María del Puerto Muñoz reflexiona sobre los estereotipos femeninos en el mundo audiovisual y de la relevancia del personaje Dolores en » Westworld».
Estos días se celebran los 20 años del estreno de “Sexo en Nueva York”, una de las series de culto de HBO. Se inauguraba una nueva época en la ficción televisiva y la serie revolucionó el mundo audiovisual desarrollando unos personajes femeninos que intentaban desmontar los estereotipos existentes hasta el momento. Los años 90 habían apuntado ya el inicio de cierto cambio tipológico al presentar en la pequeña pantalla a mujeres jóvenes emancipadas (“Friends”), profesionales inteligentes (“Expediente X”) o heroínas guerreras que luchaban contra las injusticias (“Xena: la princesa guerrera”). Aún así, los modelos femeninos que se dibujaban, por mucho que mostraran a las mujeres ante sus propias contradicciones (como es el caso de Carrie, la protagonista de “Sexo en Nueva York”) no dejaban de estar vinculadas a sus referentes masculinos y sobretodo a su existencia sociológica como mujeres. Estos personajes se desarrollaban como conceptos femeninos ligados a estereotipos y no como expresiones completas de modelos conceptuales de las virtudes y las debilidades humanas que las mujeres representan en sus propios contextos.
El inicio del milenio no dejó de generar productos más evolucionados donde cambiaban las generaciones o los ambientes pero se perfilaban las mismas tipologías femeninas (“Girls”, “Las chicas Gilmore”). Hemos tenido que esperar a éste último lustro para ver desarrollarse, en la madurez de la edad dorada de las series televisivas, unos modelos femeninos que han roto con sus tipologías y han desarrollado una nueva narrativa que rompe los paradigmas femeninos y los convierte en universales e intemporales.
En esta nueva conceptualización aparecen nuevas protagonistas que rompen los esquemas narrativos para ahondar en la naturaleza humana mucho más allá que sus partenaire masculinos. En este sentido cabe destacan a las mujeres de la exitosa “Mad Men”. Ellas llegaron a discernir el sentido de la vida, mucho antes que el Orestes Don Draper encontrara su redención en el eslogan cocacolero “I’d Like to teach the World”. Aún así, cabe destacar que Peggy Olson y Joan Holloway fueron contrapuntos en el desarrollo emocional de la crisis de madurez del protagonista que vivió encasillado en su propio arquetipo masculino.
Partiendo de esta evolución, aparecen recientemente nuevos personajes femeninos que rompen con los paradigmas para desmontarlos y deconstruirlos sobre un nuevo relato que ataca los tópicos que han sustentado la narrativa sobre mujeres. Este es el caso de series como “La maravillosa Sra. Maissel” (Amazon Prime) que busca desde el humor más sarcástico condenar el imaginario femenino en el que se ha basado el paternalismo masculino de la sociedad de masas. En esta misma línea, pero desde otra perspectiva, la protagonista de “El cuento de la criada” recupera el ideario del feminismo underground para denunciar la cosificación de la maternidad como base del patriarcado.
Y como gran referente el panorama televisivo actual nos ofrece en la serie “Westworld”, un extraordinario personaje femenino, Dolores, que rompe con los estereotipos del feminismo para trascender hacia un planteamiento postmodernista.
La trama de la serie ahonda de manera brillante en la renovación del materialismo histórico que Weber afrontó en 1896 en su célebre “La decadencia de la cultura Antigua” y que la película “Almas de metal” ya desempolvó en 1973. Más allá del exquisito planteamiento existencialista de la serie creada, entre otros, por Jonathan Nolan, destaca la construcción de los dos personajes femeninos principales (Maeve y Dolores) que se desarrollan paralelamente desde la idea de la tesis y la antítesis hegeliana. Mediante este paralelismo, el desarrollo narrativo de la serie camina a través de los personajes femeninos hacia la destrucción de la concepción clásica de los roles de género y de las relaciones sociales, sumergiéndose no sólo en la lucha de clases, sino también en la destrucción del poder patriarcal simbolizado en la Corporación Delos.
Como si se tratara de una revelación, Dolores guía, arma en mano, a esa nueva humanidad hacia la emancipación, con la fuerza de la pincelada de Delacroix y una contundencia bakunista que la aproxima a la esencia del discurso libertario. Y esa es la novedad del personaje, nos ofrece una destrucción completa del paradigma femenino, para redimirnos por encima de los escombros de la sociedad de masas y de consumo.
La iconografía clásica del imaginario occidental ha presentado el concepto de la Dolorosa con un corazón atravesado por siete dagas que simbolizaban los siete dolores de María. El dolor de María que existe desde que se convirtió en símbolo de la naturaleza humana de Cristo, a partir su concepción, aparece simbolizado en la caída y la ascensión de Dolores. Como si se tratara de una parábola nietzechiana, Dolores afirma que “cuando llevas mucho tiempo en la oscuridad empiezas a ver” y es aquí donde deja de ser Eva para tomar conciencia de su existencia en el relato. Dolores deja de tener Fe para empezar a creer. Durante la primera temporada de la serie vimos su despertar y durante la segunda asumimos, capítulo a capítulo, su catarsis. Dolores deja de ver la belleza, lo accesorio y empieza a mirar, a dilucidar el papel que se le ha asignado en la historia En este sentido, Dolores no es un personaje en busca de autor, sino la personificación del poder del “libre albedrío” y la esencia de la búsqueda chomskiana de la verdadera revolución libertaria. Por ello, Dolores debe destruir su realidad, el estado y la familia, para desarraigarse de una superestructura descontextualizada y conducirse sin amo, sin dios y sin patria, a una nueva humanidad libre de contextos y de narrativas. En su destrucción acaba con el paradigma masculino personalizado en Teddy que está atado a su propio cliché (destacar aquí la relación con los ositos de peluche infantiles de la cultura popular norteamericana) y sobretodo, y aquí está la novedad, Dolores también se enfrenta al espejo de la idealización femenina de la maternidad que está representada en el personaje de Maeve. Uno de los diálogos más potentes de la serie en su segunda temporada se produce en el capítulo 7 (atención spoilers) entre Maeve y Dolores cuando esta última se decepciona ante la debilidad que evidencia la madame. Porque la lucha de Maeve es por la supervivencia mientras que la causa de Dolores no es una lucha, sino la destrucción, la muerte del cuerpo/sociedad enfermo.
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