CÁRCEL INVISIBLE
Nos tragará el silencio (Ed. Baile del Sol), de Miguel A. Zapata (Granada, 1974), es una de esas novelas totales y ambiciosas que justifican toda la obra de un autor. Una “ucronía que es a la vez fábula y ensayo y documento confesional”, una alegoría que muestra la desolación y la pesadilla en que ya estamos instalados, la degeneración de la existencia global, el cansancio propio de los roedores enjaulados. Nos encontramos ante un híbrido poderosamente desarrollado, ante un apabullante fractal que se multiplica en sus páginas como La Hiedra -ese enemigo difuso del que formamos parte, que crece y fagocita todo a su alrededor-, ante un volumen proteico a la vez denso y sincopado, administrativo y conversacional. Porque el autor se hace el encontradizo con el lenguaje arduo de cualquier informe funcionarial, antropológico o sociopolítico y, sin embargo, no puede evitar insuflarle vida, descreimiento, fluidez, complejidad, mala leche. Estamos ante un libro kafkiano y orwelliano, pero mucho más fresco y ágil: es como leer El castillo o El proceso y toparse de pronto con la línea de una canción en inglés, con un listado bibliográfico o con expresiones como “posmillennial”, “bombástico”, “compadre”, “orgásmico” o “de puta madre”. A veces incluso parece que estemos leyendo a Boris Vian: “Traguito de regaliz”, “jodido sol”, “vodka rudo” o “follan con ánimo estatuario”. Miguel A. Zapata continúa con la creatividad tipográfica marca de la casa (aunque más atenuada que en Las manos), con onomatopeyas (“pfff”, “bip, bip. bep”, “blablablaetcétera”) que le prestan su viveza al discurso, y con toneladas de siglas, de fichas de trabajo, de Perfiles Cívicos y Certificados de Idoneidad. Pero es que Nos tragará el silencio no es producto de “un checo alegórico y neurasténico”, sino de un granadino ingenioso, imaginativo y vitriólico trasplantado a Madrid.
Tras leer las casi quinientas páginas de la novela, sentí que el corazón de esta distopía reside en la idea de Swedenborg según la cual un error de los condenados al infierno es creerse en el paraíso. Y eso, en efecto, es La Hiedra, un Estado intangible y ubicuo que muta, absorbe y desactiva, un sistema perfecto de obsolescencia ideológica que devora el idealismo de revolucionarios y reaccionarios, donde la burocracia se confunde con la vida, donde se finge una doctrina para acabar con las doctrinas, y donde la aparente descentralización administrativa esconde una profunda centralización. Los humanos desconocemos por lo general la farsa de la historia, al igual que las piezas que se van añadiendo una a una a La Hiedra permanecen incorpóreas e inasibles. “Se acabaron los cambios: somos la Antihistoria”, “No solo de Historia reduccionista y Lengua selectiva viven el hombre y la mujer”, “Puede una planta crecer sin que nadie consiga afirmar la existencia de esa planta”, “El destino humano es una mezcla de azar, voluntad e iniquidad del sistema”. A La Hiedra, ese Estado con las características propias de cualquier democracia contemporánea, enemigo de la algarada, y que ni quita ni otorga la libertad, no le interesa algo tan arcaico como el pensamiento único o el control de la información, sino el silencio a través del ruido multiplicado de los dispositivos y, con él, el vacío. La Hiedra ofrece un pragmatismo absoluto, una cínica flexibilidad, un utilitarismo perverso que da sentido a la inercia de toda la ciudadanía, a una middle-class de cartón, “dejando que cada uno elija su forma de libertad y su condena y el grado que adquieren estas, porque la merma de libertad no siempre significa presidio ni agravio”. Su nacimiento proviene de EGONO, anagrama de Elegimos Gobernar Nosotros, antiguo partido que dio vida al Ministerio de la Centralidad, a una estructura estatal ambigua y no obstante poblada de Secciones Periféricas, Módulos de Superficie y Módulos Subterráneos, Consignadores y Agentes de Control Interno, Unidades Pedagógicas de Regeneración.
Novela colectiva escrita en primera persona en El Buche del Lobo, en los dominios de La Hiedra, Nos tragará el silencio resulta como mínimo el equivalente patrio de Nosotros, una impresionante puesta al día de la novela distópica publicada en 1920 por Evgueni Zamiatin. También un hito insoslayable de la literatura más vigorosa y renovadora del siglo XXI en castellano (que forma parte además de su ciclo de novelas sobre la degradación de nuestra cultura, junto con Las manos y Arquitectura secreta de las ruinas). Y, sobre todo, una prueba del asombroso talento de Miguel A. Zapata, capaz de levantar esta proeza hecha de elementos heterogéneos amalgamados a la perfección entre sus nutridas páginas (los despachos, el subsuelo, la cosmética programática, la naturaleza de los símbolos y del lenguaje), capaz de demostrar literalmente la sugestiva pintada que aparece en un baño de profesores: “Nadie te ha robado la libertad si no notas su pérdida”.
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