Mientras me voy preguntando a qué género pertenece el libro que voy a reseñar voy a ir hablando sobre la autora en vez del texto ya que aún no tengo decidido qué tipo de libro es “Caleidoscópica”.
María José Beltrán nació en Xert, 1961. Es licenciada en Matemáticas por la Universidad de Valencia y máster en Matemáticas por la Universidad de Rochester (N.Y., EE.UU.). Ha sido profesora de enseñanza secundaria y universitaria. Estos datos son importantes, ya que es inevitable pensar en los paralelismos entre la autora y Rebecca Una, la protagonista de Caleidoscópica, que funciona como alter ego de María José Beltrán.
Otro dato importante: Caleidoscópica es la tercera publicación de María José Beltrán, cuya carrera literaria comenzó en 2018 con el libro de relatos Lo llamaré frontera, al que siguió la novela Río cicatriz, en 2021. No es habitual que un texto tan fragmentado, tan híbrido y trabajado técnicamente llegue de una escritora prácticamente novel, si es que María José admite este calificativo. Caleidoscópica es esa obra loca que Agustín Fernandez Mallo no ha sido capaz de volver a escribir y que cualquier escritor novel amante de la literatura ha soñado alguna vez con redactar. Bien lo cuenta Erizo, el alter ego de Eloy Tizón en Plegaria para Pirómanos (Páginas de Espuma, 2023):
«mi primer librito, un opúsculo titulado (r)ictus, que aspiraba a revolucionar la historia de la literatura debido a su audacia transgresora. Carecía de signos de puntuación y mayúsculas, no tenía final ni comienzo.»
El propio Tizón adorna Caleidoscópica con unas notas cómplices a las que él llama discordantes. (Punto para Eloy Tizón.)
Menos habitual es que llegue este tipo de novela llegue escrita con una solvencia tan apabullante. Menos aún que haya encontrado hogar para ser publicada. Aún más extraño es que la editorial Piezas Azules recoja el guante y publique el texto con la misma osadía, en una edición muy cuidada, ilustrada por el artista Hermelando B M y con las ya mencionadas anotaciones de Eloy Tizón. (Punto para Piezas Azules).).
«Escribir es hacerte preguntas.
Cuando el único género animal con el que ha convivido una familia es el de los peluches, ¿qué puede hacer una mujer con el gato vivo que dejan en una cesta a la entrada de tu casa?»
Ya tengo opinión para el género, el título de la obra es un spoiler, me encuentro ante un caleidoscopio narrativo cuya sinopsis es esta: Rebecca Una, profesora de algebra que se ha quedado confinada con su madre durante la pandemia del Covid19 se propone escribir una novela ambientada en el mar. En dicho proceso se van a intercalando talleres de escritura, análisis de sus lecturas, anotaciones a modo de diario, fragmentos de esa novela ambientada en el mar e incluso poemas. Todo para contar la relación con los objetos de su casa, su infancia y el anhelo de escribir. Textos de los que se desprende una enorme finura estilística, grandes dosis de prosa poética y reflexión lúcida en forma híbrida de ensayo, metanarrativa, poesía, bestiario, catálogo, reseña y aforismo.
«Escribir es ser valiente. La valentía se construye (o no) con todo texto literario.»
Es evidente la ausencia trama y lo sutil del conflicto, es decir, no hay apenas rastro de las dos señas del género novelístico. Lo que sí hay son decisiones narrativas bien tomadas, entre ellas, la de situar la narración en el marco del confinamiento, cuando la suspensión de la realidad y del contacto hacía diluirse como crema pastelera las tramas y, con la reducción del contacto social también se reducían los conflictos, excepto el de la espera, como si la vida se hubiera convertido en el Castillo de Kafka, como si madre e hija confinadas esperaran la llegada de la vacuna o de la muerte como quien espera a Godot.
«Escribir es honrar a los muertos»
Una puesta en escena arriesgada que Maria José Beltrán salva con solvencia por varios motivos. El primero es el riesgo de que la obra puede llegar a convertirse en un batiburrillo de textos inconexos. El segundo es que este tipo de obras metanarrativas, hibridas y fragmentadas parecen reservadas solo a autores consagrados, grandes pensadores que sean capaces de domar una «yegua ortopédica» como esta. Quizás esto se deba a que son los únicos autores a los que las editoriales se atreven a publicar este tipo de obras (Punto para María José Beltrán).
