Confieso que recibí Plegaria para pirómanos con esa ansiedad que tienen los escritores por ser publicados, los editores por ser reseñados y los lectores por ser deslumbrados. Pocas veces se le presenta a uno la oportunidad de analizar un nuevo libro de relatos de Eloy Tizón, ya que nos ha acostumbrado a que sus colecciones de cuentos, quizás guiadas por un cometa o por algún otro tipo de fenómeno astronómico, pasen por las librerías cada diez años. En 1992 vio la luz su celebrado Velocidad de los jardines, en 2006, Parpadeos y Técnicas de Iluminación en 2013 (quizás el mejor de sus trabajos) y ahora, en 2023, Páginas de Espuma publica su nueva obra.
Es complicado hacer un análisis de un libro de relatos de Eloy Tizón sin caer en el tópico de decir que sus narraciones son poesía y que el autor cabalga entre el mundo del cuento y de la prosa poética a lomos de un rinoceronte de puntillas sobre arenas movedizas. Sin embargo, me voy a lanzar de cabeza al río y voy a dejarme llevar por la corriente de voces que señalan a Eloy Tizón como un cuentista-poeta o poeta-cuentista, qué sé yo, y aprovechar la lectura de Plegaria para pirómanos, para adentrarme en este aspecto de su escritura: su narratividad poética.
Son muchas las características propias de la poesía que pueden utilizarse en la prosa, más allá de las emociones y sensibilidades intrínsecas a la lírica. Eloy Tizón escribe con elementos técnicos propios de la construcción de poemas como la musicalidad, las imágenes, el simbolismo, los tropos (en especial, las aliteraciones, donde se muestra como un verdadero artista en el arte de la enumeración). Básicamente, tenemos todos los elementos de la poesía en sus relatos excepto las que tienen que ver con la geometría del poema, es decir, el encabalgamiento, la rima y la métrica. Y todas estas técnicas han sido ya ensalzadas en numerosas ocasiones.
Pero en su narratividad hay un aspecto poético, quizás más sutil, en el que quiero poner el foco: esa verdad subjetiva que encierran los poemas y, en este caso, los relatos de Plegaria para pirómanos. Me refiero a aquello que decía Antonio Gamoneda: el lector completa el poema con su lectura, convirtiéndose en su autor, cuando lo lee, aporta su experiencia de forma que ningún poema es el mismo poema y su interpretación depende de quién lo lee. Esas verdades subjetivas que encierra la poesía y que aporta cada lector están también encerradas en cada relato de Eloy. Esta subjetividad, esta invitación al lector a que complete el significado del cuento, pesa más en sus relatos que otras características más propias del género breve, como la trama, la estructura o los diálogos. Esta es la característica poética de Eloy que más me interesa en su último trabajo.
Como ya he mencionado, si en algo es un indiscutible maestro Eloy Tizón desde el primer cuento de su primer libro, es en el arte de realizar las enumeraciones más poéticas que hayamos podido leer. Con ellas logra formar una corriente verbal en la que fluye el relato. Leer las enumeraciones de Eloy provoca tal estado de evocación que uno siente que se ha sentado a desayunar en una mesa con Proust y ha vaciado una bolsa de madalenas La Bella Easo mientras Marcel permanece con los ojos bien abiertos contemplando el atracón.
Para ser más exactos, las imágenes que componen un relato de Eloy que hablen, por ejemplo, de la juventud del protagonista en una determinada época pueden llevarte a evocar toda tu juventud, aunque la tuya se desarrollara décadas antes o después. Eso hace Eloy, tender agujeros de gusano entre el narrador y el lector.
Cuando analizo un libro de relatos me gusta hacer una breve sinopsis de cada uno de los que lo componen. En el caso de Plegaria para pirómanos eso me resultaría casi imposible ya que en la literatura de Tizón y, más aún en este último trabajo, la trama es mínima, secundaria. La clave de su escritura está en el estilo, en la exploración, en la metaliteratura y en la reflexión.
¿Quién es Erizo?
