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De Ian McEwan tengo más libros de los que justifica mi valoración de su escritura. Solo “Primer amor, últimos ritos” me parece muy bueno. Pero lamento que no me guste más, y lo intento vez tras vez. Intentonas que incluyen compras de sus libros.
¿Por qué insistir?
De Joan Didion leí –era inevitable, en aquel momento- “El año del pensamiento mágico”, y me pareció como ducharse usando una lija en lugar de una esponja. Era terrible la aridez del libro, un hechizo horrible, igual que meterse en la boca un puñado de arena para calmar la sed. Pero era terrible lo que le había pasado a Didion: en pocos meses murió su marido, John Dunne, de un infarto inesperado, y la hija de ambos, Quintana, sufrió una neumonía que acabó en choque séptico.
La crítica fue unánime en su aplauso. No lo fue con “Blue Nights”, su siguiente libro, donde Didion cuenta cómo la enfermedad de Quintana se agravó y acabó con su muerte (John y Quintana murieron en menos de dos años). A mí me gustó “Blue Nights”. No muchísimo, pero me gustó. Me debatí –es un decir- entre un orgullo idiota por mantenerme al margen del clamor borroso de la crítica, y la sospecha de que, quizá, no me había enterado de nada.
¿Por qué insistir? McEwan y Didion pueden no ser autores para mí, y no hay que esperar demasiado a que se abra una puerta que parece sellada. Martin Amis escribió de sí mismo que no era el lector idóneo de la obra de su padre, Kingsley Amis, y parecía tranquilo con ese hecho.
Así que hay algo sospechoso en el alivio que me ha producido que “Sur y Oeste”, el último libro publicado de Didion, me haya gustado tanto. Pero conviene ser clementes. Es cierto que puede haber algo desairado en el hecho de no poder apreciar algo que tantos aprecian. Pero más me creo que sea una celebración llevada por un alegría infantil, sencilla, como que una comida que has odiado durante años, de repente, pase a gustarte, incluso –me ha sucedido- se convierta en uno de tus platos predilectos. Las alcachofas, por ejemplo.
2
“Sur y Oeste” es el último libro de Didion publicado, pero no el último en ser escrito. Las piezas que lo forman fueron escritas en 1970 (“Apuntes sobre el Sur”) y en 1976 (“Apuntes de California”). El primero es un cuaderno de notas; el segundo, un esbozo de un artículo no culminado, un sumi-e desde la orilla americana del Pacífico.
En “Apuntes del Sur”, Joan Didion y John Dunne viajan a Nueva Orleans y, desde allí, comienzan a recorrer la región inmensa y sin límites claros que se llama el Sur. La primera frase está empapada de humedad y ferocidad: “En junio el aire de Nueva Orleans va cargado de sexo y muerte, no muerte violenta sino muerte por descomposición, por exceso de madurez, por podredumbre, muerte por ahogamiento, por asfixia, por fiebres de etiología desconocida”. Que hacen pensar que Faulkner escribía como escribía por alguna razón que iba más allá de que hubiera leído a Sterne, a Shakespeare o la Biblia.
Para Didion, que había vivido en Carolina del Norte, pero californiana de nacimiento y de largos años de habitación, ¿qué tuvo que representar ir a ese mundo tan alejado del progresismo de San Francisco? ¿Atravesar pantanos, old money, señoritas cuyos relojes dan horas de otro siglos? Hay algo zombi en la gente de Nueva Orleans, “maestros en el arte de la inmovilidad”, como en alguna película de Jacques Tourneur. Hay magias que la ciencia podría explicar: en un motel de carretera, Didion se echa a la piscina y, sumergida completamente, escucha a través del agua un programa de radio. Hay barbacoas en las que se dora el maíz, concursos de belleza en los que la belleza no es exactamente eso, barracas hundidas en el barro en las que se venden serpientes, emisoras que solo programan música negra y que están regentadas por un blanco racista.
Hay una pulsación más radical: la sensación de que el Sur es “la fuente secreta de energía tanto benévola como malévola, el centro psíquico”. Y algo que no podría no ser nostalgia sino una constatación de que, a veces, se ha corrido demasiado: “Quizá el Sur rural sea el último lugar de América donde uno todavía es consciente de los trenes y de lo que pueden significar, de sus magníficas posibilidades”.
El cine nos ha habituado a los diversos paisajes de Estados Unidos. Es mérito de Didion invocar esas imágenes, cargarlas de lluvia y cielos bajos, de penetración intelectual y de respiración pesada, de sentidos exigidos al máximo.
“Apuntes de California” está mucho más en los huesos, hecho de pinceladas rápidas que esperan esponjarse y criar rasgos en escrituras posteriores. O no lo esperan. Su luz de radiografía, frases fluorescentes sobre un fondo negro, solo es un problema si lo comparamos con el texto más completo que podría haber llegado a ser. Pero no hay razón para comparar, o solo hay una razón, esta: abstenerse del placer real que puede proporcionarnos el texto tal como existe. Extraigo tres frases, desconectadas entre sí, con el mismo trazo con el que están escritas, y animo a intentar ver en ellas restos de banalidad. “Lo curioso es que solo recuerdo fracasar, fracasos y desaires y rechazos”. “A la larga, lo mejor es no saber”. Y la que nos infunde un sentido corporal de la paz: “Aquí estoy cómoda de una forma en que no lo estoy en otros sitios”.
3
Atraviesas un país bajo cuyo nombre acomodas toda suerte de contradicciones, y no puedes evitar pensar que tampoco tú eres una superficie raseada y lisa.
“Sur y Oeste” es un muy buen libro. Toca rebuscar y releer “El año del pensamiento mágico”. Tal vez, lo que no pude ver entonces se haya hecho visible para mí.
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