En su ensayo Construir lectores (Vaso Roto, 2024), Vicente Luis Mora define dos tipos de lectores-escritores, “la lectoría” a los que les correspondería la transformación de otras obras y los “intelectorres”, en los que se encuentra ese tipo de lector que «impulsado por los textos leídos, responde a los mismos con un segundo texto creativo, por lo común en la forma de ensayo o una recensión, aunque puede ser también mediante un poema o una obra narrativa.» Entre estos dos tipos de lectores-escritores se acomoda María José Beltrán.
Probablemente Rebecca Una es el alter ego de la autora, pero también un personaje con el que pueden identificarse todos esos lectores-escritores que, al calor de los talleres de escritura, clubs de lectura, del encadenamiento de lecturas críticas y del ejercicio de la escritura durante muchos años, acaban teniendo mucho que narrar y son capaces de hacerlo de forma interesante. Todo ese espectro de gente, ese “pueblo” global, está bien pintado en Caleidoscópica, donde la narradora asiste a clases de escritura de Alejandro Zambra y de Eloy Tizón, reseña libros en el blog de una escuela de escritura, ve los streamings sobre poesía de Gonzalo Escarpa y, durante el confinamiento, los videos de Andrés Neuman. Más de uno se sentirá identificado. La autora tiene claro a qué tipo de lector va dirigido el libro.
«Escribir es la posibilidad de corregir un texto indefinidamente.»
Caleidoscópica es una obra compleja. A lo largo de la obra nos vamos a encontrar diferentes fragmentos en distintos tonos y géneros algunos de ellos intrincados dentro de otros. Aunque la edición, con diferentes tabulaciones, tipografías y subtítulos intenta ayudar a que el lector no se desoriente, la autora ha incluido a lo largo de la obra sus propias instrucciones de lectura de la novela, casi todas ellas disfrazadas de las decisiones que va a ir tomando la protagonista para el desarrollo de su novela con la excusa de algún ejercicio en las clases d escritura o de alguna lectura.
El comienzo del libro, en el que la protagonista detalle su experiencia en un taller impartido por Alejandro Zambra alrededor del libro de relatos de Alice Munro, Demasiada Felicidad Debolsillo, 2012). El disparador para uno de los ejercicios, a partir del ensayo Elogio de la Sombra de Tanizaki, es el germen del resto de este libro. Un primer capítulo que se convierte en unas instrucciones de uso para salvar la complejidad del libro. Rebecca Una toma dos decisiones para estructurar su novela, realizar un inventario al estilo de “Catálogo de Juguetes” de Sandra Petrignani. (Páginas de Espuma, 2011) y la idea de asignar al catálogo un código y palabra clave al estilo del “Diccionario ideológico” de Rafael del Moral (Herder, 2009). El capítulo es pura pedagogía para no perdernos en los giros caleidoscópicos del libro.
A partir de aquí, vamos a encontrarnos con capítulos en los que se intrincan anotaciones de Rebecca Una tras sus clases de escritura, su catálogo de objetos-conceptos-recuerdos, en los que prima la prosa poética, reflexiones sobre la relación de la protagonista con los objetos de su casa y de su vida, relatos breves, poemas, reseñas de los libros que va leyendo, aforismos sobre escritura, en una cuidada red de relaciones entre sus contenidos:
«Una se jubila y conserva la tiza en los pulmones y en el paladar. Es una relación orgánica; viva. Su polvo blanco, incrustado en las uñas, adherido a la garganta, a la piel, la persigue a una, al estilo del relente de un cigarro extraviado, vaporoso, acecha de por vida a ahumado
Al lector curioso, le animará a leer todos los libros que se nombran o a buscar la versión original de las reseñas que María José Beltrán ya publicó en el blog que se nombra en la novela y comprobar cómo las ha modificado para interrelacionarlas con el universo caleidoscópico del libro,
Con todo, es de agradecer el esfuerzo de María José Beltrán y de Piezas Azules por alumbrar un libro que parece no estar destinado a ser publicado y porque el resultado final sea sobresaliente, por conseguir hacer literatura esquivando la dictadura de los focos, de la luz. Escribir desde la sombra para hacerse visibles. Hacer realidad el deseo de Tanizaki:
«A decir verdad, he escrito esto porque quería plantear la cuestión de saber si existiría alguna vía, por ejemplo, en la literatura o en las artes, con la que se pudieran compensar los desperfectos. En lo que a mí respecta, me gustaría resucitar, al menos en el ámbito de la literatura, ese universo de sombras que estamos disipando…Me gustaría ampliar el alero de ese edificio llamado literatura, oscurecer sus paredes, hundir en la sombra lo que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo. No pretendo que haya que hacer lo mismo en todas las casas. Pero no estaría mal, creo yo, que quedase aunque sólo fuese una de ese tipo. Y para ver cuál puede ser el resultado, voy a apagar mi lámpara eléctrica.»
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