Editorial Seix Barral. 314 páginas. 1ª edición de 2000; ésta es de 2009.
Traducción de Kayoko Takagi
Ya conté que, después de más de veinte años, me apeteció volver en este 2022 con el japonés Kenzaburo Oé (Uchiko, 1935). Para ello leí El grito silencioso (1967), una de las novelas más significativa de su primera etapa, la que precede a la concesión del Premio Nobel en 1994, y releí Cartas a los años de nostalgia (1987). Después he seguido por Renacimiento (2000), que se corresponde con la segunda etapa creadora de Oé, después del Premio Nobel. Estas dos etapas en España se marcan con un detalle muy simple, los primeros libros están publicados por Anagrama y los segundos por Seix Barral (aunque creo que no en todos los casos).
El personaje principal de Renacimiento es Kogito Choko, un escritor en la primera etapa de su vejez, del que sabremos ‒en la página 74‒ que en el pasado tuvo que dar una conferencia en Estocolmo. Sin decirlo de forma explícita, el lector entiende que esta conferencia hace referencia al Premio Nobel, y que Kogito Choko es un alter ego del propio autor.
Me comentó el escritor Paco Bescós, que leyó con profusión la obra de Oé, con el fin de documentarse para su libro Las manos cerradas, que Cartas a los años de nostalgia, cuyo protagonista se llama Kenzaburo, se había leído en Occidente como si se tratase de una obra autobiográfica, y no como una obra híbrida entre la realidad y la ficción. Esto hizo que en sus siguientes libros, Oé decidiera cambiarle el nombre a su protagonista para seguir realizando autoficción. Es decir, para hablar de sí mismo, pero deformando la realidad y creando distintos planos sobre sí mismo con el mecanismo de la ficción.
La novela empieza cuando Kogito recibe la noticia de que Goro, su amigo desde la adolescencia y su cuñado, se ha suicidado saltando al vacío en un hotel de Berlín. Esto está basado en un hecho real: el cineasta Juzo Itami, cuñado de Oé, se suicidó. Tanto en la vida real como en la novela, hay sospechas de que la yakuza, la mafia japonesa, estuvo detrás de esta muerte. Kogito también nos hablará en el libro de su propia experiencia con la yakuza japonesa y la extrema derecha, de la que ha sufrido varias atentados por escribir sobre la época en la que acabó la guerra y las personas que no quisieron aceptar la rendición del país a los norteamericanos. En este sentido volverá a hablar del pueblo del que procede ‒aunque no se diga el nombre‒ en la isla de Shikoku, la cuarta más grade del Japón. En esta ocasión nos hablará de la difusa figura del padre, que en otros libros casi no aparece retratada y de la que simplemente se cuenta que murió en la Segunda Guerra Mundial, cuando el autor tenía diez años. En este libro, el padre de Kogito se convertirá en una de estas personas que no aceptan la colonización norteamericana y morirá en un atentado contra las nuevas fuerzas del orden. La narración patética de este suceso en una novela será lo que desate en su contra las iras de la ultraderecha. En Cartas a los años de nostalgia, la ultraderecha perseguía a Oé por haber ridiculizado a un joven ultra en un relato. En Renacimiento se hablará, de nuevo, de la revuelta campesina que vivió el pueblo originario de Oé en el siglo XIX, tema que se trataba también en El grito silencioso.
Kogito establece una relación con Goro a través del «tagane». Al principio no entendía a qué se estaba refiriendo el autor, y más tarde comprendí que el tagane era un radiocasete en el que Kogito escuchaba cintas que le había dejado su amigo, hablando de su vida en común. Tagame es, en idioma japonés, un tipo de insecto con antenas, al que al parecer se parece el radiocasete y de ahí viene su nombre. Kogito escucha por las noches estas cintas en la biblioteca de su casa, donde también duerme. Las va parando y contesta a Goro, y de este modo establece un diálogo con el más allá, que acabará asustando a su mujer Chikashi, y a su hijo Akari, que tiene problemas mentales y que es compositor de música sinfónica. Akari es un trasunto de su hijo Hiraki Oé, que aparece en muchos de sus libros. En esta ocasión, no se habla de más hijos.
