(Una reseña sobre Noticias del gran mundo, 2020, de Paul GreenGrass)
«En realidad yo creo que en el comportamiento de un héroe hay casi siempre algo ciego, irracional, instintivo, algo que está en su naturaleza y a lo que no puede escapar».
Javier Cercas, Soldados de Salamina
La mayoría de edad del wéstern
Hace ya tiempo que el wéstern perdió su inocencia primigenia. Ejemplos de los últimos años como Los hermanos Sisters (The Sisters Brothers, 2018) de Jacques Audiard, Comanchería (Hell or High Water, 2016) de David MacKenzie, o El renacido (The Revenant, 2015) de Alejandro González Iñárritu, por no ir muy atrás en la cronología y por citar ejemplos conocidos por el público, muestran que el género ha conseguido integrar la diversidad y la complejidad necesarias para convertirse no solo en un explorador de la naturaleza humana, sino también en un espejo de la sociedad; en definitiva, lo que se suele pedir a cualquier tipo de Arte (así, con mayúsculas) que se precie de serlo.
El género ha sabido reinventarse a sí mismo, adaptarse a los nuevos tiempos y acercarse de nuevo al público, integrando en su legado historias que no habían sido suficientemente exploradas, como en el caso de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (The Assassination of Jesse James By The Coward Robert Ford, 2007) de Andrew Dominik; mostrando sujetos invisibilizados por el antiguo canon, como en Deuda de honor (The Homesman, 2014) de Tommy Lee Jones; haciendo homenajes que no hacían sonrojar a sus predecesoras, como Valor de ley (True Grit, 2010) de los hermanos Cohen; utilizando formatos alternativos como el cortometraje, en La balada de Buster Scruggs (The Balad of Buster Scruggs, 2018) de los Cohen; o mezclando géneros y tendencias diversas, como las «tarantinas» Los odiosos ocho (The Hateful Eight, 2015) y Django desencadenado (Django Unchained, 2012), puede que los mejores ejemplos de la vigencia actual del género.
A todo esto podríamos añadir el empuje y la revalorización que le han proporcionado al wéstern series como Westworld (Idem, 2016) y Deadwood (Idem, 2004) en HBO; Godless (Idem, 2017) en Netflix; El pájaro carpintero (The Good Lord Bird, 2020) en Movistar; o incluso The Son (Idem, 2017) en ACM.
Este somero repaso por series y películas de los últimos años sirve para ilustrar que atrás quedaron las injustamente denominadas películas «de indios y vaqueros», (cuya designación ya contiene un menosprecio encubierto, una especie de insulto silencioso pero que consigue calar muy hondo entre el público y los críticos), en las que la ingenua mirada de cineastas y de espectadores quedaban embriagadas con peleas artificiosas de saloon, con frenéticas persecuciones a caballo, con diálogos melodramáticos enmarcados en decorados de cartón piedra o con duelos a cámara lenta entre héroes y villanos.
Con Ford aprendimos que las fronteras entre el bien y el mal no siempre están claramente delimitadas; con Walsh, que la épica de la aventura no está reñida con las historias minimalistas; con Mann, que los héroes complejos tienen un lado oscuro que los convierte en seres «humanos, demasiado humanos»; con Hawks, que se puede hacer un wéstern redondo, divertido y profundo al mismo tiempo; con Peckinpah, que los perdedores y los marginados pueden tener una segunda oportunidad sobre la tierra; con Leone, que las mutaciones genéticas del género pueden ser tan atractivas (o incluso más) como las piezas originales; con Eastwood, que se pueden seguir filmando historias sencillas y conmovedoras al mismo tiempo.
Todos estos maestros, y otros muchos como Henry Hathaway, William A. Wellman, Nicholas Ray o John Sturges, y otros cineastas quizás no tan conocidos (que me perdonen los Budd Boetticher, los Delmer Daves o los Robert Aldrich de la industria), exploraron vías y senderos, trazaron nuevos caminos y dejaron su impagable semilla para aquellos que han sabido recoger la cosecha.
Noticias del gran mundo (News of the World, 2020), de Paul Greengrass, tiene algo del acervo cosechado por el wéstern a lo largo de tantas décadas, y contiene también algunos aciertos propios que se le pueden atribuir con justicia.
Su argumento se centra en una pequeña odisea emprendida por el protagonista, el veterano capitán sureño Jefferson Kyle Kidd (Tom Hanks), para devolver a su familia de origen (o lo que queda de ella) a una niña huérfana, Johanna (Helena Zengel), un largo periplo de 600 kilómetros que no estará exento de dificultades y de peligros.
