Pez de asfalto, de Marimén Ayuso
Extravertida Editorial. 250 páginas. 2024. Finalista del II Premio de Novela de Lebrija.
«Necesitaba sumergirme en el agua y dejar de preguntarme qué hacía aquí lejos de ella, de tía Mercedes y en una ciudad que no era la mía. En ese laberinto de asfalto donde nunca podría escurrirme como un pez».
La novela Pez de asfalto fue la primera obra de Marimén Ayuso que leí, al poco tiempo de conocer a la autora, cuando el manuscrito todavía era un borrador. Después llegaron muchas otras lecturas, siempre interesantes y delicadas. Aunque debo reconocer que, de entre todas, le tengo especial cariño a esta obra, la que me dio a conocer el estilo de la que ahora es una gran compañera de libros, risas y aventuras literarias.
A los pocos días de haber terminado de leer el manuscrito, Marimén me anunció que la novela había quedado finalista en el II Premio de Novela de Lebrija. La crítica consideró que se trataba de «una novela que podría ser un eslabón entre La plaza del diamante (1962) de Mercè Rodoreda y La familia (2022) de Sara Mesa, porque la educación sentimental de Amalia —su protagonista— transcurre entre los años 60 y 70 del siglo pasado, cuando la sociedad española creía que corría ligera hacia la modernidad, sin percatarse del lastre de tabúes, prejuicios y autoritarismos que acarreaba todavía».
Pero antes de que llegara la buena noticia del premio, cuando la obra aún no lucía el vestido de fiesta de la cubierta, yo ya me había sumergido en el título —en ese pez de asfalto inquietante y evocador— y me había dejado arrastrar por la corriente que me acompañaría a lo largo de la trama. Porque la tercera novela de Marimén Ayuso nos regala, a través de una prosa sensible, y de un gran trabajo de caracterización de la psicología y la voz de las dos narradoras, la historia cercana y conmovedora de dos mujeres de diferentes generaciones que intentan desentrañar los misterios de su pasado familiar.
Amalia, la joven protagonista, bloqueada por la muerte de su madre y con un padre distante, intenta salir adelante a pesar de los secretos y las ausencias. «Necesitaba perderme en la inmensidad del mar y olvidarme de que fuera de él no había refugio donde resguardarme de mi propio dolor», nos cuenta mientras busca respuestas a los abandonos que han marcado su vida y encuentra ese refugio en la casa de su tía Mercedes en Sant Pol de Mar. Y es precisamente el Mediterráneo —un símbolo recurrente en la novela— el mar que representa tanto el hogar como la libertad para la protagonista: «A veces solo me concentraba en observar los hermosos colores malva del atardecer o el azul infinito del mar y volvía a imaginarme mi vida transformada en pez. Libre, sin rumbo, deslizarme entre piedras o bancos de corales, ligera, sin nada que pesara sobre mí. Volverme acuosa, fluir, volar en el agua y descansar entre las rocas para formar parte del espectáculo submarino».
En la primera parte de la novela, el personaje de Amalia destaca por una personalidad inexperta y astillada a causa del dolor, pero a medida que avanzamos en la lectura de los capítulos los lectores seremos testigos de la gran evolución del personaje. ¿Será capaz de reconciliarse con el pasado, con las personas que la quieren y, sobre todo, consigo misma? La madurez progresiva de Amalia y su relación con el mar me recuerda la historia que el escritor norteamericano David Foster Wallace contó a sus estudiantes del Kenyon College en 2005:
«Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo los saludó con la cabeza y les dijo: “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?”. Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin, uno de ellos miró al otro y le dijo: “¿Qué demonios es el agua?”».
Foster Wallace utilizó esta historia para ilustrar el papel y la función de la cultura en nuestra sociedad. Quería subrayar nuestra falta de conciencia ante el hecho de que la literatura, la cultura y la enseñanza constituyen el líquido amniótico ideal en el que se desarrollan las ideas de democracia, libertad, justicia e igualdad. Sin embargo, la historia de los peces también nos lleva a otra interpretación más imbricada con lo cotidiano de nuestras vidas: nos revela que las realidades más obvias e importantes son a menudo las que decidimos ignorar. Al igual que les sucede a los dos peces jóvenes, no siempre nos damos cuenta del agua en la que vivimos cada minuto de nuestra existencia, la que nos sostiene. ¿Infravaloramos a las personas que nos cuidan? ¿Y si, al igual que le sucede a Amalia al inicio de la historia —cuando todavía es muy joven, no somos capaces de valorar a quienes nos mantienen a flote?
Y en este punto, me gustaría presentar al segundo personaje clave en la novela: Mercedes. Para Amalia, la tía Mercedes es la personificación del mar, su verdadero refugio. Es una mujer sabia y generosa, marcada por una vida que no la ha tratado demasiado bien, pero que se desenvuelve lejos de cualquier victimismo. Para ella, Amalia siempre es lo primero, y ese amor incondicional la ilumina y le regala una felicidad auténtica. Su lenguaje sencillo pero entrañable, lleno de refranes y términos marineros, añade una capa de magnetismo a su carácter que provoca que nos enamoremos de ella desde la primera línea. «La primera vez que te fui a recoger con mi falda estampada de azul y una blusa blanca de manga corta, me dijiste que parecía otra y que estaba muy guapa. ¡Yo guapa a esa edad! Si tenía el pelo blanco y la falda me apretaba en la cintura. Cintura con ce y sin acento. Me alegré tanto que me entró un ataque de risa, de esos que luego te dan hipo y no puedes parar ni te acuerdas de taparte el diente que falta y te da vergüenza después».
Mercedes, cómplice de los lectores y conocedora de algunas de las respuestas que más daño pueden hacerle a la protagonista, decide convertirlas en una carta para que el papel atenúe el golpe de lo que tal vez nunca debería ser contado: «Ay, nena, espero que haga bien en escribirte todo eso. Con lo que me cuesta recordar si a ver va sin hache o va con be y lo que tardo en llenar una hoja entera. A veces me estoy horas y horas o digo las frases en voz alta para que luego escritas no parezcan un disparate. Solo pido que para cuando me toque la hora y se lleven todas mis prendas, guardes algo mío, muy mío que escribí para ti. Para que tu historia y la mía, para que todo nuestro tiempo juntas te quede en la memoria y nadie pueda borrarla jamás. Ni con jabón del bueno, ni siquiera con lejía».
Amalia y Mercedes, las narradoras de esta novela, representan las generaciones que compartieron la España de la transición: la juventud y la madurez, dos formas de entender un país que estaba cambiando. Son dos mujeres aparentemente dispares que, en el fondo, se parecen más de lo que creen, pues ambas luchan por encontrar su lugar en un mundo que no se lo ha puesto fácil.
¿Encontrará Amalia las respuestas a los secretos que han moldeado su vida con la ayuda de tía Mercedes? No voy a desvelar uno de los misterios más determinantes de Pez de asfalto, pero sí puedo aseguraros que la travesía hacia la resolución de todas las incógnitas está magistralmente bien narrada y que os atrapará de principio a fin.
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