Una buena historia (Avant Editorial, 2020), 148 pp.
Eloi (Josep Maria Casanovas)
“¿No crees que es muy complicado esto de la pareja?”, le pregunta el protagonista de la novela a su amigo (que es escritor y, a su vez, el narrador). En un momento algo más avanzado, otro personaje clave de la historia viene a hacerse la misma pregunta: ¿por qué todo tiene que ser tan complicado?
Este parece ser el tema principal de Una buena historia, la última novela del escritor barcelonés Eloi (Josep Maria Casanovas), que ya con su primera obra, Exteriores (KRK, 2005), ganó el Premio de Novela Casino de Mieres.
En esta novela encontramos los problemas cotidianos de Víctor y Yolanda, una pareja madura y moderna (y sus innumerables complicaciones) vistas desde un punto de vista amable, fresco, sencillo (el de Carlos, escritor y amigo de Víctor que, poco a poco, irá sintiéndose fascinado por esta tan buena historia), que busca sin complejos la carcajada del lector. Uno de los grandes aciertos de la novela es precisamente su tono y punto de vista. El lector se ríe, se carcajea y sonríe a lo largo de las 148 páginas de esta novela gracias a las ocurrencias de un narrador que, desde la primera línea, nos conquista con su naturalidad y buen humor, con su manera de narrar y de tratar de quitar hierro al asunto.
Pero esta generosidad del autor, este tratar temas complicados de forma sencilla, no debe engañarnos. La novela oculta grandes preguntas de mucho peso: ¿hasta dónde llega la libertad de cada miembro de la pareja? ¿es posible la amistad entre mujer y hombre? ¿cuáles son las líneas de intersección entre deseo y amor? ¿qué queda del amor cuando el deseo se esfuma? Y la novela, de forma valiente pero sobre todo graciosa, trata de responder esas preguntas mientras el lector avanza en la trama casi sin darse cuenta. Como muestra podemos recordar las palabras del propio Víctor: “Aunque parezca un contrasentido, en esos casos, hacer lo que te apetece no te ayuda a tener una buena vida, sino todo lo contrario”.
Esta ligereza, cotidianidad y humor parecen indicar que la principal influencia del autor y de la novela sea Woody Allen. Tanto en los diálogos, siempre preparados para la ironía o para el toque intelectual, como en la composición de las situaciones y de las relaciones entre los personajes, podemos ver claramente el influjo del cineasta norteamericano, una característica que no puede ser sino positiva.
Asimismo, y como una pequeña subtrama, tenemos las tribulaciones de Carlos, el narrador, que va descubriendo la historia conforme Víctor se la cuenta en El Laurel, el bar donde suelen quedar. Carlos sufre de alguna breve culpabilidad, como todo escritor que escribe, y duda si es lícito hacer lo que está haciendo: ¿se enfadarán sus amigos porque escribe sobre ellos?
En estas conversaciones con Víctor se van colando pequeñas reflexiones sobre el arte de la escritura, como esta que, como quien no quiere la cosa, disecciona con una finura asombrosa la vanidad de todos los escritores: “¡Qué mal encajamos las críticas! […] Solo nos gusta que nos regalen los oídos. Preguntamos para que nos alaben. Los tímidos, los introvertidos, no son más que inseguros que no se atreven a preguntar para no ser criticados.”
El texto, con su ligereza característica, está sembrado de estas pequeñas observaciones en torno al azar en la ficción, el estilo apropiado para narrar, la búsqueda de esa historia que valga la pena escribir… Siempre de forma que no se entorpece la trama principal, sino que las observaciones de Carlos sobre su proceso de escritura y la trama principal se complementan en un juego que aporta riqueza y tensión.
En fin, creo que puedo decir que Una buena historia no falta a la verdad en su título. Estamos ante una buena novela en la que el lector podrá disfrutar de una divertida puesta en escena de ese complicadísimo juego de cartas que es el amor en pareja. Léanla, no se arrepentirán.
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