Historias particulares que se entrelazan con el trasfondo de la fundación de un país, por un lado, y el conflicto inherente a una población polarizada, por el otro. Todo ello sabiamente combinado, para que ninguna de las partes llegue a eclipsar a las otras, para que el conjunto fluya sin tropiezos a lo largo de sus casi dos horas de metraje que transitan del wéstern prototípico (el individuo corriente sometido a aventuras extraordinarias; enfrentamientos entre héroes y villanos) al melodrama familiar (una relación paterno-filial en ciernes), y de ahí al relato histórico, situado en las postrimerías de la Guerra de Secesión y la división entre el Norte y el Sur.
Una historia sobre el desamparo
Resulta sorprendente el caso de Johanna, la protagonista que al principio responde al nombre de Cicada, marcada por una doble orfandad: la primera, provocada por el rapto de los indios kiowa, que mataron a su familia de origen alemán seis años atrás; y luego, la orfandad derivada de la muerte de su familia india a manos de los soldados.
Se trata de una niña rubia, de tez clara, que únicamente habla el idioma kiowa, y que se encuentra drásticamente desorientada, náufraga de todo cuanto ha conocido hasta ese momento, sin ninguna referencia directa ni nadie que la apoye, pues el hombre de raza negra con el que viajaba ha sido brutalmente asesinado (¿por racismo?).
El capitán Kidd sin duda tiene una mejor instalación en el mundo que la huérfana, pero no menos solitaria. Perdedor de una guerra de la que todavía se notan sus consecuencias, se gana la vida leyendo noticias de distintos periódicos (de ahí el título de la cinta), a ser posible con algún tipo de enseñanza positiva o de moraleja para los analfabetos oyentes de los pueblos por los que pasa, a cambio de una módica cantidad de dinero: una existencia errante y austera en la que no parecen abundar las comodidades ni los afectos de las caras conocidas.
De su vida antes de la guerra tan solo se ofrecen algunas pinceladas, en un tono bastante enigmático, como que era el dueño de una imprenta, y que fundó un hogar (el ansiado sueño de cualquier héroe del Oeste) junto a su mujer, María Luisa Betancourt (de origen isleño, por cierto), en Castroville, cerca de San Antonio (fundada, a su vez, por emigrantes canarios).
Los dos oficios elegidos por el capitán, tanto el de impresor antes de la guerra, como el de lector de noticias amenas y curiosas después de ella, son símbolos de la civilización y de la cultura, y tratan de arrojar un poco de luz en medio de un panorama tan desolador, dominado por la indiferencia y la estulticia, en el mejor de los casos, o por la violencia y abuso de los poderosos, en el peor de ellos, como muestran los agrios episodios del torpe imitador del juez Roy Bean y de los tres malhechores con los que se enfrenta la pareja protagonista.
En su recorrido por diferentes poblaciones, resulta conmovedora su cruzada individual de denuncia contra la injusticia, así como la defensa a ultranza de la democracia, al tiempo que rescata la gesta del nacimiento de la nación americana, tantas veces documentada en el wéstern, además de la lección de solidaridad que muestra con su auxilio a la niña huérfana desde el mismo momento que la encuentra, desamparada e indefensa al borde del camino.
A pesar de sus diferencias iniciales, que son muchas y muy decisivas (como la falta de afinidad personal, de parentesco común o la barrera del idioma, sin ir más lejos), el vínculo entre estas dos almas rotas y solitarias, personajes marginales en una época convulsa (uno, perdedor de una guerra; la otra, huérfana india en medio de una sociedad intolerante y violenta), se irá estrechando y fortaleciendo a medida que vayan uniéndolos las peripecias del camino.
Buena parte del mérito de la cinta hay que adjudicárselo a las interpretaciones de la pareja protagonista. Un soberbio Tom Hanks, que ya había trabajado anteriormente con Greengrass en Capitán Phillips (Captain Phillips, 2013), actor que se encuentra en un momento envidiable de su trayectoria, capaz de decirlo todo sin necesidad de pronunciar una palabra, con su única presencia, tan solo con la sutileza de un gesto o de una mirada.
En su papel de una kiowa inusualmente rubia y de ojos azules, de ascendencia alemana, una jovencísima Helena Henzel que proporciona el contrapunto perfecto a la veteranía de Hanks. Merece la pena destacar que la actriz se pasa buena parte del metraje sin poder comunicarse en su idioma con las personas de su entorno, a las que no entiende, ni ellos la entienden a ella, expresando sentimientos tan extremos como desamparo, frustración, miedo o rabia, y que lo hace con una gran carga de sensibilidad y con una solvencia impropias de su edad.
Si la película funciona, sobre todo en momentos en los que la acción parece decaer drásticamente, es gracias al trabajo de estos dos actores, uno experimentado, otra principiante, cuyas interpretaciones encajan como si hubiesen colaborado toda la vida.
