“Así que estábamos en el bosque.” reza la primera frase con la que Sara Stridsberg (Solna, 1972), escritora y dramaturga sueca, inicia “La Antártida del amor”, su nueva novela traducida al castellano por Carmen Montes Cano, presentada el pasado mayo en la Feria del Libro de Madrid.
Los lectores de las dos anteriores, “La facultad de sueños” y “Beckomberga. Oda a mi familia”, publicadas todas ellas en Nórdica libros, reconocerán el estilo y los temas presentes en sus entregas precedentes. La enfermedad mental como condena heredada, la incapacidad de aceptar el amor dado y recibido, la inadaptación a la vida social, la imposibilidad de quebrar la cadena familiar del dolor y el trauma, huir.
Huir siempre. De cualquier norma. De cualquier convención. De todo y de todos. Huir siempre, para no conseguir escapar nunca.
Como en las citadas obras, en “La Antártida del amor” Stridsberg vuelve a desplegar su infinita ternura y empatía hacia todo un abanico de seres golpeados por la vida, entre los que abundan las dolencias emocionales de diverso pelaje, derivadas del trauma infantil y convertidas en adicción a una plétora de sustancias y relaciones averiadas.
Inni, la narradora omnisciente y protagonista de esta nueva entrega, una joven prostituta toxicómana, hija de dos seres que cargan sus propios malestares y adicciones, asesinada y despedazada en un lago a las afueras de Estocolmo, nos habla desde las alturas, a través de una sucesión de pequeñas escenas. Un lugar que no se identifica como el “Cielo” o el “Infierno”, pero en el que espera reencontrarse con sus seres queridos en el futuro. Hasta que llegue ese momento, observa el discurrir de sus existencias desde esa distancia.
A medida que avanza la narración, en un centro de Estocolmo del que solo se nos describen los nombres de las calles, vamos conociendo los antecedentes de ese hecho y asistiendo al asesinato y despiece de esta persona que, pronto se nos hace obvio, ya estaba rota antes de subirse al coche predestinado para acompañar al ejecutor de la sentencia vital.
Página tras página, escena tras escena, se hace evidente que es inútil intentar escapar del
destino: la muerte siempre termina por alcanzarnos.
“Continuamos hasta que llegamos a un lago. Yo sabía que iba a matarme, pero no eché a
correr. ¿Por qué? Porque no tenía adónde ir.
Si entonces me hubiera dicho la verdad, que nunca más iba a volver a la ciudad, que iba a estrangularme en aquel estrecho tramo umbroso de la playa, ¿me habría bajado del coche y me habría marchado de allí? Ojalá que sí. Pero no había nadie esperándome, no tenía nada que cuidar y por eso tampoco nada que temer y lo que me pasaba es que me era indiferente. Muerta o viva, no importaba. Ya estaba muerta, llevaba muerta mucho tiempo, como un cortejo fúnebre deambulábamos por Estocolmo mis amigos y yo.”
Cómo consigue Stridsberg mantener el tono lírico y el derroche de compasión con el que
acompaña a sus personajes, padre y madre abollados, hermano ahogado, hijos entregados a los
servicios sociales y familia paralela de la calle, durante las doscientas sesenta páginas de la historia es
uno de los grandes activos del proyecto. Como Inni declara: “Es muy difícil distinguir lo luminoso
de la oscuridad”. Abrazada a esa máxima, la escritora de Solna cumple con solvente empatía esta
misión.
El lector más crítico se preguntará si era necesario ese kilometraje de continuo perfume
onírico y esa reiteración en la ternura y el dolor. Al lector más entregado se le harán cortas las
numerosas escenas en las que no se le ahorran detalles del proceso de autodestrucción al que Inni
somete a su propia carne, y a las emociones propias y ajenas, fruto de algo que ella reconoce como
una incapacidad de amar.
“¿De qué huía corriendo? La explicación abreviada es que huía del amor.
Todo ello para acabar su aventura en ese bosque en que ya nos situaba la primera escena del
libro, —del que nunca llegamos a salir, por mucho que viajemos entre los recuerdos de Inni—, en
manos de un asesino del que apenas sabemos nada, pues no es él, ni bajo ningún concepto se
pretende que sea, el protagonista de esta historia.
“Por fin se ha terminado, por fin no queda nada que llorar.”
Comentarios sin respuestas