Erizo es el protagonista de algunos de los relatos (Grafía, Agudeza, Ni siquiera monstruos, Cárpatos). En otros se le interpela (El fango que suspira), o se le nombra (Anisópteros), dejando solo dos relatos en los que no aparece de ninguna manera. No es el único juego de personajes o de referencias entre unos cuentos y otros. La narradora de Anisópteros dice en su pasado haber sido novia de Erizo y haber pertenecido al grupo de teatro que protagoniza otro de los relatos (Dichosos los ojos). Una segunda lectura del libro proporciona un sinfín de intersecciones entre los relatos. Algunas incluso lingüísticas como la repetición de sentencias como «Siempre me ha faltado diciplina para el malditismo».
Erizo aparece como un personaje difuso, que quiere y no quiere ser el protagonista, que parece a veces un alter ego del autor y en ocasiones un alter ego del lector. A veces desubicado geográficamente, otras veces no parece él mismo. «Un inciso. Congela este fotograma. No importa que los personajes oscilen un poco a causa del temblorcillo de la imagen detenida». Uno de los grandes logros de esta obra, Erizo, un personaje que el lector completa con su lectura. Un personaje poema.
El relato, como la poesía, como campo de experimentación.
De todos los géneros literarios, la poesía siempre ha sido el más desencorsetado. El que más ha jugado a destruirse y reconstruirse, el género con menos complejos para experimentar, para probar nuevas fórmulas, hallazgos y técnicas. Es un gozo ver que en este último libro Eloy Tizón lleva esta práctica al relato, escribe sin complejos, sin disciplina para el malditismo. Aplica técnicas vanguardistas. Mezcla géneros sin preocupación por el qué pensarán, los aforismos y los poemas se distribuyen a lo largo de los relatos:
«Un avión desovando bombas.
Un bebé dormido encima de un neumático en un campo de amapolas.
Una pareja discute en el interior de un coche aparcado.Estatuas gigantes de Buda en medio de la selva en llamas.
Una muchacha bellísima justo debajo del rótulo de una tienda de ropa que dice: Venus.
En Kazajistán, dos menores de edad arrestados por conducción temeraria: una policía se los lleva esposados.
Un féretro lleno de estrellas de mar.»«De tu escritor favorito siempre puedes aprender.»
Como novedad en su escritura, encontramos ciertos párrafos casi ensayísticos y decididamente metanarrativos en los que se reflexiona sobre la escritura y la literatura, además de cierta mirada irónica sobre la propia escritura de autor. Plegaria para pirómanos es el libro más vanguardista de Eloy Tizón, y a su vez, el que más puede contentar a sus lectores.
«La escritura es una modalidad de entrenamiento que solo sirve para entrenarse más.»
«¿No es eso lo propio de la literatura? ¿Dejarnos levemente insatisfechos?»
«Martillear el lenguaje en la fragua hasta forjar oraciones indestructibles, trenes de frases ramificadas.»
Poca trama y muchos hilos
Henry James acuñó el término ficelle para definir un tipo de personaje secundario que servía para hacer avanzar los relatos, enlazando las tramas, los personajes y las secuencias. Ficelle significa «hilo de atar». Los ficelle son personajes que sirven para hilar la historia, misión modesta pero importante, es un personaje secundario. Para Eloy Tizón todo es un hilo de atar, un ficelle: Un Erizo es un hilo de atar, una Detroit decadente es un hilo de atar, un segundo mejor amigo de la infancia, un cuaderno de tapas de hule, una obsesión literaria, unas lentillas, todo le vale a Eloy para hilar la historia, para sostener el ovillo de hilo delante de un ventilador y dejar que se desenrede y encuentre, por gracia del lenguaje o de la termodinámica, su propio fluir.
«Te preguntas con qué moraleja se pueden rematar estas páginas, si ni siquiera recuerdas su cara. Ni tampoco su voz. Ni su figura. Nada, imposible. Por más esfuerzos que haces no hay personaje. Ni historia que valga. No hay trama. Ningún giro imprevisto. Ningún arco emocional ni epifanía transformadora. Su vida no daría ni para el episodio piloto de una serie de bajo presupuesto».
La primera sensación cuando terminas Plegaria para pirómanos no es distinta de la que tienes cuando terminas el resto de sus obras, piensas que la poética de Eloy Tizón es intentar comprimir la vida en un poema. Piensas, eso es imposible. Pero Eloy lo hace. Y al rato, «en un ataque de risa o de fontanería», te das cuenta de que la vida se le desborda del poema para convertirse en un relato.
«Cuando empiezas a escribir un libro, eres un niño; cuando lo acabas, un adulto».
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