá del meramente cronológico.
Esta edición de Las bellas banderas. Diálogo con los lectores (vol.I) ha visto la luz de la mano de Ediciones El Salmón, con una introducción certera y amena de su, también, inmaculado traductor: Salvador Cobo. Su publicación data de octubre 2019 y fue, a mi juicio, una buena nueva editorial, ya que es de obligado cumplimiento -en la medida de lo posible- recuperar obras y autores/as clave, indispensables para entender la literatura italiana y europea contemporáneas. Y Pasolini es una pieza angular fundamental para asimilar esta realidad, gracias a, entre otras muchas cosas, esta correspondencia sublime que mantiene con sus lectores, enarbolando el diálogo por bandera.
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