En algún momento, el «tagame», ese medio de comunicación con su amigo Goro, que «había pasado al otro lado», me ha hecho pensar en un invento futurista de una novela de Philip K. Dick.
Kogito siente que debe desengancharse del tagame y decide aceptar ser profesor visitante en Berlín, ciudad en la que vivirá él solo cien días. Allí conocerá a algunas de las personas que trataron en sus últimos días a Goro y que le podrán dar pistas sobre su muerte.
Cuando vuelva a Tokio, Kogito recibirá el guion y el storyboard de la siguiente película que iba a realizar su cuñado, donde narra un episodio vivido entre Kogito y Goro en su juventud, cuando se conocieron en el instituto, en Matsuyana, capital de la isla de Shikoku. Kogito leerá este material y comentará su propia versión de los hechos, que tienen que ver con un intento de captación para un grupo de ultraderecha que pretendía atentar contra intereses norteamericanos. De nuevo, Kogito se comunica con su amigo, que le sigue lanzando mensajes desde el «más allá», y todas estas formas de acercarse a los temas de los que el autor nos quiere hablar me han parecido muy originales. Además, en la parte final, la narración está contada desde el punto de vista de Chikashi, la mujer de Kogito. No cabe duda de que Oé es uno de los maestros actuales de la narrativa.
Los juegos de autoficción siguen, y se habla de A los años de nostalgia, un libro que escribió Kogito en el pasado, y que de forma nada disimulada es Cartas a los años de nostalgia. Incluso se habla de Gii, uno de los personajes, y se vuelve sobre un episodio narrado en Cartas a los años de nostalgia en el que se hablaba de alguien que observa, a través del ventanuco de un baño, las relaciones sexuales de otros, y aquí se vuelve sobre este episodio, pero ahora son otros los personajes.
Kogito nos habla de que su amigo Goro se opuso a su boda con su hermana Chikashi, episodio que también se narra en Cartas a los años de nostalgia. E incluso de narra el final de Cartas a los años de nostalgia, que coincide con el final de A los años de nostalgia.
En Cartas a los años de nostalgia, Oé nos hablaba de Gii, un amigo de su pueblo, cinco años mayor que él, que se convertirá en su guía y maestro, alguien que le introducirá en algunos de sus autores occidentales favoritos. Y, ahora, esta figura del maestro parece desplazarse hasta Goro, que será ‒según Renacimiento‒ quien le muestre al personaje principal algunos poemas de autores como Blake o Dante, que en la otra novela le mostraba Gii. De este modo, Oé vuelve sobre el tema del maestro y el discípulo, que es uno de los motivos clásicos de la literatura japonesa, como en el famoso Kokoro (1914) de Natsume Soseki.
En la página 58, Chikashi, la mujer de Kogito, le dije que tenía más chispa como escritor cuando en su juventud leía novelas occidentales traducidas, que en la actualidad, cuando tras su estancia en Ciudad de México (dato real de la vida de Oé), cuando empezó a leer esos libros en su idioma original. Kogito, en un ataque de sinceridad, le contesta que «es posible que la chispa de las palabras atractivas se haya desvanecido.» y que las ventas de sus libros empezaron a bajar cuando pasó de los cuarenta y cinco años.
Quizás podría parafrasear esta conversación de la pareja para emitir mi propio juicio final sobre Renacimiento, la primera de las novelas que leo de Oé después de haber ganado el Premio Nobel. Renacimiento me parece una gran novela, una novela en la que un maestro de la narración explota multitud de recursos para hablarnos de la relación entre dos amigos, cuando uno de ellos ya ha muerto. Pero, en cierto modo, reconociendo los méritos tal vez le pueda dar un poco la razón al personaje de Chikashi, cuando le echa en cara a Kogito que ha perdido parte de su chispa. Renacimiento es una gran novela, pero si alguien no ha leído nada de Kenzaburo Oé le recomendaría que empezara por sus novelas anteriores a la concesión del Premio Nobel.
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