Un libro de cuentos ha de ser sugerente, fresco y embriagador desde el principio; ha de provocar una sensación de plenitud a la hora de transmitir todo un crisol de sugestiones imaginarias en el lector, transportándolo a un sinfín de ideas o pensamientos originales y diferentes a la vez, cuando lo engancha a través del poder sublimador de la lectura del propio relato. Para ello hay que ser todo un artífice a la hora de maridar tan necesarios e indisolubles elementos narrativos -forma y fondo: entente ineludible-, los cuales, estando perfectamente pertrechados, más el añadido extra de varios componentes adicionales que matizan el estilo, hacen que el efecto final del relato sea mucho más que un mero objetivo trazado a priori.
Ioana Gruia (Bucarest, 1978) es una autora literaria polifacética. Poeta, narradora, ensayista, novelista, no deja ningún género al azar a la hora de engrosar su propio universo literario. Las mujeres de Hopper (editorial Tres Hermanas, Madrid, 2022) constituye un fiel testimonio de esa fiel entrega a su pasión literaria, que no es otra cosa que una constancia plena de su devoción por las Artes. Para esta ocasión, nuestra escritora hace gala de una puesta a punto sublime mediante la forma de un relato ansiado y el fondo de unos matices que le son propios. Para ello, esta granadina de adopción acopia una amplia paleta de efectos cuyo crisol lumínico radica en la huella plástica irradiada por varios cuadros de Edward Hopper. La obra de este pintor neoyorquino refleja a la perfección las secuelas de la sociedad estadounidense contemporánea, plasmando en ella, por ejemplo, retratos de un corte modernista en los que predomina el soliloquio urbano. Pues bien, ese monólogo intimista es el meollo sustancial predominante en las mujeres protagonistas de estos cuentos que Ioana nos ofrece; pero lo hace apoyándose debidamente en una serie de filones creativos indispensables: la cuestión familiar a través del recuerdo; el pulso dinámico y latente que emana del erotismo; la ensoñación borgiana inacabable; el significado del sigilo en la trama; el porqué de la incomprensión adolescente… Todos estos matices conducen al surgimiento de una selección de relatos muy bien construidos, como consecuencia del buen hacer filológico de nuestra autora. Estos se nos muestran como si hubieran sido concebidos con una facilidad pasmosa; como si la originalidad fuera el hecho de caminar por un estrecho sendero narrando todo aquello que Gruia ve a su paso… en un principio, ya que su exquisita escritura de ficción echa a andar a la par que su vertiginosa imaginación, construyendo así un inherente universo creativo. Parece a simple vista que la evocación retórica que nos transmite nuestra autora en este libro surge antes, incluso, de que la ensoñación pictórica de Hopper la complemente, la secunde. Estas mujeres y su entorno maridan muy bien con esa intensa traslación plástica que Ioana les transmite.
Su pluma constituye una idea participativa acerca del relato ofrecido, tanto por la narración escogida como por los sucesivos diálogos combinados. De esta manera, Gruia traza su característico sello narrativo, tan exclusivo e intransferible como su propia voz literaria. El resultado es este libro de relatos que su genuina huella nos brinda. Varios son los ejemplos que podríamos destacar, si bien no siempre son fáciles de escoger. La escritora se mueve en el relato ágilmente, tan rauda como un pez en el agua. En ‘Resolución’, ese choque de trenes familiar ofrecido, da fe de ese espacio interior en el que la mujer habita, cuyo trasfondo, lejos de ser liberador, refleja el sentido contrario, el coercitivo: “Corrió los visillos, pero consideró que el aislamiento… no era suficiente”. Así, se confirma esa involución vital de la protagonista. Todo parece volvérsele en contra: “Volvió a sentirse acorralada”. Nada parece canalizar la susceptible rienda suelta que palpita en la vida de estas mujeres. Por eso la imaginación se convierte en un consustancial instrumento expresivo ante tanta traba azarosa, tal y como traza Ioana en la trama: “Pero la imaginé. La imaginé mientras cuidaba a Marta y a Daniel…, mientras dormía con Eugenio […] mientras escuchaba Ojos negros”. Y, además, irrumpe en escena la recreación epicúrea del lenguaje -verbal… o no-, para ensalzar la pulsión erótica más desenfrenada. Ello se refleja en ‘Tríptico’, un relato inmaculado tanto en lo más hondo de su ser como en lo más llano de su esfera. Y es que no puede ponérsele ni un solo pero: “Mientras contemplaba a la mujer desnuda, joven hermosa y esbelta que estaba tendida en mi cama y parecía dormida, supe que… era mi pequeña muerte”. El furor emanado por Eros también refulge en ‘Ventanas en la noche’. De esta manera lo escribe Ioana: “Pensó en los rostros ocultos de los dos hombres…, hermanados en la contemplación de un mismo cuerpo desnudo…”. Y sutilmente prosigue, estremeciendo sin fin al más fiel lector: “Sumergida hasta la barbilla, contempló cómo emergían… las rodillas, los muslos, el sexo, los senos.” ¡Es dinamismo narrativo puro! Es un bel canto a la excelente plasmación literaria. Se nos narra a la mujer de arriba abajo con una incandescencia difícilmente superable, acompasada, de nuevo, por el poder sempiterno de la imagen; por una remembranza de Billie Holliday, tal y como nos evoca Lady sings the blues. El resultado es fantástico. Simple y llanamente lo ha bordado. Nada sobra. Gruia le ha proporcionado un tono sublime a este relato, ensalzando así su viso negro. Y es que esa maestría combinatoria de su buena literatura (narración más diálogo) no deja de sorprendernos. Da igual cómo se exprese. Constituyen un todo, un ente compacto de doble expresión narrativa. Sirva ahora como ejemplo ‘El sueño de Anna Karenina’: “Había aprendido a reconocer la llegada de la bibliotecaria por la fuerza con la que apretaba el timbre…, fuerza… coherente […] con los demás rasgos de su carácter”. Esto es sublime. Ioana parece condensar en un relato parte del capítulo de una novela.
Como colofón, decir que poco más puede añadírsele al alumbramiento de esta ensoñación pictórica ionera que Las mujeres de Hopper conforma. Se trata de una pieza más que confirma la solidez de una voz literaria cada vez más asentada en la narrativa española contemporánea.
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