Cuando los caminos del wéstern conducen (irremediablemente) a Ford
Las comparaciones entre Noticias del gran mundo y la obra de Ford resultan tan odiosas como inevitables, especialmente con Centauros del desierto (The Searchers, 1956), que a su vez trata de una niña raptada por los indios, pero también con la otra película en la que Ford se ocupó del problema del mestizaje, Dos cabalgan juntos (Two Rode Together, 1961): con aquella comparte el largo y peligroso periplo para devolver la niña a casa; con esta, los problemas de convivencia que generan los niños raptados por los indios cuando tratan de reinsertarse en la sociedad.
Hasta ahí llegan las semejanzas entre la película de Greengrass y estas dos obras clásicas de Ford, porque el afable capitán Kidd, con el rostro cercano y empático de Tom Hanks, muy poco o casi nada tiene que ver con el temperamento volcánico, intolerante y homicida de aquel Ethan Edwards inmortalizado por John Wayne. No cabe duda de que la sensibilidad expresada por Hanks se encuentra mucho más cerca de aquel sheriff McCabe interpretado por James Stewart en Dos cabalgan juntos, que del gesto más bien hierático y a ratos explosivo de John Wayne.
A diferencia de Edwards-Wayne, el personaje de Kidd-Hanks no solo hace lo posible por devolver la niña a su casa, sino también por integrarla dentro de la comunidad, por comunicarse con ella, incluso por entender y participar de su mundo. En este sentido, podría decirse que su comportamiento se encuentra en las antípodas de la actitud racista de un Ethan Edwards que estuvo a punto de matar a su sobrina, por considerar que se había convertido en una comanche tras tantos años de convivencia con los indios.
Kidd es una persona comprensiva y sensible, tolerante con las diferencias, defensor de la democracia y acusador de las injusticias, como puede comprobarse en el truculento episodio protagonizado por el cacique local de turno, que tiene claras reminiscencias del famoso juez Roy Bean, retratado en películas clásicas como El forastero (The Westerner, 1940), de William Wyler, y El juez de la horca (The Life and Times of Judge Roy Bean, 1972) de John Huston.
Otra evidente diferencia con el Ethan Edwards de Centauros del desierto (al que le gustaba disparar en los ojos a los enemigos muertos, para que no pudiesen alcanzar el paraíso de los indios; o que mataba indiscriminadamente a los búfalos, para que la comunidad india no tuviese carne durante el invierno), es que el capitán Kidd utiliza la violencia únicamente cuando no queda más remedio, en el único episodio truculento de la cinta que incluye un tiroteo, para defenderse él mismo y para proteger a la niña, lo cual dice mucho de su integridad.
Kidd podría ser un personaje cruel y vengativo, debido a su paso traumático por la guerra, y sin embargo muestra empatía, hasta con personas a las que no le une ningún vínculo personal; podría ser egoísta (incluso, diríase que sanamente egoísta), sin que nadie pudiese reprocharle nada por su comportamiento, y sin embargo actúa con generosidad; podría ser hosco y antipático, y sin embargo ha encontrado un oficio que consigue regalar algo de esperanza a los pobres iletrados que se sientan a escucharle.
Otra diferencia entre Centauros del desierto y Noticias del gran mundo es que, mientras la película de Ford trataba sobre la búsqueda en sí (de hecho, el título inicial de la cinta era The Search), sobre el largo periplo emprendido por los protagonistas para encontrar a la niña raptada, sobre cómo esa angustiosa y quimérica búsqueda cambia el corazón de los buscadores, la de Greengrass arranca justo donde termina la película de Ford, con el fortuito hallazgo de la joven, y se centra en la relación que se establece entre los dos protagonistas, el capitán derrotado y la niña huérfana, dos seres desamparados a los que no les queda más remedio que entenderse como defensa ante la adversidad.
Quizás por eso, y por la amabilidad del personaje interpretado por Hanks, con rincones menos oscuros que el torturado Ethan Edwards de Centauros del desierto, e incluso que el corrupto sheriff McCabe de Dos cabalgan juntos, no es de extrañar que este wéstern deje un poso mucho más amable que los de Ford, más imprevisibles y amargos en sus conclusiones que la cinta de Greengrass.
Crónica de una época convulsa
En la misma línea que aquellos wésterns de tendencia realista que enumerábamos al principio, Noticias del gran mundo refleja el contexto social no solo con sinceridad, sino en ocasiones también con irremediable crudeza.
En aras de fomentar ese realismo, cabría destacar la excelente fotografía de la película, que retrata con lujo de detalles la presencia unánime del paisaje. La cámara sabe sacar el máximo provecho al colosalismo de la geografía americana para regalar al espectador unas estampas memorables, con esos atardeceres encendidos de tonos anaranjados, con esas extensas manadas de animales en las llanuras (captadas a vista de dron y en alta resolución), con esas montañas hipnóticas enmarcando las figuras solitarias de los protagonistas.
