Los Lucy Barton books, de Elizabeth Strout
“Me llamo Lucy Barton” (LB) y “Todo es posible” (TP), de Elizabeth Strout constituyen una unidad narrativa, o una unidad de intención. Pero establecerlo es algo más complicado de lo que sugiere el hecho más inmediato de todos, a saber: que Lucy Barton, que narra, protagoniza, y escribe el primero de los dos, es mencionada en varios de los relatos del segundo, y aparece en uno de ellos.
Pero merece la pena describir esos libros para poder intuir de qué modo espejea cada uno de ellos en el otro.
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“Lucy Barton” es una novela. “Todo es posible” es una colección de nueve relatos, aunque parte de la crítica anglosajona la ha presentado como novela
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LB está escrita en primera persona, por Lucy Barton. TP, sin excepción, en tercera
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LB transcurre, en su mayor parte, en Nueva York. TP transcurre, en su mayor parte, en Amgash, el pueblo natal de Lucy Barton, o en lugares próximos a él.
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La estructura de LB es laxa; los saltos temporales son frecuentes; mejor dicho, es más bien como una persona que nos cuenta algo, se aleja, recuerda que ha olvidado decirnos una cosa, regresa y la expone, y hace eso innumerables veces, sin respetar la linealidad del tiempo de los calendarios, pero sí el de la integridad de la narración. TP está escrito con estructuras tensas, como en solo trazo, que sólo ocasional y brevemente se vuelven al pasado, antes de encaminarse a sus perfectas conclusiones
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LB transcurre en un tiempo en el que Lucy aún no se ha convertido en novelista. TP lo hace en un tiempo en el que Lucy ya una novelista de renombre
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Por último, y lo más importante de todo: en LB Lucy descubre que sólo conseguirá convertirse en escritora cuando entienda que todos amamos imperfectamente, y que no hace falta proteger a ninguno de los personajes, porque están ya indultados por ese hecho. En TP, cada uno de los personajes descubre eso mismo o algo muy parecido. Nosotros lo descubriremos como lectores y, de forma automática, como personas
Hay un artificio metaliterario de pequeña picardía: varios personajes de TP descubren en el escaparate de la librería de su pueblo una novela de Lucy Barton, con el edificio Chrysler en la portada; uno de ellos lo compra y lo lee, y lo que alcanzamos a saber de su lectura nos hace caer en la cuenta que ese libro se parece mucho a “Mi nombre es Lucy Barton”, si es que no lo es. ¿El mismo que hemos leído nosotros y que creíamos escrito por Elizabeth Strout?
Entonces, tenemos dos libros que forman una totalidad. Aunque esa totalidad no sea algo esférico, porque ninguno de ellos es un hemisferio. Es fácil recordar a Faulkner, todas cuyas novelas (menos tres, si no me equivoco) abarcan el territorio de Yoknapatawpha, ese yacimiento imaginario del tamaño de un sello del que dijo que no tendría vida suficiente para extraer todo lo que contenía.
Los libros de Faulkner y los de Lucy Barton no se parecen en nada más. Sus lenguajes no pueden ser más distintos: el ligero y digestivo estilo de Strout está de espaldas a la marabunta verbal de Faulkner. Además, Strout no parece necesitar más libros sobre Amghast, no del modo que surgieron las novelas de Yoknapatawpha. Pero hay algo común entre Lucy Barton y Faulkner. Este último dedica varias novelas a la obsesión de sus protagonistas por abandonar la pobreza, suprimir sus orígenes humildes –o la sangre negra-, fundar linajes: es lo que sucede al Coronel Sutpen en “¡Absalón, Absalón!”, a Joe Christmas en “Luz de agosto”, o a la innumerable familia Snopes en la trilogía del mismo nombre. Lucy Barton, criada en un garaje y en la penuria, aprovecha su destreza en los estudios para abandonar el lugar de origen. Conoce a otra gente, sale con un hombre que no la aprecia lo bastante. Su extracción se nota en cosas como que no puede seguir las conversaciones sobre programas de televisión (porque su familia no tenía una), y en su poco gusto para combinar la ropa.
Pero más que la entereza de la construcción literaria de Faulkner, LB y TP recuerdan a lo que decía Belén Gopegui a propósito de “Manhattan Transfer” de John Dos Passos: que contar la historia de uno implica contar la historia de todos.
De alguna forma, esto último es lo que pasa, lo que establece esa conexión sináptica entre ambos libros. Es hora de decir que LB comienza cuando una apendicitis se complica y Lucy tiene que permanecer varias semanas en el hospital. Desde su habitación se ve el edificio Chrysler; más intensamente, mágicamente, por la noche. Su marido no la visita porque los hospitales le dan pavor; de vez en cuando, una conocida acompaña a las dos hijas de Lucy, para que vean a su madre. Un día, al despertar, su madre está en la habitación. Su madre era mujer adusta y poco expresiva. Hace siete años que no se ven, y sólo hablan por teléfono por los cumpleaños. Para no hablar de sí mismas, la madre de Lucy le cuenta cómo se desenvolvieron las vidas de la gente a la que Lucy conoció: niños de la escuela, primos, adultos. Y, en TP, cada relato está dedicado a alguna de esas historias. No sólo para mostrarnos cuánto ignoramos de la vida ajena, de qué modos tan frívolos hablamos de ellas, o de qué forma incalculable se enlazan los caminos.
Todo está meticulosamente cosido. Pero no hay casi nada de puzle aquí, aunque más de una vez tuve que regresar a LB para comprobar que la historia que estaba leyendo en TP ya estaba enunciada en el primer libro, aunque fuera con trazo ligero, y que yo la había leído con descuido. Antes que la artesanía, es el descubrimiento moral lo que conmueve.
No hay indolencia posible frente a otro ser humano, parecen decir estos dos libros. A menudo, los personajes hablan con ternura de otros. Y, si no alcanza a ternura, sí es conmiseración ante lo terrible de la experiencia humana. Hablan con términos como estos: “Le habían pasado cosas”, “Hizo cosas en la guerra”, “Había visto mucho”, “Padecía mucho”. A nada que prestemos atención lenta, vemos radiaciones antes invisibles, captamos toda la nobleza de las vidas ajenas, las más humildes y también las arrogantes y las que se comportan con exceso de dignidad o las que aprenden que el desprecio se desvanece cuando se entiende que procede de la insatisfacción del ofensor.
Sentirse inadaptada formará parte de la vida de Lucy, como una maldición que quedó atrás pero que podría reanudarse en cualquier momento. “It interests me how we find ways to feel superior to another person, another group of people. It happens everywhere, and all the time. Whatever we call it, I think it’s the lowest part of who we are, this need to find someone else to put down” “(“Me llama la atención cómo encontramos el modo de sentirnos superiores a otra persona, a otra gente. Pasa por doquier, continuamente. Da lo mismo qué nombre le demos, creo que es lo más bajo de quienes somos, está necesidad de encontrar a alguien a quien rebajar”). También el resto de personajes: los que no pugnan por hacerse respetar, descubren las fosas de dolor de otros, sus vidas retorcidas o delictivas o ramplonas, sus exigencias y pasillos demasiado largos para andarlos sin miedo. Pero de repente todo es visto con respeto y suavidad, con una curiosidad que no distingue de la gentileza. All life amazes me, acaba Lucy Barton su libro. Toda vida me fascina.
En “Tierras de penumbra” (“Shadowlands”, Richard Attenborough, 1993), Anthony Hopkins se reencuentra con uno de sus alumnos, un joven desordenado que se dormía en clase, y descubre no sólo lo mucho que ese antiguo alumno ama la literatura, sino que conoce un secreto que él -Hopkins/Lewis- ignoraba: que leemos para saber que no estamos solos. Lucy Barton avanza en su metamorfosis en novelista cuando aprende de su profesora que todos amamos imperfectamente. También la convierte en más humana.
Pavese escribió al final de “La playa” –y esa frase me ha tenido perplejo durante años- que todo lugar donde se ha sido feliz se vuelve inhabitable. Lucy Barton parece llegar a la conclusión de que también los lugares en los que se ha sido desdichado son inhabitables, y a dos conclusiones más. Una: que la única forma de volver respirable el presente son el perdón, el amor y la compasión. Dos: que esa compasión debe volverse también sobre nuestro propio corazón para asumir un hecho de dureza inesperada. Ese hecho es la revelación de que, con perdón y todo, los caminos a veces se separan para siempre, y que cada cual está tocado por magnetismos particulares que pueden arrastrarlo muy lejos del lugar de origen. Y la revelación puede saltar en cualquier momento, también en estos dos libros que cogí y leí un poco por casualidad, porque estaban al alcance de la mano, por acercarme a una escritora nueva para mí, sin sospechar que iba a cerrarse sobre mi cabeza un cepo que no conseguiría abrir ni empleando toda mi fuerza.
“Me llamo Lucy Barton” y “Todo es posible”, publicadas en castellano por editorial Duomo
A mí me fascina y aterra la cita de Pavese que mencionas. Dejo esta otra de la misma novela: “Todas las edades son estúpidas. Una vez pasadas es cuando se vuelven interesantes.” En rara combinación, ¡a Pavese le interesaba la inhabitabilidad! Trágico sentimiento, y real. Esa novela, además, acaban de publicarla en España con una sombrilla en la portada. Para compensar.