Greengrass aparca momentáneamente la hiperactividad y el nerviosismo que había exhibido anteriormente, casi como una seña de identidad de su cine, en películas de acción como las de la «saga de Jason Bourne» y Green Zone: Distrito protegido (The Green Zone, 2010), además de la citada Capitán Phillips, para que la cámara consiga empaparse de lo inmenso, de lo importante, de lo eterno.
Con estos movimientos mesurados de la cámara, es como si Greengrass hubiese asimilado otra de las impagables lecciones de Ford, a saber: que las cosas importantes merece la pena filmarlas sin prisas ni adornos, como el camino que se pierde en el horizonte, según las lecciones del capitán Kidd a la niña huérfana. Pura esencia del wéstern concentrada en una frase.
Otros de los aciertos de Greengrass es la veracidad con la que reconstruye a la ambientación de los pueblos, con sus calles embarradas por la lluvia, sus calles mal acondicionadas, sus casas de madera escasamente iluminadas. Con una franqueza sensitiva a flor de piel, casi puede palparse el frío que sufren los personajes, el vaho que se les escapa por la boca, las magulladuras de los golpes, los impactos de los proyectiles en la fragilidad de los cuerpos.
A diferencia del wéstern clásico, en la cinta de Greengrass ya no encontramos la tradicional oposición entre civilización y barbarie, entre hombre blanco y tribus indias, precisamente porque trata de mostrar que la raíz de la barbarie se encuentra en el seno mismo de la civilización blanca, en su violencia inherente, en su radical desconfianza hacia el prójimo, y no fuera de ella, por ejemplo, en la rivalidad con la comunidad india, retratada de forma solidaria y honorable, en un doloroso éxodo hacia el confinamiento que las autoridades civiles y políticas le habían impuesto.
Como mencionamos anteriormente, todo ello se encuentra indisolublemente mezclado con el telón de fondo de las consecuencias de la Guerra de Secesión, las tensiones irreconciliables dentro de una población polarizada (desgraciadamente, un tema tan actual), del racismo imperante en las poblaciones sureñas, de las condiciones de miseria material y moral en la que vivían sus habitantes.
Sin salir del «Territorio Ford», podría decirse que estos episodios de la película basculan de Centauros del desierto y Dos cabalgan juntos a El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962), que mostraba magistralmente cómo la ley más fuerte era sustituida progresivamente por la democracia en el Far West.
En su peregrinaje por esas poblaciones rurales, aún muy alejadas de las virtudes del progreso y la civilización, la incorruptible actitud del capitán Kidd recuerda en muchas ocasiones a la del idealista senador Ransom Stoddard (James Stewart) de Liberty Valance, mostrando con sus prédicas y con su comportamiento que una cosa es vencer o imponer y otra muy distinta es convencer o pactar; que el orden es condición necesaria, pero no suficiente, para que exista la justicia; que la nación es la articulación política de las divergencias existentes en el seno de la comunidad; que el respeto a la diferencia es la base de la igualdad; que el poder de muchos vale más que el de uno solo, pues por muy fuerte que este sea, nunca será más poderoso que la voluntad de la mayoría.
Lecciones sobre constitucionalismo y convivencia democrática que reivindican el legado de otra figura histórica también inmortalizada por Ford algunos años antes de alcanzar la presidencia de su país, el joven Mr. Lincoln, uno de los «padres» de la patria americana, cuando ejercía como abogado en una población rural y tuvo que enfrentarse a una grave (e injusta) acusación de asesinato de dos hermanos, con un frustrado intento de linchamiento incluido.
La escena final de Noticias del gran mundo, con un capitán Kidd que va a depositar el anillo de matrimonio en la lápida de su amada, salvando las evidentes diferencias entre ambos cineastas, podría interpretarse como una actualización de aquella escena en la que el joven Lincoln acude a despedirse ante la lápida de su amada Ann Ruthledge, antes de partir hacia Springfield para iniciar su carrera de abogado.
Puede que Paul Greengrass no tenga el vuelo poético ni la sensibilidad de Ford para rodar esos planos, ni la exquisita perfección de Hawks, ni la profundidad psicológica de Mann, ni la belleza trágica de Peckinpah, ni el atrevimiento sin complejos de Leone, ni la eficacia narrativa de Eastwood, pero su wéstern consigue conectar con algo del legado de estos directores.
En realidad, no se trata de homenajear, ni de recrear, y mucho menos de deconstruir a los viejos maestros, sino de convocar su espíritu para elaborar nuevas historias capaces de conmover al espectador. Noticias del gran mundo lo consigue, incluso diríase que alcanza algunos destellos de esa belleza elemental que atesora el wéstern. Puede que esta sea la mejor noticia relacionada con un género que sigue proporcionando puntuales alegrías a sus incondicionales. Y eso a pesar de su supuesta muerte, tantas veces anunciada.
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